sábado, 15 de septiembre de 2018

A la Virgen de los Dolores

Junto a la cruz de su Hijo la Madre llorando se ve,
el dolor la ha crucificado, el amor la tiene en pie.
Quédate de pie, de pie junto a Jesús,
que tu Hijo sigue en la cruz.
Cruz del lecho de los enfermos, de los niños sin un hogar,
cruz del extranjero en su patria, del que sufre en soledad.
Cruz de la injusticia y miseria de los marginados de hoy;
cruz de tantas falsas promesas y de la desesperación.
Cruz del abandono de amigos, del olvido y de la traición;
cruz de la amenaza y del miedo, la tortura y la prisión.
Cruz de los que sin esperanza sufren sin saber para qué;
cruz de los enfermos del alma, de los que perdieron la fe.
Dios de infinita misericordia y bondad,
que nos diste a María como Madre y Modelo de cristiano,
acrecienta nuestra fe, fortalece nuestra esperanza
y enciende nuestra caridad, de tal modo que seamos
signo del gran amor que tienes para con todos.
Tú conoces mejor que nadie nuestros sufrimientos y dolores,
te pedimos que si es tu voluntad nos libres de ellos.
Pero, sobre todo, queremos pedirte que ni ellos,
ni nada, ni nadie puedan separarnos jamás de tu amor,
ni quitarnos las ganas de vivir.

La garrafa de agua

Un amigo mío trabajaba en una farmacia mientras estudiaba en la Universidad.
Su trabajo consistía en hacer entregas en algunos hogares de ancianos en la zona alta de la ciudad. Una tarea añadida era un breve viaje a una puerta vecina.
Cada cuatro días se echaba al hombro una garrafa de agua y la llevaba más o menos cincuenta metros a un edificio detrás de la farmacia.
La clienta era una anciana de unos setenta años que vivía sola en una habitación oscura, con escasos muebles y falta de aseo. Del techo de cielo raso colgaba una bombilla. El empapelado estaba manchado y roto. Las cortinas cerradas, y la habitación se veía sombría.
Steve dejaba el agua, recibía el pago, daba gracias a la señora y salía. Con el transcurso del tiempo comenzó a sentirse extrañado por esa compra. Supo que la mujer no tenía otra fuente de agua. Dependía de su entrega para lavar, bañarse y beber durante cuatro días. Extraña elección.
El agua municipal era más barata. La ciudad le hubiera facturado de doce a quince dólares mensuales; sin embargo, su pedido en la farmacia alcanzaba cincuenta dólares al mes. ¿Por qué no eligió el aprovisionamiento más barato?
La respuesta estaba en la entrega. Sí, el agua municipal costaba menos y venía directamente por las cañerías, pero la anciana no veía a una persona. Ella prefería pagar más y ver, saludar y hablar unos instantes con una persona que pagar menos y no ver a nadie.
¿Cómo puede alguien estar tan solo?

viernes, 14 de septiembre de 2018

La Exaltación de la Santa Cruz

           Himno de Laudes

Brille la cruz del Verbo luminosa,
brille como la carne sacratísima
de aquel Jesús nacido de la Virgen
que en la gloria del Padre vive y brilla.
¡Salve cruz de los montes y caminos,
junto al enfermo suave medicina,
regio trono de Cristo en las familias,
cruz de nuestra fe, salve, cruz bendita!
Reine el señor crucificado,
Levantando la cruz donde moría;
Nuestros enfermos ojos buscan luz,
Nuestros labios, el río de la vida.
Te adoramos, oh cruz que fabricamos,
Pecadores, con manos deicidas;
Te adoramos, ornato del Señor,
Sacramento de nuestra eterna dicha. Amén

Adorar al verdadero Dios

El maestro preguntó al discípulo: ¿Por qué no adoras a los ídolos?
El discípulo respondió: Porque el fuego los quema.
– Entonces adora al fuego.
– En todo caso adoraría al agua, capaz de apagar al fuego.
– Adora entonces al agua.
– En todo caso adoraría las nubes, capaces de apagar el fuego.
– Adora las nubes.
– No, porque el viento es más fuerte que ellas.
– Entonces adora el viento que sopla.
– Si debiera adorar al viento, adoraría al hombre que tiene poder de soplar.
– Adora entonces al hombre.
– No, porque muere.
– Adora la muerte.
– Lo único digno de adorarse es el Dueño de la vida y de la muerte.
El maestro alabó la sabiduría del discípulo.

