sábado, 1 de septiembre de 2018

Tarde te amé

            San Agustín

¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba;
y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti;
gusté de ti, y siento hambre y sed;
me tocaste, y me abrasé en tu paz.

Prestar mis manos a Dios

Un amigo le preguntó a Samuel B. Morse, el inventor del telégrafo:
- “¿Qué hacías en los momentos de dificultad?”
Le contestó el inventor con toda sencillez:
- “Te voy a responder en confianza, pues es algo que nunca he revelado en público. Cuando no sabía qué camino tomar, me ponía de rodillas y le pedía a Dios luz y conocimiento”.
- “¿Y le venía la luz y el conocimiento?”, le preguntó el amigo.
- Sí -declaró Morse-. Y tengo que decirle que cuando me llegaron honores y alabanzas a cuenta del invento que lleva mi nombre, nunca creí que me las merecía. He dado una aplicación valiosa de la electricidad, no porque yo fuera superior a otros hombres, sino únicamente porque Dios, que quería concedérsela a la humanidad, tenía que  buscar a alguien, y le pareció bien darla a conocer a través de mis manos”.

jueves, 30 de agosto de 2018

Nos hiciste para ti, Señor

                  San Agustín

Grande eres, Señor, y laudable sobre manera;
grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene número.
¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación,
y precisamente el hombre, que, revestido de su mortalidad,
lleva consigo el testimonio de su pecado
y el testimonio de que resistes a los soberbios?
Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación.
Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte,
porque nos has hecho para Ti
y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti.
¿Quién me dará descansar en Ti?
¿Quién me dará que vengas a mi corazón y le embriagues,
para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío?
¿Qué es lo que eres para mí?
Apiádate de mí para que te lo pueda decir.
¿Y qué soy yo para ti para que me mandes que te ame?
¿Acaso es ya pequeña la misma de no amarte?
¡Ay de mí! Dime por tus misericordias,
Señor y Dios mío, qué eres para mí.
Di a mi alma: "Yo soy tu salud."
Que yo corra tras esta voz y te dé alcance.
No quieras esconderme tu rostro.

La historia de Demóstenes

El joven Demóstenes soñaba con ser un gran orador, sin embargo este propósito parecía una locura desde todo punto de vista.
Su trabajo era humilde, y de extenuantes horas a la intemperie. No tenía el dinero para pagar a sus maestros, ni ningún tipo de conocimientos. Además tenía otra gran limitación: Era tartamudo.
Demóstenes sabía que la persistencia y la tenacidad hacen milagros y, cultivando estas virtudes, pudo asistir a los discursos de los oradores y filósofos más prominentes de la época. Hasta tuvo la oportunidad de ver al mismísimo Platón exponer sus teorías.
Ansioso por empezar, no perdió tiempo en preparar su primer discurso. Su entusiasmo duro poco: La presentación fue un desastre. Fue un gran fracaso. A la tercera frase fue interrumpido por los gritos de protesta de la audiencia:
- ¿Para qué nos repite diez veces la misma frase?, dijo un hombre seguido de las carcajadas del público.
- ¡Hable más alto! -exclamó otro-. No se escucha, ¡ponga el aire en sus pulmones y no en su cerebro!
Las burlas acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, quien se retiró entre los abucheos sin siquiera terminar su discurso.
Cualquier otra persona hubiera olvidado sus sueños para siempre. Fueron muchos los que le aconsejaron –y muchos otros los que lo humillaron- para que desistiera de tan absurdo propósito.
En vez de sentirse desanimado, Demóstenes tomaba esas afirmaciones como un desafió, como un juego que él quería ganar.
Usaba la frustración para agrandarse, para llenarse de fuerza, para mirar más lejos. Sabía que los premios de la vida eran para quienes tenían la paciencia y persistencia de saber crecer.
- Tengo que trabajar en mi estilo.- se decía a sí mismo.
Así fue que se embarcó en la aventura de hacer todo lo necesario para superar las adversas circunstancias que lo rodeaban.
Se afeitó la cabeza, para así resistir la tentación de salir a las calles. De este modo, día a día, se aislaba hasta el amanecer practicando. En los atardeceres corría por las playas, gritándole al sol con todas sus fuerzas, para así ejercitar sus pulmones. Entrada la noche, se llenaba la boca con piedras y se ponía un cuchillo afilado entre los dientes para forzarse a hablar sin tartamudear.
Al regresar a la casa se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar su postura y sus gestos.
Así pasaron meses y años, antes de que reapareciera de nuevo ante la asamblea defendiendo con éxito a un fabricante de lámparas, a quien sus ingratos hijos le querían arrebatar su patrimonio.
En esta ocasión la seguridad, la elocuencia y la sabiduría de Demóstenes fue ovacionada por el público hasta el cansancio.
Demóstenes fue posteriormente elegido como embajador de la ciudad.
Su persistencia convirtió las piedras del camino en las rocas sobre las cuales levantó sus sueños.
¡¡Animo tú puedes!! Sólo siendo persistente conquistarás tus sueños.

