sábado, 18 de noviembre de 2017

Oh Espíritu Santo

Oh Espíritu Santo, unción y sello del hombre interior: 
Tú te haces fuente de vida y santidad en nosotros 
y realizas maravillas en quienes se confían a ti.  
Sé tú el Dios de nuestra interioridad; 
ilumina nuestra mente con tu claridad 
y prende en nuestro corazón el fuego de tu Amor; 
santifica nuestro cuerpo, alma y espíritu, 
para que brille tu poder obrando maravillas en tu Iglesia.
Dulce huésped de nuestras almas, aviva en nosotros 
el deseo y la necesidad de un diálogo personal contigo, 
que mantenga siempre vivo el espíritu de nuestra vocación.  
No permitas que te extingamos o te pongamos triste 
con nuestras infidelidades, tibiezas o resistencias.

La parte más importante del cuerpo

Un día una madre preguntó a su hija pequeña cuál creía que era la parte más importante de su cuerpo. La niña no sabía muy bien cómo responder y se quedó un rato pensando. Al final le dijo que creía que la parte más importante de su cuerpo eran sus orejas, ya que sin oído la vida sería terrible y triste. Su madre le contestó que se había equivocado, porque en el mundo hay muchas personas sordas que sobreviven sin el oído. Le dijo que siguiera pensado y reflexionando, porque dentro de unos años le volvería a preguntar lo mismo.
Tras unos días, su madre le volvió a hacer la misma pregunta:
- ¿Cuál es la parte más importante de tu cuerpo?
La niña, que se había estado preparando para contestarle, le dijo:
- Los ojos son lo más importante, porque sin vista no veríamos las cosas bonitas del mundo.
 Su madre le volvió a decir que estaba equivocada porque, igual que con el oído, también hay muchas personas ciegas que son capaces de salir adelante sin la vista. Y animó a su hija a que siguiera pensando en la pregunta para estar preparada cuando se la volviera a hacer.
La madre de la pequeña se lo volvió a preguntar algunas veces más con el paso del tiempo, pero la niña seguía sin dar con la respuesta correcta. Su madre seguía animándola para que no dejara de reflexionar sobre cuál era la parte más importante de su cuerpo, y cada vez iba acercándose más y más.
Un día, el abuelo de la pequeña, sufrió una grave enfermedad y acabó muriendo. Fue un día muy triste en sus vidas, todos lloraron mucho. La madre de la niña no dejaba de mirarla y entonces volvió a preguntarle:
- ¿Saber ya cuál es la parte más importante de tu cuerpo?
La niña se extrañó de que le hiciera la pregunta en un momento tan triste como ese.
Su madre la miró y, por fin, le dio la respuesta:
- Hija, la parte más importante del cuerpo es el hombro. Es muy importante porque tu hombro va a sostener la cabeza de un amigo o de un ser amado cuando esté triste y lloré. Todos necesitamos un hombro sobre el que llorar y sentirnos acompañados. Espero que a lo largo de tu vida encuentres amigos que te dejen su hombro para llorar cuando te haga falta. Igual que yo ahora necesito tu hombro y tu apoyo. Que tú también puedas ofrecer a otros tu hombro para que lloren sobre él.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Gracias, Dios de la vida cotidiana

Gracias, Señor, por la aurora y por el nuevo día.
Gracias por el sol que nos calienta e ilumina.
Gracias por la luna que alivia oscuridades.
Gracias por el viento, los árboles, los animales...
Gracias por la casa que nos acoge y protege.
Gracias por las sábanas, las toallas y los pañuelos.
Gracias por poder vestir cada día ropa limpia.
Gracias por el agua que brota en cada grifo.
Gracias por los alimentos de la despensa y la nevera.
¡Cuántas cosas tenemos, Señor, y a veces no somos conscientes!
Y sobre todo, Señor, gracias por tu amistad, tu perdón y tu compañía.
Gracias por el cariño de los amigos y la familia.
Gracias por las personas que hoy me ayudan a sonreír y a seguir adelante.
Gracias por las personas a las que hoy podré amar y servir.