¿Qué o quiénes son tus ídolos? ¿por qué?

jueves, 13 de septiembre de 2018

Un corazón grande...

                P. Ignacio Larrañaga

Señor, para poder servirte mejor, dame un noble corazón.
Un corazón fuerte, para aspirar por los altos ideales
y no por opciones mediocres.
Un corazón generoso en el trabajo, viendo en él no una imposición
sino una misión que me confías.
Un corazón grande en el sufrimiento, siendo valiente
ante mi propia cruz y sensible cireneo para la cruz de los demás.
Un corazón grande para con el mundo,
siendo comprensivo para con sus fragilidades
pero inmune a sus máximas y seducciones.
Un corazón grande con los hombres, leal y atento para con todos,
pero especialmente servicial y dedicado a los pequeños y humildes.
Un corazón nunca centrado sobre mí, siempre apoyado en Ti,
feliz de servirte y servir a mis hermanos,
Señor, todos los días de mi vida.

Aguanta un poco más

Se cuenta que en Inglaterra había una pareja a la que le gustaba visitar las pequeñas tiendas del centro de Londres. Al entrar en una de ellas se quedaron prendados de una hermosa tacita.
- ¿Me permite ver esa taza? preguntó la señora, ¡nunca he visto nada tan fino!
En las manos de la señora, la taza comenzó a contar su historia:
- Usted debe saber que yo no siempre he sido la taza que usted está sosteniendo.
Hace mucho tiempo era solo un poco de barro. Pero un artesano me tomó entre sus manos y me fue dando forma. Llegó el momento en que me desesperé y le grité:
“¡Por favor, ya déjame en paz!” Pero él sólo me sonrió y me dijo: “aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
Después me puso en un horno. ¡Nunca había sentido tanto calor! Pegué en la puerta del horno y a través de la ventanilla pude leer sus labios que me decían: “aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
Cuando al fin abrió la puerta, mi artesano me puso en un estante. Pero, apenas me había refrescado, me comenzó a raspar, a lijar. No sé cómo no acabó conmigo. Me daba vueltas, me miraba de arriba a abajo.
Por último me aplicó meticulosamente varias pinturas. Sentía que me ahogaba. “Por favor déjame en paz”, le gritaba a mi artesano; pero él solo me decía: “aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
Al fin, cuando pensé que había terminado aquello, me metió en otro horno, mucho más caliente que el primero. Ahora si pensé que terminaba con mi vida. Le rogué y le imploré a mi artesano que me respetara, que me sacara, que si se había vuelto loco. Grité, lloré; pero mi artesano sólo me decía: “aguanta un poco más, todavía no es tiempo”.
Me pregunté entonces si había esperanza. Si lograría sobrevivir a aquellos tratos y abandonos. Pero por alguna razón aguanté todo aquello. Entonces se abrió la puerta y mi artesano me agarró cariñosamente y me llevó a un lugar muy diferente.
Era precioso. Allí todas las tazas eran maravillosas, verdaderas obras de arte, resplandecían como solo ocurre en los sueños. No pasó mucho tiempo cuando descubrí que estaba en una fina tienda y ante mi había un espejo. Una de esas maravillas era yo. ¡No podía creerlo! ¡Esa no podía ser yo!
Mi artesano entonces me dijo: “yo sé que sufriste al ser moldeada por mis manos, mira tu hermosa figura. Sé que pasaste terribles calores, pero ahora observa tu sólida consistencia, sé que sufriste con las raspadas y pulidas, pero mira ahora la finura de tu presencia. Y la pintura te provocaba nauseas, pero contempla ahora tu hermosura. Y, ¿si te hubiera dejado como estabas? ¡Ahora eres una obra terminada! ¡Lo que imaginé cuando te comencé a formar! “

