jueves, 30 de julio de 2020

El Dios de lo normal

A veces parece más fácil encontrarte en lo especial,
en lo diferente, en lo extraordinario.
En una experiencia única, en una amistad increíble,
en un amor apasionante, en un acto de heroísmo, en una cruz tremenda…
pero lo cierto es que también estás en lo cotidiano,
en lo que ocurre cada día, en el hoy.
Y es importante aprender a verte ahí.
Eres el Dios de lo normal, de las horas tranquilas,
de las relaciones serenas, de los gestos sencillos, 
de las melodías familiares,
de las pequeñas alegrías y de las renuncias discretas.

Las florecillas y Dios


Una noche, mientras quería dejarme arrebatar por el sueño, jugueteando por entre mis cabellos y mis oídos, con susurros, mi ángel me soltó esto: “Las flores son cabellos de Dios”
Una tarde, concluido el mundo vegetal, que no tenía flores, mientras Dios (el Padre) caminaba pensativo (es un decir) en seres nuevos, Dios (el Hijo) trenzaba pequeños palitos entrecruzándolos y poniéndolos a contraluz del sol poniente, y Dios (el Espíritu) jugueteaba con las ramas de los olivos. De pronto sintieron que faltaba algo junto a la verde hierba y los árboles llenos de frutos.
Se sentaron. Jugueteaban con el sol (rojizo se veía ya), haciéndole cosquillas y riendo y tosiendo este (de ahí las mal llamadas “manchas solares”) llegaron miles y miles de ángeles, arcángeles, y serafines y querubines... formando una gran algarabía e intentando alcanzar una pequeña mariposa que había escapado del pensamiento de Dios, pero que ya casi extenuada, no tenía donde parar. El Padre, le ofreció su cabeza, señalando con un dedo y allí se posó la mariposa. Todas las turbas celestiales se quedaron paralizadas y la Trinidad sonreía complacida.
Al instante, el cabello del que pendía la mariposa cayó al suelo con más velocidad de lo normal, por el peso de la mariposa, que sorprendida y cansada, no encontró la forma de volar. Y al caer el cabello a tierra, se convirtió en una bella flor. Miles de cabellos de Dios, soltaron miles de flores de todos los colores, tamaños, formas... y la hierba se encontró salpicada de miles de especies de flores; y como si hubiese recobrado la fuerza, la mariposa iba feliz de flor a flor.
Desde entonces, los ángeles persiguen mariposas para atraparlas, solo cuando vuelan. Cuando se posan sobre una flor, dejan de seguirlas y contemplan la belleza de los cabellos de Dios, y su pensamiento, hecho mariposa.
Aquella tarde terminó cuando un ángel cortó una flor y la puso sobre su cabeza, divinizándola. La risa de todos se convirtió en tormenta que apagó el sol, y la lluvia mojó y regó para siempre, los cabellos de Dios.

martes, 28 de julio de 2020

Nadie está solo

             José Mª Rodríguez Olaizola sj

Nadie está solo, aunque a veces lo parece,
y te sientes herido, o se te rompe la entraña.
Si se te pierde la risa, y se te callan los versos.
Aunque te duela la historia y te amenaza el presente,
se te atraviesan los miedos o se oscurezca el futuro…
Es verdad que sí, que hay días grises,
en que el silencio atormenta, y oprime.
Hay momentos en que la distancia es nostalgia y ausencia.
Hay abrazos extraviados esperando un encuentro.
Hay miedos que anuncian naufragios y derrotas que parecen finales.
Pero nadie está solo, aunque a veces lo parezca.
Tu Palabra no se marcha.
Y Tu espíritu nos une, fluye, infatigable, entre nosotros.
Despertando el Amor dormido, vistiéndose de servicio, 
llamándonos prójimos, y trenzando, en nuestros días,
inesperados afectos que se convierten en hogar.
Aunque hoy nos llueva dentro.

