sábado, 11 de enero de 2020

A Dios le gusta sorprender

A nuestro Dios le encantan los disfraces.
Se disfraza de aliento, de brisa suave o viento huracanado.
De zarza ardiendo o nube opaca o luminosa.
De pan, de vino. De humano.
¡Dios es todo un secretudo! Lo suyo es sorprender.
No hacer nada como si estuviera previsto,
venir cuando no se le espera,
aparecer donde aparentemente nada tiene que hacer,
utilizar unas ropas que no le conocíamos,
deslizarse entre las páginas de una agenda apretada
en la que parece que no hay sitio para nadie,
dejarse oír en esa llamada de teléfono persistente,
sonreír al trasluz de esos ojos tan tristes, pedir ayuda...
¡Ya lo creo que a Dios le gusta sorprender!
Al fin, el amor no es sino la capacidad cotidiana de dar sorpresas:
Cuando no hay sorpresas,
el amor corre grave peligro de apagarse.
Al Señor le encanta sorprendernos.
No para cazarnos,
sino para reavivar nuestra fe vacilante,
para despertar nuestra esperanza,
para disfrutar de nuestro asombro.
No lo olvides: a Dios le encanta sorprender.
Si te pones a su alcance. Si te dejas sorprender.
Si, de hecho, ya andas sorprendido por las mil y una sorpresas
que te asaltan en tu vivir cotidiano...
Seguro: ¡Dios está cerca de ti! ¡Descúbrelo!

La escuela modélica


Para el colegio de los animales superdotados habían elegido a los profesores más capaces de todos. Querían hacer un plan de educación integral, revolucionario y modélico.
Una liebre, un erizo, un gorrión, un pez, una serpiente, una ardilla, un pato y otros animales se pusieron a hacer el proyecto.
Lograron un acuerdo sobre los objetivos y elementos organizativos y estructurales. Pero, al llegar a los contenidos de las asignaturas, cada uno proponía temas que creía imprescindibles. La liebre decía que la carrera era asignatura obligada. El gorrión decía lo mismo del vuelo; el pez, de la natación y la ardilla, de la trepa de árboles; el erizo, de la autodefensa; la serpiente, del arte de arrastrarse... Los demás animales querían que su especialidad constara en el programa. Acordaron el número de asignaturas y la obligación de que todos siguieran las clases.
Cuando comenzó el curso, los animales alumnos no se atrevían a hacer algunas pruebas. Los animales educadores no daban el brazo a torcer y exigían esas pruebas.
Una comisión de alumnos pidió que los profesores hicieran una demostración para probar que era posible.
Los educadores recordaron entonces que parte de su revolución pedagógica consistía también en que nada se haría si antes no había sido experimentado por los educadores mismos. Así que, la liebre se lanzó a correr. Lo hizo de maravilla. Pero cuando intentó volar se rompió los huesos y la cabeza. Los alumnos no sabían si reír o llorar.
El gorrión fue sobresaliente en la prueba del vuelo, pero por poco se ahoga cuando lo obligaron a nadar.
El erizo, en la autodefensa estuvo fenómeno: se cerró bien como una pelota y con las púas hacia fuera nadie le podía atacar. Pero al querer trepar y saltar de rama en rama, se caía con estrépito haciendo un ridículo soberano.
Así siguieron desfilando los otros animales profesores. Los propietarios del colegio seguían pensando que era una experiencia muy positiva. Era cuestión de tiempo. Continuarían aprendiendo todas las asignaturas.
Constataron, eso sí, que la liebre, el gorrión, el erizo etc., tras las heridas, ya no eran capaces ni de hacer bien su propia especialidad, además de estar muertos de miedo.
Todos los alumnos se dieron de baja. Algunos profesores se pusieron de acuerdo para fundar una escuela donde no se hicieran los programas a partir de lo que los profesores saben y quieren si no a partir de lo que los alumnos necesitan y pueden. Comenzaron por dialogar y programar con los alumnos. La escuela se llenó de alumnos por el clima tan positivo que se formó.

viernes, 10 de enero de 2020

...Y caminad juntos

                    Joaquim Guimerá

No busques en el horizonte
los caminos ya hechos, ¡No están!
El camino, tu camino
lo encontrarás, sin saberlo, caminando.
No busques la seguridad del árbol
con las raíces inamovibles bajo tierra.
Tu seguridad es precisamente el caminar.
Busca, eso sí, los amigos,
que como tú, continúen buscando.
Y haced camino juntos...
...Cortad las hierbas.
...Respirad muy hondo.
...Levantad la mirada.
...Escuchad los pájaros.
Y caminad juntos años y años
hasta la puesta definitiva del sol.

