viernes, 1 de noviembre de 2024

Himno a Todos los Santos

Patriarcas que fuisteis la semilla
del árbol de la fe en siglos remotos,
al vencedor divino de la muerte,
rogadle por nosotros.
Profetas que rasgasteis inspirados
del porvenir el velo misterioso,
al que sacó la luz de las tinieblas,
rogadle por nosotros.
Almas cándidas, santos inocentes,
que aumentáis de los ángeles el coro,
al que llamó a los niños a su lado,
rogadle por nosotros.
Apóstoles que echasteis en el mundo
de la Iglesia el cimiento poderoso,
al que es de la verdad depositario,
rogadle por nosotros.
Mártires que ganasteis vuestra palma
en la arena del circo, en sangre rojo,
al que os dio fortaleza en los combates,
rogadle por nosotros.
Vírgenes, semejantes a azucenas
que el verano vistió de nieve y oro,
al que es fuente de vida y hermosura,
rogadle por nosotros.
Monjes que de la vida en el combate
pedisteis paz al claustro silencioso,
al que es iris de calma en las tormentas,
rogadle por nosotros.
Doctores cuyas plumas nos legaron
de virtud y saber rico tesoro,
al que es caudal de ciencia inextinguible,
rogadle por nosotros.
Soldados del ejército de Cristo,
santas y santos todos,
rogadle que perdone nuestras culpas
a aquel que vive y reina entre nosotros. Amén.

El lápiz y la goma de borrar

La goma de borrar le dijo al lápiz: ¿Cómo estás, amigo?
El lápiz respondió enfadado: No soy tu amigo, te odio.
Ella dijo sorprendida y triste: ¿Por qué ?
Él dijo: ¿Por qué borras lo que escribo?
Ella dijo: Yo solo borro errores.
Él le dijo: ¿Cuál es tu tarea?
Ella dijo: Soy una goma de borrar, y este es mi trabajo.
Él dijo: Esto no es trabajo.
Ella dijo: Mi trabajo es tan beneficioso como el tuyo.
El lápiz dijo: Estás equivocada y soberbia, porque el que escribe es mejor que la que borra.
Ella dijo: Quitar lo incorrecto es equivalente a escribir lo correcto.
El lápiz se quedó en silencio un rato, luego dijo con algo de tristeza: Pero te veo cada día más pequeña.
Ella dijo: Porque sacrifico algo de mí cada vez que borro un error.
El lápiz dijo con voz ronca: Yo también siento que soy más bajo de lo que era.
La goma de borrar dijo mientras lo consolaba: No podemos beneficiar a otros, a menos que hagamos un sacrificio por ellos.
Entonces la goma de borrar miró al lápiz con mucho cariño, diciendo: ¿Todavía me odias?
El lápiz sonrió y dijo: ¿Cómo puedo odiarte cuando nos has traído sacrificio?

Si no puedes ser un lápiz para escribir la felicidad de los demás, sé una buena goma de borrar con la que borrar sus penas y sembrar esperanza y optimismo en todos de que el futuro es más hermoso.
Agradece siempre

jueves, 31 de octubre de 2024

Jesús compañero y amigo

Jesús, tú me dices: -¡Cuántas veces he querido acompañarte,
consolarte, amarte y darte fuerza; y no has querido!
¡Cuántas veces he querido acercarte
y unirte a otros hermanos tuyos, que te necesitan y a los que necesitas;
y te has quedado solo, aislado!
Señor, sé que tú eres fuego y no me acerco a calentarme;
sé que tú eres pan y no me acerco a saciar mi hambre;
sé que tú eres paz y no me acerco a curarme de mis inquietudes;
sé que tú eres alegría y prefiero quedarme a solas con mi tristeza...
Prefiero hacer otras cosas y acercarme a otras personas,
aunque sé que sólo tú puedes colmar el gran corazón que me diste.
Señor, que sepa acercarme cada día a ti, sin prisa, con absoluta confianza,
que sepa dejarme cuidar por ti, para vivir seguro y feliz.
Qué sepa acercarme cada día a las personas que necesitan de mí
y a las que necesito para seguir adelante.

