sábado, 15 de febrero de 2025
Acompañar en el sufrimiento
¡Oh, Cristo, mi Buen Samaritano!
Tú que, al borde del camino de la vida,
ves mis dolores y sufrimientos
y lleno de piedad y compasión
me recoges con tus manos,
llenas de ternura y dulzura,
y me cargas suavemente sobre ti,
¡ayúdame a sentirte junto a mí!
¡Oh, Cristo, mi Buen Samaritano!
Cuídame con tu amor misericordioso,
derrama tu vino sobre mis heridas,
santifícame con la fuerza de tu Santo Aceite,
consuélame con el afectuoso consuelo
que tú solo nos sabes dar,
y, cuando vuelvas en el último día,
¡paga por nosotros lo que te debamos!
¡Oh, Cristo, mi Buen Samaritano,
nunca te separes de mí! Amén
El regalo
― Es para mi madre, dijo con orgullo.
El dueño de la tienda se conmovió ante la sencillez de aquel regalo. Miró con piedad al muchacho y, sintiendo compasión, quiso ayudarlo. Pensó que podría envolver, junto con el jabón tan sencillo, algún artículo más significativo. Sin embargo, estaba indeciso: miraba al muchacho, miraba los artículos que tenía en su tienda, pero no se decidía. ¿Debía hacerlo o no? El corazón decía que sí, pero la mente le decía no.
El muchacho, notando la indecisión del hombre, pensó que estuviera dudando de su capacidad de pagar. Se llevó la mano al bolsillo, sacó las moneditas que tenía y las puso en el mostrador.
Continuaba el conflicto mental, ya había concluido que, si el muchacho pudiera, le compraría algo mucho mejor a su madre. Se acordó a su propia madre. Había sido pobre y muchas veces, en su infancia y adolescencia, también había deseado regalarle algo a su madre. Cuando consiguió empleo, ella ya había fallecido.
El muchacho, con aquel gesto, estaba tocando lo más profundo de sus sentimientos. Del otro lado del mostrador, el chico empezó a ponerse nervioso. Se entrecruzaban dos sentimientos: la compasión del hombre, la desconfianza por parte del muchacho.
Impaciente, le preguntó:
― ¿Señor, falta algo?
― No, contestó el propietario de la tienda, es que de repente recordé a mi madre. Ella se murió cuando yo todavía era muy joven. Siempre quise darle un regalo, pero, desempleado, nunca logré comprar nada.
Con la espontaneidad de sus doce años, el muchacho le preguntó: -
― ¿Ni siquiera un jabón?
El hombre se calló. Envolvió el sencillo jabón con el mejor papel que tenía en la tienda, le puso una hermosa cinta de colores y se despidió del chaval sin hacer ningún comentario más.
A solas, se puso a pensar. ¿Cómo nunca se le había ocurrido darle algo pequeño y sencillo a su madre? Siempre había pensado que un regalo tenía que ser algo significativo, tanto que, minutos antes, sintió piedad de la humilde compra y había pensado en mejorar el regalo adquirido.
Conmovido, entendió que ese día había recibido una gran lección. Junto al jabón del muchachito, lo acompañaba algo mucho más importante y grandioso, el mejor de todos los obsequios: SU AMOR.
No importa el regalo, sino el amor con que se da.
jueves, 13 de febrero de 2025
Cuento contigo
Marcos Alemán
Cuento contigo, me dices cuando me envías y sigues andando.
Cuento contigo para que lleves mi Reino que también es para ti.
Cuento contigo hasta con tus sorderas, cegueras y parálisis.
Cuento contigo porque quiero necesitarte... es mi modo de ser Mesías.
Cuento contigo para que, aunque mojado y con miedo, juntos caminemos sobre el agua.
Cuento contigo porque necesito tus redes vacías para seguir pescando.
Cuento contigo para que cuando no sepas qué decir me sigas anunciando.
Cuento contigo para que desde tu perplejidad brote una nueva mirada contemplativa.
Cuento contigo para que entre tanta pasión volvamos a resucitar.
Cuento contigo porque las pobrezas y exclusiones nos duelen cada vez más.
Cuento contigo para que en las fronteras vibren y latan tu vida y la mía.
Benito y el Viejo Circo
Un día, caminando por el campo, Benito descubrió un viejo circo abandonado. Las carpas estaban desgastadas y los colores desvanecidos, pero Benito sintió una chispa de esperanza en su corazón. Decidió explorar el lugar y encontró algunos trajes y maquillaje de payaso en un baúl polvoriento.
Con una sonrisa traviesa, Benito se pintó la cara y comenzó a actuar como payasito. A pesar de sus dificultades, sentía una inmensa felicidad al hacer reír a los pocos animales que quedaban en el circo y a él mismo frente al espejo. Su alegría era contagiosa, y pronto los habitantes del pueblo comenzaron a notar el cambio en Benito.
