sábado, 22 de abril de 2023

Llamarte madre, María

Madre, a ti te llamamos
cuando la noche llega a la habitación de nuestra vida.
Te llamamos vida y dulzura, esperanza nuestra.
Te llamamos en nuestra peregrinación cotidiana.
Te llamamos siempre madre, madre de todos los hombres,
acogedora de todos los dramas, ternura de los pasos cansados.
Tú, madre, eres tan sencilla, tan mujer,
tan pobre, tan nuestra, tan “de aquí”.
Madre, enséñame a ser como tú:
presencia y cercanía para los que lloran,
empuje y ánimo para los que lo pasan mal.
Tú que eres tan madre,
dame tus entrañas maternas ante toda la miseria humana.
Tú que viviste en Nazaret, anima mis días grises,
enséñame a querer desde la monotonía de todos los días.
Enséñame, madre, la aventura de seguir a Jesús,
el valor de la entrega y la donación
en las mil y una circunstancias de la vida.

Fábula: el águila y el escarabajo

        Esopo

Estaba una Liebre siendo perseguida por un Águila y viéndose sin escapatoria, pidió ayuda a un Escarabajo suplicándole que le salvara. El Escarabajo, detuvo al Águila y le pidió que perdonara a su amiga Liebre, sin embargo, el Águila, despreció al Escarabajo, ignoró su súplica y devoró a la Liebre en su presencia.
Desde ese entonces, el Escarabajo buscó vengarse de la cruel Águila, y para eso, observó los lugares donde esta ponía sus huevos. Al encontrar por fin su nido, lanzó sus huevos sin pensarlo hacia la tierra, rompiéndose en el acto. El Águila, se vio perseguida a donde quiera que fuera por el Escarabajo. Por último, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para criar a sus futuros pequeños.
Zeus, ofreció al Águila que ponga sus huevos en su regazo, sin embargo, el Escarabajo viendo la táctica escapatoria del Águila, hizo una bolita de barro, voló hacia Zeus, y la dejó caer sobre el regazo. Zeus se levantó para sacudirse aquella suciedad, y sin darse cuenta, tiró los huevos del Águila hacia el piso.
Por eso, las Águilas no ponen huevos en la época en que los Escarabajos salen a volar.

Moraleja: Nunca desprecies lo que parece insignificante, pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte.

martes, 18 de abril de 2023

Himno a mediodía

Te está cantando el martillo, y rueda en tu honor la rueda.
Puede que la luz no pueda librar del humo su brillo.
¡Qué sudoroso y sencillo te pones a mediodía,
Dios de esta dura porfía de estar sin pausa creando,
y verte necesitando del hombre más cada día!
Quien diga que Dios ha muerto que salga a la luz y vea
si el mundo es o no tarea de un Dios que sigue despierto.
Ya no es su sitio el desierto ni en la montaña se esconde;
decid, si preguntan dónde, que Dios está -sin mortaja-
en donde un hombre trabaja y un corazón le responde. Amén.

El águila y la tortuga

               Adaptación de la fábula de Samaniego.

