sábado, 29 de diciembre de 2018

Bienaventuranzas de la Navidad

                        J. Leoz

Bienaventurada sea la Navidad, porque nos trae la paz que el mundo no nos da.
Bienaventurada sea la Navidad, porque lo grande lo convierte en pequeño.
Bienaventurada sea la Navidad, porque una estrella ilumina el firmamento.
Bienaventurada sea la Navidad, porque Dios toma la forma de humano.
Bienaventurada sea la Navidad, porque las distancias se acortan.
Bienaventurada sea la Navidad, porque el corazón del hombre se ennoblece.
Bienaventurada sea la Navidad, porque los adversarios se dan la mano.
Bienaventurada sea la Navidad, porque el amor desciende a la tierra.
Bienaventurada sea la Navidad, porque los sencillos ven a Dios.
Bienaventurada sea la Navidad, porque el silencio habla del Misterio de Dios.
Bienaventurada sea la Navidad, porque la calma, nos trae un acontecimiento: Jesús.
Bienaventurada sea la Navidad, porque un Niño nos enseña el camino para ser felices: Dios.
Bienaventurada sea la Navidad, porque, al nacer Jesús, es la Noche Buena más importante del año.
Bienaventurada sea la Navidad, porque unos pastores nos enseñan su riqueza: la bondad.
Bienaventurada sea la Navidad, porque unos reyes nos indican su realeza: sólo Dios es rey.

Navidad del recuerdo


                                    Federico Serradilla

De cuando yo era niño, recuerdo especialmente, aquellas Nochebuenas en las que, subido en el que había sido el butacón de mi abuelo, pegaba mi naricilla al cristal de la ventana para observar los copos de nieve que caían pausadamente sobre el suelo. Mientras, los mayores, deambulaban por la casa. Mis tías y mi madre, preparaban la mesa y la cena.
De la cocina, salían aquellos olores que yo, niño glotón, anticipaba durante todo el año en mis mejores sueños. Mi madre, que siempre había sido una gran cocinera, preparaba con cariño, aquellos platos que ella casi nunca llegaba a disfrutar del todo, pues las grandes raciones las repartía entre los demás. Era su forma de disfrutar de la vida y su manera de ser, prefería el disfrute ajeno al suyo propio.
Mi padre y mis tíos, se contaban las historias de siempre, hablaban de fútbol, de política y a veces, en secreto, de lo que ellos llamaban “tías buenas“. “Cosas de la vida también”, imaginaba yo, niño inocente por aquel entonces.
Al finalizar la cena, siempre, el tío Marcelo, cantaba villancicos cuando ya se había tomado ya alguna copita de anís. Los niños, jugábamos incansables y yo entonces, siguiendo indicaciones de mi madre, sacaba a bailar a la abuela, que ya no estaba para muchos trotes. Todo ello, para que se olvidara de que el abuelo ya no se encontraba entre nosotros.
Siempre se escapaban algunas lágrimas durante la cena, recordando a todos los que ya se habían ido, y se convertía la cena, en una mezcla de alegría y de llanto, difícil de explicar.
Hoy, que ya soy adulto y tengo mi propia familia, conservo los recuerdos de aquellas Navidades de mi niñez. Los olores, los sabores, los abrazos de mis padres, los villancicos cantados entre risas y pienso, que no podían haberme ofrecido un regalo mejor, ya que todo eso formará para siempre, parte de mi corazón. ¡¡FELICES NAVIDADES!!

viernes, 28 de diciembre de 2018

Los Santos Inocentes

               Himno del Oficio de lecturas

Tanto al tirano le place hacer de su orgullo ley,
que por deshacer a un Rey un millar de reyes hace.
Por matar a un enemigo siembra de sangre Belén,
y en Belén, casa del trigo, no muere un Rey, nacen cien.
Y así su cólera loca no puede implantar su ley,
pues quiere matar a un Rey y corona a cuantos toca.
La furia del mal así no puede vencer jamás,
pues, cuando me hiere a mí, estás tú, Señor, detrás.
Estás para convertir en corona cada muerte,
para decirnos que el fuerte es el que sabe morir. Amén.