La niña de las manzanas

Un grupo de vendedores fue a un Congreso de ventas. Todos le habían prometido a sus esposas que llegarían a tiempo para cenar el viernes por la noche. Sin embargo, el Congreso terminó un poco tarde y llegaron con retraso al aeropuerto. Entraron todos con sus billetes y portafolios, corriendo por los pasillos. De repente, y sin quererlo, uno de los vendedores tropezó con una mesa que tenía una canasta de manzanas y las manzanas salieron volando por todas partes.
Sin detenerse, ni mirar para atrás, los vendedores siguieron corriendo y apenas alcanzaron a subirse al avión… todos menos uno. Este se detuvo, respiró hondo, y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Le dijo a sus amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en un vuelo más tarde. Luego regresó a la terminal y se encontró con todas las manzanas tiradas por el suelo.
Su sorpresa fue enorme al darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas. Tanteaba el piso, tratando en vano de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba vertiginosa y sin detenerse; sin importarle su desdicha.
El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió en la canasta y le ayudó a ordenar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban estropeadas. Las tomó y las puso en una bolsa. Cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:
– Toma, por favor, estos 50 dólares por el daño que hicimos. ¿Estás bien?
Ella, llorando, asintió con la cabeza. Él continuó, diciéndole:
– Espero no haber arruinado tu día.
Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó:
– Señor… espere…
Él se detuvo y se volvió a mirar. Ella continuó:
– ¿Es usted Jesús…?
Él se paró en seco y dio varias vueltas, antes de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándole y vibrando en su alma:- ¿Es usted Jesús?

Y a ti, ¿la gente te confunde con Jesús? Porque ese es nuestro destino, ¿no es así? Parecernos tanto a Jesús, que la gente no pueda distinguir la diferencia. Parecernos tanto a Jesús, conforme vivimos en un mundo que está ciego a su Amor, a su Vida y a su Gracia.
Si decimos que conocemos a Jesús, deberíamos vivir y actuar como lo haría Él. Conocerlo es mucho más que citar los Evangelios e ir a la Iglesia. Es, en realidad, vivir su palabra cada día. 

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Que vea

José Ma Rodríguez Olaizola, S.J.

Señor, que vea... que vea tu rostro en cada esquina.
Que vea reír al desheredado con risa alegre y renacida
Que vea encenderse la ilusión en los ojos apagados
de quien un día olvidó soñar y creer.
Que vea los brazos que, ocultos, pero infatigables,
construyen milagros de amor, de paz, de futuro.
Que vea oportunidad y llamada donde a veces sólo hay bruma.
Que vea cómo la dignidad recuperada cierra los infiernos del mundo.
Que en el otro vea a mi hermano, en el espejo un apóstol,
y en mi interior te vislumbre
Porque no quiero andar ciego,
perdido de tu presencia, distraído por la nada...
equivocando mis pasos hacia lugares sin ti.
Señor, que vea... que vea tu rostro en cada esquina.

El pequeño jardín junto a la escalera

Pedro Pablo Sacristán

La escuela de Elena era un lugar especial. Todos disfrutaban aprendiendo y jugando con Elisa, su encantadora maestra. Pero un día la señorita Elisa se puso muy enferma, y Elena fue a verla con sus papás al hospital. Era un edificio triste y gris, y Elena encontró a su maestra igual de triste. Pensó que podría alegrarla con unas flores, pero no tenía dinero para comprarlas.
Entonces Elena recordó lo que habían aprendido sobre las plantas, y buscó un trocito de tierra. Lo encontró en la escuela, junto a la escalera, en la esquina donde solían buscar escarabajos. Y allí removió la tierra y la preparó. Luego su mamá le entregó unas semillas, y Elena las plantó en unos hoyos que había hecho. Después volvió a tapar las semillas, y regó la tierra con agua.
El resto fue esperar. Sabía que solo tenía que ser paciente, y seguir regando las semillas cada día al entrar y salir de la escuela.
Semanas después empezaron a salir de la tierra unas plantitas verdes. Al principio eran enanas, pero luego crecieron hasta hacerse enormes. De ellas nacieron muchas flores, y cada día Elena escogía una para llevársela a su maestra enferma.
Las flores llevaron esperanza y alegría a la señorita Elisa. Esta se recuperó de su enfermedad y pudo volver a la escuela. Allí encontró, junto a la escalera, el pequeño jardín que había plantado Elena. Le gustó tanto, que desde entonces cuidaron juntas el jardín. Y cada vez que faltaba un niño a la escuela por estar enfermo, tomaban una flor para llevársela y alegrarle el día.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Jesús vive: Todo cambia

Que la luz alumbre tu camino.
Que las estrellas guíen tu búsqueda.
Que la dulce lluvia acaricie tu corazón.
Que la suave brisa despierte tu sonrisa.
Que el amor despierte la luz que hay en ti.
Que la vida te fortalezca con el don de la ternura.
Que los sueños te revelen la esperanza.
Que la libertad se derrame dentro de ti.
Que el miedo abandone tu mente.
Que la paz inunde tu espíritu.
Que la compasión crezca dentro de tu alma.
Que la fuerza te acompañe frente a la adversidad.
Que siempre tengas Luz para iluminar tu corazón y tu camino...
Que tengas entereza para afrontar la adversidad 
y la fortaleza para vencerla...
Que tengas PAZ en tu interior, 
pues no habrá paz si no estamos en paz...
Que tengas amor, salud y compañeros de alma 
que te acompañen en cada escalón de la vida...
Que por más oscura sea la noche, tengas la ESPERANZA de un nuevo día...
Que sientas que mereces ser feliz...

