sábado, 14 de abril de 2018

Ave María

¡Dios te salve, María! Te saludamos con el Angel:
Llena de gracia. El Señor está contigo.
Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¡Feliz porque has creído a las promesas divinas!
Te saludamos con las palabras del Evangelio:
Feliz porque has escuchado la Palabra de Dios y la has cumplido.
¡Tú eres la llena de gracia!
Te alabamos, Hija predilecta del Padre.
Te bendecimos, Madre del Verbo divino.
Te veneramos, Sagrario del Espíritu Santo.
Te invocamos; Madre y Modelo de toda la Iglesia.
Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.
¡El Señor está contigo!
Tú eres la Virgen de la Anunciación, el Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación.
Tú eres la Hija de Sión y el Arca de la nueva Alianza en el misterio de la visitación.
Tú eres la Madre de Jesús, nacido en Belén,
la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo,
lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y del milagro de Caná.
Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección.
Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.

Fábula de la Sopa de Piedra

 Cierto día, llegó a un pueblo un hombre que fue pidiendo por las casas para comer, pero la gente le decía que no tenían nada para darle. Al ver que no conseguía su objetivo, cambió de estrategia. Llamó a la casa de una mujer para que le diese algo de comer.
– Buenas tardes, Señora. ¿Me da algo para comer, por favor?
– Lo siento, pero en este momento no tengo nada en casa, dijo ella.
– No se preocupe –dijo amablemente el extraño-, tengo una piedra en mi mochila con la que podría hacer una sopa. Si Ud. me permitiera ponerla en una olla de agua hirviendo, yo haría la mejor sopa del mundo.
– ¿Con una piedra va a hacer Ud. una sopa? ¡Me está tomando el pelo!
 – En absoluto, Señora, se lo prometo. Deme un puchero muy grande, por favor, y se lo demostraré
La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza. El extraño preparó el fuego y colocaron la olla con agua. Cuando el agua empezó a hervir ya estaba todo el vecindario en torno a aquel extraño que, tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada exclamando:
– ¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas patatas.
Una mujer se ofreció de inmediato para traerlas de su casa. El hombre probó de nuevo la sopa, que ya sabía mucho mejor, pero echó en falta un poco de carne.
Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras y sal. Por fin pidió:
- “¡Platos para todo el mundo!”.
La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas, otros trajeron bebidas. Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su comida.
Y aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.”

viernes, 13 de abril de 2018

Bendita eres, María

Bendita...
porque creíste en la Palabra del Señor,
porque esperaste en sus promesas,
porque fuiste perfecta en el amor.
Bendita por tu caridad premurosa con Isabel,
por tu bondad materna en Belén,
por tu fortaleza en la persecución,
por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,
por tu vida sencilla en Nazaret,
por tu intercesión en Cana,
por tu presencia maternal junto a la cruz,
por tu fidelidad en la espera de la resurrección,
por tu oración asidua en Pentecostés.
Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos,
por tu maternal protección sobre la Iglesia,
por tu constante intercesión por toda la humanidad.

Tu mayor tesoro

Cuentan que una vez un hombre caminaba por la playa en una noche de luna llena, mientras pensaba en su vida y reflexionaba…
" Si tuviera un coche nuevo, sería feliz"
" Si tuviera una casa grande, sería feliz"
" Si tuviera un buen trabajo, sería feliz"
" Si tuviera una pareja perfecta, sería feliz"
En ese momento, tropezó con una bolsita llena de piedras y empezó a tirarlas una por una al mar cada vez que decía: "Sería feliz si tuviera..."
Así continuó pensando en todo lo que no tenía y que, por lo tanto, impedía su felicidad. De pronto se dio cuenta de que solo le quedaba una piedrita en la bolsa y la guardó.
Al llegar a su casa y vaciarse los bolsillos vio que aquella piedrita, era un diamante muy valioso.
¿Te imaginas cuantos diamantes arrojó al mar sin apreciarlos?

Cuántos de nosotros pasamos arrojando nuestros preciosos tesoros, por estar esperando lo que creemos perfecto, o soñando y deseando lo que no tenemos, sin darle valor a lo que tenemos cerca.
Mira a tu alrededor y si te detienes a observar, te darás cuenta cuan afortunado eres, muy cerca de ti está tu felicidad y no le has dado la oportunidad de demostrarlo.
Cada día es un diamante precioso, valioso e irremplazable. Depende de ti aprovecharlo o lanzarlo al mar del olvido para nunca más poderlo recuperar.

miércoles, 11 de abril de 2018

A la Divina Misericordia

Oh Dios, cuya Misericordia es infinita
y cuyos tesoros de compasión no tienen límites,
míranos con Tu favor
y aumenta Tu Misericordia dentro de nosotros,
para que en nuestras grandes ansiedades no desesperemos,
sino que siempre, con gran confianza,
nos conformemos con Tu Santa Voluntad,
la cual es idéntica con Tu Misericordia,
por Nuestro Señor Jesucristo, Rey de Misericordia,
quien contigo y el Espíritu Santo
manifiesta Misericordia hacia nosotros por siempre. Amén.

Las campanas del templo

El templo había estado sobre una isla, dos kilómetros mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió cientos de kilómetros, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención.
Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas jornadas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tumbó en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y alegría.

lunes, 9 de abril de 2018

¿Qué pascua podemos vivir?

