sábado, 13 de julio de 2024

Limpio de corazón

Si yo fuera limpio de corazón
Si yo fuera limpio de corazón descubriría...
Que todos somos obra de Dios, llevamos algo de bueno en el corazón.
Que todos valemos la pena, y nos queda algo de la imagen de Dios.
Que a todos hay que darles otra oportunidad.
Que todos somos dignos de amor, justicia, libertad, perdón.
Que todos somos dignos de compasión, respeto y de muchos derechos.
Que todas las criaturas son mis hermanas.
Que la creación es obra maravillosa de Dios.
Que no hay razón para levantar barreras, cerrar fronteras.
Que no hay razón para ninguna clase de discriminación.
Que no hay razón para el fanatismo y para no dialogar con alguien.
Que no hay razón para maldecir, juzgar y condenar a nadie.
Que no hay razón para matar, ni para el racismo.
Que todos los ancianos tienen un caudal de sabiduría, y los jóvenes, de ideales.
Que los adolescentes tienen un caudal de planes, y los niños, de amor.
Que las mujeres tienen un caudal de fortaleza, y los enfermos, de paciencia.
Que los pobres tienen un caudal de riqueza,
y los discapacitados, de capacidades.
Que hay razón para tender puentes, dar a todos la paz, 
trabajar por la paz, amar y defender la creación.
Que hay razón para ser hermanos y seguir siendo amigos.
Que hay razón para sonreír a todos.
Que hay razón para dar a todos los buenos días, dar a todos la mano,
intentar de nuevo hacerlo todo mejor.
Que hay razón para seguir viviendo, para vivir en comunidad.
Que hay razón para prestar un oído a lo que dicen los demás.
Que hay razón para servir, amar, sufrir.
Que hay razón para muchas cosas más.

El cofre lleno de cristales

Érase una vez un anciano que vivía solo desde que había perdido a su esposa. Trabajó duramente como sastre toda su vida, pero los infortunios lo habían dejado arruinado, y ahora era tan viejo que ya no podía trabajar. Las manos le temblaban tanto, que no podía enhebrar una aguja, y la visión se le había enturbiado demasiado para hacer una costura recta.
Tenía tres hijos varones, que ya se habían casado y estaban tan ocupados con su propia vida que sólo tenían tiempo para cenar con su padre una vez por semana.
El anciano estaba cada vez más débil, y los hijos lo visitaban cada vez menos:
— No quieren estar conmigo ahora; se decía... Tienen miedo de que yo me convierta en una carga.
Se pasó una noche en vela pensando qué sería de él y al fin trazó un plan.
A la mañana siguiente, fue a ver a su amigo el carpintero y le pidió que le fabricara un cofre grande. Luego fue a ver a su amigo el cerrajero y le pidió que le diera un cerrojo viejo.
Por último, fue a ver a su amigo el vidriero y le pidió todos los fragmentos de vidrio roto que tuviera.
El anciano llevó el cofre a su casa, lo llenó hasta el tope de cristales rotos, le echó llave y lo puso bajo la mesa de la cocina.
Cuando sus hijos fueron a cenar, lo tocaron con los pies, y mirando bajo la mesa preguntaron:
— ¿Qué hay en ese cofre?
El anciano respondió:
— ¡Oh nada! Sólo algunas cosas que he ahorrado.
Sus hijos lo empujaron y vieron que era muy pesado. Lo patearon y oyeron un tintineo. Debe estar lleno con el oro que ahorró a lo largo de los años susurraron. Deliberaron y decidieron turnarse para vivir con el viejo, y así custodiar el "tesoro". La primera semana el hijo menor se mudó a la casa del padre, lo cuidó y le cocinó. A la semana siguiente, lo reemplazó el segundo hijo, y la semana siguiente acudió el hijo mayor. Así siguieron durante mucho tiempo.
Al fin el anciano padre enfermó y falleció. Los hijos le hicieron un bonito funeral, pues creían que una fortuna los aguardaba bajo la mesa de la cocina, y podían costearse un gasto grande con el viejo.
Cuando terminó la ceremonia, buscaron por toda la casa hasta encontrar la llave, y abrieron el cofre. Lo encontraron lleno de cristales rotos.
— ¡Qué triquiñuela tan infame! exclamó el hijo mayor ¡Qué crueldad para con sus hijos!
— Pero ¿qué podía hacer? -preguntó con tristeza el segundo hijo
— Seamos francos. De no haber sido por el cofre, lo habríamos descuidado hasta el final de sus días. Estoy avergonzado de mí mismo -sollozó el hijo menor
— Obligamos a nuestro padre a rebajarse al engaño, porque no observamos el mandamiento que él nos enseñó cuando éramos pequeños.
El hijo mayor muy enojado, volcó el cofre para asegurarse de que no hubiera ningún objeto valioso oculto entre los cristales, y los desparramó en el suelo hasta vaciar el cofre.
Los tres hermanos miraron silenciosamente dentro y leyeron una inscripción que el padre les había dejado en el fondo: "Honrarás a tu padre y a tu madre"

viernes, 12 de julio de 2024

Etiquetas

            José María R. Olaizola, sj

Nos conformamos con lo sabido,
con hábitos convertidos en ley,
con imágenes inacabadas.
Preferimos la atrofia de límites seguros.
Nos afanamos en hacer
que el mundo encaje en dos esquemas.
Hasta a Dios lo apresamos
en conceptos insuficientes.
Matamos profetas, y silenciamos sabios.
Desechamos, con gesto incrédulo,
la posibilidad de buenas noticias
que no sean saldo y rutina.
Zarandéanos. Rompe las etiquetas
que nos dejan dormir pero no vivir.

