sábado, 17 de agosto de 2024

El secreto de la ciudad de la empatía 2@ parte

Hugo miró a su hermana. Anita miró a su hermano. Se miraban y podían reconocerse como si se reflejaran en un espejo. ¡Anita era Hugo y Hugo era Anita!

– ¡¡¡¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!!!!- gritaron los dos, asustados.
– Dime Anita -preguntó temblando Hugo- ¿qué es lo que más te gusta?
– El fútbol y las motos -contestó ella- Y a ti, ¿Hugo?
– Mi muñeca Clarabella
– ¡¡¡¡Aaaaaaaaaah!!!!! -volvieron a gritar los niños.
– No puede ser, no puede ser, no puede ser –decía Hugo, que ahora, sí que sí, era el más sensato.
– Pues a mí esto me parece divertido -dijo Anita, feliz en el pellejo de su hermano.
– No digas tonterías, Anita. Tenemos que deshacer el hechizo inmediatamente. No me gusta nada tener seis años otra vez. No me gusta no poder jugar con mis amigos en el patio grande. Y no me gusta tener que sentir que nunca me hacen caso por ser la pequeña.
– Pues yo en cambio ahora me siento responsable porque soy el mayor. Pero me encanta haber podido desvelar el misterio.
– Pues yo tengo mucho miedo -dijo lloriqueando Hugo.
– ¡Pues claro, Anita!… digo Hugo. Esa fruta ha hecho que nos intercambiemos. Yo ahora pienso y siento como tú, Anita, y tú piensas y sientes como yo.
– Pues no me gusta -protestó Hugo-. Te devuelvo a ti mismo. Ya no quiero ser más como tú.
– Pues yo creo que, aunque nos fastidie, puede ser divertido. Yo aprenderé a querer a tu muñeca Clarabella, pero prométeme que cuidarás mis cromos de la liga de fútbol.
Y a pesar del disgusto, Anita (que ahora era Hugo) y Hugo (que ahora era Anita), volvieron a casa sin decir nada a sus padres. Ellos no se dieron cuenta. Pero sí Matilde, la casera.
La solución al ‘embrujo’ de la ciudad de la empatía
Esa señora bajita, delgada y con expresión dulce, era capaz de ver lo que nadie veía. Ese don del que les habló Serafín. Y en cuanto se quedaron a solas, les confesó que acababa de descubrir su secreto:
– Habéis comido el fruto rojo, ¿verdad? -preguntó la mujer.
– Sí -contestaron los niños.
– Bueno, tranquilos. No pasa nada. Los efectos sólo duran tres días. Después, volveréis a ser los mismos de antes. Pero sólo os digo una cosa: aprovechad estos tres días para conoceros mejor. Tú, Anita, entenderás por qué hace lo que hace tu hermano. Tú, Hugo, por fin verás el mundo desde los ojos de Anita. ¿Os dais cuenta? Ese don, el de la empatía, deberéis guardarlo por siempre con vosotros, aún cuando desaparezcan los efectos de la fruta.
Hugo y Anita se miraron una vez más y asintieron. Hugo fue Anita y Anita fue Hugo. Y al cabo de tres días, tal y como anunció la mujer, volvieron a ser ellos. Aunque ya nunca volvieron a ser los mismos. Porque ahora, Anita sabía que a veces Hugo necesitaba estar solo, y que la chinchaba porque se aburría y mucho, sin ella. Y Hugo sabía que Anita le perseguía como una sombra porque le admiraba y quería ser como él. Y cuando se chivaba de alguna de sus travesuras es porque sentía celos porque le gustaba todo lo que hacía.
Sus padres se sorprendieron, y mucho. Tres días sin discutir. Desde entonces, las peleas entre hermanos se podían contar con los dedos de la mano. Hugo y Anita por fin, parecían entenderse.

viernes, 16 de agosto de 2024

La leyenda de La ciudad de la empatía 1@ parte

 


