miércoles, 27 de abril de 2022

Oración a Nuestra Señora de Montserrat

¡Madre y Señora nuestra, Virgen querida de Montserrat!
A tus pies venimos este día a ofrecerte nuestra y alabanzas,
pues a los pies de la cruz aceptaste ser nuestra madre
y desde aquella hora eres Madre de todos los hombres,
refugio de los pecadores y poderosa medianera nuestra.
Recibe nuestro corazón y nuestra humilde y sentida plegaria
pues como hijos nos confiamos a Vos, nuestra celestial madre.
Tú que eres esperanza cierta de cuantos peregrinamos en este valle de lágrimas,
sé clemente y misericordiosa con los que recurrimos a Ti.
Tú que siendo dócil y obediente a los planes del Señor
te convertiste en Madre nuestra comprensiva y causa de nuestra alegría,
aumenta nuestras virtudes y aléjanos de todo mal y peligro,
ilumina nuestro entendimiento y fortalece nuestra voluntad.
Ábrenos el corazón y llénalo de sentimientos de caridad,
para llegar al hermano con verdaderos gestos de amor,
consolando al triste y ayudando amorosamente
a cargar la cruz al que ya no puede sostenerla.
¡Oh, Celestial Señora, Nuestra Señora de Montserrat!

Los verdaderos milagros

Este es un diálogo que se dio entre tres personas que iban caminando por un sendero del bosque. Ellos eran: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y escuchándolos iba un joven, alumno del maestro sabio.
Poderoso: – Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa, que hasta llegas a hacer milagros.
Sabio: – Soy una persona vieja y cansada… ¿Cómo crees que puedo hacer milagros?
Poderoso: – Pero me han dicho que haces ver a los ciegos, vuelves cuerdos a los locos… sólo alguien muy poderoso puede hacer esos milagros.
Sabio: – ¿Te referías a eso? Tú lo has dicho, esos milagros sólo los puede hacer alguien muy poderoso… no un anciano como yo; esos milagros los hace Dios, yo sólo pido se conceda un favor para el enfermo, o el ciego, todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo.
Poderoso: – Yo quiero tener la misma fe para poder hacer los milagros que tú haces… muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios.
Sabio: – Esta mañana ¿volvió a salir el sol?
Poderoso: – Sí, claro que sí…
Sabio: – Pues ahí tienes un milagro… el milagro de la Luz…
Poderoso: – No, yo quiero ver un verdadero milagro: oculta el sol, saca agua de una piedra… mira, hay un conejo herido en el sendero, tócalo y sana sus heridas!
Sabio: – ¿Quieres un verdadero milagro? ¿No es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace unos días?
Poderoso: – Sí, fue varón y es mi primogénito.
Sabio: – Ahí tienes el segundo milagro: el milagro de la vida!
Poderoso: – Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro…
Sabio: – ¿Acaso no estamos en época de cosechas? ¿No hay trigo y cebada donde antes había sólo tierra?
Poderoso: – Sí, igual que todos los años… Creo que no me he explicado bien… lo que yo quiero…
Sabio: – Sí, sí, te has explicado bien, yo ya hice todo lo que podía hacer por ti, lamento desilusionarte, no puedo hacer nada más!
Dicho esto, el terrateniente se retiró desilusionado por no encontrar lo que buscaba. El sabio y su alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando ya el poderoso terrateniente se había alejado demasiado, el sabio se dirigió a la orilla del sendero, tomó al conejo, sopló sobre él y sus heridas quedaron curadas; el joven estaba algo desconcertado y le dijo a su maestro:
– Maestro, te he visto hacer milagros como éste casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al caballero? ¿Por qué lo haces ahora que no puede verlo?
– Lo que él buscaba -le contestó el sabio- no era un milagro, era un espectáculo. Le mostré tres milagros y él no pudo verlos… para ser rey, primero hay que ser príncipe, para ser maestro primero hay que ser alumno… no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día que aprendas a reconocer a Dios en todas las pequeñas cosas que ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Dios te da todos los días sin que tú se los hayas pedido.

martes, 26 de abril de 2022

Oración «Adsumus»

         san Isidoro de Sevilla

Aquí estamos, Señor Espíritu Santo.
Aquí estamos, frenados por la inercia del pecado,
pero reunidos especialmente en tu Nombre.
Ven a nosotros y permanece con nosotros.
Dígnate penetrar en nuestro interior.
Enséñanos lo que hemos de hacer,
por dónde debemos caminar,
y muéstranos lo que debemos practicar
para que, con Tu ayuda, sepamos agradarte en todo.
Sé Tú el único inspirador y realizador de nuestras decisiones,
Tú, el único que, con Dios Padre y su Hijo,
posees un nombre glorioso,
no permitas que quebrantemos la justicia,
Tú, que amas la suprema equidad:
que la ignorancia no nos arrastre al desacierto;
que el favoritismo no nos doblegue;
que no nos corrompa la acepción de personas o de cargos.
Por el contrario, únenos eficazmente a Ti, sólo con el don de tu Gracia,
para que seamos UNO en Ti, y en nada nos desviemos de la verdad.
Y, lo mismo que estamos reunidos en Tu Nombre, así también,
mantengamos en todo la justicia, moderados por la piedad,
para que, hoy, nuestras opiniones en nada se aparten de Ti,
y, en el futuro, obrando rectamente, consigamos los premios eternos. Amén.

