sábado, 27 de junio de 2020

La simplicidad del amor

                 Thomas Merton 

“Desata mis manos y libra mi corazón de la pereza.
Líbrame del ocio que se disfraza de actividad
cuando la actividad no se me exige, y de la cobardía
que hace lo que no se le pide para escapar al sacrificio.
Pero dame la fuerza que te espera en el silencio y la paz.
Dame la humildad, sola residencia del descanso,
y líbrame del orgullo, que es la más pesada de las cargas.
Llena mi corazón entero y mi alma de la simplicidad del amor.
Ocupa mi vida entera con el solo pensamiento y el solo deseo del amor,
para que pueda amar, no por el mérito o la perfección,
no por la virtud o la santidad, sino por Dios solo”.

El perro y su madre


Un perro repetía constantemente a su hijo:
- Como no te esfuerces por aprender ahora, nunca vas a ser nada el día de mañana.
Una vez ya no aguantó más y le replicó al padre:
- Papá, tú me dices que aprenda mil cosas: a cazar, a andar por la ciudad respetando los semáforos a acompañarte muchas veces, a dejarte solo otras... Y mil cosas que se piden a los humanos adultos. Pero nosotros, papá, somos perros y yo soy muy pequeño todavía.
- No te pido la luna -contestó el padre-, sólo que sepas comportarte siempre bien y que hagas todo lo mejor que puedas.
- Pues perdona, papá -replicó su hijo, envalentonándose-, pero tú no respetas los semáforos, te esfuerzas poco en la escuela de perros, te enfadas e insultas, dices groserías... si eso lo haces ahora, ya de mayor, querría yo saber cómo serías de joven. Y ahora no te esfuerces en educarme bien, con cariño y con sinceridad.
El padre no pudo aguantar lo que él llamaba insolencia del hijo. Le dio un ladrido y lo mandó a la cama sin explicaciones. La madre, después de un rato, se acercó al hijo para decirle:
- Hijo, tienes razón en lo que dices pero no en la manera de decirlo. Tus padres debemos lograr -con los medios que sean- hacer de ti un buen perro. Y tú debes aprender a ser un buen perro y un buen hijo. Hasta es posible que no seamos muy buenos perros, pero sí queremos que lo seas tú, Porque eso es bueno. Y, queremos ser buenos padres para ti: que seas capaz de ser bueno y feliz aunque nosotros no vivamos o aunque nosotros no seamos ni buenos ni felices.
El perro echó unas lagrimitas y dio un beso a su madre.

miércoles, 24 de junio de 2020

Himno a san Juan Bautista

"¿Qué será de este niño?", decía la gente al ver a su padre mudo de estupor.
"¿Si será un profeta?,¿si será un vidente?" ¡De una madre estéril nace el Precursor!
Antes de nacer sintió su llegada, al fuego del niño lo cantó Isabel,
y llamó a la Virgen: "Bienaventurada", porque ella era el arca donde estaba él.
El ya tan antiguo y nuevo Testamento en él se soldaron como en piedra imán;
muchos se alegraron de su nacimiento: fue ese mensajero que se llamó Juan.
Lo envió el Altísimo para abrir las vías del que trae al mundo toda redención:
como el gran profeta, como el mismo Elías, a la faz del Hijo de su corazón.
Él no era la luz: vino a ser testigo de la que ya habita claridad sin fin;
él no era el Señor; vino a ser su amigo, su siervo, su apóstol y su paladín.
Cántanle los siglos, como Zacarías: "Y tú serás, niño, quien marche ante él;
eres el heraldo que anuncia al Mesías, eres la esperanza del nuevo Israel."
El mundo se llena de gran regocijo, Juan es el preludio de la salvación;
alabanza al Padre que nos dio tal Hijo, la gloria al Espíritu que fraguó la acción. Amén.

Nos necesitamos


El estómago, los pies y la boca discutían con acaloramiento la importancia de cada uno y sobre su fuerza. Los pies repetían a cada momento que, gracias a ellos, el estómago podía moverse y desplazarse; si ellos se negaran, ¿qué iba a hacer el estómago?
Y el estómago respondía:
- "Amigos míos aunque eso sea cierto, si yo no os diera alimento, no me podrías llevar ni hacer nada".
Y los dos, pies y estómago, uno detrás de otro, se dirigen a la boca y le dicen:
- "Y tú, si no hablas, ¿para qué sirves? No dirás que por que a la palabra se le dé mucha importancia, ya por eso lo eres tú, y más que nosotros"
La boca, al sentirse interpelada y casi despreciada de esta manera dijo:
- "Como se ve que no tenéis vista. Si yo no dejara pasar la comida, ninguno valíais para nada".
La cabeza, que no quería intervenir, al ver la discusión, cada vez más acalorada, les dijo a los tres:
- "Cómo se ve que no tenéis cabeza. Los tres sois igual de importantes. Los tres dependéis de los otros dos. Cuanto mejor funcionéis cada uno, mejor irá todo. Hasta yo dependo de vosotros. Y me encanta depender así. Cuanto más convencida esté de que os necesito y todos nos necesitamos mutuamente, más importante soy, más cabeza tengo. Y cuanto más cabeza tenga, más valorare a cada uno".  

lunes, 22 de junio de 2020

Le pedí a Dios

Le pedí a Dios que te dé felicidad,
pero no que te la regale,
sino que te ponga en su camino,
porque te lo mereces.
Le pedí a Dios que te ayude por la vida,
no sin ponerte obstáculos,
porque estos te ayudan a crecer.
Le pedí a Dios que te enseñe siempre a sonreír,
aun cuando alguna pena lastime tu corazón.
Le pedí a Dios que a mi mejor amig@
no le falte paz y alegría en su vida.
Le pedí a Dios que te proteja y te cuide,
y que en algún momento ponga en tu corazón,
el recuerdo de este amigo,
que te quiere y nunca te va a olvidar.