Hugo y Anita llevaban todo el día discutiendo: que si me tocaba a mi usar el catalejo, que si ahora te quedas sin ayudar al capitán con el mapa…
– Eres un mandón, Hugo -gritó Anita con lágrimas de rabia en los ojos.
– Y tú una llorica -respondió burlón su hermano.
Martina, la mamá de los niños, que lo estaba oyendo todo desde proa, corrió a poner paz en aquella pelea entre hermanos:
– ¡Chicos, dejad de pelear! ¿No os dais cuenta de que estáis todo el día igual? Gritando, ‘chinchando’ y mirando al otro a ver qué hace mal para luego echárselo en cara. Deberíais tener un poco de empatía.
– ¿ Em- pa- quéeee? –intentó repetir Anita sin éxito.
– Pues empatía, pequeñaja, ¿ves como no te enteras? -volvió a atacar Hugo.
Y antes de que su madre les recriminara, llegó Serafín, el capitán del barco, se plantó junto a ellos y puso esa cara de miedo que sólo él sabía poner: ceja derecha más alta, arruga de la frente hundida y requeté hundida y los labios apretados. Oh oh… señal de que iba a decir algo espeluznante.
– Ejem, ejem, -carraspeó el viejo lobo de mar- ¿Me ha parecido oír algo de Empatía? ¡Mirad! –y señaló a lo lejos, hacia un pequeño trozo de tierra que se adentraba en el mar- Allá tenemos nuestra próxima parada, en el puerto de la ciudad de la Empatía.
– Ah… –se atrevió a decir Anita- ¿Empatía es una ciudad?
– No, bueno, sí, y no –contestó Serafín -. La empatía es un valor, un don. Y también el nombre de la ciudad donde vamos a parar. Dice la leyenda… bueno, no sé si contárosla…
– Sí, sí -gritó Hugo entusiasmado. Le encantaban las historias extrañas.

La leyenda de La ciudad de la empatía
– Bueno, pues… cuenta la leyenda… –continuó Luis con voz misteriosa- que en esta ciudad todos sus habitantes se llevaban mal, muy mal. Terriblemente mal. Reinaba el egoísmo, la envidia, la avaricia… Hasta que… un día, sus habitantes probaron un fruto muy extraño, rojo y con pequeños lunares negros y azules. Los frutos de unos árboles que plantaba un sabio anciano del lugar. Él era el único que nunca discutía con los demás. Y el más feliz. Pero esto, chicos, es una leyenda. Y ya está.
Serafín dio media vuelta y se alejó sin dar más explicaciones.
Pero, ¿qué clase de leyenda era esa? Comieron de esos frutos, ¿y qué? ¿Se les puso la cara de color verde? ¿Les creció el pelo hasta los pies? ¿Les salieron antenas?
– ¿Tú has entendido algo, Hugo? -preguntó Anita a su hermano.
– Yo no. Aunque pienso averiguarlo. Y Hugo buscó en su mochila la lupa y la gorra de detective.
– Pues yo también voy a ‘averiguarlo’ -añadió su hermana.
Resultó que Empatía no era una ciudad, sino un pueblecito pesquero, muy vivo y alegre. Toda la gente era amable, muy atenta y servicial.
– Estaréis cansados -les dijo una señora según llegaron a la posada. Y cogió sus maletas para subirlas a la segunda planta.
– Muchas gracias, qué amable -dijo Serafín, el padre de los niños, muy sorprendido.
– Oye papá, ¿podemos dar una vuelta por el pueblo? -preguntó Hugo.
– Pero Hugo, no me gusta que salgáis solos por ahí -contestó Serafín.
