jueves, 13 de diciembre de 2018

Carta de Dios al hombre y la mujer en Adviento

Querido hombre y mujer:
He escuchado tu grito de Adviento. Está delante de mí.
Tu grito, golpea continuamente a mi puerta.
Hoy quisiera hablar contigo para que repienses tu llamada.
Hoy te quiero decir: ¿Por qué Dios preguntas? ¿A qué Dios esperas?
¿Qué has salido a buscar y a ver en el desierto?
Escucha a tu Dios, mujer y hombre de Adviento:
"No llames a la puerta de un dios que no existe, de un dios que tú te imaginas...
Si esperas... ábrete a la sorpresa del Dios que viene y no del dios que tú te haces...
Tú, hombre y mujer, todos, tenéis siempre la misma tentación: hacer un dios a vuestra imagen.
Yo os digo, yo Dios de vivos, soy un Dios más allá de vuestras invenciones.
Vosotros salís a ver dónde está Dios... 
Os dicen:"aquí está”, pero no lo veis, y os sentís desanimados
porque Dios no está donde os han dicho...
Y Dios está vivo. Pero vosotros no tenéis mentalidad de Reino:
no descubrís a Dios en lo sencillo.
Os parece que lo sencillo es demasiado poco para que allí esté Dios.
Sabedlo: Yo, el Señor Dios, estoy en lo sencillo y pequeño...
Hombre y mujer de hoy y de siempre:
deja espacio a tu Dios dentro de tu corazón.
Sólo puedo nacer y crecer donde mi palabra es acogida.
Qué tranquilo te quedas, haciendo -lo que hay que hacer- -
porque haciendo las cosas de siempre- 
evitas la novedad del Evangelio.
Pero yo te digo que tu corazón queda cerrado,
y tus ojos incapaces de ver el camino por donde yo llego.
No te defiendas como haces siempre.
No te escondas bajo ritos vacíos.
Hombre y mujer, si me esperas, deja de hacerme tú el camino
y ponte en el camino que yo te señalo por boca de los profetas.
Abre el corazón a mi Palabra.
Yo, tu Dios, te hablo al corazón.

El hipopótamo cantor

          Pedro Pablo Sacristán

Érase una vez un hipopótamo que vivía en un río, junto a un gran árbol solitario. Un día, anidó un pájaro en el árbol, y los cantos y el volar del pájaro despertaron en el hipopótamo tanta envidia que no podía pensar en otra cosa, lamentándose diariamente por ser un hipopótamo, a pesar de las palabras del pájaro, que le contaba la suerte que tenía de ser tan grande y nadar tan bien.
Finalmente se animó a salir del río dispuesto a subir al árbol, encaramarse en una rama, y ponerse a cantar. Pero al intentar subir al árbol, comprobó que no tenía alas, ni garras para trepar, ni podía saltar, y al ver que no conseguía su objetivo, se lanzó rabioso a dar golpes al árbol, hasta que lo derribó. 
Entonces, triunfante, se puso sobre las hojas del suelo, y comenzó a cantar. Pero los hipopótamos tampoco pueden cantar, así que de su boca salieron horrorosos sonidos, y todos los animales acudieron a burlarse del hipopótamo envidioso que cantaba posado en la rama de un árbol que estaba en el suelo. Y pasó tanta vergüenza, que decidió no volver a lamentar ser hipopótamo, y arrepentido por haber derribado el árbol, dedicó toda su fuerza a volver a levantarlo, replantarlo y cuidarlo hasta que se recuperó totalmente.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

María, Madre de Jesús y Madre nuestra


María, Madre de Jesús y Madre nuestra, da firmeza a nuestro corazón
para que podamos comprender la esperanza de gloria a la que fuimos llamados.
María, Madre de Jesús y madre nuestra, pacifica nuestros corazones
para que podamos abandonarnos al poder del Altísimo.
María, Madre de Jesús y madre nuestra,
enséñanos el camino de la caridad sincera
que se nutre del amor del Padre
y florece en la vida de los hombres, nuestros hermanos.
María, Madre de Jesús y madre nuestra,
ahonda la contemplación de la belleza de tu vida
para que no nos resistamos a transformar
desde la pureza del amor verdadero
la vida del mundo que nos confiaste. Amén.

