sábado, 31 de mayo de 2025
Himno a la Visita de María a Isabel
en el seno de Isabel.
Duerme en el tuyo Jesús.
Todos se salvan por él.
Cuando el ángel se alejó,
María salió al camino.
Dios ya estaba entre los hombres.
¿Cómo tenerle escondido?
Ya la semilla de Dios
crecía en su blando seno.
Y un apóstol no es apóstol
si no es también mensajero.
Llevaba a Dios en su entraña
como una preeucaristía.
¡Ah, qué procesión del Corpus
la que se inició aquel día!
Y, al saludar a su prima,
Juan en el seno saltó.
Que Jesús tenía prisa
de empezar su salvación.
Desde entonces, quien te mira
siente el corazón saltar.
Sigues salvando, Señora,
a quien te logre encontrar.
Elige ser feliz
El conferenciante, un hombre de mediana edad con voz clara y presencia amable, tomó el micrófono y saludó con una sonrisa.
— Buenas tardes a todos. Gracias por estar aquí, dispuestos a crecer juntos.
El público respondió con un aplauso cálido. Poco después, el conferenciante se paseó entre las filas y de pronto se detuvo frente a una pareja sentada de la mano en la segunda fila.
— Señorita -dijo con cortesía, mirando a la mujer-, ¿su marido la hace feliz?
El esposo, al oír la pregunta, se acomodó con confianza. Estaba seguro de la respuesta. Ella nunca se quejaba, eran cordiales, llevaban años juntos. Su rostro mostraba serenidad.
La mujer lo miró de reojo… y respondió con calma:
— No…, no me hace feliz.
El salón entero se quedó en silencio. El esposo la miró sorprendido, con un nudo en el pecho que no supo cómo explicar. Pero antes de que alguien pudiera decir algo, ella continuó:
— No me hace feliz…, porque yo soy feliz.
Hubo un murmullo leve en la sala. La mujer, miró al conferenciante y dijo con firmeza:
— Mi felicidad no depende de él. Depende de mí. Yo decido ser feliz cada día, sin importar lo que pase a mi alrededor. Si mi felicidad dependiera de otra persona, o de si me dicen lo que quiero escuchar, o de si el día es soleado o lluvioso, entonces estaría atrapada. Y eso… no es felicidad. Eso es dependencia emocional.
Hizo una pausa, respiró profundamente y añadió:
— He aprendido que la vida está llena de altibajos. Por eso, he decidido aprender a perdonar, a ser paciente, a escuchar sin interrumpir… A sonreír incluso cuando las cosas no salen como quisiera. A no permitir que el clima, el dinero, la rutina o las decepciones apaguen mi paz interior.
El conferenciante la miró con respeto, y con voz reflexiva agregó:
— Muchas veces escuchamos frases como: “No soy feliz porque estoy enfermo…”, o “no puedo ser feliz porque alguien me falló, porque alguien no me ama…” -hizo una pausa y miró a la sala entera- Pero lo cierto es que sí puedes ser feliz, incluso cuando las cosas no estén bien. Porque la felicidad no depende de lo que ocurre fuera… sino de cómo eliges vivir lo que ocurre.
La mujer asintió, y con una sonrisa serena concluyó:
— La vida es como una bicicleta: te caes solo si dejas de pedalear. Y yo he decidido no dejar de avanzar.
El salón entero estalló en aplausos.
Reflexión final:
La felicidad no es un regalo que alguien te entrega. Es una elección que haces todos los días, incluso en medio de la incertidumbre. No pongas tu bienestar en manos ajenas. No le des al mundo el poder de apagar tu luz. Porque la vida seguirá teniendo altibajos, errores, momentos duros… pero si eliges seguir pedaleando, seguir sonriendo, seguir creyendo, entonces descubrirás que la felicidad no está en lo que te pasa, sino en cómo decides responder a ello.
Elige ser feliz. Porque esa decisión… cambia tu mundo.
viernes, 30 de mayo de 2025
Si me amas...
Rezando voy
Si me amas, cumplirás mi palabra,
mi Padre te amará, vendremos a ti en ti habitaremos.
Quien no me ama no cumple mis palabras.
La palabra que me has oído no es mía, sino del Padre que me envió.
Te cuento esto mientras estoy contigo.
El valedor, el Espíritu Santo que enviará mi Padre en mi nombre,
te lo enseñará todo y te ayudará a recordar mis enseñanzas.
Te dejo mi paz, te doy mi paz. No como la da el mundo.
No te turbes, y no tengas miedo.
De una manera, me voy, pero volveré a hacerme presente en tu vida.
Porque me amas, alégrate de que vaya al Padre, que es más que yo.