La vasija de barro


El maestro estaba buscando una vasija para usar. En el estante había muchas.
- No sé cuál escoger, se decía a sí mismo.
- Llévame, grito la dorada. Soy brillante, tengo un gran valor y todo lo que hago, lo hago bien; mi belleza y mi brillo sobrepasa al resto y para alguien como tu, Maestro, el oro sería lo mejor.
El maestro pasó sin pronunciar palabra; se fijó en una plateada, angosta y alta;
- Yo te sirvo amado Maestro, vertería tu vino y estaría en tu mesa cada vez que comieras; mis líneas son agraciadas y mis esculturas son originales, y la plata te alabaría para siempre.
Sin prestar atención el Maestro camino hacia la de bronce, era superficial, con una boca ancha y brillaba como un espejo:
- “Aquí” grito la vasija. Sé que te será útil, colócame en tu mesa donde todos me vean.
- “Mírame” gritó una copa de cristal muy limpia. Mi transparencia muestra mi contenido claramente, soy frágil y te serviré con orgullo y sé con seguridad que seré feliz de estar en tu casa.
Vino el maestro seguidamente hacia la vasija de madera, sólidamente pulida y tallada:
- Me puedes usar Maestro amado, pero úsame para las frutas dulces y no para el insípido pan.
Luego el Maestro miro hacia abajo y fijo sus ojos en una vasija de barro, vacía, quebrantada y destruida, ninguna esperanza tenía la vasija de que el Maestro la pudiera escoger para depurarla y volverla a formar, para llenarla y usarla.
- Ah, esta es la vasija que he deseado encontrar, la restauraré y la usaré, la haré toda mía. No necesito la vasija que se enorgullezca de sí misma, ni la que se luzca en el estante, ni la de boca ancha, ruidosa y superficial, ni la que demuestre su contenido con orgullo, ni la que piensa que todo lo puede hacer correctamente, pero si esta sencilla, llena de mi fuerza y de mi poder.
Cuidadosamente el Maestro levantó la vasija de barro; la restauró, la limpió y la llenó ese día. Le hablo tiernamente: ‘Tienes mucho que hacer, solamente viértete en otros como yo me he volcado en ti’.
Moraleja: soy simplemente una vasija que por misericordia Dios me ha llenado. Hoy, por lo tanto no debo olvidar que sigo siendo la vasija de misericordia para que el orgullo no se eleve por encima de mi corazón y termine perdiendo fácilmente lo que por misericordia he recibido. Hoy soy lo que soy, solo por misericordia. Ayúdame en este día a no creerme la vasija de cristal, de oro o de plata, recuérdame, en mi diario caminar, que soy simplemente una vasija quebrada y en tus manos restaurada.

domingo, 21 de junio de 2020

El desafío de Jesús

 Tengo miedo y él me dice: ¡ánimo!
Dudo y él me dice: ¡confía!
Me siento angustiado y él me dice: ¡tranquilo!
Prefiero estar solo y él me dice: ¡ven y sígueme!
Busco bienes materiales y él me dice: ¡despréndete!
Quiero seguridad y él me dice: ¡no te prometo nada!
Quiero vivir y él me dice: ¡da tu vida!
Creo ser bueno y él me dice: ¡no es suficiente!
Quiero ser jefe y él me dice: ¡sirve!
Quiero comprender y él me dice: ¡cree!
Quiero claridad y él me habla en parábolas.
Quiero poesía y él me habla de realidades.
Quiero tranquilidad y él quiere que esté inquieto.
Quiero violencia y él me habla de paz.
Saco mi espada y él me dice: ¡guárdala!
Pienso en venganza y él me dice: ¡presenta la otra mejilla!
Quiero ser el más grande y él me dice: ¡sé como un niño!
Quiero esconderme y él me dice: ¡muestra tu luz!
Busco el primer puesto y él me dice: ¡siéntate en el último lugar!
Quiero ser visto y él me dice: ¡reza en lo escondido!
No entiendo a este Jesús. Me provoca. Me confunde.
Quisiera encontrar otro maestro pero me sucede lo que a san Pedro:
no conozco a nadie que tenga como Jesús palabras de vida eterna.

El hombre que velaba por su asno


Un hombre viejo, rico y avaro, prestaba dinero a intereses altos; no dejaba pasar un día sin que fuera a recaudar sus intereses. Pero estas cotidianas salidas lo cansaban sobremanera. Compró un asno y lo cuidaba tanto que sólo lo montaba cuando se sentía verdaderamente extenuado. En realidad, el hombre, como mucho, montaba su asno unas quince veces al año.
En un día de mucho calor y teniendo que hacer un largo trayecto, el usurero resolvió llevar consigo al asno. En mitad del camino, el viejo, jadeante, decidió montarlo. Después de dos o tres millas de camino, el asno que no estaba acostumbrado a cargar a nadie, empezó a jadear a su vez. Su amo, enloquecido, se apresuró a bajarse y le quitó la albarda. El asno pensó que ya no necesitaba sus servicios, dio media vuelta y tomó el camino de regreso. El anciano le gritaba que volviera, pero el asno continuó trotando sin volverse. Dividido entre el temor de perder a su asno y el de perder su albarda, el viejo tomó el camino de regreso cargando la albarda en sus espaldas. Una vez llegado a su casa, sus primeras palabras fueron para preguntar si el asno había regresado.
- Claro que sí –contestó su hijo.
El anciano tuvo una gran alegría, pero después de desembarazarse de la albarda empezó a sentir el calor y la fatiga, tuvo que acostarse y estuvo un mes enfermo.