El gran árbol

En el centro de un gran bosque, había un gran árbol que era la admiración de todos los que lo veían. A su sombra se sentaban a descansar los caminantes y en sus ramas los pájaros construían sus nidos.
Pero un día las ramas dijeron:
- ¿Veis lo importantes que somos? Causamos la admiración de todos los que nos ven y los pájaros están muy contentos de vivir con nosotras. Además, ¡qué colorido tan maravilloso tienen nuestras hojas! ¿Qué tenemos nosotras que ver con eses sucio y horrible tronco y mucho menos con esas apestosas raíces que están todo el día bajo tierra?
Y decidieron que desde aquel día vivirían solas sin necesitar a nadie. El tronco por su lado dijo:
- ¿Qué sería del árbol sin mí? Soy quien sustenta a las ramas y doy vigor a todo el árbol Si yo no estuviese aquí, las ramas no tendrían fundamento ni savia que les diese colorido y vida. Soy ciertamente, el más fuerte e importante.
Las raíces cuchichearon entre sí diciendo:
- Nosotras sí que somos bien importantes. El árbol no podría subsistir sin nosotras que absorbemos de la tierra la sustancia con la que producimos el alimento que sustenta al tronco y a las hojas. Por eso, no tenemos nada que ver con ese tronco tan antipático y gordo, y menos con esas ramas tan creídas. Desde hoy nos alimentaremos nosotras solas y no daremos nuestra savia a nadie.
Y así hicieron. El gran árbol comenzó a secarse. Las hojas se cayeron y el tronco se quedó sin una gota de savia. Las hojas estaban más tristes que nunca. Los pájaros abandonaron los nidos construidos en las ramas y la gente, que pasaba por el bosque, ya no se sentaba a su sombra. Todo el bosque estaba triste porque el gran árbol se estaba muriendo.
Pero poco a poco las raíces, las ramas y el tronco se dieron cuenta de que no podían vivir separados, que estaban hechos los unos para los otros y que la importancia no era de cada uno, sino del árbol que todos formaban.
Así que las raíces dejaron de guardarse la savia sólo para ellas y se la dieron al tronco. Este al principio se negaba a participar, pero al fin también colaboró. Las ramas se alegraron al recibir la primera gota de savia pidieron perdón al tronco y a las raíces por haberlos despreciado.
Todo volvió a ser como antes. Los pájaros siguieron andando en las ramas y la gente tomando la sombra bajo su copa.
El gran árbol ya está de nuevo feliz y el todo el bosque se alegra con él.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Presencia de Dios

                    P. Teilhard de Chardin S.J.

"¡Te necesito Señor!, porque sin ti mi vida se seca.
Quiero encontrarte en la oración, en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio se sitúa de frente a mí, ante Ti.
¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque que protege con sus hojas
los latidos escondidos de todos sus inquilinos. ¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
en el reencuentro con tu perdón, en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.
¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos; en la necesidad del pobre
y en el amor de mis amigos; en la sonrisa de un niño
y en el ruido de la muchedumbre.
¡Tengo que verte! Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí, en mi trabajo y mi descanso
y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo".

Cuando la fruta no llegue


Una vez un grupo de tres hombres se perdieron en la montaña y solamente tenían una fruta para alimentar a los tres, quienes casi desfallecían de hambre. Se les apareció Dios y les dijo que probaría su sabiduría y que, dependiendo de lo que mostraran, les salvaría. Les preguntó Dios qué podían pedirle para arreglar aquel problema y que todos se alimentaran.
El primero dijo: “Más comida”,
Dios contestó que era una respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que aparezca mágicamente la solución a los problemas sino trabajar con lo que se tiene.
Dijo el segundo: “Entonces haz que la fruta crezca para que sea suficiente”,
A lo que Dios contestó que no, pues la solución no es pedir siempre la multiplicación de lo que se tiene para arreglar el problema, pues el ser humano nunca queda satisfecho y por ende nunca sería suficiente.
El tercero dijo entonces: “Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos orgullosos, haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance”.
Dios dijo: “Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y se empequeñece delante de mis ojos, verá la prosperidad”.

Se nos enseña que “otros arreglen los problemas” o a “buscar la salida fácil”, pidiendo a Dios que arregle todo sin nosotros cambiar o sacrificar nada. Por eso muchas veces parece que Dios no nos escucha pues pedimos sin dejar nada de lado y queriendo siempre salir ganando. 
Seremos felices el día que aprendamos que la forma de pedir a Dios es reconocernos débiles, y ser humildes dejando de lado nuestro orgullo. Y veremos que, al empequeñecernos y ser mansos de corazón, obtendremos el favor de Dios y Él escuchará nuestra súplica.
Pídele a Dios que te haga pequeño… ¡Haz la prueba!