sábado, 8 de septiembre de 2018

Himno Natividad de la Virgen María

Hoy nace una clara estrella, tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal, que el mismo sol nace de ella.
De Ana y de Joaquín, oriente de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella.
No le iguala lumbre alguna de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal, que el mismo Sol nace de ella.
Gloria al Padre, y gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Las campanas del corazón


                Tony de Mello en “El Canto del Pájaro”

El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de kilómetros, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso.
Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros. Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que se producía en su corazón… ¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y de alegría.

jueves, 6 de septiembre de 2018

¡Te necesito, Señor!

                   P. Teilhard de Chardin SJ

¡Te necesito, Señor!, porque sin Ti mi vida se seca.
Quiero encontrarte en la oración, en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio
se sitúa de frente a mí, ante Ti.
¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque y de todos sus inquilinos.
¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
En el reencuentro con tu perdón,
en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.
¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos;
en la necesidad del pobre y en el amor de mis amigos;
en la sonrisa de un niño y en el ruido de la muchedumbre.
¡Tengo que verte!
Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí,
en mi trabajo y mi descanso y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo.
Amén.

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Madre Teresa de Calcuta
En una ocasión, por la tarde, un hombre vino a nuestra casa, para contarnos el caso de una familia hindú de ocho hijos. No habían comido desde hacía ya varios días. Nos pedía que hiciéramos algo por ellos. De modo que tomé algo de arroz y me fui a verlos. Vi cómo brillaban los ojos de los niños a causa del hambre. La madre tomó el arroz de mis manos, lo dividió en dos partes y salió. Cuando regresó le pregunté: qué había hecho con una de las dos raciones de arroz. Me respondió:
- "Ellos también tienen hambre".
Sabía que los vecinos de la puerta de al lado, musulmanes, tenían hambre. Quedé más sorprendida de su preocupación por los demás que por la acción en sí misma.
En general, cuando sufrimos y cuando nos encontramos en una grave necesidad no pensamos en los demás. Por el contrario, esta mujer maravillosa, débil, pues no había comido desde hacía varios días, había tenido el valor de amar y de dar a los demás, tenía el valor de compartir.
Frecuentemente me preguntan cuándo terminará el hambre en el mundo. Yo respondo: “Cuando aprendamos a compartir". Cuanto más tenemos, menos damos. Cuanto menos tenemos, más podemos dar.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Oración para sonreír

Madre Teresa de Calcuta (hoy, 5 de septiembre, es su fiesta)

Señor, renueva mi espíritu
y dibuja en mi rostro sonrisas de gozo
por la riqueza de tu bendición.
Que mis ojos sonrían diariamente
por el cuidado y compañerismo
de mi familia y de mi comunidad.
Que mi corazón sonría diariamente
por las alegrías y dolores que compartimos.
Que mi boca sonría diariamente
con la alegría y regocijo de tus trabajos.
Que mi rostro dé testimonio diariamente
de la alegría que tú me brindas.
Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor. Amén.

Amar hasta que duela


(Dos anécdotas contadas por la misma Madre Teresa de Calcuta en el discurso ante la ONU  el 26 de octubre de 1985)

Nunca se me olvida aquella pareja de jóvenes que, hace algún tiempo, vinieron a nuestra casa y me entregaron un montón de dinero.
Les pregunté:
- ¿De dónde habéis sacado tanto dinero?
Y me contestaron:
- Nos hemos casado hace dos días. Antes de casarnos, decidimos que no íbamos a comprar trajes de boda que no íbamos a tener un gran banquete y que le íbamos a dar ese dinero.
Y yo sé lo que, en nuestro país, en una familia hindú, significa eso, no tener trajes de boda, no tener celebración. Así que les volví a preguntar:
- Pero, ¿por qué? ¿Por qué habéis hecho esto?
Y me dijeron:
- Nos amamos tanto que queríamos compartir la alegría del amor con la gente a la que usted sirve.
¿Cómo experimentamos eso? Dando hasta que duela.