– Déjelos, que este pueblo es muy tranquilo. Pueden estar seguros de que no les pasará nada. Y además, se ve que tienen unas ganas tremendas de investigar por el pueblo -dijo la señora con una enigmática sonrisa.
– Está bien -dijo Serafín- Pero no os vayáis muy lejos.
De aventuras por la ciudad de la empatía
Y así es como Hugo y Anita se pusieron a buscar los misteriosos frutos rojos de los que les había hablado su papá. Y buscaron, buscaron y buscaron.
Pero en las calles de Empatía sólo había árboles con forma de palmera, flores amarillas y blancas, matorrales y alguna zarzamora. Ningún frutal.
Y cuando ya estaban a punto de volverse, vieron una casita baja muy extraña. El tejado brillaba más que ninguno. Sus paredes blancas reflejaban la luz como si fuera un espejo. Las ventanas estaban construidas con conchas de todas las formas y colores. Junto a la casa, un árbol, pequeño, sencillo. De sus ramas colgaban pequeños frutos rojos salpicados de manchas negras y azules.
Los niños se miraron atónitos.
– ¡Lo encontramos! -dijeron al unísono. Se acercaron corriendo  y cogieron algunos de los frutos.
– ¿Nos los comemos? -preguntó un poco nerviosa Anita. A pesar de que era la pequeña, era la más sensata.
– Tú haz lo que quieras, pequeñaja, pero yo no me voy de aquí sin averiguar qué pasa en este pueblo- y diciendo esto, Hugo se comió uno de los frutos de un solo bocado.
Anita siguió a su hermano. Y para no ser menos, se comió dos.
– Pues yo no noto nada raro -dijo Hugo.
– Ni yo -dijo Anita.
– Serafín nos ha tomado el pelo -refunfuñó Hugo.
Los hermanos regresaron cabizbajos a casa. Enfadados y muy desilusionados. Sin embargo, antes de llegar, Hugo comenzó a notarse raro. También Anita. No les dolía la barriga, ni la cabeza. No veían borroso. Tampoco sentían mareos. Nada de eso. ¡Algo mucho peor!
Hugo comenzó a sentirse más pequeño, y miró a su hermana como si ella fuera mayor. Anita en cambio se sentía crecer, y a pesar de seguir midiendo su metro veinte, se sentía mayor, muy mayor. Tanto como si fuera su hermano Hugo.
Continuará…
y cogieron algunos de los frutos.
– ¿Nos los comemos? -preguntó un poco nerviosa Anita. A pesar de que era la pequeña, era la más sensata.
– Tú haz lo que quieras, pequeñaja, pero yo no me voy de aquí sin averiguar qué pasa en este pueblo- y diciendo esto, Hugo se comió uno de los frutos de un solo bocado.
Anita siguió a su hermano. Y para no ser menos, se comió dos.
– Pues yo no noto nada raro -dijo Hugo.
– Ni yo -dijo Anita.
– Serafín nos ha tomado el pelo -refunfuñó Hugo.
Los hermanos regresaron cabizbajos a casa. Enfadados y muy desilusionados. Sin embargo, antes de llegar, Hugo comenzó a notarse raro. También Anita. No les dolía la barriga, ni la cabeza. No veían borroso. Tampoco sentían mareos. Nada de eso. ¡Algo mucho peor!
Hugo comenzó a sentirse más pequeño, y miró a su hermana como si ella fuera mayor. Anita en cambio se sentía crecer, y a pesar de seguir midiendo su metro veinte, se sentía mayor, muy mayor. Tanto como si fuera su hermano Hugo.
Continuará…