El viejo tigre y el ciervo joven


El viejo tigre, el más feroz y vigoroso de los animales de la selva, quería construir su casa. Encontró un lugar precioso junto al río.
Igual idea tuvo un joven ciervo, el más tímido y débil de los animales de la selva. Al día siguiente, antes de que saliera el sol, el ciervo abatió el herbazal, cortó los árboles y se marchó. Después llegó el tigre, y al ver tanto material de construcción ya preparado, exclamó:
- "Alguien que me quiere bien ha venido a ayudarme y no quiere que lo sepa. Y se puso a construir los muros de la casa".
A la mañana siguiente, volvió temprano el ciervo, vio el panorama y se dijo:
- "¡Qué buenos amigos tengo: me ayudan y no quieren que se lo agradezca!"
Puso el techo a la casa, la dividió en dos habitaciones y se instaló en una de ellas.
Cuando llegó el tigre y vio la casa terminada, creyó que era obra del desconocido amigo y se instaló en la otra habitación.
Pero al día siguiente, al salir, coincidieron los dos. Comprendieron lo que había ocurrido. El ciervo se atrevió a decir:
- "Ya que hemos construido la casa entre los dos, ¿Por qué no vivimos juntos y en paz?".
- El tigre aceptó: "Muy buena idea. Así nos ayudamos también. Hoy iré yo a buscar la comida. Mañana tu..."
Se fue por el bosque. Regresó al atardecer. Traía un ciervo ya grandecito. Lo arrojó ante su socio y con voz muy seca dijo:
- "Toma prepara la comida"
El ciervo, temblando de miedo, preparó la comida, pero no probó ni bocado. Y ni siquiera durmió toda la noche. Temía que su feroz compañero sintiera hambre y viniera por él.
Al día siguiente, tocaba al ciervo buscar la comida. ¿Qué haría? Encontró un tigre dormido. Era más grande que su compañero. Se le ocurrió una idea. Buscó al oso hormiguero, que es muy forzudo, y le dijo:
- "Allí hay un tigre dormido. Le oí decir que tú eras pura mantequilla, que no tienes fuerza..."
El oso hormiguero fue silencioso hacia el tigre, lo agarró fuerte entre sus poderosos brazos y lo estranguló. El ciervo logró arrastrar al tigre muerto hasta la casa. Lo echó a las patas del tigre y dijo con desprecio:
- "Toma, come: sólo he podido encontrar este poquito...".
El tigre no dijo nada, pero se quedó muy inquieto y desconfiado. No comió nada tampoco. Ni pudo dormir en toda la noche. Se decía:
- "Si el ciervo mató a uno más grande que yo, debe tener algún arma secreta, no es tan debilucho como parece...
El ciervo tampoco durmió, pues pensaba: El tigre se va a vengar mientras duermo.
Ya de día, ambos se caían de sueño. La cabeza del ciervo golpeó sin querer la pared que separaba las habitaciones. El tigre creyó que su compañero iba a atacarlo y echó a correr. Sin querer hizo un poco de ruido con sus garras. El ciervo, convencido de que el tigre venía por él, salió también a todo correr.
En el camino se encontró con el oso hormiguero:
 "¿Por qué corres tanto?", le preguntó.
-Se lo explicó, casi sin respirar, pero siguió corriendo.
El oso pensó: esta gente es tonta, han hecho una casa preciosa y no saben disfrutarla, se fijan más en las diferencias que tienen que en la ayuda que se puedan dar.
Yo me voy a buscar a uno que quiera compartirla conmigo. Ocuparemos la casa abandonada. Seremos felices.

martes, 7 de enero de 2020

Los Reyes Magos también escriben

Hemos leído todas cartas de este año. Nos ha sorprendido y nos ha conmovido ver que todos estáis pidiendo lo mismo. Y hemos decidido que sí, que lo tendréis. Os traemos la felicidad (puede ser la alegría, la libertad, la esperanza, el amor, la amistad...).
¿Una felicidad plena y total? No, porque no existe felicidad plena y total: cabe conquistarla un poco cada día e ir mejorándola siempre.
El año 2020 tendréis felicidad, pero haceos a la idea de que en cada situación alcanzada también encontraréis falta de felicidad.
Tened en cuenta también que la felicidad es un juguete muy caro y muy delicado. Un juguete, podríamos decir, con el que no se puede jugar. Mejor: más que un juguete es un instrumento, una herramienta, un estado del espíritu, una forma de ser.
No quisiéramos que se os deshaga entre los dedos. Por eso, os aconsejamos que os atengáis a este manual de instrucciones para que podáis poner en funcionamiento la felicidad que os regalamos:
No se os ocurra usarla para romperla en la cabeza de los demás.
No la destripéis para ver que hay dentro.
No le tengáis miedo, y por eso intentad usarla desde ahora.
No os canséis de ella a los cuatro días, como ha ocurrido otras veces con otros juguetes que habéis tenido.
No permitáis que nadie os la robe.
Dejad que juegue con ella todo el que quiera.
No estropeéis la que también llevaremos a otros.
No la pongáis en manos de inexpertos.
No pongáis dentro de su caja otras cosas que no sean la felicidad. No la confundáis.
No la guardéis escondida, pensando que se desgasta al usarla.
Haced que rinda lo más que podáis.
No le quitéis ninguna pieza, ya que sólo funciona entera.
Dadle buen trato y haced que os dure.
Permitid que Dios os encamine a la felicidad plena.
Si sabéis jugar con ella como se debe, el año que viene os traeremos más.