El fuego y el clarín


              Jorge Bucay

Cuentan que había un pueblo en el que se producían incendios con alarmante frecuencia. Los habitantes decidieron un día reunir una asamblea para tratar el tema.
Después de varias propuestas infructuosas, un joven dijo:
— Al otro lado del bosque hay un pueblo muy similar al nuestro. No tienen la cantidad de incendios que tenemos aquí, o por lo menos no son nunca tan devastadores. Deberíamos saber qué hacen allí para combatirlos.
Todos estuvieron de acuerdo, de modo que se designó al joven para que viajara hasta allí y averiguara cómo manejaban la cuestión en el otro pueblo.
El joven se puso en marcha enseguida y después de unas horas de viaje a través del bosque, llegó al pueblo vecino.
— No es que aquí tengamos menos incendios que vosotros –dijo uno de los ciudadanos–. Lo que ocurre es que llegamos rápidamente a ellos y los apagamos con mucha rapidez.
— Comprendo –dijo el joven–. Pero, ¿cómo hacéis para conseguirlo?
— Es bien sencillo –dijo el hombre–: tenemos un clarín. Cuando comienza un incendio, el clarín se encarga de avisar a todo el pueblo. Así conseguimos prevenir a todos y llegar antes de que el fuego se expanda.
Al joven le pareció una muy buena idea, de modo que compró un clarín y lo llevó de vuelta a su pueblo. Una vez allí, colocó el clarín en un atril en la plaza del pueblo y proclamó a viva voz que sus problemas habían terminado, pues ahora ellos también tenían clarín, igual que en el pueblo vecino.
Sin embargo, los incendios en el pueblo siguieron causando tantos problemas como antes. No solo porque la mera presencia del clarín no apagaba incendios, sino también porque en el pueblo nadie sabía cómo hacer sonar un clarín.
Moraleja: En las herramientas no está ni la solución ni el problema. Aprender a usarlas bien es asumir nuestra responsabilidad. Podemos hacer un paralelismo entre el clarín y muchas de las herramientas que tenemos a nuestro alcance en estos días. Y como en la historia, de nada sirven si no las sabemos usar. O mejor dicho, si no las sabemos usar bien.

domingo, 26 de julio de 2020

Bienaventuranzas del anciano

Bienaventurados aquellos que me hacen sentir que soy amado,
que soy útil todavía y que no estoy solo.
Bienaventurados aquellos que llenan la última etapa de mi vida de cariño y comprensión.
Bienaventurados aquellos que entienden mi paso vacilante y mi mano temblorosa.
Bienaventurados aquellos que tienen en cuenta que ya mis oídos
tienen que esforzarse para captar las cosas que ellos hablan.
Bienaventurados aquellos que se dan cuenta que mis ojos están nublados
y que mis reacciones son lentas.
Bienaventurados aquellos que desvían la mirada con disimulo
al ver que he derramado la taza de café sobre la mesa.
Bienaventurados aquellos que con una sonrisa en los labios
me conceden un ratito de su tiempo para charlar de cosas "sin importancia".
Bienaventurados aquellos que nunca dicen: “Ya me has contado eso dos veces".
Bienaventurados todos ellos, porque han descubierto el secreto de la vida. Amén.

El corazón perfecto


Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños.
Coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el lugar.
De pronto un anciano se acercó y dijo:
- "¿Por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío?"
Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y estos habían sido reemplazados por otros que no correspondían, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor.
Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió, ¿Cómo puede decir que su corazón es mas hermoso?, pensaron...
El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír.
- "Debes estar bromeando, dijo, comparar tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor."
- "Es cierto, dijo el anciano, tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué mi amor. Arranqué trozos de mí corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido.
Hubo oportunidades, prosiguió el anciano, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. Por eso quedaron los huecos -dar amor es arriesgar-, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día tal vez regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?"
El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, él, a su vez, arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.
Y tu corazón... ¿cómo es?