Tú eres una tacita en las manos del mejor Alfarero, Dios. Confíate en sus amorosas manos aunque muchas veces no comprendas por qué permite tu sufrimiento.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Brazos abiertos al mundo

Cuando miramos al Cristo del Corcovado
desde lejos lo vemos pequeño, en lo alto de la montaña, casi tocando las nubes...
sus brazos en cruz nos recuerdan el abrazo de Dios Padre a través de su Hijo.
Cuando subimos la montaña y nos acercamos al Cristo lo vemos inmenso,
nuestra visión no logra alcanzar toda su grandeza
y la sensación de sentirnos pequeños se hace palpable.
Cristo acogiendo al mundo, recordándonos que su corazón
siempre está abierto a cada uno de nosotros.
Los brazos de Cristo son los del hermano que tenemos cerca
y a veces nos cuesta descubrir.
Los brazos de Cristo son los del amigo
que nos acompaña en cada cosa que vivimos.
Los brazos de Cristo son los de aquellos
que necesitan de nuestra presencia para ser felices.
Los brazos de Cristo son los de los débiles
que sufren las consecuencias del dolor y el desarraigo.
Los brazos de Cristo son los de quienes tienen nobles ideales
y se esfuerzan por hacerlos realidad.
Los brazos de Cristo... son los tuyos y los míos...
porque Cristo no tiene brazos... solo tiene nuestros brazos
para manifestar al mundo su mensaje de Amor.

El caballo y el asno

Un hombre había emprendido un largo viaje en compañía de su caballo y de su asno. Mientras el caballo avanzaba ligero con el amo a cuestas, el asno apenas podía seguirles el paso porque le había tocado llevar toda la carga sobre su lomo. El pobre animal aguantó sin quejarse más de la mitad del camino, por pedregales y zonas desérticas y bajo un sol de justicia. Sin embargo, hubo un momento en el que las fuerzas le fallaron y no pudo más.
El asno se paró y le suplicó al caballo:
- "Amigo, ayúdame. Por lo que más quieras, lleva tú una parte de esta pesada carga".
Pero el soberbio equino ni se dignó escuchar a su compañero de viaje y siguió adelante como si nada. Unos metros más allá, el asno cayó al suelo extenuado, casi sin respiración, y falleció a los pocos segundos. El dueño, enojado por aquel contratiempo, puso toda la carga sobre el caballo incluida la piel del asno, que desolló allí mismo, y montó para continuar su viaje. El caballo, lleno de rabia, comentó:
"¡Qué mala suerte tengo! Por no querer ayudar a mi amigo el asno ahora me toca llevar toda la carga a mi solo”
Siempre hay que tender la mano a quienes piden ayuda. De no hacerlo así, el problema puede acabar siendo nuestro.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Danos un corazón grande

              Ángel Sanz Arribas, cmf

Señor y Padre nuestro, danos un corazón grande,
capaz de reconocer en nosotros
todos y cada uno de tus dones.
Líbranos de la falsa humildad
que nos impide descubrir en nuestra vida
la maravilla de tu acción misericordiosa.
Enséñanos a sabernos pequeños
pero no despreciables, siervos pero no esclavos,
pobres, pero verdaderos hijos tuyos,
y a cantar con alegría y acción de gracias
que has hecho obras grandes en nosotros y tu nombre es santo.
Ayúdanos a cultivar con esmero
todas las semillas que tu amor fecundo
va sembrando en el campo de nuestra vida,
para que, gracias a la acción de tu Espíritu,
crezcan y fructifiquen para alabanza de tu gloria.
Te lo pedimos por medio de tu Hijo, Cristo resucitado,
y por intercesión de María, madre y hermana,
agraciada y agradecida, cantora de las maravillas de Dios.
Haznos vivir siempre, como ellos, en espíritu de bendición,
de alabanza y de acción de gracias. Amén.