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Cuando iba a ir a Etiopía, los niños pequeños en Calcuta venían a mí. Habían oído que me iba allí. Y venían para preguntarles a las hermanas cuánto sufren los niños en Etiopía. Y venían y todos daban algo, cantidades muy, muy pequeñas de dinero. Y algunos, cualquier cosa que tuvieran, la daban.
Un niño pequeño se acercó a mí y me dijo:
- No tengo nada, no tengo dinero, no tengo nada. Pero tengo este trozo de chocolate. Dales esto, llévatelo y dáselo a los niños de Etiopía.
Aquel niño pequeño amaba con un amor grande, porque creo que era la primera vez que a sus manos había llegado un trozo de chocolate. Y lo dio. Lo dio con alegría de poder compartir, de poder quitar un poco del sufrimiento de alguien en la lejana Etiopía.
Esta es la alegría del amor: dar hasta que duela. A Jesús le dolió amarnos, porque murió en la Cruz, para enseñarnos a amar. Y este es el modo en que debemos amar también nosotros. Hasta que duela.

martes, 4 de septiembre de 2018

Elijo amar

Señor, que sepa elegir amar en lugar de odiar,
reír en lugar de llorar, crear en lugar de destruir,
perseverar en lugar de renunciar, dar en lugar de robar,
alabar en lugar de criticar, curar en lugar de herir,
actuar en lugar de aplazar, crecer en lugar de pararme,
bendecir en lugar de blasfemar, perdonar en lugar de reprobar,
vivir en lugar de morir.
Porque quiero tener amor en el corazón y no odios y resentimientos;
quiero tener felicidad y no amargura; quiero ser realizador y no destructor;
quiero ser fiel y no un desertor; quiero ser bendecidor y no un maldiciente.
Quiero ser un buen samaritano y no un fariseo;
quiero entregarme y quiero ser persona de bien.
Quiero unión contigo, mi Dios.
¡Quiero optar siempre por la verdadera plenitud! ¡Opto por la felicidad! Amén

Ser como el lápiz

El niño miraba al abuelo escribir una carta. En un momento dado le preguntó:
- ¿Abuelo, estás escribiendo una historia que nos pasó a los dos? ¿Es, por casualidad, una historia sobre mí?
El abuelo dejó de escribir, sonrió y le dijo al nieto:
- Estoy escribiendo sobre ti, es cierto. Sin embargo, más importante que las palabras, es el lápiz que estoy usando. Me gustaría que tú fueses como él cuando crezcas.
El nieto miró el lápiz intrigado, y no vio nada de especial en él, y preguntó:
- ¿Qué tiene de particular ese lápiz?
El abuelo le respondió:
- Todo depende del modo en que mires las cosas. Hay en él cinco cualidades que, si consigues mantenerlas, harán siempre de ti una persona en paz con el mundo.
Primera cualidad: Puedes hacer grandes cosas, pero no olvides nunca que existe una mano que guía tus pasos. Esta mano la llamamos Dios, y Él siempre te conducirá en dirección a su voluntad.
Segunda cualidad: De vez en cuando necesitas dejar lo que estás escribiendo y usar el sacapuntas. Eso hace que el lápiz sufra un poco, pero al final, estará más afilado. Por lo tanto, debes ser capaz de soportar algunos dolores, porque te harán mejor persona.
Tercera cualidad: El lápiz siempre permite que usemos una goma para borrar aquello que está mal. Entiende que corregir algo que hemos hecho no es necesariamente algo malo, sino algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
Cuarta cualidad: Lo que realmente importa en el lápiz no es la madera ni su forma exterior, sino el grafito que hay dentro. Por lo tanto, cuida siempre de lo que sucede en tu interior.
Quinta cualidad: Siempre deja una marca. De la misma manera, has de saber que todo lo que hagas en la vida, dejará trazos. Por eso intenta ser consciente de cada acción.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Perder para ganar