Y cuando esto suceda, cuando no me sientas tan cerca,
cuando parezca callar, acuérdate de estas palabras,
siente que estoy contigo, y cree.
Los clavos del enfado
Leonardo Cirbián
Una tarde, al regresar de la escuela, un niño entró a su casa con el rostro rojo de furia. Caminó con pasos fuertes hasta el comedor, donde su padre leía el periódico, y sin contenerse, gritó:
— ¡Papá, no aguanto tanta rabia! ¡Hoy insulté a una compañera en clase y me echaron del aula!
El padre bajó el periódico con calma. No levantó la voz, ni lo regañó de inmediato. Lo miró con atención, notando la mezcla de enfado y frustración en los ojos de su hijo.
— Acompáñame al patio -le dijo con voz firme, pero serena.
El niño lo siguió en silencio. Una vez allí, el padre fue al cobertizo y regresó con una bolsa de clavos y un martillo. Señaló una vieja cerca de madera que rodeaba el jardín.
— Hijo -dijo el padre mientras le entregaba la bolsa-, cada vez que sientas enojo, cada vez que no puedas controlar tus palabras o tus impulsos… quiero que tomes un clavo de esta bolsa y lo claves en esta cerca.
El niño lo miró confundido, pero asintió. Ese primer día, su rabia todavía lo dominaba. Sin entender del todo el propósito, descargó su enojo clavando con fuerza cuarenta clavos en la madera.
Los días pasaron. El niño continuaba con el ejercicio. A veces eran veinte clavos, otras diez. Poco a poco, con esfuerzo y reflexión, comenzó a detenerse antes de estallar. A respirar antes de hablar. A pensar antes de actuar.
Pasadas unas semanas, una tarde llegó a casa con una sonrisa y corrió hacia su padre.
— ¡Papá! ¡Hoy no me he enfadado ni una sola vez! -exclamó con orgullo.
El padre le sonrió con calidez y respondió:
— Estoy muy orgulloso de ti, hijo. Ahora quiero que hagas otra cosa: por cada día que logres mantener la calma, ve y quita uno de los clavos que clavaste.
El niño obedeció con entusiasmo. Día tras día, iba al patio y sacaba un clavo. El proceso fue largo, pero constante. Hasta que finalmente, un atardecer, volvió a buscar a su padre.
— ¡Papá! ¡He sacado todos los clavos!
El padre lo tomó de la mano, lo llevó frente a la cerca y le señaló la madera.
— Hiciste un gran trabajo. Has aprendido a controlar tu carácter y eso es valioso. Pero mira bien esta cerca…
El niño observó detenidamente. Aunque los clavos ya no estaban, la madera había quedado llena de agujeros.
— Estas marcas que ves -explicó el padre con voz pausada- son como las que dejan nuestras palabras cuando nos dejamos llevar por la ira. Puedes sacar el clavo… puedes pedir perdón… pero las heridas quedan, hijo. Y a veces, aunque sanen, no desaparecen del todo.
El niño bajó la mirada, conmovido.
— Entonces… aunque yo no lo quiera, puedo herir a alguien -dijo en voz baja.
— Exactamente -respondió el padre-. Por eso es tan importante aprender a cuidar lo que decimos, sobre todo cuando estamos enfadados. Porque el enfado pasa… pero lo que dijiste en ese momento, puede quedarse para siempre en el corazón de alguien más.
Reflexión final:
Aprender a dominar la ira es una de las mayores señales de crecimiento emocional. No se trata solo de evitar gritar o pelear, sino de proteger a quienes amamos de heridas que no siempre se ven, pero que duelen profundamente.
Las palabras pueden marcar más que los golpes. Y aunque el perdón sane, las cicatrices quedan.
Piensa antes de hablar. Respira antes de reaccionar. Porque las personas que más queremos merecen lo mejor de nosotros, incluso en nuestros peores días.
lunes, 26 de mayo de 2025
Oración del buen humor
Santo Tomás Moro
En la fiesta de San Felipe Neri
y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo,
con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa
sino que encuentre el modo
de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento,
las murmuraciones, los suspiros y los lamentos
y no permitas que sufra excesivamente
por ese ser tan dominante que se llama: YO.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas,
para que conozca en la vida un poco de alegría
y pueda comunicársela a los demás.
Merienda de amigas ancianas
— ¿A dónde vas, mamá? -preguntó su hijo, viéndola tan animada.
Ella sonrió ampliamente y respondió:
— Quiero organizar una reunión con mis amigas para celebrar mi cumpleaños número 88.
