sábado, 20 de enero de 2024

Gracias, Señor

Gracias Señor...
Que tengo los brazos abiertos, cuando hay tantos mutilados.
Que mis ojos ven... cuando hay tantos sin luz.
Que mis manos trabajan... cuando hay tantos que mendigan.
Que tengo buena salud... cuando hay tanta enfermedad.
Que tengo unos seres queridos... cuando hay tantos solitarios.
Que mis oídos escuchan, cuando tantos viven en silencio.
Que mi voz canta... cuando hay tantos que enmudecen.
Que tengo abrigo, techo y sustento... cuando hay tantos en la calle, que todo lo han perdido.
Que puedo volver a casa... cuando hay tantos que no tienen donde ir.
Que puedo amar, vivir, sonreír y soñar, cuando hay tantos que lloran, odian
y se revuelven en pesadillas.
Es maravilloso tener un Dios en quien creer...
cuando hay tantos que no tienen consuelo, ni tienen fe.
Es maravilloso Señor, sobre todo, tener tan poco que pedir y tanto que agradecer.

Te doy gracias Señor por la familia que me has prestado
por los amigos que me rodean
por los que se han alejado pero en un tiempo los disfrute
por todo lo que me permites disfrutar por tu misericordia infinita
que te hiciste pan para alimentar nuestro espíritu.
Gracias te doy, mi Señor,
por los momentos de enfermedad y por la salud
gracias por el dolor y enfermedad
gracias, Señor, por compartir tu amor en cada necesidad
gracias por que puedo confiar en ti ,te doy gracias Señor Jesús.

El precio de un olor

Había una vez un hombre muy pobre que paseaba por la calle con un pedacito de pan en la mano. Era lo único que tenía, además de mucho hambre. Al pasar por un restaurante vio unas deliciosas albóndigas friéndose en una sartén.
- Mmhh…- suspiró- ¡Qué delicia! ¡Si tan sólo pudiera comerme un bocado!
Y como no tenía una sola moneda en ninguno de sus harapientos bolsillos, siguió mirando sin dejar de suspirar. Con la esperanza de capturar aunque no fuera más que un poco de ese delicioso aroma, el hombre sostuvo un pedacito de pan por encima de la sartén durante algunos segundos y después se lo comió como si se tratara de un manjar.
El dueño del restaurante, que era un hombre grandote y avaro, vio al mendigo cuando intentaba atrapar con su pancito el aroma de su comida. Entonces salió del local, agarró al pobre por el cuello y lo llevó ante el juez, que era una persona justa. Exigía que el mendigo le pagara por las albóndigas.
El juez escuchó atentamente al hombre avaro, después extrajo unas monedas de su bolsillo y le dijo:
- Acérquese junto a mí un momento.
El dueño del restaurante obedeció y el juez sacudió su puño, haciendo sonar las monedas en el oído del demandante:
- ¿Para qué hace esto? -le preguntó el dueño avaro.
-Acabo de pagar por sus albóndigas -respondió el Juez. Con seguridad el sonido de mi dinero es un justo pago por el aroma de sus albóndigas.

jueves, 18 de enero de 2024

Plegaria a María, Reina de la Paz (2ª)

        Monseñor Fernando Chica Arellano

Reina de las familias, allana el camino de nuestra vida.
Disipa las angustias que nos agobian.
Arranca de nosotros la tristeza.
Cancela los temores y sufrimientos
que no nos dejan conciliar el sueño.
Siembra la paz en nuestro interior.
Rosa mística, contigo no quedaremos defraudados,
pues Tú eres Refugio de los pecadores,
eres Madre buena y amorosa,
que siempre acudes en ayuda de tus hijos
que te veneramos con fervor.
Auxilio de los Cristianos,
tenemos la certeza de que tu mano poderosa
solucionará los problemas que tanto nos acongojan y
la violencia que marchita nuestra convivencia
y ensombrece nuestro futuro.
Santísima Virgen María, tómanos entre tus brazos
con la misma ternura con que acariciabas,
consolabas y cuidabas de Jesucristo,
nuestro Redentor, nuestro Hermano y Amigo,
nuestro Señor, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