Así de claro y contundente nos lo dices, Señor Jesús.
De ahí que yo me pregunto ¿qué es ganar y qué es perder?
Me parece que todos, sin excepción, queremos ganar:
el deportista, el torero, el empresario,
el agricultor, el cura, el político...
todos queremos ganar;
bien es cierto que unos una cosa y otros otra.
Tú en cambio, Señor Jesús, nos dices que
lo que hay que hacer es perder, pero para ganar.
¿Cómo es posible?
No resulta fácil, Señor Jesús, asumir tu propuesta.
Pero si me fijo veo que buenos padres pierden su vida por sus hijos,
y buenos hijos pierden su vida por sus padres para que ellos tengan vida:
estén sanos, tengan cosas, puedan estudiar, estén bien...
por ellos hacen horas y horas de trabajo, por ellos se desviven para que ellos vivan.
Pero si observo veo que ellos, en el fondo,
lo que también pretenden es ganar,
ellos quieren ganar a sus hijos, o a sus padres,
ellos quieren que sus padres o sus hijos ganen.
Ellos buscan el bien de sus hijos.
Lo que sucede es que por ganar el bien de sus hijos o de sus padres
están dispuestos a perder.
Luego tu lógica es también la lógica
de todos los que de verdad aman,
es la lógica del Amor, es la lógica de Dios.

El lápiz, la goma y el sacapuntas

Había una vez un lápiz precioso que vivía en una librería muy bonita. Había allí también otros lápices. Todos deseaban ser vendidos y soñaban con el niño o la niña que sería su amo. Todos, menos nuestro lápiz que, aunque sea tan precioso, no quería ser vendido. Cada vez que entraba un comprador, el lápiz se escondía debajo de las gomas de borrar y los sacapuntas que también vivían en el escaparate.
Un día entró un niño iba con su padre. Pidió un lápiz y nuestro amigo intentó escabullirse, como siempre, pero el niño dijo:
 - Papa, quiero este lápiz.
- Ahora te lo doy, dijo la señora de la tienda.
Y el lápiz se vio cogido por el cuello y pensó. ¿Qué será de mí?
El niño lo puso en el estuche con la goma y el sacapuntas y se fue al colegio. Por el camino, el lápiz iba muy serio.
La goma se dio cuenta y le dijo:
- ¿Por qué estás tan serio?
- Es que no quiero estar aquí dentro. Estaba mucho más tranquilo en la tienda.
- Estarás bien, serás una gran ayuda para este niño; contigo escribirá y dibujará.
- ¡Qué cosas me dices! Si escribe y me utiliza, me gastaré. No tengo ninguna gana de cansarme y de gastarme.
El sacapuntas dijo:
- No pienses así. Eres un buen lápiz y tienes que ayudar, gastarte, siendo el que eres.
- Y cuando se me gaste la punta, ¿tú me la afilarás? Y cuando el niño escriba y se equivoque, tú goma, ¿me borrarás? A pesar de todo, ¡no quiero ser un buen lápiz! ¡Quiero volver a la tienda!
Hablando, hablando, llegaron al colegio. El niño sacó el lápiz del estuche y empezó a copiar lo que el profe de mates había escrito en la pizarra.
Sonó el timbre del recreo y el niño se fue a jugar al patio con sus amigos.
El lápiz se aburría. Muy pronto tendrían que afilarlo, pues se le acababa la punta.
- No pienses que voy a dejarme afilar, le dijo al sacapuntas, que le miraba.
- Tendrás que hacerlo. Si te gastas con amor te será más fácil estar contento. Quizás ése es el secreto de la felicidad.
La goma, que estaba muy atenta, dijo:
- Mira, yo también me gasto de tanto borra que borrarás... Pero lo hago con gusto porque sé que, gracias a mí, nuestro amigo puede terminar bien sus trabajos. Y me gasto. Pero me gusta hacerlo porque quiero mucho a nuestro amigo. No recibo nada a cambio, pero tengo bastante con verle feliz.
El lápiz estaba cada vez más aterrado.
El sacapuntas le dijo:
- Pensándolo bien, es bueno que te afile la punta. La letra de nuestro amigo será más fina.
El recreo se había terminado. Llegó el niño, cogió el sacapuntas con una mano y el lápiz con la otra y se fue hacia la papelera.
El lápiz pensó: Ha llegado mi hora.
La punta había salido perfecta y el niño volvió satisfecho a su sitio.
La goma preguntó al lápiz:
- ¿Te ha hecho mucho daño?
- Apenas me he dado cuenta. He pensado que así hago feliz a este niño, aunque cada día me haga más pequeño.
Aquel día el lápiz dio lo mejor de sí mismo al niño. Eso le hacía feliz.
También la goma de borrar se iba gastando.
Llegó un día en que se gastaron del todo. El sacapuntas, triste y alegre al mismo tiempo, oyó que el niño decía:
- ¡Han sido los mejores lápiz y goma que he tenido!