Melchor, Gaspar y Baltasar

El niño que lo quiere todo


Había una vez un niño que se llamaba Jorge, su madre María y el padre Juan. Cuando escribió la carta a los Reyes Magos les pidió más de veinte cosas.
Entonces su madre le dijo:
- Pero tú comprendes que… mira te voy a decir que los Reyes Magos tienen camellos, no camiones, segundo, no caben en tu habitación, y, tercero, mira otros niños… tú piensa en los otros niños, y no te enfades porque tengas que pedir menos.
El niño se enfadó y se fue a su habitación. Su padre le dijo a su madre María:
- ¡Ay!, quiere pedir casi una tienda entera, y su habitación ya está llena de juguetes...
María dijo que sí con la cabeza. El niño dijo con la voz baja:
- Es verdad lo que ha dicho mamá, debo de hacerles caso, soy muy malo.
Llegó la hora de ir al colegio y dijo la profesora:
- Vamos a ver, Jorge, dinos cuántas cosas has pedido.
- Veinticinco, dijo en voz muy bajita.
La profesora se calló y no dijo nada pero cuando terminó la clase todos se fueron y la señorita le dijo a Jorge que no tenía que pedir tanto. Entonces Jorge decidió cambiar la carta que había escrito y pedir solo quince cosas.
Cuando se lo contó a sus padres, éstos pensaron que no estaba mal el cambio y le preguntaron que si el resto de regalos que había pedido los iba a compartir con sus amigos.
- No, porque son míos y no los quiero compartir, dijo Jorge enfadado.
Después de rectificar la carta a los Reyes de Oriente llegó el momento de ir a comprar el árbol de Navidad y el Belén. Pero cuando llegaron a la tienda, estaba agotada la decoración navideña.
Ante esto, Jorge vio una estrella desde la ventana del coche y rezó: Ya sé que no rezo mucho, perdón, pero quiero encontrar un Belén y un árbol de Navidad. De pronto se les paró el coche, se bajaron, y se les apareció un ángel que dijo a Jorge:
- Has sido muy bueno en quitar cosas de la lista así que os concederé el Belén y el árbol.
Pasaron tres minutos y continuó el ángel: Mirad en el maletero y veréis. Y el ángel se fue. Juan dijo: ¡Eh, muchas gracias! pero, ¿qué pasa con el coche? 
- ¡Anda, dijo la madre, si ya funciona! ¡Se ha encendido solo! 
Y el padre dio las gracias de nuevo.
Por fin llegó el día tan esperado, el Día de Reyes. Cuando Jorge se levantó y fue a ver los regalos que le habían traído, se llevó una gran sorpresa. Le habían traído las veinticinco cosas de la lista.
Enseguida despertó a sus padres y les dijo que quería repartir sus juguetes con los niños más pobres. Pasó una semana y el niño trajo a casa a muchos niños pobres. La madre de Jorge hizo el chocolate y pasteles para todos. Todos fueron muy felices. Y colorín, colorado, este cuento acabado.

lunes, 6 de enero de 2020

Devuélveme mi estrella

                            Pedro Miguel Lamet

"Por entonces sucedió que unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén" (Mt 2, 1).

Ahora que el niño se acurruca en este gastado cuerpo
y que el mundo va camino de no saber caminos,
devuélveme la estrella en su esplendor de estaño,
que anoche he vuelto a escribir cartas a la vida
y no responde nadie.
Ve al buzón de allí cerca a recoger la mía,
la que hace tantos años deposité a los Magos
pidiéndoles una bicicleta azul
para dar libertad a mi cojera,
pues quisiera escuchar aún sus pasos
desde la almohada, el oído semidespierto
a un lejano rumor de dromedarios
camino de mi casa y de mi ensueño.
Voy ahora a despertar a mis padres,
a levantarlos de la tumba
para ir en pijama hacia el cuarto de estar
y brincar con ellos de alegría,
pues aún conservo intacta la sorpresa
que ellos supieron sembrar
tragándose las lágrimas.
Desde entonces tomé el oficio más bello de la tierra:
restaurador de sueños o, si queréis,
perseguidor y lustrador de estrellas.

