viernes, 15 de septiembre de 2023

Espadas

        José María Rodríguez Olaizola SJ

La incertidumbre del «Hágase» sin reservas.
No los «hágase» a medio gas,
los que vienen con peros,los que traen condiciones.
La intemperie de un pesebre,
pobre cuna de paja para un niño.
La inocencia perseguida por el odio de quien,
en su hambre de poder, elige el dolor ajeno.
La añoranza del hogar en tierra extraña
Las palabras difíciles en el hijo reencontrado.
La murmuración de quienes, en el muchacho, hecho hombre,
solo quieren ver un fraude.
La condena al inocente.
El dolor de un amor crucificado.
El cuerpo inerte, al que te aferras en último abrazo.
La losa que ciega una tumba habitada por la muerte.
¿Siete espadas?
Muchas más, que no han de tener,
en tu vida, la victoria.

Oración a la Virgen de los Dolores

Oh María, madre de Jesucristo y madre Nuestra,
tú que estas junto a nuestras cruces
como permaneciste junto a la de Jesús,
sostén nuestra fe para que, aunque estemos hundidos de dolor,
mantengamos la mirada fija en el rostro de Cristo
en quien, durante el sufrimiento extremo de la cruz
se manifestó el amor inmenso de Dios.
Madre de nuestra esperanza, danos tus ojos
para ver más allá del sufrimiento y de la muerte,
la luz de la resurrección.
Danos un corazón sensible para seguir amando
y sirviendo también en medio de las pruebas.
Oh María Madre, Virgen Dolorosa,
ruega por nosotros para que cuando el dolor nos visite
logremos decir: ¡¡¡"Hágase tu voluntad"!!!

La muerte, la madre y el ángel

En pleno día aquella mujer vestía de noche. La oscuridad de su pena hacía juego con la suelta cabellera, los ojos insondables y la túnica. Cansada de llamar a la Muerte que tapó sus oídos y vagó por el mundo sólo por no oírla, acudió al Ángel.
– Señor: he perdido a mi hijo. ¡Era tan pequeño que cabía en la cuna de mis brazos! En vano llamé a la Muerte para que me lo devolviera…
– ¿No sabes, Mujer, que la muerte no devuelve nada…?
– Le rogué que me llevara junto a él. No fui escuchada. No tengo paz ni consuelo. Solo soy una estéril lluvia de lágrimas.
– Resignación, Mujer.
– Lo soñé con amor. Lo engendré con amor. Lo esperé con amor. Lo di a luz con amor… Y me fue arrebatado. No tiene sentido.
– Busca las palabras de la resignación y de la fe -dijo el Ángel y desapareció.
La Mujer cerró sus desolados ojos. Cuando los volvió a abrir estaba en una iglesia esplendorosa. En las paredes, artistas afamados pintaron los rostros de vírgenes y santos. Se arrodilló ante el sacerdote.
– Padre: he perdido a mi hijo. No tengo paz ni consuelo. En vano he llamado a la Muerte. Vivo en martirio.
– Bienaventurados los que sufren porque de ellos será el reino de los cielos… Dios da y Dios quita. Tu criatura, mujer, es un ángel grato a los ojos del Señor. Resignación, hija mía, resignación.
Cubierta con su cabellera como un manto, fue a una sinagoga. Refulgían la estrella de David y los candelabros de siete brazos. Se arrodilló ante el rabino.
– Señor: he perdido a mi hijo. Lo engendré con alegría. No tengo calma, ni consuelo, ni sentido tiene mi vida. Soy un dolor.
– Un Rabí perdió a su hija recién nacida y, en su despedida iba alegre… Cuando le preguntaron el motivo, repuso: Me alegra devolver a Jehová un alma tan pura como cuando él me la dio… Dios da y Dios quita. Resignación, hija mía, resignación.
Envuelta en la oscuridad de su cabellera y de su pena, la mujer entró en la mezquita. La filigrana de la piedra reproducía, hasta el infinito, el nombre de Alá. Se inclinó a los pies del Imán.
– Señor: he perdido a mi hijo. Era tan pequeño que mis brazos le bastaban. Lo amaba y lo perdí. No tengo consuelo.
– La verdadera tumba de los mortales no está en la tierra sino en el corazón de los hombres… Tu hijo está vivo en tu corazón. Vida y muerte no nos pertenecen, Dios da y Dios quita. Resignación, hija mía, resignación.
Arrebujada en el manto, la madre entró en una capilla evangelista. Las paredes eran grises y desnudas. Sólo un crucifijo de madera negra. En lo alto, los fragmentados colores de una vidriera. Se inclinó ante el Pastor.
– Señor: he perdido a mi hijo. Era tan pequeño y tan grande mi dolor. Vivo penando y sin consuelo.
– En el día del juicio final veremos los rostros de él y de los seres que amamos. Dios da y Dios quita. Resignación, hija mía, resignación.
Envuelta en lágrimas y sin fuerzas, la madre, ajena a la vida que pasaba a su alrededor, sólo recordaba al hijo que tuvo en sus brazos y se perdió como en un sueño… El Portero Celestial, con infinita pena le alzó el rostro.
– Mujer, levántate. Voy a llevarte ante quien comprenderá tu dolor.
Por un instante, la madre abandonó su oscuridad de cuerpo y espíritu.
– ¡Señora…! –suplicó la mujer ante la augusta figura– Tú que perdiste a tu Hijo, dime ¿cual es la fórmula del consuelo…?
Entonces, después de dos mil años del hecho, los ojos de la virgen María se llenaron de lágrimas…

lunes, 11 de septiembre de 2023

Magnificat de María

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia
llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahan y su descendencia por siempre.

La leyenda de la Caá-Yaríi la Yerba Mate

Una tribu nómada se detuvo en las laderas de las sierras donde nace el Tabay y cuando reanudó su camino, un indio viejo y cansado por los años se quedó refugiado en la selva en compañía de su hija Yaríi, que era muy hermosa. Un día llegó al rancho donde se cobijaban un muchacho extraño por el color de su piel y su indumentaria a quien recibieron con generosidad, ofreciéndole la sabrosa carne asada de un acutí (jabalí). Además, le ofrecieron un plato de tambú (plato preparado con un gusano de carne blanca y abundante que los guaraníes crían en los troncos del pindó).
El visitante era un enviado del Dios del bien, que quiso recompensar tanta generosidad ofreciéndoles algo que pudieran dar siempre a los visitantes y que también les sirviera para hacer más cortas las horas de soledad a la orilla del arroyo.
Para ello hizo brotar una nueva planta en medio de la selva y nombró a Yaríi, Diosa protectora de la misma y a su padre, Cáa Yaráa, le confió la custodia, enseñándole a secar las ramas al fuego y preparar una infusión que podrían ofrecer como exquisitez a todos los visitantes de los hogares misioneros.
Desde entonces, crece la nueva planta ofreciendo sus hojas y tallos para preparar mate, que ha pasado a ser, sin necesidad de palabras, el hermoso símbolo de la generosidad de estas tierras».