Marcos y Mosés

            Carmen Posadas

Marcos nació en una familia de siete hermanos. Su madre tuvo un parto difícil, pero gracias a la ayuda médica nació sin ninguna tara.
Mosés también tiene siete hermanos. Durante el embarazo, su madre tuvo problemas y él nació con un pulmón oprimido que ahora le impide respirar con facilidad.
Mosés nació ayudado por su tía y su abuela, expertas ganaderas.
Marcos disfruta de una alimentación sana y equilibrada. Come verduras, carne, pescado, hierro, fósforo, hidratos de carbono...
A Mosés se le cayeron los dientes debido a la desnutrición.
La comida preferida de Marcos es el pollo, y el jamón serrano.
Mosés no lo ha probado nunca, pero seguro que le gustaría.
Marcos tiene un abrigo de cuadros para los días de frío.
Mosés tiene más suerte, porque en su país casi nunca hace frío y no necesita ropa. Es una suerte doble, porque aunque la necesitara tampoco la tendría.
Marcos sale de su casa para ir a jugar al parque y dar un paseo.
Mosés siempre está fuera de casa. Marcos no conoce a su padre y no sabe dónde está.
Marcos tampoco lo conoce, pero sabe que murió en la guerra, aunque no contra quién luchaba.
Marcos no irá nunca al colegio ni aprenderá a leer.
Mosés tampoco.
La esperanza de vida de Marcos es de unos 20 años.
La de Mosés es mayor, pero él quizá no llegue a cumplir los 20.
Marcos es un setter irlandés. Mosés, un niño africano.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Gracias por un nuevo día

Cada mañana, al despertar,
te ofrezco el nuevo día Padre Bueno,
y me entrego en tus manos con alegría y confianza
sabiendo y rezando desde adentro
que lo importante es buscar el Reino de Dios y su justicia;
lo demás, lo darás por añadidura.
Ayúdame a vivir este día abierto a las necesidades de los demás,
haciéndome prójimo de aquellos que necesitan
y se crucen en mi camino.
Dame un corazón abierto, sensible a los dolores y a los sufrimientos.
Que me comprometa, decidido, en la práctica del amor y la justicia.
Que cada nuevo día sea un paso adelante en el camino al Reino.
Que no se endurezca mi corazón con falsas justificaciones y prejuicios.
Que el consumismo y la indiferencia no ahoguen mis ganas
de servir a los demás en todo tiempo y en todo sitio.
Dame Señor tu mirada para que pueda ver claro
por donde pasa el Evangelio en nuestro tiempo.
Te doy gracias, Señor, por este nuevo día.
Acompáñame en cada momento, ayúdame a crecer en el amor
y la entrega a los demás. Ilumina mis decisiones
Abre mi corazón y mis manos
para que pueda transmitir tu gran amor a través
de gestos y actitudes de servicio generoso a mis hermanos.

El Papa y el Rabino

El Papa Juan Pablo II, en una sala de audiencias del Vaticano, recibe a una de las más altas autoridades religiosas del judaísmo, Meir Lau, el gran Rabino del Estado de Israel. La formal entrevista se lleva a cabo en un ambiente fraternal que da pie al relato anecdótico.
El religioso judío relata al Sumo Pontífice un hecho acaecido hace muchas décadas en un pueblo del norte de Europa.
Le cuenta que, terminada la Segunda Guerra Mundial, una mujer católica se dirigió al párroco de ese pueblo para hacerle una consulta. Ella y su marido tenían a su cuidado, desde el inicio de la guerra, a un pequeño niño judío que le habían encomendado sus padres poco antes de ser enviados a un campo de concentración.
Los padres del niño, desaparecidos en el trágico infierno de la masacre nazi, habían previsto para él un futuro en la tierra de Israel, soñaban con ello. La mujer se encontraba ante un dilema y pedía al sacerdote católico un consejo. Deseaba hacer realidad los sueños de los padres del niño y, al mismo tiempo, ansiaba quedárselo y bautizarlo.
El párroco le dio una pronta y comprensiva respuesta:
- Tu deber es respetar la voluntad de los padres.
El niño judío fue enviado al entonces naciente Estado de Israel, donde se crió y educó.
La anécdota resulta muy interesante para Karol Wojtyla, pero pasa a ser realmente conmovedora cuando el gran Rabino añade:
- Usted, Eminencia, era ese párroco católico… Y el niño huérfano… era yo.