El perrito del Niño Jesús


Había una vez un perrito abandonado que vivía muy triste y solito porque nadie le quería. Era el más feo de sus hermanos y ningún niño le había querido adoptar.
Comía lo que encontraba por la calle y siempre tenía miedo porque a veces los niños le tiraban piedras.
Un día vio a unos señores con unos trajes muy bonitos y como parecía que tenían bastante comida y tenían cara de ser buenos, se puso a seguirles.
Pasaron montañas y ríos, desiertos y bosques. El perrito estaba ya cansado y se preguntaba cuándo llegarían a su casa aquellos señores. Algunas veces pensaba que se debían haber perdido porque no sabían seguir, hasta que veían una estrella en el cielo y se ponían a seguirla.
Una noche, llegaron hasta un pueblo pequeño, y al final, llegaron hasta una casa un tanto destartalada. La estrella estaba brillando encima de la casa. Dentro había una señora muy guapa y un señor con barba y en una cunita de paja un niño pequeño que no paraba de llorar.
Mucha gente entraba y dejaba alguna cosa en el suelo: pan, frutas, una manta… y el niño seguía llorando. Los tres señores sacaron tres cajitas y se las dieron también, pero el niño no dejaba de llorar.
Sus papás parecían preocupados. Entonces se acercó el perrito con mucho cuidado hasta la cunita y le puso el hocico encima, moviendo la cola. José, que así se llamaba el señor de la barba le iba a echar de allí, pero entonces el niño miró los ojitos del perrito, dejó de llorar y luego se puso a reír sin parar y a mover sus manitas…
El perrito sintió que por fin tenía una familia de verdad y el niño sintió que aquél era su mejor regalo.

domingo, 5 de enero de 2020

Papá y mamá, los pajes de los Reyes Magos

Al llegar a casa, apenas se había sentado su padre, como todos los días, dispuesto a escuchar a su hija lo que solía contarle sus actividades en el colegio, ésta en voz algo baja, como con miedo, le dijo:
- ¿Papá?
- Sí, hija, cuéntame.
- Oye, quiero... que me digas la verdad. 
- Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido.
- Es que... -titubeó Cristina. Papá, ¿existen los Reyes Magos?
El padre de Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo.
- Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?
La nueva pregunta de Cristina le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo:
- ¿Y tú qué crees, hija?
- Yo no sé, papá: que sí y que no. Por un lado, me parece que sí que existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso...
- Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos, pero...
- ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me habéis engañado!
- No, mira; nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen -respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina.
- Entonces no lo entiendo. papá.
- Siéntate, cariño, -dijo el padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado- y escucha esta historia que te voy a contar, porque ya ha llegado la hora de que puedas conocerla.
Cristina se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:
Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes Magos que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos, en prueba de amor y respeto. Y el Niño se puso tan contento que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:
- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.
- ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.
Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría, comentó:
- Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito...
Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar aquel deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento, sonrió. Y la voz de Dios se escuchó en el Portal diciendo:
- Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Quiero ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
- ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño, que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos; pero no podemos tener tantos pajes, no existen tantos.
- No os preocupéis por eso -dijo el Niño Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
- ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.
- Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños y conocer bien sus deseos? -preguntó Dios.
- Sí, claro, eso es fundamental asintieron los tres Reyes.
- Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que, en Navidad, conmemorando este momento, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que, en vuestro nombre y de vuestra parte, regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, todos celebrarán el cumpleaños de Jesús haciéndose algún regalo los unos a los otros.
Cuando el padre de Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
- Ahora sí que lo entiendo todo, papá. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado.
Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
- No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.

Oración de acción de gracias

Gracias, Señor, por no ser un Dios lejano.
A pesar de tu grandeza,
te has querido hacer cercano.
Como no resistiríamos tu esplendor,
te has hecho uno más de nosotros,
te has encarnado, te has hecho hombre,
te has hecho niño, has plantado tu tienda
en medio de la humanidad.
Te damos gracias por este acto de amor,
de entrega, de generosidad.
Te agradecemos de todo corazón
que hayas aceptado la condición humana
para compartir con nosotros
tu condición de Hijo de Dios.
Gracias por ser la Palabra
que nos revela los designios de Dios.