sábado, 4 de noviembre de 2023

Salmo 26 2ª parte

Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme.
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro.»
Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.
No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio;
no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá.
Señor, enséñame tu camino, guíame por la senda llana,
porque tengo enemigos.
No me entregues a la saña de mi adversario,
porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.

De instante en instante

Era un yogui muy anciano. Ni siquiera él mismo recordaba su edad, pero había mantenido la mente clara como un diamante, aunque su rostro estaba lleno de arrugas y su cuerpo se había vuelto frágil como el de un pajarillo. Al amanecer realizaba sus abluciones en las frescas aguas del río. Entonces llegaron hasta él algunos aspirantes espirituales y le preguntaron qué debían hacer para adiestrarse en la verdad. El anciano los miró con infinito amor y, tras unos segundos de silencio pleno, dijo:
--Yo me aplico del siguiente modo: Cuando como, como; cuando duermo, duermo; cuando hago mis abluciones, hago mis abluciones, y cuando muero, muero.
Y al concluir sus palabras, se murió, abandonando junto a la orilla del río su decrépito cuerpo.

Moraleja: La verdad no es algo abstracto ni un concepto. Cuando la actitud es la correcta, la verdad se cultiva aquí y ahora, de instante en instante.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Oración a todos los Santos

A todos vosotros que ya recibieron la salvación de Dios,
y disfrutáis de la unión con Él en el cielo,
nos dirigimos con confianza nosotros, que todavía avanzamos poco a poco
en este mundo entre guerras, muerte, injusticias, mentiras, enfermedades
y tantas limitaciones que nos hacen sufrir e incluso dudar del amor.
Ayudadnos a distinguir lo verdaderamente importante,
a tener paciencia para soportar y esperar,
fuerza para vivir como hijos del Padre de amor infinito
y alegría por sabernos ya salvados.
Transmitidnos amor, para que llegue a todos los rincones de la tierra.
Queridos santos del cielo, conocidos y anónimos,
quizás alguno familiar o amigo mío,
de toda condición, cada uno único,
unidos todos por el Amor, que llena sus almas y cuerpos gloriosos:
interceded por nosotros, ayudadnos a cumplir nuestra misión,
a iluminar este mundo con la fuerza y la paz de Cristo,
a consolarlo, a renovarlo, a mejorarlo, como lo hicisteis cuando vivíais aquí.
Y una vez concluida nuestra vida, acompañadnos hasta la presencia gozosa
de la Santísima Trinidad, fuente de toda santidad, pura misericordia desbordada.

El caleidoscopio

Durante la lucha civil y religiosa del cisma de Inglaterra, algunos protestantes entraban en las iglesias y destruían todos los símbolos religiosos. En la catedral de Winchester hicieron añicos una magnífica vidriera.
Los cristales multicolores yacían esparcidos por el suelo. Imposible recomponerla. ¿Qué hacer con todos esos diminutos cristales? Los feligreses los recogieron con mucho cuidado y amor.
Mucho antes de que naciera el arte abstracto, los conjuntaron todos y los colocaron en una gran ventana.
Hoy, 300 años más tarde, el mismo sol brilla a través de los mismos hermosos colores, un caleidoscopio de cristalitos, colocados de distinta manera pero formando un cuadro más significativo.

La luz de Dios tiene que seguir brillando a través de nosotros que somos santos pero con coronas rotas.

domingo, 29 de octubre de 2023

Te quiero por quererme, Señor

Te quiero por quererme, Señor, porque me haces la vida más bonita,
porque un día decidiste llamarme, porque tu amor me hace amoroso.
Te quiero porque Tú me invitas a aceptarme,
porque Tú me enseñas a quererme,
porque Tú dinamizas mi crecimiento,
porque Tú me impulsas a entregarme.
Te quiero por tantas personas que has puesto en mi camino,
porque me enseñas a quererlas,
por todo lo que ellas me complementan,
por todo lo que puedo entregarles.
Te quiero por el mundo que soñamos juntos,
porque cuentas conmigo para construirlo,
porque siento tu fuerza en mis entrañas,
porque cada mañana me pones en camino.
Te quiero por este corazón que me has dado, que ama y necesita ser amado,
y no descansará hasta que deje brotar
todo el amor que Tú has puesto dentro de cada uno de nosotros.

Los miércoles milagro

        J. L. Martín Descalzo

Aquella tarde a Gabriela -uno de los pequeños personajes de una novela de Gerard Bessiere- le preguntó su amigo Jacinto:
- ¿Qué has hecho hoy en la escuela?
- He hecho un milagro, respondió la niña.
- ¿Un milagro? ¿Cómo?
- Fue en la Catequesis.
- ¿Y cómo hiciste el milagro?
- Tenemos como catequista a una señorita que está en silla de ruedas. No puede hacer nada ella sola, sólo hablar y reír.
- ¿Y qué pasó?
- La señorita hablaba de los milagros de Jesús. Uno de los niños dijo: No es verdad que haya milagros. Porque si los hubiera, Dios te hubiera curado a ti.
- Y ella, ¿qué dijo?
- Dijo: Sí, Dios hace también milagros para mi. 
Y los niños dijeron: ¿Qué milagro ha hecho?
- ¿Y entonces?
- Entonces ella dijo: Mi milagro sois vosotros. ¿Por qué?, le preguntamos. Y ella dijo: Porque me lleváis los miércoles a pasear, empujando mi silla de ruedas.
¿Lo ves? Hacemos milagros todos los miércoles por la tarde. La señorita dijo también que habría muchos más milagros si la gente quisiera hacerlos.
- ¿Te gusta a ti hacer milagros?
- Sí. Tengo ganas de hacer un montón. Primero pequeños. Cuando sea mayor voy a hacer milagros grandes.
- ¿Todos los miércoles?
- Quiero hacerlos todos los días, toda la vida.
- ¿No te parece que la vida es también un milagro?
- No -dijo Gabriela-. La vida es para hacer milagros.

Gabriela tiene razón, la vida es para hacer milagros, los miércoles, y los jueves, y los domingos. La vida no es para sentarse esperando que Dios resuelva nuestros problemas, sino para empezar a hacer ese milagro pequeñito que Él puso ya en, nuestras manos, el milagro de querernos y ayudarnos.
Y el milagro de amar pueden hacerlo todos, niños y grandes, pobres y ricos, sanos y enfermos. Fijaos bien, a una persona pueden privarle de todo menos de una cosa: de su capacidad de amar.