sábado, 6 de enero de 2018

Oración en la fiesta de Epifanía

Señor, esta fiesta de la Epifanía nos recuerda
que Tú eres un Dios abierto a todos,
que tu amor no tiene fronteras humanas
ni se detiene ante los países.
Tú eres la Estrella que brilla en la noche,
para todos aquellos que quieren seguirte,
para todos aquellos que te buscan.
A los que ya te seguimos a tientas
y con susurros del corazón,
no nos dejes caer en la tentación
de ocultar la luz de tu Evangelio
y de apagar la verdad, que has manifestado
en tu Hijo, nuestro Señor,
que vive por los siglos de los siglos. Amén.

De corazón abierto

  María Inés Casalá

Cuentan que hace muchísimos años, unos sabios de Oriente vieron una estrella en el cielo que les era desconocida. Siempre miraban hacia el cielo para dibujar mapas del firmamento y, les asombró que de un día para otro apareciera una de gran intensidad. Pero mayor fue su fascinación cuando les pareció que se movía. Al principio, creyeron que veían mal, pero después de unos días, reconocieron que se desplazaba en el cielo y, lo que era más increíble, parecía que los esperaba. Decidieron organizar un viaje con camello, carpas, comidas, elementos para observar el cielo y para dibujar la trayectoria de la estrella.
Una noche se pusieron en camino. Avanzaban en la oscuridad y se detenían durante el día. Las mejores noches fueron las de luna nueva, donde las estrellas parecían brillar más. Pasaron muchas noches hasta que la estrella se detuvo en una región de un país extranjero, sobre un pequeño pueblo que no figuraba en sus mapas. A medida que se acercaban veían que la estrella estaba sobre un pequeño pesebre en las afueras del pueblo. Les pareció que era muy tarde parar entrar. Entonces descendieron de los camellos, montaron las carpas y, por primera vez en mucho tiempo, durmieron por la noche.
Por la mañana tomaron unos regalos y fueron hacia el pesebre. Dieron unas palmadas y salió un joven que les preguntó si querían algo, si estaban perdidos.
- No, vinimos hasta aquí guiados por esa estrella -dijo uno de ellos señalando el cielo.
El joven les dejó pasar y, al entrar, vieron un pequeño niño envuelto en pañales, en brazos de su mama, una joven nazarena. Cayeron de rodillas porque algo en su interior les hizo reconocer que estaban siendo testigos de una manifestación de Dios.
Esa noche la estrella ya no estaba en el cielo. Y en el campamento los sabios encendieron un fuego y compartieron lo que habían visto, oído y sentido. No se podían explicar por qué solo ellos habían visto la estrella, cómo podía ser que hubiera brillado sólo para ellos.
Por la mañana con la luz del día, decidieron emprender la vuelta, y comenzaron el largo trayecto de vuelta a sus hogares. Tenían mucha tranquilidad, mucha paz y aprovechaban ese regreso para rumiar lo que habían vivido. Pensaron que sería bueno detenerse en los pueblos que cruzaban para aprender diferentes costumbres y comparar sus propios mapas con los locales. Grande fue el asombro al ver que la estrella estaba incluida en muchos mapas de los diferentes sabios con los que se encontraban. Era evidente que muchos habían visto la estrella y no sólo ellos. Sin embargo, fueron los únicos que se habían puesto en camino, dejando lo que tenían y se habían puesto en movimiento.

viernes, 5 de enero de 2018

¡Cantad, cantad!

¡Cantad, coros del mundo!
Que vuestra voz llueva manantiales donde arden las hogueras.
Que vuestro canto ponga rosas donde hay campos de batalla.
Abrid surcos y sembrad amor para que recolectéis frutos de esperanza.
Cantad a la libertad donde reine el despotismo.
Cantad a la igualdad donde anide la pobreza.
Cantad al amor donde prevalezca el odio.
Que vuestros cantos orienten al mundo
para que la paz sustituya a la guerra,
para que todos respeten la tierra,
para que no existan diferencias de raza y de color,
para que todos seamos hermanos y hermanas,
para que este planeta se alegre con nuestras voces.