miércoles, 29 de agosto de 2018

Señor Jesús, que me conozca a mí

                      San Agustín

“Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a Ti,
que no desee otra cosa sino a Ti.
Que me odie a mí y te ame a Ti y que todo lo haga siempre por Ti.
Que me humille y que te exalte a Ti.
Que no piense nada más que en Ti.
Que me mortifique, para vivir en Ti y que acepte todo como venido de Ti.
Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti.
Que siempre escoja seguirte a Ti.
Que huya de mí y me refugie en Ti
y que merezca ser protegido por Ti.
Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti.
Que sea contado entre los elegidos por Ti.
Que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en Ti
y que obedezca a otros por amor a Ti.
Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti.
Que quiera ser pobre por amor a Ti.
Mírame, para que sólo te ame a Ti.
Llámame, para que sólo te busque a Ti
y concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén”.

La pequeña orquesta

Había una vez tres instrumentos musicales que no se llevaban nada bien. La flauta, la guitarra y el tambor siempre estaban discutiendo por ver quién era el mejor: La flauta decía que su sonido era el más dulce de todos. La guitarra decía que ella era la que hacía mejores melodías. Y el tambor decía que él llevaba el ritmo mejor que nadie.
Todos se creían los mejores y despreciaban a los otros. Por eso, cada uno se iba a tocar a una parte distinta de la habitación donde vivían. Pero el sonido del tambor molestaba a la flauta, la flauta molestaba a la guitarra y la guitarra molestaba al tambor.
Allí no había quien pudiera tocar tranquilo. En lugar de hacer música hacían ruido. Y si alguien se paraba a escucharles, pronto sentía un fuerte dolor de cabeza. Siempre pasaba lo mismo.
Hasta que un día llegó una batuta a vivir con ellos. Al ver lo que ocurría, les dijo que ella podría ayudarles si querían. Pero los tres instrumentos estaban convencidos de que nadie podía ayudarles. La mejor solución era separarse y que cada uno se marchara a vivir a otra parte. Así podrían tocar a gusto, sin tener que soportar lo mal que tocaban los demás.
La batuta les propuso intentar hacer una cosa: tocar juntos una misma canción. Ella les ayudaría a hacerlo. Al principio no estaban muy convencidos; pero al final, aceptaron. Les dijo lo que tenía que tocar cada uno y, después de un breve ensayo, comenzó a sonar la canción.
Los tres instrumentos miraban fijamente a la batuta, que les indicaba a cada momento cómo y cuándo tenían que tocar. La canción iba sonando muy bien. La flauta, la guitarra y el tambor no salían de su asombro. Estaban tocando juntos una misma canción y les estaba saliendo bien. Habían comenzado a hacer música.
Cuando acabaron de tocar, estaban tan contentos de cómo les había salido, que se felicitaron. Era la primera vez que se ponían de acuerdo en algo. Le pidieron a la batuta que les hiciera tocar otra vez la misma canción. La estuvieron tocando todo el día cientos de veces. Todo el que pasaba por allí, al escucharles, se quedaba admirado de lo bien que tocaban.
Al unirse y poner en común lo mejor de cada uno, habían conseguido formar una pequeña orquesta. Desde entonces, se dedicaron a dar conciertos por todas partes y se hicieron famosos por lo bien que tocaban juntos.

martes, 28 de agosto de 2018

¡Que te busque... que te ame!

            San Agustín

Señor, Dios mío, única esperanza mía,
haz que cansado nunca deje de buscarte,
sino que busque tu rostro siempre con ardor.
Dame la fuerza de buscar,
tú que te has dejado encontrar,
y me has dado la esperanza de encontrarte siempre nuevo.
Ante ti están mi fuerza y mi debilidad:
conserva aquélla, ésta sánala.
Ante ti están mi ciencia y mi ignorancia;
allí donde me has abierto, acógeme al cruzar el umbral;
allí donde me has cerrado, ábreme cuando llamo.
Haz que me acuerde de ti,
que te entienda, que te ame. Amén

¡Disfruta tu café!