El gato soñador

Había una vez un pueblo pequeño con casas de piedra, calles retorcidas y muchos, muchos gatos. Los gatos vivían allí felices, de casa en casa durante el día, de tejado en tejado durante la noche.
La convivencia entre las personas y los gatos era perfecta. Los humanos les dejaban campar a sus anchas por sus casas, les acariciaban el lomo, y les daban de comer. A cambio, los felinos perseguían a los ratones cuando estos trataban de invadir las casas y les regalaban su compañía las tardes de lluvia. Y no había quejas…
Hasta que llegó Misifú. Al principio, este gato de pelaje blanco y largos bigotes hizo lo mismo que el resto: merodeaba por los tejados, perseguía ratones, se dejaba acariciar las tardes de lluvia.
Pero pronto, el gato Misifú se aburrió de hacer siempre lo mismo, de que la vida gatuna en aquel pueblo de piedra se limitara a aquella rutina y dejó de salir a cazar ratones. Se pasaba las noches mirando a la luna.
– Te vas a quedar tonto de tanto mirarla –le decían sus amigos.
Pero Misifú no quería escucharles. No era la luna lo que le tenía enganchado, sino aquel aire de magia que tenían las noches en las que su luz invadía todos los rincones.
– ¿No ves que no conseguirás nada? Por más que la mires, la luna no bajará a estar contigo.
Pero Misifú no quería que la luna bajara a hacerle compañía. Le valía con verla cuando brillaba con todo su esplendor. Porque aunque nadie parecía entenderlo, a Misifú le gustaba lo que esa luna redonda y plateada le hacía sentir, lo que le hacía pensar, lo que le hacía soñar.
– Mira la luna. Es grande, brillante y está tan lejos. ¿No podremos llegar nosotros ahí donde está ella? ¿No podremos salir de aquí, ir más allá? –preguntaba Misifú a su amiga Ranina. Ranina se estiraba con elegancia y le lanzaba un gruñido:
– ¡Ay que ver, Misifú! ¡Cuántos pájaros tienes en la cabeza!
Pero Misifú no tenía pájaros sino muchos sueños y quería cumplirlos todos…
– Tendríamos que viajar, conocer otros lugares, perseguir otros animales y otras vidas. ¿Es que nuestra existencia va a ser solo esto?
Muy pronto los gatos de aquel pueblo dejaron de hacerle caso. Hasta su amiga Ranina se cansó de escucharle suspirar. Tal vez por eso, tal vez porque la luna le dio la clave, el gato Misifú desapareció un día del pueblo de piedra. Nadie consiguió encontrarle.
– Se ha marchado a buscar sus sueños. ¿Habrá llegado hasta la luna? –se preguntaba con curiosidad Ranina…
Nunca más se supo del gato Misifú, pero algunas noches de luna llena hay quien mira hacia el cielo y puede distinguir entre las manchas oscuras de la luna unos bigotes alargados.

lunes, 15 de enero de 2024

Plegaria a María, Reina de la Paz (1ª)

         Monseñor Fernando Chica Arellano

Santa María, Reina de la Paz, Madre de Dios y Madre Nuestra,
Estrella que conduces nuestros pasos hacia tu bendito Hijo
y acrecientas en nosotros el deseo de imitarlo
con perseverancia y fidelidad.
Virgen Sencilla y Obediente, Doncella Pura y Generosa,
Abogada Justa y Clemente, Discípula Atenta y Servicial,
Defensora de los pobres, Valedora de los más débiles,
intercede por nosotros que recurrimos a Ti,
que buscamos en Ti bálsamo para nuestras llagas,
alivio a nuestros pesares, gozo para nuestra vida,
salud de alma y cuerpo para asistir a todos desinteresadamente.
No nos desampares, Señora Nuestra.
No te olvides de nosotros.
No dejes de enjugar nuestras lágrimas.
No ceses de curar nuestras enfermedades
y mitigar nuestros dolores.
Trono de la Sabiduría, concédenos
la gracia que te pedimos con humilde fe,
pues necesitamos que crezca nuestra confianza,
nuestra esperanza se avive, y se enardezca nuestra caridad.

¿Dónde está el décimo hombre?

Eran diez amigos. Todos ellos eran muy ignorantes. Decidieron ponerse de acuerdo para hacer una excursión. Querían divertirse un poco y pasar un buen día en el campo. Prepararon algunos alimentos, se reunieron a la salida del pueblo al amanecer y emprendieron la excursión. Iban caminando alegremente por los campos charlando sin cesar entre grandes carcajadas. Llegaron frente a un río y, para cruzarlo, cogieron una barcaza que había atada a un árbol. Se sentían muy contentos, bromeando y chapoteando en las aguas. Llegaron a la orilla opuesta y descendieron de la barcaza.
¡Estaba siendo un día estupendo! Ya en tierra, se contaron y descubrieron que solamente eran nueve. Pero, ¿dónde estaba el décimo de ellos? Empezaron a buscar al décimo hombre. No lo encontraban. Comenzaron a preocuparse y a lamentar su pérdida. ¿Se habrá ahogado? ¿Qué habrá sido de él? Trataron de serenarse y volvieron a contarse. Sólo contaban nueve. La situación era angustiosa. Uno de ellos se había extraviado y no sabían dónde estaba.
Comenzaron a lamentarse por la pérdida de ese amigo. Entonces pasó por allí un vagabundo. Vio a los hombres que otra vez se estaban contando. El vagabundo se dio cuenta enseguida lo que estaba pasando. Resulta que cada hombre olvidaba contarse a sí mismo. Entonces les fue propinando una bofetada a cada uno de ellos, a la vez que los iba contando. Fue en ese instante cuando contaron diez y se sintieron muy satisfechos y alegres.