Y mamá besó a Gaspar

 Roberto Arévalo Márquez

Era una noche de reyes de mucho frío. El viento soplaba fuerte y se respiraba un ambiente húmedo, como si fuera a llover en cualquier momento y nos fuera a estropear aquella cita tan especial. Iba de la mano de mamá, que me llevaba al centro para ver la cabalgata de los Reyes Magos, algo que llevaba esperando desde el inicio de la Navidad, y era lo que más ilusión me hacía.
No obstante, mamá parecía bastante enfadada. No dejaba de mirar su reloj y suspiraba muy a menudo cuándo, tras mirar a los alrededores, veía cómo papá llegaba tarde otra vez. Y eso que este año lo había prometido, asegurando varias veces que esta vez estaría conmigo para ver a los Reyes.
A mí, sin embargo, me daba igual. Yo sólo quería ver a Gaspar. Mi rey favorito, el mejor de los tres, con esa barba larga marrón y lleno de caramelos para regalar. Era el más simpático, para mí el más genial, y el más alto y de camello más hermoso. Verle aquella noche, momentos antes de empezar a entregar regalos, era lo más bonito que me podía pasar, y tenía muy claro que el enfado de mamá no me lo iba a estropear, ni mucho menos la ausencia de papá.
Las calles estaban llenas de gente, de otras mamás y papás con sus niños a cuestas mientras desfilaban las carrozas, los camellos y los elefantes… Los pajes lanzaban caramelos y desde los tronos, los tres reyes saludaban y lanzaban besos. Pero para mí, sólo había ojos para uno de ellos: Gaspar.
A veces me volvía hacia mamá llena de ilusión y ella me dedicaba una sonrisa forzada mientras comentaba algo sobre papá. Pero yo no respondía. Sólo asentía para volver a mirar al frente y continuar viendo a mi rey favorito, a quien sólo podía ver en ese momento hasta el año siguiente.
Al final, papá no llegó a tiempo. El desfile había terminado y las dos ya nos disponíamos a irnos cuándo él llamó por teléfono. Entonces, mamá le dijo que estaba harta, que siempre la misma excusa y que había tenido que ver a los reyes otro año sin él. Y aunque yo le tiraba de la manga para decir que no pasaba nada, ella continuó reprendiéndole con la misma dureza que hacía conmigo cuándo no me terminaba la comida.
Tras colgar a papá, mamá me llevó a dar una vuelta antes de volver a casa. Nos paramos en un puesto para comer un churro y hablamos durante un rato. Seguía con la expresión extraña, pero parecía más distraída. Me preguntó si estaba nerviosa, si había pedido muchas cosas y si pensaba si el rey me lo traería todo. Claro, que a esa pregunta vino la de siempre:
- Si has sido buena, seguro que te lo trae… aunque no sé yo -me decía- pero a mí me daba igual. Con haber visto a Gaspar era suficiente.
Me comí el churro llena de felicidad. Había sido una tarde grandiosa, había visto a Gaspar, a mi Rey favorito, y ahora sólo tenía que irme a dormir para esperarle, aunque mi mayor ilusión, más incluso que los juguetes que me dejase a los pies del árbol, era poder verle y darle un abrazo.
Cuál fue mi sorpresa que al entrar en casa, las luces de colores estaban encendidas y sentado en el sofá de mi casa ¡Estaba Gaspar! Yo me quedé helada, inmóvil sobre el sitio sin soltar la mano de mamá, mientras ella por fin sonreía de oreja a oreja. La miré y me soltó, animándome a correr tras Gaspar para darle ese abrazo que tanto había pedido. Y así lo hice. Corrí todo lo que pude hasta que me dejé caer en su regazo. Él sonreía y me llamaba por mi nombre. Me preguntaba si me había gustado el desfile y después me pidió que le diera un beso, algo que no dudé en hacerlo y, vaya, ¡olía cómo papá!
Estuvo conmigo a solas durante más de una hora, mientras mamá hacía la cena sin dejar de sonreír, y lo hacía como nunca había visto. Y es que, claro, Gaspar estaba en nuestra casa. No era para menos.
Cuando acabó de hacer la cena, me la puso sobre la mesa y Gaspar se quedó conmigo viendo cómo comía sin dejar de contarme aventuras de su largo viaje junto a Melchor y Baltasar, y cuándo terminé, me llevó a la cama y me arropó. Fue entonces cuándo me dijo que tenía que irse. Él y sus dos amigos debían empezar a entregar regalos y no podía retrasarse más. Yo asentí obediente, le di un beso y traté de dormir un poco. Pero si normalmente no dormía durante aquella noche ¡cómo iba a hacerlo después de haber visto a Gaspar! Estaba tan emocionada que no dejaba de dar vueltas en la cama y por mi mente sólo pasaba un pensamiento: ¿seguiría Gaspar en casa?
Fue en aquel momento cuándo, a pesar de haber prometido que me quedaría en la habitación sin moverme, salí y me asomé por la puerta del pasillo con timidez. Pero, no podía ser. Mis ojos estaban viendo algo que no podía creer. ¡Mamá estaba besando a Gaspar! Pero no un beso en la mejilla, cómo podía darle yo… ¡No!, era un beso de ésos como los que daba a papá, y el rey se reía intentando no hacer ruido, yo corrí de nuevo hasta mi habitación, con los ojos abiertos de par en par sumida en la oscuridad azulada que invadía mi habitación y pensando por qué tardaba tanto papá.
No pude dormir aquella noche. Me quedé en el silencio tratando de adivinar cuándo se iba Gaspar y llegaba papá, pero no llegué a saberlo. Cuándo el sol trajo el día de Reyes, salí con timidez de la habitación, andando con sigilo hasta la cama de mis padres. Sólo estaba mamá, dormida plácidamente, y ni rastro de papá. Salí de allí despacio y poco a poco llegué al salón. El árbol estaba encendido, con las luces parpadeando como a mí me gustaba. Sobre la estantería, mi bota estaba a rebosar de caramelos y a los pies de árbol había una gran cantidad de regalos, aunque no todos eran los míos. Había algunos de Gaspar que eran para papá… ¡Y yo me enfadé aún mucho más!
De pronto oí ruido en la cocina. Había alguien cocinando, haciendo el desayuno posiblemente, y yo corrí por si acaso todavía estaba el Rey. Pero no, era papá. Con su pijama azul y sus zapatillas con forma de garras de oso. Estaba despeinado, cómo todos los días nada más despertarse, por lo que había entrado y no le había escuchado. Me miró sonriente y yo me quedé contemplándole sin saber qué hacer o decir… ¡Y encima, él estaba más feliz que nunca!
- ¿Qué pasa, pequeña? ¿No vas abrir los regalos? -me preguntó levantándome del suelo para darme un beso en la mejilla- un pajarito me ha dicho que ayer te visitó Gaspar ¿eh?
Y yo asentí, sin saber que hacer o decir… Y es que ¡¿Cómo le digo a papá, que ayer mamá besó a Gaspar?!