Las arrugas del abuelo

A mi padre que hoy cumple 89 años

Era un día soleado de otoño la primera vez que Bárbara se fijó en que el abuelo tenía muchísimas arrugas, no sólo en la cara, sino en todas partes.
- Abuelo, deberías darte la crema de mamá para las arrugas.
El abuelo sonrió y un montón de arrugas aparecieron en su cara.
- ¿Lo ves? Tienes demasiadas arrugas.
- Ya lo sé, Bárbara. Es que soy un poco viejo... Pero no quiero perder ni una sola de mis arrugas. Debajo de cada una guardo el recuerdo de algo que aprendí.
A Bárbara se le abrieron los ojos como platos, y así los mantuvo mientras el abuelo le enseñaba la arruga en la que guardaba el día que aprendió que era mejor perdonar que guardar rencor, o aquella otra que decía que escuchar era mejor que hablar, esa otra enorme que mostraba que es más importante dar que recibir o una muy escondida que decía que no había nada mejor que pasar el tiempo con los niños...
Desde aquel día a Bárbara su abuelo le parecía cada día más guapo, y con cada arruga que aparecía en su rostro, la niña iba corriendo para ver qué nueva lección había aprendido. Hasta que en una de aquellas charlas, fue su abuelo quien descubrió una pequeña arruga en el cuello de la niña:
- ¿Y tú? ¿Qué lección guardas ahí?
Bárbara se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo:
- Que no importa lo viejito que llegues a ser, abuelo, porque... ¡te quiero!

domingo, 12 de noviembre de 2017

Estad en vela, con la lámpara encendida

Estoy de pie, Señor, decidida, esperando tu llegada.
¿Cómo voy a perderme esta ocasión?
Tardas, no llegas…
La oscuridad me está envolviendo.
Es hermosa la noche cuando tú estás viniendo.
Aunque hace frío, no lo siento, porque te espero a ti.
La noche está plagada de estrellitas.
Tengo la lámpara encendida y la levanto en alto,
apretándola entre mis manos.
El viento sopla fuerte, está a punto de apagar mi luz.
Pero no me la apagará, porque esa luz es de tu fuego
y estás, estás llegando.
A tu lado entraré a la boda, contigo voy a entrar,
aunque helada de frío, pues las estrellas no calientan.
Mas la esperanza que me dan, me caldea por dentro.
No me voy a dormir, aunque ya es media noche.
Sigo de pie,
encendida la lámpara, el corazón alerta,
buscando en derredor a gentes sin abrigo,
para arroparlas cariñosamente
mientras te esperan, como yo.

Construyendo una catedral

Ésta es la historia de un viajero que fue a parar a una gran ciudad. El caminante se admiró de ver la cantidad de canteros, albañiles y carpinteros dedicados a la construcción de un magnífico edificio para la Iglesia. Se acercó a uno de los canteros para interesarse por su trabajo.
– ¿Podría explicarme en qué consiste su trabajo?, le preguntó.
El hombre, molesto por la pregunta, le contestó de malas maneras:
– Estoy picando estos bloques de piedra con el marrón y el cincel, y después los estoy ensamblando tal y como se me ha indicado para hacer un muro. Estoy sudando la gota gorda y además me duele muchísimo la espalda. Y para colmo, este trabajo me aburre y me paso el día soñando con el día en que pueda dejar de trabajar.
Ante tal respuesta, el viajero prefirió marcharse y charlar con otro cantero.
– ¿Podría explicarme en qué consiste su trabajo?, preguntó nuevamente.
Y el segundo cantero le contestó:
– Pues mire usted: como tengo mujer e hijos necesito un trabajo para ganarme un sueldo. Me levanto pronto cada mañana y vengo a picar la piedra, tal y como se me ordena. Es un trabajo en el que hago siempre lo mismo, como se puede imaginar, pero gracias a él puedo alimentar a mi familia, que es lo que me importa; estoy contento con tener este trabajo.”
Más animado por esta segunda respuesta, el forastero se acercó a otro trabajador.
– Y usted, ¿qué está haciendo?
Y el tercer cantero, con los ojos brillantes de emoción y con el dedo índice apuntando hacia el cielo, le contestó:
– Estoy levantando una catedral. ¡Una preciosa catedral! No podría soñar con un trabajo más hermoso al que dedicar mi esfuerzo.