jueves, 15 de agosto de 2024

Asunción de María

J.M@ Rodríguez Olaizola

Te asumió en abrazo eterno
el que acogiste en tu seno.
Te llamó a la plenitud
aquel a quien diste todo.
Le respondiste «Hágase»
y dijo «En Ti, para siempre»
Lo que guardaba tu corazón
se convirtió en profecía
y, atravesando los siglos,
nos sigue hablando
del Dios de los rotos, de los solos,
los desheredados,
que todo lo transforma
con su lógica distinta.
Al abrirte su cielo,
nos mostró el camino.
Sus promesas, en Ti cumplidas,
nos alientan a navegar
del pesebre a la cruz,
en busca del Amor que vence.
En Ti, venció.

Sueño con mi Madre

 Una joven se encontró con su madre del cielo la Virgen María en un sueño y conversaron, el lugar era muy bonito y cerca a un pozo de agua:

-- Mamá yo quiero ser tan pequeña para que tu hijo Jesús me ame con predilección, ¿cómo puedo lograrlo?
– Escucha mi voz en tu corazón, sé amable con tus familiares, amigos y desconocidos, nunca abandones tu fe.
– Madre mía ¿cómo puedo ayudar a los que sufren?
– Lleva tu alegría a sus corazones, comparte el amor que sientes por mí y por mi amado hijo y sé luz para el mundo.
– Madre mía, ¿cuándo terminará el sufrimiento del mundo?
– Cuando todos conviertan sus corazones a mi Inmaculado Corazón y al Sagrado Corazón de Jesús.
– Madre Santa, ¿cuándo te podré ver?
– Cuando dejes de buscarme me encontrarás, vivo en tu corazón y soy yo quien te guío y cuido de ti y de tu familia.
– Madre mía dime: ¿estoy cumpliendo con mi misión o te he fallado?
– Sí que la cumples, pues llevas la llama de la luz de Dios al que sufre, al oprimido y al más necesitado. No se trata de viajar a todos lados sino de empezar por los más cercanos y testimoniar el amor de Dios en tu vivir y en tu actuar.
– Madre a veces me invade el temor y la soledad
– Es el maligno quien quiere engañarte y robarte la dulzura y pureza de tu corazón. Cuando te sientas sola y triste recurre siempre a mí que yo te sostendré y seré tu luz.
– Madre mía cuando iré al Cielo?
– Mi Hijo ha escuchado tus ruegos y oraciones, vendremos por ti cuando tus hijas puedan valerse por sí mismas, sean independientes y tengan mucha fortaleza espiritual.
– Madre Santa y qué será de mi esposo?
– El vivirá una larga vida y ayudará a muchas personas en su recorrido.
– Madre Santa cuándo veré a Jesús?
– Cierra los ojos y lo puedes ver, puedes ver incluso el cielo desde la tierra.
– Madre Santa gracias por mi familia, mi esposo y mis niñas, cuídalos siempre Madre Mía.
– Ellos y tú siempre serán custodiados por mis ángeles, el amor de Dios y su luz poderosa los sostiene y los acompaña a donde van.
– Gracias Madre por todo tu amor, te amo
– Y yo a ti, mi manantial del Cielo Azul.
La joven madre se despertó de aquel sueño sintiendo mucho amor, paz y alegría en su corazón.

miércoles, 14 de agosto de 2024

El olor de la cena


Después de un día agotador en el trabajo, mi madre se apresuró a preparar la cena para la familia. Al llegar a la mesa, noté que había olvidado quitarse el delantal manchado de la comida del día anterior.
Recuerdo haber esperado para ver si alguien comentaba algo sobre las manchas visibles.
Mi padre, al verla, se levantó, la abrazó y le dijo lo deliciosa que olía la cena esa noche.
No recuerdo exactamente lo que respondió mi madre, pero sí recuerdo su sonrisa radiante mientras servía la comida.
Más tarde, esa noche, cuando fui a desearle las buenas noches a mi padre, le pregunté por qué no mencionó las manchas en el delantal de mamá.
Él me sonrió y me dijo: "Hijo, tu mamá ha tenido un día muy largo. Las manchas en su delantal no cambian lo que siento por ella. Lo que importa es el amor y el esfuerzo que pone en todo lo que hace por nosotros."
La vida está llena de imperfecciones y detalles que a veces pasan desapercibidos.
Aprender a ver más allá de las apariencias y valorar el esfuerzo y el amor de las personas es crucial para mantener relaciones saludables y duraderas.
Un delantal manchado no debería empañar la belleza de un corazón amoroso.
La comprensión y la aceptación son los cimientos de cualquier buena relación.
Sé más tolerante y empático de lo que crees necesario, porque todos estamos librando nuestras propias batallas, muchas veces invisibles.
Todos estamos aprendiendo a vivir y necesitamos toda una vida para entender lo realmente importante.
La vida no siempre es perfecta, pero con amor, paciencia y aceptación, podemos encontrar belleza en cada imperfección.

martes, 13 de agosto de 2024

Inventar tu Reino


Porque urge que inventemos tu reino, te necesitamos,
Señor: para revolucionar las relaciones y crear encuentros,
para que nos dignifiquemos unos a otros,
para que cada persona encuentre su lugar en el mundo,
para que haya de todo para todos,
para que se nos llene e corazón de fiesta,
para que logremos tratarnos como hermanos,
para que nuestra vida se llene de armonía,
para que esperemos la muerte como tu gran abrazo,
tenemos que dejarnos cambiar el corazón

Abriendo puertas sin miedo

En una tierra en guerra, había un rey que causaba espanto. A sus prisioneros no los mataba, los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros en un lado y una puerta inmensa de hierro al otro, sobre la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas de sangre. En esta sala les hacía formar en círculo y les decía:–

 Vosotros podéis elegir entre morir a flechazos por mis arqueros, o pasar por aquella puerta... detrás de esa puerta ¡yo os estaré esperando!