martes, 2 de enero de 2018

Bendición para el año nuevo

Que los caminos se abran a tu encuentro,
que el sol brille sobre tu rostro,
que la lluvia caiga suave sobre tus campos,
que el viento sople siempre a tu espalda.
Que guardes en tu corazón con gratitud
el recuerdo precioso
de las cosas buenas de la vida.
Que todo don de Dios crezca en ti
y te ayude a llevar la alegría
a los corazones de cuantos amas.
Que tus ojos reflejen un brillo de amistad,
gracioso y generoso como el sol,
que sale entre las nubes
y calienta el mar tranquilo.
Que la fuerza de Dios te mantenga firme,
que los ojos de Dios te miren,
que los oídos de Dios te oigan,
que la Palabra de Dios te hable,
que la mano de Dios te proteja,
y que, hasta que volvamos a encontrarnos,
otro te tenga, y nos tenga a todos,
en la palma de su mano.

El niño de los zapatos nuevos

 En el día de navidad, un niño pequeño caminaba cerca de la estación de trenes, triste por saber que no recibiría su regalo anhelado, y este no era otro que un par de zapatos nuevos, ya que los que tenía estaban rotos y también le quedaban pequeños.
Desconsolado por su suerte, optó por sentarse en un banco que había en los andenes a observar cómo pasaban y pasaban las personas cargadas de regalos.
De repente, enfrente suyo se detuvo un niño de su misma edad, muy bien vestido y con zapatos nuevos y brillantes a esa hora del día.
Aquel niño estaba encantado con sus zapatos nuevos, cada vez que podía se agachaba para limpiarles el polvo. Entretanto, en silencio, el niño pobre le miraba.
Un tren, a lo lejos, estaba llegando a la estación; muchas personas se prepararon para abordarlo al instante y subir a él: Entre ellas toda la familia de aquel niño bien vestido; su padre le metía prisa, pero el niño estaba distraído limpiando sus zapatos.
No quedaba tiempo, todos se apresuraron a subir al tren, el padre, como pudo, cogió a su hijo del brazo y le hizo subir antes de que el tren arrancara. En ese instante uno de sus zapatos cayó al suelo y no había forma de recuperarlo de nuevo.
El niño pobre al ver esto corrió y cogió el zapato en sus manos. Era uno de los zapatos que deseaba. De inmediato comenzó a correr detrás del tren para devolverlo, pero sus pies no eran tan rápidos como el tren y no pudo entregar el zapato al niño que intentaba cogerlo. El niño pobre se dio por vencido, pero, de pronto, tuvo una sorpresa: desde el tren aquel niño elegante y bien vestido que calzaba tan preciosos zapatos, ante la mirada atónita de su padre, se quitó el otro zapato y lo lanzó a aquel niño pobre que estaba exhausto y con la boca abierta por lo que estaban viendo sus ojos, y aún pudo decirle las siguientes palabras: "¡Feliz Navidad!"

