jueves, 2 de julio de 2020

Gracias, Señor

Gracias, Señor, por la paz, la alegría y por la unión que todos me han brindado,
por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron,
por esa mano oportuna que me levantó.
Gracias, Señor, por esos labios cuyas palabras y sonrisas me alentaron,
por esos oídos que me escucharon,
por ese corazón de amistad, cariño y amor que me dieron.
Gracias, Señor, por el éxito que me estimuló,
por la salud que me sostuvo, por la comodidad y diversión que me descansaron.
Gracias, Señor,... me cuesta trabajo decírtelo,...
por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión, por el insulto y engaño,
la injusticia y soledad por el fallecimiento del ser querido.
Tú lo sabes, Señor cuán difícil es fue aceptarlo;
quizá estuve a punto de la desesperación, pero ahora me doy cuenta
de que todo esto me acerco más a Ti. ¡Tú sabes lo que hiciste!
Gracias, Señor, sobre todo por la fe que me has dado en Tí y en los hombres;
por esa fe que se tambaleó, pero que Tú nunca dejaste de fortalecer,
cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo,
me hizo caminar en el sendero de la verdad, a pesar de la oscuridad.
Gracias, Señor, por el perdón que tantas veces debería haberte pedido,
pero que por negligencia y orgullo he callado.
Gracias, Señor, por perdonar mis omisiones, descuidos y olvidos,
mi orgullo y vanidad, mi necesidad y caprichos, mi silencio y mi excesiva locuacidad.
Gracias, Señor, por dispensar los prejuicios a mis hermanos,
mi falta de alegría y entusiasmo, mi falta de fe y confianza en Ti,
mi cobardía y mi temor en mi compromiso.
Gracias, Señor, porque me han perdonado
y yo no he sabido perdonar con la misma generosidad.
Gracias, Señor, por indultar mi hipocresía y doblez,
por esa apariencia que con tanto esmero cuido,
pero que sé en el fondo no es más que engaño a mí mismo.
Gracias, Señor, por disculpar esos labios que no sonrieron,
por esa palabra que callé y esas manos que no tendí y esa mirada que desvié,
esos oídos que no presté, esa verdad que omití y ese corazón que no amé.
Gracias, Señor, por esa protección con que siempre me has preferido
y te suplico muy encarecidamente por tu amor, disculpes mi silencio y cobardía.
Gracias, Señor, por todos lo que no te dan gracias,
por los que no imploran de tu ayuda y por los que no te piden perdón,
no abandones las obras de tus manos, y que llenes mi vida de esperanza y generosidad.
Señor, hágase tu voluntad y no la mía.

Trasmitir los valores


En una carrera, el deportista Abel Mutai representante de Kenia, estaba a solo a unos metros de la línea de meta, pero se confundió con la señalización y se detuvo pensando que ya había completado la carrera. El deportista español, Iván Fernandez, estaba justo detrás de él y al darse cuenta de lo que estaba sucediendo, comenzó a gritar al keniano para que continuará corriendo; pero Mutai no sabía español y no entendió. Entonces el español lo empujó hacia la victoria.
Un periodista le preguntó a Iván: "¿Por qué hiciste eso?"
Iván respondió..."Mi sueño es que algún día podamos tener una especie de vida comunitaria".
- El periodista insistió ¿Pero, Por qué dejaste ganar a Kenia?
Iván le contestó - No lo dejé ganar, él iba a ganar".
- El periodista volvió a insistir ¡Pero podrías haber ganado!"
- Iván lo miró y le respondió. Pero, ¿cuál sería el mérito de mi victoria? ¿Cuál sería el honor de esa medalla? ¿Qué pensaría mi madre de eso?"
Los valores se transmiten de generación en generación. No dejes que los principios se pierdan.

miércoles, 1 de julio de 2020

Busco tu rostro, Señor


                      (Salmo 26)


Tú eres Señor del Universo,
mi Dios y Señor, Tú que estás vivo, entra dentro de mí.
Entra y ocupa hasta las raíces de mi ser.
Señor, tómame con todo lo que soy,
lo que tengo, lo que pienso, lo que hago.
Crea en mí un corazón nuevo, cámbiame,
Tú que vives por los siglos de los siglos.
De Ti viene la riqueza y la fuerza para seguir viviendo.
Tú eres Señor del Universo. En tus manos está el poder y la gloria.
Tú engrandeces y consuelas a todos.
Tú eres el principio y fin de todo.
Tú estás vivo en el centro de mi ser, Dios mío
Tú eres mi todo. Jesús Tú me sondeas y me conoces.
Tú penetras todos mis pensamientos, me envuelves, me amas.
Tú eres mi Dios, sólo en Ti encuentro la paz.
Bendice alma mía al Señor, que todo mi ser bendiga tu nombre,
porque Tú conoces lo que hay en mí.
Una cosa pido al Señor y es lo que busco:
vivir unido a Ti, tenerte como amigo.
Ten piedad, respóndeme, que busco tu rostro.

Mi corazón me dice que Tú me quieres y que estás presente en mí.



Busco tu rostro pues Tú eres mi Salvador.

El coche atascado


Un joven campesino, recién casado, no había entrenado aún su flamante carnet de conducir. Un día, le avisaron que sus animales se habían escapado de la finca que tenía a varios kilómetros del pueblo. Un vecino amigo, al no poder acompañarle le ofreció al menos su furgoneta para que llegara cuanto antes y ver qué pasaba.
Nervioso por su falta de práctica y por el problema del ganado, el inexperto conductor quiso abandonar la carretera y conducir por un camino apenas transitado y muy irregular.
Después de unos kilómetros, en una curva, se encontró con un gran bache y allí el coche se atascó y se quedó parado. Todos los intentos fueron inútiles. Miró si había algo roto. Si alguna rama o piedra impedía seguir. Miró el motor. Miró a un lado y a otro. Miró al cielo... ¡nada! Sudaba y sudaba, cada vez más nervioso y descontrolado. Incluso se sentía cada vez más solo. A unos metros pasó un viandante que se ofreció para ayudarle, pero él no quiso admitir que tenía un problema serio. Maldecía al Gobierno y al Ayuntamiento por tener así el camino. A tanta gente por abandonar el campo. A los que seguramente espantaron a sus animales. A quiénes dar el carnet de conducir sin enseñar cómo se solucionan las averías. Incluso a su vecino amigo, porque le dejó la furgoneta sabiendo lo peligroso que era para quien no tiene práctica. A su mujer, que siempre se queda en casa... Ya no le quedaba más que meterse con Dios o rezar: "Ayúdame, Señor, sácame de este apuro". Ni Dios le contestaba. Al final acabó enfadándose también con Dios.
Totalmente cansado, desanimado y destrozado, se sentó al lado del camino. Pasó una pareja de trabajadores y preguntaron si necesitaba ayuda. Por vergüenza, les dijo que no era nada, que siguieran su camino.
Ya después de mucho rato, casi desesperado, al ver pasar a otro campesino en moto, le contó su situación y todas las ideas y sentimientos que había tenido. El campesino, que entendía algo de coches, observó bien, levantó el capó, probó una serie de cosas y al final moviendo la cabeza, diagnosticó:
- "Mira amigo, te has quedado sin gasolina. No se puede andar por la vida corriendo estos riesgos sin saber. No eches la culpa a nadie. Ea, siéntate aquí tranquilo. Yo voy a buscarte gasolina al pueblo. Y otra vez, joven, ayúdate, que Dios te ayudará".