miércoles, 18 de mayo de 2022

La vid y los sarmientos

        José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Como el Amor es la fuente de ternura y siembra,
de puertas abiertas, de promesas ciertas.
Como la Justicia es fuente de miradas limpias,
de opciones honestas, de normas humanas.
Como la Paz es fuente del arma desterrada,
de extintas barreras, de muros tirados.
Como la Palabra es fuente de verdad desnuda,
de la fe intuida, de bendición sincera.
Como el Pan es fuente de estómagos llenos,
de mesas provistas, de días de encuentro.
Tú eres la vid, y nosotros los sarmientos,
que han de florecer con frutos de amor y justicia,
de paz y palabra, de pan que saciará el hambre de todos.

El espejo de Narciso

En la mitología griega Narciso era un cazador joven, hermoso y atractivo. Todas las mujeres quedaban prendadas al verlo, pero él las rechazaba a todas.
Una de las jóvenes heridas por su amor fue la ninfa Eco, que amaba su propia voz, pero había disgustado a la diosa Hera y por ello estaba condenada a repetir la última palabra de todo aquello que se le dijera. Eco era incapaz de hablar a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, ella lo siguió. Cuando él preguntó:
- «¿Hay alguien aquí?»,
Eco respondió: - «Aquí, aquí».
Narciso le gritó: «¡Ven!». 
Y Eco dijo: «¡Ven!», y fue.
Salió de entre los árboles con los brazos abiertos y corrió hacia su amado. Sin embargo, Narciso se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, triste y desconsolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó el eco de su voz.
Para castigarle por su engreimiento, Némesis –la que arruina a los soberbios– hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en las aguas.
La historia cuenta que, un día, contemplando su reflejo en un estanque, fascinado por su imagen, terminó arrojándose al agua. A continuación, bajó al Inframundo, donde fue atormentado para siempre por su reflejo en la laguna Estigia.

domingo, 15 de mayo de 2022

Dios de todas las cosechas

Dios del sol y Dios de la lluvia, en ti no hay sequía.
Oramos por los agricultores y sus cosechas en todas partes.
En ti, las semillas de las lágrimas producen una abundante cosecha de alegría.
Que el productor de hortalizas conozca dicha abundancia.
En ti, las semillas de la compasión producen una cosecha abundante de sabiduría.
Que el productor de vides y frutales conozca dicha abundancia.
En ti, semillas de esperanza producen una cosecha abundante de cumplimiento.
Que el agricultor de verduras conozca dicha abundancia.
En ti, las semillas del amor producen una cosecha abundante de perdón y reconciliación.
Que el productor de cereal conozca dicha abundancia.
En ti, las semillas del Evangelio dan la gloriosa cosecha que es nuestra salvación.
Dios de todas las cosechas, bendice a todos los sembradores en todas partes:
Todos los que siembran y todos los que recolectan,
Todos los que nutren y todos los que escardan,
Todos los que trillan y atan y llevan al mercado.
Y bendice todas las cosechas.
Rocía tu agua viva en nuestros campos, en nuestras relaciones,
en nuestras comunidades, en nuestros corazones.
Y bésanos con la luz y la calidez de tu sol eterno.
Que todas nuestras cosechas reflejen la Cosecha que está por venir. Amén

La belleza del vacío

          «Cuentos Tibetanos»

Se trataba de un maestro que parecía obsesionado con una sola idea. Cada vez que tenía contacto con sus alumnos, les repetía la misma palabra:
– Vaciaos, vaciaos.
Tanto insistía el maestro con esta cuestión, que sus alumnos comenzaron, secretamente, a cuestionar esta enseñanza. No veían en ella ningún sentido. Un día, respetuosamente, le dijeron:
– Maestro, no queremos poner en duda tus enseñanzas, pero… ¿podrías decirnos por qué pones tanto énfasis en que nos vaciemos?
– Cuestionar para aprender e investigar es una buena práctica. Pero no puedo responderos con una respuesta llana a vuestra pregunta. Pero os pido que mañana os reunáis conmigo en el santuario, trayendo cada uno un vaso lleno de agua.
Los discípulos, asombrados e incluso un poco incrédulos, siguieron las instrucciones.
– Ahora vais a hacer algo muy simple. Golpead el vaso con las cucharas. Quiero escuchar el sonido que producen. Los alumnos golpearon los vasos. No brotó más que un sonido sordo, apagado, sin gracia. Entonces el maestro ordenó:
– Ahora, vaciad los vasos y golpeadlos nuevamente.
Así lo hicieron los monjes. Una vez que los vasos estuvieron vacíos, volvieron a golpearlos con las cucharas. Surgió un sonido intenso, vivo, sin duda, más musical.
Los monjes intuían la enseñanza:
– Así como un vaso lleno no emite sonidos agradables, con una mente atiborrada de conocimientos o contenidos, difícilmente llegaremos a lo esencial del ser.