lunes, 1 de enero de 2018

Sonríe al año nuevo

Sonríe porque estrenas calendario
Con nuevas imágenes, con espacios en blanco
para empezar de nuevo.
Escribe un propósito, sólo uno,
es más fácil de cumplir que toda una lista,
así sea escalar el Monte Everest.
Abraza con todas tus fuerzas,
como si no los quisieras soltar,
demuestra que los quieres tener siempre
y ellos se sentirán queridos.
Olvídate de los ritos de año nuevo,
maletas, uvas, barrer la puerta,
y dedica ese tiempo a una llamada,
a una charla pendiente, a limpiar tu cuarto,
seguro tendrá más trascendencia
que unos calzones rojos.
Regala lo que no es tuyo, un sentimiento guardado,
un grito ahogado, un abrigo empolvado.
Y haz una oración, seas creyente o no,
el simple deseo de querer que todo este bien
nos ayuda a todos.
Pide por ti, por los que ves en este momento,
por los que te acuerdas,
por los que conoces y no te acuerdas
pide por el mundo entero.
Quema tu pasado que te detiene.
y todo lo que te estorba para ser feliz.
Y vive cada momento, con la misma intensidad
de cada campanada.
Regálate un gran año. Hazlo tuyo.

De jóvenes y menos jóvenes

Un joven universitario viajaba junto a un anciano, que iba rezando su rosario. El joven se atrevió a decirle:
- "¿Por qué en vez de rezar el rosario no se dedica a leer y a instruirse un poco más? Yo le puedo enviar algún libro para que se instruya".
El anciano le dijo:
- "Le agradecería que me enviara el libro a esta dirección".
Y le entregó su tarjeta, que decía: Luis Pasteur – Instituto de Ciencias de Paris.

Un joven me comentaba una tarde sobre sus sentimientos, sus proyectos, sus reflexiones, sus críticas, sus valores... Y me decía:
"Soy consciente de que mis raíces vienen de lejos, de que no soy más que un enano a hombros de gigantes. Pero, ¿nos queda a los jóvenes algo que hacer?"
Y él mismo respondía:
"Nos queda no decir amén, no dejar que nos maten el amor, recuperar el habla y la utopía, ser jóvenes sin prisa y con memoria, situarnos en una historia que es la nuestra, no convertirnos en viejos prematuros.
Nos queda respirar, abrir los ojos, descubrir las raíces del horror, inventar paz, entendernos con la naturaleza y con la lluvia y los relámpagos, y con el sentimiento y con la muerte, esa loca de atar y desatar.
También nos queda discutir con Dios, tanto si existe como si no existe, tender manos que ayudan, abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno; sobre todo nos queda hacer futuro a pesar de los granujas del presente"...

domingo, 31 de diciembre de 2017

Doce campanadas

Para el nuevo año te ofrecemos doce frases, como doce campanadas:
  1. Agradece el pasado como don de Dios.
  2. Vive el presente con esperanza y creatividad.
  3. Di "sí" al paso de Dios por tu vida.
  4. Confía, Dios te encomienda cosas grandes.
  5. Valora lo pequeño, llegarás a lo grande.
  6. Mira a la vida con sencillez y amor.
  7. Ten buen humor, pase lo que pase.
  8. Perdona y pide perdón.
  9. Haz algo por el otro y serás feliz.
10. Atento, Dios te habla cada día.
11. Dios cuenta contigo.
12. Ama la vida, ama al mundo, ama a Dios.
QUE DIOS TE BENDIGA HOY Y SIEMPRE

La bolsa de la vida

Cuando nacía un niño en una familia india, recibía un regalo muy especial. El padre hacía una bolsita de cuero, era la bolsa de las medicinas del hijo. La madre metía dos cosas en la bolsita y el padre ponía otras dos. Se la entregaban al hijo y éste la guardaba en un lugar especial. Cuando moría la bolsa de las medicinas era también enterrada con él.
Cuando los niños eran capaces de comprender, los padres les decían lo que habían puesto en la bolsa.
La madre siempre ponía un poco de tierra y un trozo de cordón umbilical para hacerles recordar a sus hijos que venían de la tierra y de una familia y que nadie se da la vida a si mismo.
El padre ponía una pluma de ave que había quemado un poco y la mezclaba con las cosas de la madre.
La pluma del pájaro simboliza el vuelo y cada uno tiene que encontrar su lugar en el mundo.
Ninguno sabía nunca cuál era la segunda cosa que el padre había puesto. Los hijos intentaban adivinarlo pero nunca se lo decían. Era un secreto. Y este secreto representa el misterio de la vida. Y el centro de todos los misterios es Dios. Es un hermoso regalo, un símbolo, que nos hace pensar y nos vincula a una tierra, a una familia y a Dios.