El hijo, enternecido al verla tan ilusionada, se apresuró a decir:
— ¡Yo te ayudo, mamá!
Quédate a descansar, yo me encargo de dejar todo listo para tu fiesta.
Horas más tarde, con mucho cariño y atención, preparó todo en la cocina. Para asegurarse de que su madre no olvidara ningún detalle, escribió unas instrucciones claras en una hoja de papel y la pegó en la puerta de la nevera: 1º- Servir café. 2º- Servir sándwiches. 3º- Servir zumo. 4º- Servir pastelitos.
Todo estaba preparado: la mesa ordenada, las tazas limpias, los bocadillos a mano.
Solo faltaba esperar a las invitadas. Cuando sonó el timbre, la señora Lola fue la primera en llegar a la puerta, recibiendo a sus amigas con un abrazo y palabras de bienvenida.
La reunión comenzó llena de risas, anécdotas y la alegría típica de una tarde entre viejas amigas.
Sin embargo, había un pequeño detalle… Cada vez que Lola miraba la nevera para recordar qué debía hacer, empezaba desde el primer punto: servir café.
Y así, durante toda la tarde, no hizo más que llenar las tazas una y otra vez.
— ¿Otro cafecito? -ofrecía con una sonrisa.
Y sus invitadas, un poco desconcertadas, aceptaban por cortesía.
Pasadas varias horas, cuando las señoras ya se disponían a marcharse, algunas comentaban entre ellas:
— ¿De qué Lola me hablas?
— ¡Tampoco sé quién eres tú!
Parecía que, entre olvidos y confusiones, la memoria ya había empezado a jugarles bromas a todas.
Mientras tanto, el hijo, curioso por saber cómo había salido todo, se acercó a la cocina.
Revisó el lugar y notó algo muy particular:
—¡Todo está intacto! -exclamó sorprendido-.
Por lo visto… solo les sirvió café. Sin embargo, la señora Lola, ajena a todo, suspiró al ver la casa vacía y comentó con tristeza:
— ¿Te puedes creer que las muy ingratas de mis amigas no vinieron?
Reflexión:
La vida pasa, la memoria se desvanece, los rostros se confunden… Por eso, no dejes para mañana el abrazo, la visita, la risa compartida. Reúnete ahora con quienes amas, mientras todavía pueden mirarse a los ojos y reconocerse. Hazlo hoy, antes de que sea demasiado tarde.
domingo, 25 de mayo de 2025
“En esperanza fuimos salvados”
Padre que estás en el cielo, despierta en nosotros
la bienaventurada esperanza en la venida de tu Reino.
La gracia del Jubileo reavive en nosotros,
Peregrinos de Esperanza,
el anhelo de los bienes celestiales
y derrame en el mundo entero
la alegría y la paz de nuestro Redentor.
A ti, Dios bendito eternamente,
sea la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.
El burro y los sacos de sal
— Gracias, amigo, por tu esfuerzo. Sin ti no podría mantener a mi familia.
El burro movía las orejas orgulloso. Se sentía importante.
Un día, mientras cruzaban el río, el burro tropezó y cayó al agua. Los sacos de sal se mojaron, y parte de la sal se disolvió. Al levantarse, el burro notó que todo pesaba menos. Y pensó:
— ¡Qué maravilla! Si me caigo cada vez, no tendré que esforzarme tanto.
Desde aquel día el burro empezó a fingir caídas en el río. Cada vez se decía a si mismo:
—¡Eso es! Menos peso, menos esfuerzo.
El hombre notó que algo iba mal. Cuando vendía la sal, obtenía menos de lo esperado. Tenía menos ganancias. Y reflexionó:
— No puedo permitir que esto siga así. Cada caída del burro me cuesta mucho dinero. Se le ha convertido en una manía. Tengo que darle una lección a mi amigo.
Al día siguiente, el hombre cargó los sacos como siempre, pero esta vez añadió tela en algunos de ellos.
Cuando cruzaban el río, el burro cayó a propósito y dijo con una risita:
— ¡Una vez más, más ligero! ¡Soy el mejor!
Las telas se empaparon de agua y se volvieron más pesadas. Al levantarse el burro notó que los sacos pesaban como piedras y gruñó:
— ¿Qué pasa? ¡Esto pesa más que nunca!
El hombre, que lo miraba de cerca con una sonrisa sabia, le dijo:
— Los trucos pueden ayudarte un momento, pero el trabajo honesto es el que te lleva lejos.
El burro entendió la lección y nunca más intentó engañar. Desde aquel día cruzaba el río con cuidado. Al final de cada día el hombre le decía:
—Así me gusta, compañero. ¡Juntos y, con esfuerzo, somos imparables!