¿Qué pascua podemos vivir... Si cientos de nuestros hermanos
tienen hambre, pasan frío, tienen miedo?
Señor, con tu fuerza, ayúdanos a transformar la realidad.
¿Qué pascua podemos vivir si el Viernes Santo se eterniza
y el domingo es borrado de la vida de tantas personas?
Señor, con tu fuerza, ayúdanos a transformar la realidad
¿Qué aleluya podemos entonar ante los ojos huraños de los niños sucios,
frente a los ancianos agotados de trabajar y sufrir,
ante los hombres separados de los suyos y que ya no verán nunca más?
Señor, con tu fuerza, ayúdanos a transformar la realidad
¿Qué hosanna podremos proferir ante cada población "limpiada",
ante esas inmensas columnas de deportados?
Señor, con tu fuerza, ayúdanos a transformar la realidad
¿Qué gloria podremos cantar en cada misil que equivoca su blanco,
en cada edificio que se desmorona, en cada barrio que es incendiado
que representa el trabajo de toda una vida?
Señor, con tu fuerza, ayúdanos a transformar la realidad
Señor, somos conscientes de la urgencia de inventar soluciones,
de encontrar refugios, de crear un ejército humanitario que no mate,
sino que socorra, que proteja, en la esperanza aferrada a tu misericordia,
a la espera incondicional de tu gracia, a tu perdón ...
Señor, con tu fuerza, ayúdanos a transformar la realidad

Lógica del borracho

       Jorge Bucay 

Un tipo llega a un bar, se sienta en la barra y pide cinco vasos de güisqui.
- ¿A la vez? -pregunta el camarero.
- Sí, los cinco, contesta el cliente, solos y sin hielo.
- El camarero le sirve y el cliente se los bebe uno detrás de otro
- Camarero, dice, ahora sírvame cuatro vasos de güisqui, sin hielo.
Mientras el hombre le sirve, empieza a ver en el cliente una sonrisa estúpida. Después de beberse seguidos los cuatro vasos, trata de sostenerse y mientras se apoya en la barra exclama:
- ¡Muchacho! Tráeme tres vasos más de güisqui. Se ríe un poco y añade: Sin hielo.
El camarero obedece y el cliente se los vuelve a beber rápidamente.
Ahora no sólo la sonrisa es estúpida, la mirada también.
- ¡Amigo!, dice ahora en voz muy alta, ponme dos vasos de lo mismo.
Se los bebe y grita dirigiéndose una vez más al camarero:
- ¡Hermano! Tú eres como un hermano para mí.
Ríe a carcajadas y añade:
- Sírveme una copa más de güisqui, sin hielo. Pero sólo una ¿ehhhh?... ssssssolamente una...
El del bar se la sirve.
El tipo se bebe la solitaria copa de un trago y, debido a un mareo irresistible, cae al suelo totalmente borracho.
Desde el suelo le dice al camarero:
- Mi médico no me quiere creer, pero tú eres testigo. ¡Cuanto menos bebo, peor me sienta!

domingo, 8 de abril de 2018

Quiero verte, Señor

Nunca te he visto, Señor, con mis ojos,
pero te has hecho presente en mi vida
y me has dado el don de la fe
por medio del cual he podido reconocerte.
No he conocido el timbre de tu voz,
pero el tono de tus palabras
deja en mi un gusto inconfundible de paz y luz,
de ganas de entregarme
tal como tú lo hiciste y lo haces.
No he tocado tus heridas con el dedo,
pero me he sentido tantas veces curado
por tu mirada y tu palabra que sé
que tus cicatrices tienen mucho que ver conmigo.
Por esto ya no me asusto (o procuro no asustarme)
cuando siento que me envías,
como el Padre te ha enviado.
Sé que creer en ti y seguirte
es el camino que conduce a la vida.

El palacio de santo Tomás

Cuenta una hermosa leyenda que santo Tomás fue a predicar el evangelio a la India. Y un rey le dio dinero para que le edificara un palacio. Pero Tomás distribuía el dinero entre los pobres y les anunciaba la muerte y resurrección de Jesús. Y muchos se hicieron cristianos.
"¿Cómo va mi palacio?", le preguntaba el rey. "Va muy bien" y el rey le daba más dinero. Al cabo de un tiempo, la ciudad toda era ya cristiana.
Un día el rey le dijo a Tomás: "¿Cuándo podré ver mi palacio?" "Majestad, pronto lo verá terminado", le contestó.
"¿Por qué no puedo verlo hoy? Llévame a verlo ahora mismo", le dijo el rey.
Tomás paseó al rey por la ciudad y le señalaba a la gente y le explicaba cómo sus vidas habían cambiado para bien.
¿Dónde está mi palacio?, preguntaba el rey.
"Está a su alrededor y es un hermoso palacio. Qué pena que no pueda verlo. Espero pueda verlo un día", le decía Tomás.
"¿Qué has hecho con mi dinero, ladrón?"
"Majestad, tu palacio está hecho de personas, tu palacio es tu gente. Ya no son pobres y ahora creen en Jesús. Tu gente son las torres de tu palacio. Dios vive en ellos. Tu palacio es un magnífico palacio."
Tomás fue encarcelado. Pero el rey vio poco a poco el cambio de la gente y cómo por el poder de la resurrección de Jesús, éste vivía en el corazón de las gentes. El último en convertirse fue el rey y éste liberó a Tomás. Y su palacio no fue una obra de piedras sino de corazones vivos y creyentes.