viernes, 1 de marzo de 2019

Se necesitan locos

                    Padre Lebret

Señor, danos locos,
de los que se comprometen a fondo,
de los aman con algo más que palabras.
Señor, danos locos,
de los que se olvidan de sí mismos,
de los que entregan su vida hasta el fin.
Señor, danos locos
dispuestos a dar el salto hacia la inseguridad,
hacia la incertidumbre sorprendente de la pobreza.
Señor, danos locos,
de los que aceptan diluirse en la masa,
de los que no utilizan la superioridad en su provecho.
Señor, danos locos
enamorados de una forma de vida sencilla, 
liberadores, eficientes, amantes de la paz.
Señor, danos locos
dispuestos a aceptar cualquier tarea,
a acudir donde sea con ternura.
¡Haznos locos por tu Reino, Señor!

Aprender a pensar


Sir Ernest Rutherford, Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota. Hace algún tiempo, recibí la llamada de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.
Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro. El estudiante había respondido:
- Lleva el barómetro a la azotea del edificio y átale una cuerda muy larga. Descuélgalo hasta la base del edificio, marca y mide. La longitud de la cuerda es igual a la longitud del edificio. 
Realmente, el estudiante había planteado un serio problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Por otro lado, si se le concedía la máxima puntuación y así certificar su alto nivel en física; pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel.
Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad. Le concedí seis minutos para que me respondiera a la misma pregunta pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y el estudiante no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema. Su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: coge el barómetro y lánzalo al suelo desde la azotea del edificio, calcula el tiempo de caída con un cronometro. Después se aplica la formula altura = 0,5 por A por T2. Y así obtenemos la altura del edificio. En este punto le pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar. Le dio la nota mas alta.
Me encontré en la entrada con el estudiante y a mi pregunta sobre qué otras soluciones había, me dio una serie de respuestas a cual más compleja. Después le dije si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes nos proporciona la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. 
 Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que le habían enseñado a pensar. Por cierto, para los escépticos, esta historia es absolutamente verídica.

miércoles, 27 de febrero de 2019

No lo puedo callar

                           Ignacio Iglesias, sj.

¡No me pidas callar! No podría obedecerte.
Tu perdón me ha quemado como un fuego
y lo tengo que decir siempre y a todos,
aunque me lo prohíbas, o aunque no me crean.
Si por eso, me echan de esta tierra, saldré hablando de Ti.
Diré que eres de todos, siempre el mismo,
que tu amor no depende de nosotros, que nos amas igual, aunque no amemos.
Que eres voz que llama siempre a cada puerta, con nombre exacto, inconfundible;
que no pides nada, das y esperas el tiempo que haga falta;
que no fuerzas los ritmos de los hombres,
que no cansas, no te cansas, y que tu amor es nuevo cada día;
que te dolemos todos, cuando no te buscamos.
Diré muchas más cosas: que basta con mirarte en cualquier sitio,
porque todos son tuyos, para ser otra cosa;
simplemente para ser persona.
¡Señor, que, chispa a chispa, no me canse de prender este fuego!

Seamos coherentes...


El semáforo se puso amarillo justo cuando él iba a cruzar en su automóvil y, como era de esperar, hizo lo correcto: se detuvo en el paso cebra de peatones, a pesar de que podría haber rebasado la luz roja, acelerando en el cruce.
La mujer que estaba en el automóvil detrás de él estaba furiosa.
Le tocó el claxon con insistencia durante un largo rato e hizo comentarios negativos en voz alta, ya que por culpa suya no pudo avanzar a través del cruce… y para colmo, se le cayó el teléfono móvil y se le estropeó el maquillaje.
En medio de su pataleta, oyó que alguien le tocaba el cristal de la puerta.
Allí, parado junto a ella, estaba un policía mirándola muy seriamente.
El oficial le ordenó salir de su coche con las manos arriba, y la detuvo. La llevó a la comisaría donde la revisaron de arriba abajo, le hicieron fotos, tomaron las huellas dactilares y la pusieron en una celda.
Después de un par de horas, un policía se acercó a la celda y abrió la puerta. La señora fue escoltada hasta el mostrador, donde el agente que la detuvo estaba esperando con sus efectos personales:
– “Señora, lamento mucho este error”, le explicó el policía. “Le mandé bajar mientras usted se encontraba tocando el claxon repetidamente, como queriendo pasar por encima del automóvil que estaba delante, maldiciendo, gritando improperios y diciendo palabras soeces.
Mientras la observaba, me percaté de que de su retrovisor colgaba un Rosario y que su coche tiene en el parachoques un adhesivo que dice ‘¿Qué haría Jesús en mi lugar?’.
Además, vi un adhesivo que decía ‘Yo escojo la Vida’ y otro que decía ‘Sígueme el Domingo a la Iglesia’ y, finalmente, el emblema cristiano del pez. Como es de esperar, supuse que el automóvil era robado.”

