sábado, 24 de agosto de 2024

Ven y verás

Señor Jesús, ser cristiano no es una teoría, es una experiencia.
Es un encuentro contigo. Es acoger el Amor del Padre.
Es dejarse llevar por el Espíritu. Es vivir como hermanos.
Es seguir el camino de la entrega. Es dejarme llevar por Ti.
Es abrazar la cruz del amor. Es gozar ya de la resurrección.
Por eso, Tú no teorizas. Tú invitas: “Ven y verás”.
Verás que el amor de Dios te llene.
Verás que el Espíritu te impulsa.
Verás que es posible apoyarse en la debilidad de los hermanos.
Verás que sólo tiene vida quien la entrega.
Verás que sólo es libre quien busca la verdad,
quien obedece a Dios y a su corazón.
Verás que la cruz es camino de felicidad,
porque es camino de amor.
Verás como tus alegrías se multiplican.

Moviendo montañas

               Jim Stovall, en "Sopa de Pollo para el Alma de la Madre".

Había dos tribus guerreras en los Andes, una que vivía en el valle y otra en lo más alto de las montañas. Un día los habitantes de las montañas invadieron las tierras del valle y, como parte del saqueo, raptaron a un bebé de una de las familias del valle.
Los habitantes del valle no sabían cómo subir a la cima de la montaña. No conocían los senderos que utilizan los habitantes de ese lugar, ni sabían dónde encontrarlos o como perseguirlos en el escarpado terreno. Aun así, enviaron a sus mejores guerreros a escalar la montaña y traer al bebé de vuelta.
Los hombres ensayaron un método de escalar y luego otro. Probaron una senda y luego otra. Sin embargo, después de varios días de esfuerzos solo habían conseguido avanzar unos pocos metros.
Desesperanzados e impotentes, los hombres del valle decidieron que su causa estaba perdida y se prepararon para regresar a su aldea.
Mientras recogían su equipo para descender, vieron a la madre del bebé que bajaba de la montaña y llevaba a su bebé a la espalda. ¿Cómo era posible?
Uno de los hombres saludo y le dijo: “Cómo pudiste escalar esta montaña si nosotros, los hombres más fuertes y capaces de la aldea no lo conseguimos?”
Se encogió de hombros y respondió: “Es que el bebé no era tuyo”

martes, 20 de agosto de 2024

A la Virgen Santísima

          San Bernardo
San Bernardo, cuya fiesta hoy celebramos, fue muy devoto de la Virgen María. De él salieron las últimas palabras que finalizan la Salve, Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.


Si se levantan las tempestades de tus pasiones,
mira a la Estrella, invoca a María.
Si la sensualidad de tus sentidos
quiere hundir la barca de tu espíritu,
levanta los ojos de la fe,
mira a la Estrella, invoca a María.
Si el recuerdo de tus muchos pecados
quiere lanzarte al abismo de la desesperación,
lánzale una mirada a la Estrella del cielo
y rézale a la Madre de Dios.
Siguiéndola, no te perderás en el camino.
Invocándola no te desesperarás.
Y guiado por Ella
llegarás seguro al Puerto Celestial.

        Recopilación de Daniel Colombo

Cierta noche tres amigos ascendían por la pendiente del monte Sinaí, esperando llegar a la cima antes del anochecer. Estaban ansiosos por respirar el mismo aire donde, siglos atrás, habían resonado las voces de Dios y de Moisés.
— Hagamos un alto para reponer fuerzas -propuso el de más edad, al llegar a una planicie del monte.
Encendieron un fuego, repartieron pan y queso de cabra, y llenaron sus copas con vino de Grecia.
— Amigos míos –dijo el más joven-. ¿Sabéis, cómo me imagino el paraíso? Como un lugar con mujeres bellas, banquetes deliciosos y siestas profundas sin sobresaltos.
Al oír esto, el otro joven se entusiasmó y exclamó:
— Para mí, el paraíso es un lugar con una eterna primavera, ríos de agua cristalina y aldeas tranquilas, donde habitan los grandes hombres de la historia, con quienes se puede hablar y compartir la sabiduría, cada vez que a uno le plazca.
Luego le preguntaron al mayor, que había escuchado sonriente y en silencio el relato de sus compañeros de aventura, ¿cómo imaginaba el paraíso?
Con inmensa paz espiritual respondió:
— Yo me lo imagino como una planicie del monte Sinaí, donde tres buenos amigos se detienen, se sientan alrededor del fuego, saborean el pan y el queso, beben vino griego y hablan del Paraíso a la luz de las estrellas.

lunes, 19 de agosto de 2024

La belleza del amor verdadero

Érase una vez una chica con sobrepeso que enamoró perdidamente a un muchacho atlético y atractivo. En la intimidad de sus hogares y en escapadas furtivas, se entregaban a una pasión desenfrenada.