Érase una vez una tortuga que vivía muy cerca de donde un águila tenía su nido.
Cada mañana observaba a la reina de las aves y se moría de envidia al verla volar.
– ¡Qué suerte tiene el águila! Mientras yo me desplazo por tierra y tardo horas en llegar a cualquier lugar, ella puede ir de un sitio a otro en cuestión de segundos ¡Cuánto me gustaría tener sus magníficas alas!
El águila, desde arriba, se daba cuenta de que una tortuga siempre la seguía con la mirada, así que un día se posó a su lado.
– ¡Hola, amiga tortuga! Todos los días te quedas contemplando lo que hago ¿Puedes explicarme a qué se debe tanto interés?
– Perdona, espero no haberte parecido indiscreta… Es tan sólo que me encanta verte volar ¡Ay, ojalá yo fuera como tú!
El águila la miró con dulzura e intentó animarla.
– Bueno, es cierto que yo puedo volar, pero tú tienes otras ventajas; ese caparazón, por ejemplo, te protege de los enemigos mientras que yo voy a cuerpo descubierto.
La tortuga respondió con poco convencimiento.
– Si tú lo dices… Verás, no es que me queje de mi caparazón, pero no se puede comparar con volar ¡Tiene que ser alucinante contemplar el paisaje desde el cielo, subir hasta las nubes, sentir el aire fresco y escuchar el sonido del viento justo antes de las tormentas!
La tortuga tenía los ojos cerrados mientras imaginaba todos esos placeres, pero de repente los abrió y en su cara se dibujó una enorme sonrisa ¡Ya sabía cómo cumplir su gran sueño!
– Escucha, amiga águila ¡se me ocurre una idea! ¿Qué te parece si me enseñas a volar?
El águila no daba crédito a lo que estaba escuchando.
– ¿Estás de broma?
– ¡Claro que no! ¡Estoy hablando en serio! Eres el ave más respetada del cielo y no hay vuelo más elegante que el tuyo ¡Sin duda eres la profesora perfecta para mí!
El águila no hacía más que negar con la cabeza mientras escuchaba los desvaríos de la tortuga ¡Pensaba que estaba completamente loca!
– A ver, amiga, déjate de tonterías… ¿Cómo voy a enseñarte a volar? ¡Tú nunca podrás conseguirlo! ¿Acaso no lo entiendes?… ¡La naturaleza no te ha regalado dos alas y tienes que aceptarlo!
La testaruda tortuga se puso tan triste que de sus ojos redondos como lentejitas brotaron unas lágrimas que dejaban ver que su sufrimiento era verdadero. Con la voz rota de pena continuó suplicando al águila que la ayudara.
– ¡Por favor, hazlo por mí! No quiero dejar este mundo sin haberlo intentado. No tengo alas, pero estoy segura de que al menos podré planear como un avión de papel ¡Por favor…!
El águila ya no podía hacer nada más por convencerla. Sabía que la tortuga era una insensata pero se lo pedía con tantas ganas que al final, cedió.
– ¡Está bien, no insistas más que me vas a desquiciar! Te ayudaré a subir, pero tú serás la única responsable de lo que te pase ¿Te queda claro?
– ¡Muy claro! ¡Gracias, gracias, amiga mía!
El águila abrió sus grandes y potentes garras y la enganchó por el caparazón. Nada más remontar el vuelo, la tortuga se volvió loca de felicidad.
– ¡Sube!… ¡Sube más que esto es muy divertido!
El águila ascendió más alto, muy por encima de las copas de los árboles y dejando tras de sí los picos de las montañas. ¡La tortuga estaba disfrutando como nunca! Cuando se vio lo suficientemente arriba, le gritó:
– ¡Ya puedes soltarme! ¡Quiero planear surcando la brisa!
El águila no quiso saber nada, pero le obedeció.
– ¡Allá tú! ¡Que la suerte te acompañe!
Abrió las garras y, como era de esperar, la tortuga cayó imparable a toda velocidad contra el suelo ¡El tortazo fue mayúsculo!
– ¡Ay, qué dolor! ¡Ay, qué dolor! No puedo ni moverme…
El águila bajó en picado y comprobó el estado lamentable de su amiga. El caparazón estaba lleno de grietas, tenía las cuatro patitas rotas y su cara ya no era verde, sino morada. Había sobrevivido de milagro pero tardaría meses en recuperarse de las heridas.
El águila la incorporó y se puso muy seria con ella.
– ¡Traté de avisarte del peligro y no me hiciste caso, así que aquí tienes el resultado de tu estúpida idea!
La tortuga, muy dolorida, admitió su error.
– ¡Ay, ay, tienes razón, amiga mía! Me dejé llevar por la absurda ilusión de que las tortugas también podíamos volar y me equivoqué. Lamento no haberte escuchado.
Así fue cómo la tortuga comprendió que era tortuga y no ave, y que como todos los seres vivos, tenía sus propias limitaciones. Al menos el porrazo le sirvió de escarmiento y, a partir de ese día, aprendió a escuchar los buenos consejos de sus amigos cada vez que se le pasaba por la cabeza cometer alguna nueva locura.