Este simpático relato muestra la importancia de ser coherentes entre lo que creemos y lo que hacemos.
Para ser cristiano no basta con ir a la Iglesia los domingos o leer el evangelio de vez en cuando, porque el cristianismo es un estilo de vida.
Así que la próxima vez que vayas en el coche, o de compras al supermercado, o te encuentres atendiendo algún cliente, recuerda que el mundo te está mirando y espera ver coherencia en ti.

martes, 26 de febrero de 2019

Mientras camino

               Hermanas Clarisas de Huesca

Dios Padre Bueno, guíame,
acompáñame en mi caminar, hacia la felicidad plena contigo.
No dejes Señor que me detenga en el camino emprendido.
Enséñame a seguir esperando, aunque no vea resultados;
a seguir trabajando con paciencia, a pesar de los fracasos.
En el camino de la conversión he de ir desprendiéndome
de todo lo que me pesa y me hace fatigoso el caminar.
Pero creo, Señor, que Tú conoces mis anhelos
y no dejarás mi vida infecunda.
Creo y espero porque amo y necesito ser amado.
Y yo sé Señor que Tú me amas. Amén.

El caracol Ramón y la flor Margarita


Una mañana de primavera el caracol Ramón salió a pasear por el campo. El caracol disfrutaba mucho de su paseo, cuando de repente escuchó cerca del lugar unos llantos. El caracol intrigado caminó lo más deprisa que pudo para descubrir de donde venían los llantos. Pronto se dio cuenta que era una flor la que lloraba desconsoladamente.
- ¿Que te pasa Margarita?, dijo el caracol.
- Estoy muy triste porque se me ha caído un pétalo y ahora ya no soy la más bonita del lugar, dijo la flor.
El caracol Ramón, que era muy bueno, decidió ayudarle y prometió que pronto volvería con la solución.
Por el camino se encontró con una mariquita a la cual pidió ayuda, pero ésta se encontraba tomando el sol y no quiso ayudarle para que su amiga la flor Margarita volviera a sonreír.
El caracol Ramón siguió su camino buscando a alguien que le quisiera ayudar, de momento, entre unas piedras, se encontró con una araña. El caracol le contó el problema que tenía su amiga Margarita y le pidió que le ayudase. La araña muy enfadada contestó que estaba muy ocupada tejiendo su tela de araña y que la dejase en paz.
El caracol todavía ilusionado por ayudar a la flor continuó buscando. Al poco rato se tropezó con una tortuga a la que enseguida le pidió ayuda, pero ésta, al igual que la mariquita y la araña, no quiso ayudarle.
El caracol Ramón no cesaba en su búsqueda, pues estaba seguro que alguien tenía que ayudarle. De repente, y como por arte de magia, apareció en el lugar su amigo el duende. El caracol Ramón se acercó hasta él y le dijo:
- Hola amigo duende, necesito que me ayudes.
El caracol le contó toda la historia a su amigo el duende y éste enseguida le dio la solución diciéndole:
- Toma este pegamento mágico y pégale el pétalo a tu amiga.
El caracol Ramón siguiendo las instrucciones de su amigo el duende marchó rápidamente dándole las gracias.
Cuando llegó al lugar le puso el pegamento mágico al pétalo de la flor y ésta volvió a recuperar todos sus pétalos. La flor volvió a sonreír y, desde aquel momento, el caracol Ramón fue su mejor amigo.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y por la chimenea se ha ido volando.