jueves, 1 de junio de 2023

A Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Cantan tu gloria, Cristo Sacerdote, los cielos y la tierra:
a ti que por amor te hiciste hombre
y al Padre como víctima te ofrendas.
Tu sacrificio nos abrió las puertas,
de par en par, del cielo;
ante el trono de Dios, es elocuente
tu holocausto en la cruz y tu silencio.
Todos los sacrificios de los hombres quedaron abolidos:
todos eran figuras que anunciaban
al Sacerdote eterno, Jesucristo.
No te basta el morir, que quieres darnos alimento de vida:
quedarte con nosotros y ofrecerte
sobre el altar: hacerte eucaristía.
Clavado en cruz nos miras, te miramos,
crece el amor, la entrega.
Al Padre, en el Espíritu, contigo,
eleva nuestro canto y nuestra ofrenda. Amén.

“La fidelidad se llama Canelo”

        José Luis Martín Descalzo

En su día, contaban los medios de comunicación que en el cementerio de San Javier de Murcia, hay un perro que lleva diez años durmiendo y viviendo sobre la tumba de su amo. El animal, si es que así puede llamársele, días después de la muerte de su amo, añorando su presencia, se encaminó él solo al cementerio, encontró, ¿quién le guiaba?, su tumba y sobre ella se sentó a esperar a la muerte.
Durante muchos días no se movió de encima de su lápida, sin alejarse siquiera para buscar comida.
Sólo más tarde, el viejo sepulturero se apiadó de él y sustituyó, en parte, el cariño del muerto. Pero Canelo nunca renunció a su fidelidad.
Y allí sigue, recordando a un muerto cuyos parientes ya le han olvidado. El amor del perrillo es la única flor que adorna esa tumba. Hasta el verdín ha borrado ya casi el nombre del muerto. En la memoria de Canelo no se ha borrado nada.

miércoles, 31 de mayo de 2023

A María en su visita a Isabel

     Papa Francisco

María, mujer de la escucha,
haz que se abran nuestros oídos;
que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús
entre las miles de palabras de este mundo;
haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos,
a cada persona que encontramos,
especialmente a quien es pobre, necesitado, tiene dificultades.
María, mujer de la decisión,
ilumina nuestra mente y nuestro corazón,
para que sepamos obedecer
a la Palabra de tu Hijo Jesús sin vacilaciones;
danos la valentía de la decisión,
de no dejarnos arrastrar
para que otros orienten nuestra vida.
María, mujer de la acción,
haz que nuestras manos y nuestros pies
se muevan «deprisa» hacia los demás,
para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús,
para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo. Amén.

Saldar una deuda

Tomás, de ochenta años, estaba cavando en el jardín trasero de su casa. Un vecino que le vio cavar, lleno de curiosidad, le preguntó:
— ¿Qué estás haciendo, Tomás?
— Estoy preparando la tierra para plantar higueras -contestó el octogenario.
— ¿Esperas llegar a comer los higos que den estos árboles? -dijo con guasa su vecino.
— Es posible que no, pero toda mi vida he comido higos de árboles que no había plantado. Y esto hubiera sido imposible si otras personas no hubieran hecho antes lo que yo estoy haciendo ahora. Sólo estoy pagando la deuda que tengo contraída con ellos.

 

martes, 30 de mayo de 2023

Oración al Espíritu Santo

        Cardenal Verdier

Oh, Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir, cómo debo decirlo,
lo que debo callar, cómo debo actuar,
lo que debo hacer, para gloria de Dios,
bien de las almas y mi propia Santificación.
Espíritu Santo, dame agudeza para entender,
capacidad para retener, método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar dirección al progresar
y perfección al acabar. Amén.

El roble y la hiedra

Un hombre que había construido su propia casa decidió dotarla de un jardín que fuera su remanso de paz. En medio de él, plantó un roble que creció lentamente. Día tras día, sus raíces eran más profundas y su tronco se estiraba para atrapar la luz. Junto al muro, plantó una hiedra que rápidamente empezó a extender sus ramas ocupando toda la superficie de la pared de piedra.
- ¿Cómo estás, amigo roble?, le preguntó un día la hiedra.
- Bien, amiga», le contestó el árbol.
- Eso es lo que respondes porque no ves el mundo como yo, desde las alturas. A veces siento pena viéndote ahí hundido en el fondo del patio, comentó la hiedra con un indisimulado aire de superioridad.
- No te burles de mí. Recuerda que lo importante no es crecer deprisa, sino con firmeza, respondió con humildad el roble.
La hiedra soltó una carcajada y siguió creciendo deprisa, mientras el roble tardó años en desarrollarse. Pero una noche descargó una fuerte tormenta que arrasó el jardín. Al amanecer, la hiedra yacía en el suelo arrancada de la pared, en cambio, el roble aguantó casi intacto. Esto llevó al árbol a reflexionar: «Es mejor crecer fuerte sobre tus propias raíces que ganar altura rápidamente pero dependiendo de la seguridad de los demás».

domingo, 28 de mayo de 2023

Secuencia al Espíritu Santo

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. 
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.

Las campanas del Templo (don de Sabiduría)

El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía cientos de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que asombraba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua leyenda afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta leyenda, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención.
Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… pero volvió el desaliento cuando, tras semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Al final decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tumbó en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, al contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
Y en medio de aquel silencio ¡lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio lleno de asombro y alegría.