Sin embargo, durante un año entero, él nunca la llevó a pasear al parque, a una cena romántica o siquiera al cine.
Ella sufría al escucharlo negarla frente a sus amigos, pero cedía ante sus dulces palabras de amor, sus caricias y sus besos que acallaban sus lágrimas y reclamos.
Hasta que un día, cansada de la situación, la chica decidió poner fin a la relación y se marchó sin mirar atrás. Durante seis angustiosos meses, ambos ahogaban su dolor en lágrimas nocturnas y buscaban consuelo en otros brazos, pero nada lograba llenar el vacío en sus corazones.
Desesperado, el chico reunió a sus amigos y les confesó su profundo amor por ella, una mujer excepcional aunque imperfecta a los ojos de los demás.
Para su sorpresa, ellos le aconsejaron que ignorara las opiniones ajenas y luchara por su amor. Sin perder un segundo, condujo hasta la casa donde vívía su amada, pero al tocar la puerta se encontró con una mujer transformada: esbelta, arreglada, más hermosa que nunca. Entre lágrimas, se arrodilló implorando su perdón.
Pero ella, con serenidad, le explicó: «Mientras me alejé creyendo no ser suficiente para ti, encontré a alguien que, en lugar de criticarme, me enseñó a cuidar de mí misma y me apoyó incondicionalmente en mi cambio.
Ahora tengo a mi lado un hombre íntegro que supo ver lo mejor de mí. Te deseo lo mejor.» Y con esas palabras, cerró la puerta, dejándolo sumido en el mismo sufrimiento que ella padeció por tanto tiempo.

domingo, 18 de agosto de 2024

Hablar desde el corazón

Había una vez, un hombre muy sabio que preguntó a sus discípulos:
— ¿Sabéis por qué las personas se gritan cuando están enfadadas?
Los discípulos se quedaron pensando un momento y empezaron a responder:
— Porque pierden la calma y se ponen a gritar -dijo uno.
— Así es, nos alteramos y elevamos la voz -respondía otro.
— Ya, pero ¿por qué gritar o elevar la voz si la persona a la que nos dirigimos la tenemos a nuestro lado? -volvió a preguntar el maestro.
Sus discípulos siguieron dando respuestas, pero ninguna satisfacía al maestro, pues todas intentaban justificar el acto de gritar debido a los nervios, al enfado, la ira…
— No me estáis dando una justificación para que dos personas se griten cuando se enojan. Sólo decís que esos gritos están provocados por el enfado, por la rabia que sienten. Pero ¿sabéis por qué ocurre eso?
Los discípulos, al no encontrar una respuesta a esa pregunta, esperaron la explicación de su maestro.
— Cuando dos personas se enfadan, sus corazones se alejan mucho y para cubrir esa distancia, tienen que elevar la voz. Pero, conforme elevan sus voces, más se enfadan y sus corazones más se alejan. Así que cada vez tienen que gritar más y más, porque la distancia que separa sus corazones es cada vez mayor.
Los discípulos escucharon esa respuesta y asintieron, dándose cuenta de que el maestro tenía razón.
— Y ahora, respondedme a esta pregunta: ¿cómo se hablan los enamorados?
—Con susurros -decía uno.
— A veces al oído -decía otro.
— Algunos incluso se hablan sin decir nada, sólo con la mirada -respondió otro.
— Exacto -dijo el maestro-: Y eso ocurre porque sus corazones están muy juntos. Y cuanto más enamoradas están dos personas, más juntos están sus corazones. Por eso, se hablan con mimo, con dulzura, en susurros y a veces, no necesitan ni siquiera hablarse porque con la mirada lo dicen todo. Porque entre sus corazones no hay distancia.
Por eso, cuando te enfades con una persona, evita gritarle y decirle malas palabras, porque vuestros corazones se alejarán y podrían llegar a perderse en la distancia.