Mateo, escultor de piedra

En una pequeña aldea encaramada en lo alto de las montañas, vivía un hombre que durante su vida se había dedicado a una única pasión: la escultura en piedra. Su nombre era Mateo, y su fama había alcanzado los oídos de muchos. Sin embargo, lo que pocos sabían era que Mateo no siempre fue un artista renombrado. Su historia estaba llena de fracasos, decepciones y, sobre todo, una paciencia inquebrantable.
De niño, Mateo pasaba horas observando las piedras que encontraba en el río cercano. No eran más que trozos de granito y mármol, pero para él, cada una de ellas contenía un secreto. “Dentro de cada roca vive una forma esperando ser liberada”, pensaba. Así comenzó su pasión. Con sus pequeñas manos, intentaba tallar con herramientas rudimentarias, pero el resultado siempre era desastroso. Las formas que imaginaba en su mente nunca coincidían con las que terminaban emergiendo de la piedra.Pero Mateo no se rindió. Entendió que el arte no nace de un golpe de genialidad, sino con constancia, paciencia y dedicación. Los primeros años de su vida fueron un cúmulo de frustración, pero dentro de él crecía la convicción de que, si seguía adelante, algún día las piedras comenzarían a hablarle.
Con el tiempo, y después de numerosos intentos fallidos, Mateo decidió buscar la guía de un maestro. Fue así como conoció a Leandro, un anciano escultor que vivía en una aldea aún más remota. Leandro era un hombre de pocas palabras, y cuando Mateo le pidió que lo instruyera, el viejo simplemente le entregó un bloque de mármol y un cincel.
— Talla lo que veas -fue lo único que le dijo.
Los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Mateo tallaba sin descanso, pero por más que lo intentaba, no lograba obtener nada digno de admiración. Decepcionado, acudió a Leandro y le preguntó cuál era el secreto.
— No es la piedra la que debes esculpir -respondió el anciano-, es tu mente. El mármol no se doblega ante el cincel de un hombre que tiene prisa. Debes aprender a esperar el momento adecuado para cada golpe.
Mateo no entendió la lección, pero algo en esas palabras resonó en su interior. Durante los años siguientes, bajo la atenta mirada de Leandro, aprendió que esculpir no se era solo habilidad, sino una profunda comunión con el material. Cada piedra tenía su propio tiempo y espacio. Había que escuchar, sentir, y luego actuar.
A medida que Mateo envejecía, se dio cuenta de que cada escultura que completaba era como un espejo que reflejaba sus aprendizajes en la vida. Había comprendido que, tal como sucede con la piedra, la vida también necesitaba ser tallada con paciencia y precisión.
Las cicatrices de la piedra eran como los errores que uno comete, inevitables pero necesarios para descubrir la verdadera forma que hay en el interior. Recordaba a menudo las palabras de su maestro: “No es el cincel el que talla la piedra, es tu perseverancia lo que crea la obra.”
Mirando sus esculturas, cada una era una metáfora de las lecciones que la vida le había dado. La paciencia no era solo una virtud, era una herramienta imprescindible, no solo para el escultor, sino para todo aquel que busque alcanzar la maestría en cualquier oficio. No importaban los años que lleve, ni los fracasos acumulados, lo único que importaba era no perder de vista el objetivo.
En su vejez, cuando las manos de Mateo ya no podían sostener el cincel con la misma firmeza, decidió crear una última obra. Durante meses, se encerró en su taller, trabajando lentamente, con la sabiduría que solo los años le habían otorgado. Finalmente, el día llegó, y cuando quitó el último trozo de piedra, lo que emergió fue la escultura más sencilla, pero más poderosa de su carrera: dos manos que, juntas, sostenían una roca aún sin tallar.
Cuando sus discípulos le preguntaron por el significado de la pieza, Mateo sonrió y les dijo:
— La verdadera obra de arte es la paciencia. Lo importante no es la forma final, sino el viaje que recorremos para llegar a ella. Al igual que estas manos que sostienen la piedra en bruto, debemos aprender a sostener nuestros sueños, sin prisa, sin desesperación, porque solo así sacaremos lo que realmente hay dentro.
Y con esas palabras, dejó a sus alumnos una lección que no olvidarían jamás: En la vida, como en la escultura, es la paciencia la que revela la verdadera forma de las cosas.

domingo, 27 de octubre de 2024

El Evangelio de este domingo

 El milagro de la curación del ciego Bartimeo. Un poco de humor para pensar.




Dónde está tu luz

              Jacinto López Gorgé

Dame, Señor, tu mano guiadora.
Dime dónde la luz del sol se esconde.
Dónde la vida verdadera.
Dónde la verdadera muerte redentora.
Que estoy ciego, Señor, que quiero ahora ver.
Anda Señor, anda, responde
de una vez para siempre.
Dime dónde se halla tu luz que dicen cegadora.
Dame, Señor, tu mano. Dame el viento
que arrastra a Ti a los hombres desvalidos.
O dime dónde está, para buscarlo.
Que estoy ciego, Señor.
Que ya no siento la luz sobre mis ojos ateridos
y ya no tengo Dios para adorarlo.

El ciego y el publicista



Dicen que había un ciego sentado en la vereda, con una gorra a sus pies y un pedazo de madera en la cual se leía: “POR FAVOR, AYÚDENME, SOY CIEGO”
Un creativo de publicidad que pasaba frente a él, se detuvo y vio unas pocas monedas en la gorra.
Sin pedirle permiso tomó el cartel, le dio la vuelta, tomó una tiza y escribió otro anuncio.
Volvió a poner el pedazo de madera sobre los pies del ciego y se fue.
Por la tarde el creativo volvió a pasar frente al ciego que pedía limosna, su gorra estaba llena de billetes y monedas.
El ciego reconoció sus pasos y le preguntó qué había puesto en el cartel.
El publicista le contestó:
- “Nada que no sea tan cierto como tu anuncio, pero con otras palabras”, sonrió y siguió su camino.
El ciego nunca lo supo, pero su nuevo cartel decía:
“HOY ES OTOÑO,Y NO PUEDO VER EL COLORIDO DE LOS ÁRBOLES”