El poder de la palabra

     Liana Castello

El niño había nacido mudo. Nadie entendía por qué nunca había podido hablar. No era sordo, escuchaba perfectamente, pero no podía emitir palabra. Sus padres visitaron a todos los médicos de la ciudad y de otras ciudades también y ninguno podía explicarse porque, un niño sano, no podía hablar.
El pequeño creció escuchando cómo las personas se comunicaban, expresaban sus sentimientos y emociones, discutían y reían. Jamás fue del todo feliz, tenia amor, contención y hasta fe, pero no podía expresarse con la palabra.
Algo le faltaba y era algo importante. Sabía que mucha gente no podía hablar y debía vivir así, en el silencio permanente, pero él no se resignaba. Cierto grado de resentimiento lo habitó y la envidia se instaló en él haciéndole la realidad aún más dura.
Pedía y pedía a Dios un milagro, deseaba poder hablar sobre todas las cosas. Se prometió a si mismo que si algún día Dios se acordaba de su petición, nada lo haría callar.
El joven no sabía que Dios tenía preparado algo para él, más que un milagro, una prueba, con el tiempo lo descubriría.
Un día cualquiera, sin saber por qué, ni cómo, el joven habló y su vida toda cambió. Se sintió feliz, tan feliz como nunca había sido ¡Podía hablar! No más silencio, no más sentirse al margen de todo y todos.
Creyó que era su turno de hablar todo lo callado, que tenía ganado el derecho de decir todo aquello que había tenido guardar durante años. No tuvo en cuenta, como a muchos les sucede, que los dones que Dios nos da, hay que cuidarlos, hay que saber usarlos y también hay que honrarlos.
Y entonces, comenzó a decir cada cosa que pensaba, todo aquello que se le cruzaba por la cabeza, no medía las palabras, opinaba de todo y de todos porque casi toda su vida no había podido hacerlo.
Creía que ya que era su turno de hablar, que después de tantos años de habérsele negado el habla, tenía el derecho de decir y decir y decir. Nunca tuvo en cuenta que toda palabra tiene una consecuencia, buena o mala, que lo que se dice, dicho está y no hay vuelta atrás. No pensó jamás que podía herir y mucho, que también las palabras lastiman y dejan huellas.
Tampoco pensó que poder hablar, no lo habilitaba a no medir, a decir sin pensar. Poco tuvo que esperar para aprender la lección y como muchas lecciones, la aprendió con dolor.
Toda palabra tiene un eco silencioso que, de uno u otro modo, vuelve hacia nosotros, cada palabra da poder, mucho poder y que de ese poder hay que hacer el mejor uso, el más piadoso y prudente. Muchos fueron los que se sintieron heridos por sus palabras, muchos quienes no entendieron su falta de tino y piedad, demasiados los que se alejaron de él.
Desde entonces comprendió el verdadero poder que tiene la palabra y tuvo que aprender a usar las correctas y en el momento justo. También, por paradójico que parezca, aprendió a callar cuando era necesario.
Se dio cuenta que poder hablar no era sólo una habilidad física, sino un don preciado, muy preciado y que poder hablar no lo habilitaba a decir lo que fuera cuando quisiera.
En ese momento, en el de comprender esa realidad, ocurrió el verdadero milagro que no fue poder hablar, sino poder comunicarse con el otro de un modo amoroso.

domingo, 24 de abril de 2022

En la fiesta de la Conversión de San Agustín

Tú que sabes la aflicción del alma que a Dios olvida
y la angustia de la vida cuando triunfa la pasión,
vuelve al amor inmortal tantos amores vencidos,
que alzan tus mismos gemidos y lloran con llanto igual.
Siempre de la dicha en pos, siempre inquieta y triste el alma,
viste que el mundo no calma la sed de un alma sin Dios.
La hiciste, ¡oh Dios!, para el cielo, y tu amor la llama a sí,
viviendo en perpetuo anhelo hasta descansar en ti.
Todo en Dios y Dios en ti, viviendo Cristo en tu vida,
amar y amar sin medida fueron tus ansias aquí.
Y hoy, cual divino blasón que enciende las ansias nuestras,
ardiendo en amor nos muestras en alto tu corazón.
Para amarte en la patria del dolor como te ama en cielo el serafín,
danos amarte, Señor, con el amor de Agustín.

El jabón y la religión

Érase una vez un sacerdote y un fabricante de jabón que estaban dando un paseo.
El fabricante de jabón le dijo:
- "Padre, ¿para qué sirve la religión? Mire la miseria y las guerras y el sufrimiento que hay en el mundo. Después de tantas oraciones, sermones y enseñanzas todo sigue igual. Si la religión es buena y verdadera, ¿por qué todo sigue igual?"
El sacerdote guardó silencio. Siguieron caminando y se encontraron con un niño todo sucio.
El sacerdote le dijo al fabricante de jabón:
- "Mire ese niño. Usted dice que el jabón limpia pero ese niño sigue estando sucio. ¿Para qué sirve el jabón?".
El fabricante de jabón le contestó:
- "Padre, el jabón no puede evitar la suciedad a no ser que sea usado todos los días."
- Exacto -replicó el sacerdote-, exacto. Eso mismo sucede con la religión.