Amor de madre

Detrás del mostrador el hombre miraba distraídamente hacia la calle mientras una chiquilla se acercaba a la tienda. Ella aplastó su naricita contra el vidrio del escaparate, y sus ojos color de cielo brillaron cuando vio determinado objeto.
Entró en el local y pidió ver el collar de turquesas azules, y le dijo al vendedor:
— Es para mi hermana. ¿Podría hacerme envolverlo de forma bonita?
El dueño del local miró a la chiquilla con desconfianza y le preguntó:
— ¿Cuánto dinero tienes?
Sin alterarse sacó de su bolsillo un atadito y fue deshaciendo los nudos. Colocó sobre el mostrador y dijo:
— ¿Esto tengo, ¿alcanza o no? Dijo mostrando orgullosa algunas monedas-. Sabe -continuó- quiero regalarle esto a mi hermana mayor. Desde que nuestra madre murió ella me cuida y no tiene tiempo para ella. Hoy es su cumpleaños y estoy segura que le hará feliz este collar, que es del color de sus ojos.
El hombre se fue para adentro, colocó el collar en un estuche, lo envolvió con un papel rojo e hizo un hermoso moño con una cinta azul.
— Toma -le dijo a la chiquita- Llévalo con cuidado.
Ella se fue feliz saltando calle abajo. Todavía no había terminado el día cuando una linda joven de cabellos rubios y maravillosos ojos azules entró en el negocio.
Colocó sobre el mostrador el paquete desenvuelto y preguntó:
— ¿Este collar fue comprado aquí?
— Sí señorita -respondió el dueño del local.
— ¿Cuánto costó?
— Ah! -dijo el dueño- el precio de cualquier objeto en mi negocio es siempre un asunto confidencial entre el vendedor y el cliente.
— Pero mi hermana sólo tenía algunas monedas. Este collar es verdadero, ¿no? Ella no tendría el dinero para pagarlo.
El hombre tomó el estuche, rehizo el envoltorio y con mucho cariño colocó la cinta diciendo:
— Ella pagó el precio más alto que cualquier persona puede pagar. Ella dio todo lo que tenía.
El silencio llenó el pequeño local y lágrimas cayeron por el rostro de la joven, mientras sus manos tomaban el paquete.

“La verdadera donación es darse por entero, sin medida”.

martes, 9 de julio de 2024

Himno de confianza

        Liturgia de las Horas. Laudes

Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver,
quiero creer.
Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé,
y, limpio de culpa vieja,
sin velos te pude ver.
Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Están mis ojos cansados
de tanto ver luz sin ver;
por la oscuridad del mundo,
voy como un ciego que ve.
Tú que diste vista al ciego
y a Nicodemo también,
filtra en mis secas pupilas
dos gotas frescas de fe. Amén

La cena es a las siete...

— Mamá, tengo que reunirme con un compañero, vuelvo enseguida -le dice mi hermano a mi madre.
A lo que ella le contesta apresuradamente:
— Hijo, vuelve pronto, la cena es a las siete.
Entonces yo le digo:
— Yo no cenaré en casa, Carlos me llevará al nuevo restaurante italiano que acaban de inaugurar...
En ese momento suena el teléfono y mi madre contesta, era mi padre, llegará tarde del trabajo y pide que no lo esperemos para la cena.
Esa noche Raúl tampoco llegó a la cena a casa, mamá tuvo que cenar sola...
Al día siguiente, mi hermano y yo fuimos a la fiesta de un amigo, así que tampoco estuvimos en casa a tiempo. Papá llamó otra vez para decir que no sabía si llegaría a casa temprano.
— Rafa, intenta llegar a la cena, es a las siete -le dijo mi madre-.
Esa noche ella cenó sola otra vez.
El fin de semana papá salió de viaje de negocios, Raúl se fue a la playa con su novia y yo me quedé en casa.
— Renata, la cena es a las siete, prepárate.
— No, mamá, ya pedí una pizza -respondo-.
Y así fueron pasando los días, casi nunca cenamos en casa y prestábamos poca atención a mamá, estábamos en nuestras cosas... Ella se quedó sola muchas veces con la mesa puesta; "mañana", solíamos decir...
Ayer mamá fue ingresada en el hospital, nos hemos enterado que estaba enferma desde hace tiempo y la quimioterapia no funcionó desde el principio; ella no dijo nada a nadie en casa y soportó el dolor sola, para no preocuparnos. El doctor se acercó y nos dijo:
— Julieta no quería que estuvieran tristes por esto y se negó a que lo supieran; dijo que sólo quería pasar el tiempo que le quedaba con vosotros y que les prepararía sus comidas favoritas para cenar..., cuando todos pudieran estar libres.
Hoy mi madre murió. El entierro fue esa tarde, y estuvimos un buen rato en el cementerio.
Al llegar a casa, las lágrimas brotaron de nuestros ojos..., la casa se sentía vacía y mi padre dijo:
— Cariño... ¡¡¡estamos aquí!!!, esperando que ella salga a recibirlo sonriente.
Hoy Raúl no quiso salir con sus amigos, papá apagó el teléfono del trabajo, y yo, ya no quiero ir a un restaurante o pedir pizza. Hoy todos estuvimos en casa, pero esta vez no oímos esa voz, esa voz que cada noche nos decía: "La cena es a las siete".