Al ver el entusiasmo del niño, los aldeanos decidieron ayudar a Benito a restaurar el viejo circo. Juntos lavantaron las carpas, repararon las gradas y entrenaron a los animales. El circo volvió a la vida, y Benito se convirtió en el payasito estrella del espectáculo.
Con el tiempo, el circo de Benito atrajo a visitantes de pueblos cercanos, y la pequeña familia de Benito ya no pasó hambre. Pero lo más importante, Benito encontró un lugar donde se sentía amado y valorado. Su historia se convirtió en una inspiración para todos, recordándoles que, a pesar de las adversidades, siempre hay esperanza y amor esperando ser encontrado.
Y así, Benito y su circo vivieron felices, con risas y alegrías que resonaban en el corazón de todos.
domingo, 9 de febrero de 2025
Pescadores
José María R. Olaizola, SJ
Pescaremos alguna que otra decepción,
unos cuantos berrinches y muchas noches en vela.
Pescaremos un constipado, de noche,
y una insolación, de día.
En la red recogeremos lágrimas vertidas,
vestigio de tantos sueños rotos.
Se nos enredará la pesca
con restos de algún naufragio.
Y aun así, seguiremos.
Nadie dijo que fuera fácil,
pero merece la pena el esfuerzo,
porque en la labor diaria
también nos haremos con pesca abundante
que ha de llenar muchos estómagos.
Alzaremos la red cargada de preguntas
que indican que estamos muy vivos.
Volcaremos la carga en la cubierta de los días,
y descubriremos, en ella,
anhelos, sueños, risas, memorias, proyectos.
Somos pescadores de hombres,
exploradores de fronteras,
aventureros de evangelio,
compañeros de fatigas alrededor de una mesa.
Y amigos del Amigo que nos convoca
para reponer las fuerzas,
y nos envía, de nuevo, a la brega.
El sabio y los viajeros
― Disculpe, ¿Cómo es la gente del pueblo al que lleva este camino?
El anciano contestó con otra pregunta:
― ¿Cómo es la gente es la gente del pueblo de donde tu vienes?
A lo que el forastero respondió:
― Son muy amables, cercanos, limpios y educados. Tengo un gran cariño por la gente de mi pueblo y los echo de menos, pero estoy buscando dónde vender mi cosecha.
El anciano respondió sonriente:
― Pues tienes suerte, porque aquí te vas a encontrar exactamente con el mismo tipo de gente.
El forastero se sintió muy contento de saber eso, así que caminó al pueblo muy agradecido.
Días más tarde llegó otro forastero, haciendo la misma pregunta, “¿cómo es la gente del pueblo al que dirige este camino?”, ante lo cual, recibió del anciano la misma respuesta, “¿cómo es la gente en el lugar donde vives?”.
El segundo forastero contestó:
― Son bastante groseros, egoístas, sucios y maleducados. Por eso busco a dónde mudarme, porque ya me cansé de ese pueblo asqueroso.
A lo que el anciano respondió con la misma sonrisa abierta:
― Es una pena, porque aquí te vas a encontrar con el mismo tipo de gente.
El segundo forastero se dispuso a avanzar de manera renuente hacia el pueblo debido a que sabía que no tenía más opción, pues debía alojarse algunos días en el pueblo para continuar con su viaje.
Unos días más tarde, el primer forastero volvió a la casa del anciano con un cesto de frutas de temporada como un obsequio de agradecimiento.
― Estoy muy agradecido con toda la gente de este pueblo y con usted, tenía toda la razón del mundo. Gracias a su amabilidad, a su cercanía, a su limpieza y educación pude tener éxito en mis negocios.
El anciano no hizo más que compartir la gratitud del forastero. Mientras conversaban, el segundo viajero estaba de regreso por el camino, con una expresión de suma molestia, saludó al anciano para decirle:
― Tenia usted toda la razón, la gente de este pueblo es horrible, son bastante groseros, odiosos, sucios y maleducados, menos mal que pude largarme de ese asqueroso lugar:
El primer forastero, confuso, no había llegado a entender cómo es que la misma pregunta ante el anciano había tenido respuestas tan opuestas y que ambas fuera verdad. El anciano respondió sabiamente:
― Es porque vamos con nuestro mundo interior a todas las partes. Si tú le preguntas a un águila cómo es el mundo, te dirá que es amplio, mientras que un delfín te dirá que es húmedo, y si le preguntas a un caballo salvaje te dirá que el mundo es espectacular y que en él se puede hacer todo lo que uno quiere, mientras que un animal de carga te dirá que el mundo es esfuerzo e imposición, y si le preguntas a un mono de circo te dirá que está lleno de sonrisas de niños, y una hormiga te dirá que es infinito”.