Todos elegían ser muertos por los arqueros.
Al terminar la guerra, un soldado que durante mucho tiempo había servido al rey, se dirigió al soberano:
– Señor ¿puedo hacerle una pregunta?
– Dime soldado. 
-- Señor: ¿qué hay detrás de la puerta?
–¡Vete y mira tú mismo! -contestó el rey.
El soldado abrió temerosamente la puerta y, a medida que lo hacía, rayos de sol entraron, la luz invadió el ambiente y, finalmente, sorprendido, descubrió que... ¡la puerta se abría sobre un camino que conducía a la Libertad! El soldado, embelesado, miró a su rey, quién le dijo:
– Yo les daba la oportunidad de elegir, pero por miedo, preferían morir a arriesgarse a abrir esa puerta.


domingo, 11 de agosto de 2024

Te necesitamos, Señor

Te necesitamos, Señor:

para vivir una vida plena, para sentir alegría interior,
para superar los vacíos, para salir del desencanto,
para amar de verdad, sin pasar factura.

Te necesitamos, Señor: porque andamos preocupados,
porque no sabemos disfrutar del momento presente,
porque a veces sólo estamos en contacto con las propias necesidades,
porque el otro, a ratos, nos es indiferente,
porque tenemos egoísmo familiar,
porque no sabemos salir de nuestro ombligo
y tenemos que dejarnos purificar por ti.

Te necesitamos, Señor:
hasta que consigamos vivir más felices,
hasta que encontremos la vida en abundancia,
hasta que creamos en tu reino de justicia,
hasta que compartamos las cosas fraternalmente,
hasta que consigamos que nos duela el otro,
hasta que nos limpiemos de tanto egoísmo,
hasta que logremos que todos vivan bien.
Tenemos que dejarnos invadir por tu amor.

 

El valor del trabajo

Un cliente pregunta a un joven chef de repostería cuánto le costaría una tarta para el cumpleaños de su hijo. El pastelero le responde que 80 €.

—¡¿Por una 'simple' tarta?! ¡¡Es mucho!! Si usted solo va a batir huevos, azúcar y harina.
—¿Cuánto pensaba que le costaría?
—35 €... ¡como mucho! ¡¡Es una simple tarta!!
—Mmmhh... Por 35 €, hágala usted mismo, señor.
—Es que yo no sé hacerla.
—Ok. Por 35 € le enseñaré y así, además de ahorrarse 45 €, tendrá conocimiento para la próxima vez que le haga falta.
Al cliente le parece bien y acepta. El chef le aclara que lo primero son las herramientas: batidora, bowl para batir los huevos, espátula, horno, etc.
—¡Pero yo no tengo todas esas herramientas! Y no voy a comprar todo eso para un simple trabajo, para una simple tarta. ¡Ni hablar!
—A ver... Por 30 € más le alquilaré mis herramientas.
—Está bien -responde el cliente ya no tan convencido.
—Listo, el domingo viene para que le enseñe.
—El domingo yo no puedo. Ahora sí tengo tiempo.
—Pero hoy yo no tengo tiempo para enseñarle y prestarle mis herramientas. Además, le falta comprar el azúcar, los huevos, la harina, la leche, el aceite, la esencia de vainilla, el polvo de hornear, la zanahoria, el melocotón y el chantilly.
—Uy, no. Ir a hacer cola para comprar esas pequeñas cosas me parece exagerado por la movilidad y el tiempo que dedicaré. Usted tiene ahí. ¿Podría venderme de su mercancía?
—Está bien. Solo porque quiero que vea las cosas como son, voy a venderle de mi stock. Pero sea puntual porque tengo más tartas que entregar. Lo espero mañana a las 5 para empezar con todo el trabajo.
—¿Sabe? Es muy temprano. Mejor le doy los 80 €. Ya hice mis cuentas y va a salirme más caro.
----------*

No se cobra "solo" por batir huevos, azúcar y harina. No se cobra por preparar una "simple tarta". Se cobra por: Conocimiento, Utensilios, Herramientas, Tiempo, Puntualidad, Responsabilidad, Garantía.
Nadie puede minusvalorar el trabajo de nadie poniendo el precio que le parece ni menospreciando su labor.