domingo, 2 de septiembre de 2018

Siembra ...

Siembra amor, y recogerás unión,
siembra unión, y recogerás paz,
siembra paz, y recogerás armonía,
siembra armonía, y recogerás ilusiones.
Siembra ilusiones, y recogerás vida,
siembra vida, y recogerás regalos,
siembra regalos, y recogerás alegría,
siembra alegría y recogerás fe.
Siembra fe, y recogerás esperanza,
siembra esperanza, y recogerás confianza,
siembra confianza, y recogerás unidad,
siembra unidad, y recogerás carácter.
Siembra carácter, y recogerás hábitos,
siembra hábitos, y recogerás destinos,
siembra destinos, y recogerás felicidad,
siembra felicidad, y recogerás éxito.
Y con ese éxito, crecerá tu sueño,
con ese sueño, crecerá tu realidad,
con esa realidad, crecerá tu verdad,
y esa verdad, te llevará a Dios.

Las dos maletas y el corazón

En cierta ocasión descendió San Pedro a un pueblo en el que vivían dos ciudadanos totalmente diferentes: uno excesivamente centrado en sí mismo y en acaparar riquezas y en cambio, el otro, con un corazón generoso que no le cabía en el pecho.
San Pedro se acercó al rico y le dijo:
- “Mira; mañana el Señor te va a llamar a su presencia. Puedes recoger aquello que creas conveniente pero, recuerda, que aquello que agarres con tus manos quedará pegado a ti sin posibilidad de marcha atrás”.
El hombre hacendado, sin dudarlo un instante, subió a la galería de su casa y haciéndose con dos grandes maletas metió en ellas todo el dinero, joyas, oro y demás riquezas que había acumulado.
Igualmente, el bueno de San Pedro, fue al domicilio del lugareño humilde y le hizo el mismo anuncio:
- “Mañana, Dios, quiere llamarte a la eternidad y te da la posibilidad de llevarte de este mundo aquello que más quieres. Una vez que estés arriba no podrás apartar tus manos de aquello que aquí y ahora elijas.”.
El hombre humilde, cerrando los ojos, unió sus manos y envuelto en lágrimas las llevó suavemente a su corazón.
Al día siguiente cuando San Pedro llamó al rico, éste quiso entrar el Reino de los Cielos pero, al intentar cruzar el umbral de sus puertas las inmensas maletas de riquezas que llevaba en sus manos se lo impedía. Quiso desprenderse de ellas pero, por muchos esfuerzos que hizo, no lo consiguió y quedó para siempre fuera del cielo e inmerso en la profunda tristeza y llanto del infierno.
En cambio, el hombre que llevó sus manos al corazón, al cruzar la puerta del cielo se fijó en un cartel en el dintel de la puerta que rezaba lo siguiente: “Aquí sólo entra quien mucho amó”.