Moraleja: La tortuga despreció la advertencia de su prudente amiga y las consecuencias fueron desastrosas. Esta fábula nos enseña que en la vida, antes de actuar, debemos valorar los consejos de la gente buena y sensata que nos quiere.


domingo, 16 de abril de 2023

La fe que me pides

             José María R. Olaizola, sj

Yo, también, como Tomás, pido aclaraciones,
quiero tocar para creer,
me resisto a lanzarme más allá de lo seguro.
Entiéndeme, querría no dudar.
Pero a veces dudo, vacilo, pregunto,
regateo para conseguir más certezas
y menos brumas.
Tú te plantas en medio,
me enseñas las heridas infligidas en tu mundo,
en tus hijos, en esta creación atormentada.
Me muestras los destellos de la resurrección
en los golpes que empiezan a sanar.
El corazón comienza a vibrar.
Tú me dices que crea.
Dame Tú, Señor, la fe que me pides.

Aprender a enseñar

Una vez un niño fue a la escuela, una mañana, la maestra dijo:
- "Hoy vamos a hacer un dibujo".
¡Bien!, pensó el niño. Le gustaba hacer de todo; leones y tigres, gallinas y vacas, trenes y barcos; y sacó su caja de lápices de colores y comenzó a dibujar. Pero la maestra dijo:
- "¡Espera!" ¡No es hora de empezar!
Y esperó hasta que todos parecían estar listos.
- "Ahora", dijo la maestra, vamos a hacer flores.
¡Bien!, pensó el niño. Le gustaba hacerlas bonitas con sus lápices de colores rosa, naranja y azul. Pero la maestra dijo:
- "¡Espera!", te enseñaré cómo. Y era rojo, con un tallo verde. Ya está, dijo la maestra, ahora puedes empezar.
El niño miró la flor de su maestra luego miró su propia flor. Le gustaba más su flor que la de la maestra pero no lo dijo. Se limitó a dar la vuelta a su papel, e hizo una flor como la de la maestra. Era roja, con un tallo verde.
Otro día la maestra dijo:
- "Hoy vamos a hacer algo con arcilla".
¡Bien!, pensó el niño. Le gustaba la arcilla. Podía hacer todo tipo de cosas con arcilla: Serpientes y muñecos de nieve, elefantes y ratones, coches y camiones. Y empezó a tirar y pellizcar su bola de arcilla. Pero la maestra dijo:
- "¡Espera!" ¡No es hora de empezar!
Y esperó hasta que todos parecían estar listos.
- "Ahora", dijo la maestra, vamos a hacer un plato.
¡Bien!, pensó el niño. Le gustaba hacer platos. Y empezó a hacer algunos de todas las formas y tamaños. Pero la maestra dijo:
- "¡Espera!" Y te enseñaré cómo".
Y les mostró a todos cómo hacer un plato hondo.
- "Ya está" - dijo la maestra, Ahora podéis empezar".
El niño miró el plato de la maestra; luego miró el suyo. Le gustaba más el suyo que el de la maestra pero no lo dijo. Se limitó a enrollar su arcilla en una gran bola de nuevo e hizo un plato como el de la maestra, era un plato hondo.
Y muy pronto el niño aprendió a esperar, y a observar y a hacer las cosas como la maestra y muy pronto no hizo más cosas por su cuenta.
Entonces sucedió que el niño y su familia se mudaron a otra casa, en otra ciudad, y el niño pequeño tuvo que ir a otra escuela.
La maestra dijo:
- "Hoy vamos a hacer un dibujo".
¡Bien!, pensó el niño. Y esperó a que la maestra que le dijera lo que tenía que hacer. Pero la maestra no dijo nada. Se limitó a pasearse por el aula.
Cuando se acercó al niño le preguntó:
- "¿No quieres hacer un dibujo?"
- "Sí", dijo el niño.
- "¿Qué vamos a hacer?"
- "No lo sé, hasta que lo hagas"-dijo la maestra.
- "¿Cómo lo hago?" -preguntó el niño.
- "Pues como tú quieras" -dijo la maestra.
- "¿Y de cualquier color?", preguntó el niño.
- "Cualquier color", dijo la maestra.
Y empezó a hacer una flor roja con un tallo verde.