Un grupo de profesionales, todos triunfadores en sus respectivas carreras, se juntó para visitar a su antiguo profesor. Pronto la charla derivó en quejas, acerca del 'stress' que les producía el trabajo y la vida en general.
El profesor les ofreció café, fue a la cocina y pronto regresó con una cafetera grande y una selección de tazas de lo más variada: de porcelana, plástico, vidrio, cristal, unas sencillas y baratas, otras decoradas, unas caras, otras realmente exquisitas. Tranquilamente les dijo que escogieran una taza y se sirvieran un poco del café, recién preparado.
Cuando lo hubieron hecho, el viejo maestro se aclaró la garganta y, con mucha calma y paciencia, se dirigió al grupo:
- “Se habrán dado cuenta de que todas las tazas que son más bonitas se terminaron primero y han quedado pocas, las más sencillas y baratas; lo que es natural, ya que cada quien prefiere, lo mejor para sí mismo. Ésa es realmente la causa de muchos de sus problemas relativos al stress. Les aseguro que la taza no le añade calidad al café. En verdad la taza solamente disfraza o reviste lo que bebemos. Lo que ustedes querían era el café, no la taza, pero instintivamente buscaron las mejores. Después se pusieron a mirar... las tazas, de los demás.”
Y continuó diciendo:
- “Ahora piensen en esto: La vida es el café. Los trabajos, el dinero, la posición social, etc. son meras tazas, que le dan forma y soporte a la vida y el tipo de taza que tengamos no define ni cambia realmente la calidad de vida que llevemos. A menudo, por concentrarnos sólo en la taza dejamos de disfrutar el café. La gente más feliz no es la que tiene lo mejor de todo, sino ¡la que hace lo mejor con lo que tiene! Y recuerden que: la persona más rica no es la que tiene más, sino la que menos necesita.”
¡Disfruta tu café!

domingo, 26 de agosto de 2018

Me llamas…

Me llamas Señor y no me obedeces,
Me llamas Luz y no me ves,
Me llamas Camino y no lo andas,
Me llamas Vida y no me deseas,
Me llamas Sabio y no me sigues,
Me llamas Justo y no me amas,
Me llamas Rico y no me pides,
Me llamas Bondad y no confías en mí,
Me llamas Noble y no me sirves,
Me llamas Poderoso y no me honras,
Me llamas Justo y no me temes,
Si te condenas, no me eches la culpa.

Helado para el alma

La semana pasada llevé a mis niños a un restaurante. Mi hijo de 6 años de edad preguntó si podía dar gracias. Cuando inclinamos nuestras cabezas, él dijo:
- “Dios es bueno, Dios es grande. Gracias por los alimentos, yo estaría aún más agradecido si mamá nos diese helado para el postre. Libertad y Justicia para todos. Amén”.
Junto con las risas de los clientes que estaban cerca, escuché a una señora comentar:
- “Eso es lo que está mal en este país, los niños de hoy en día no saben cómo rezar, pedir a Dios helado... ¡Nunca había escuchado esto antes!”
Al oír esto, mi hijo empezó a llorar y me preguntó:
 “¿Lo hice mal? ¿Está enfadado Dios conmigo?”
Sostuve a mi hijo y le dije que había hecho un estupenda oración y Dios seguramente no estaría enfadado con él. Un señor de edad se aproximó a la mesa. Guiñó su ojo a mi hijo y le dijo:
- “Acabo de saber que Dios pensó que la tuya ha sido una excelente oración”.
- ¿En serio?, preguntó mi hijo.
- ¡Por supuesto! Luego en un susurro dramático añadió, indicando a la mujer cuyo comentario había iniciado aquel asunto: “Muy mal, ella nunca pidió helado a Dios. Un poco de helado, a veces, es muy bueno para el alma”.
Como era de esperar, compré helado a mis niños al final de la comida. Mi hijo se quedó mirando fijamente el suyo por un momento y luego hizo algo que nunca olvidaré durante el resto de mi vida. Tomó su helado y sin decir una sola palabra fue a ponerlo frente a la señora. Con una gran sonrisa le dijo:
- “Tómelo, es para usted. El helado es bueno para el alma y mi alma ya está bien”.