Cuento de Navidad


                 Ramona Yanes,  

La Navidad es una época muy peculiar para Neas. Su madre poco a poco va sacando del desván las figuritas del Belén. Neas, está jubiloso, le encanta ir adornándolo y, así se pasa varios días.
- Mamá, ¿ponemos el puente aquí? Creo que quedará precioso.
Su madre que gusta de hacer feliz a su hijo no tiene por menos que asentir.
- Sí, hijo, este año para variar, pondremos el puente a este otro lado. Mira, estos pastorcillos, que trajo la abuela, quedarán preciosos. A ver, ve poniendo al Niño Jesús, yo colocaré a María y José
- Mami, la mula y el buey detrás.
- Sí, así quedará muy bonito.
- Mamá, ¿vendrá la abuela en Navidad? Cuando vino el otro día dijo que no sabía si podría porque le recordaba al abuelo, creo que quiso decir que al no estar con nosotros se sentiría triste.
- Hijo, el abuelo no está físicamente, pero su bondad y su amor siempre seguirá con nosotros, es decir, que, a pesar de su ausencia, en nuestros corazones por siempre estará. Ya verás como la abuela vendrá.
- Mamá, ¿por qué el Niño Jesús tuvo que nacer en un establo?
- Neas, el Niño Jesús, nació en un establo de Belén porque nadie le abrió la puerta de su casa, se sintieron solos. María y José, sus padres, no tuvieron más remedio que ir a aquel establo, es por eso que la mula y el buey se encontraban allí.
- ¿Quieres decir mami que la gente era mala?
- Neas, no todas las personas son malas, pero las hay que no ayudan a nadie, eso forma parte del ser humano. Hay bondad como hay maldad, ya irás comprendiendo, hijo mío, cuando te vayas haciendo mayor.
- Yo rezo cada noche como me has enseñado, mamá, ¿crees que soy bueno?
- Claro que eres bueno, pero no sólo por rezar, hay quién reza y sólo se queda en eso. Además de las oraciones hay que ayudar al prójimo, darle afecto, comprensión y ayudarle siempre que se pueda.
- Mamá, ya llega papá, seguro que trae a casa la estrella que falta.
- Sí, la pondremos arriba de todo, ella nos iluminará para que nos demos cuenta de que tenemos que ayudar a quién más lo necesite.
Así es como Neas, sus padres y abuela sentían la Navidad. Además de conmemorar tan hermoso día, siempre se dedicaron a hacer el bien y eso les llevó a tener una vida hermosa, llena de armonía y felicidad.

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Regalos de Jesús

Te regalo a mi Santísima Madre, para que sea tu Madre.
Te regalo mi alegría para que tengas una fuente inagotable de paz.
Te regalo mis fuerzas para que te sostengas en tu cansancio  cuando sirvas a los demás.
Te regalo la quietud de la noche bendita de mi nacimiento para que llenes tu alma de paz.
Te regalo mis ojos para que con ellos puedas dar una nueva mirada a este universo que puse a tu servicio.
Te regalo mi caridad para que trabajes por los desposeídos y compartas tu pan con los hambrientos.
Te regalo mi amor para que lleno tu corazón de él, puedas prodigarte a los demás.
Te regalo mi paz para que con tu buena voluntad des gloria a Dios.
Te regalo mi humildad para que desde tu condición de hombre, estés dispuesto a crecer y superarte.
Te regalo la mula del establo para que calientes con tu fervor.
Te regalo mi sencillez para que puedas llegar al Reino de los Cielos.
Te regalo la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar y mi valentía para cambiar las que puedo.
Te regalo mis ángeles para que te enseñen a ser mensajero de paz.
Te regalo las caricias de mis manos para que te consuelen y alienten.
Te regalo las lágrimas de mi madre como bálsamo de tus penas.
Te regalo la miel que llevaron los pastores para que endulces la vida de los tuyos con cariño y generosidad.
Te regalo mi humildad para engrandecerte.
Te regalo mi estrella para que te muestre el camino que a mí conduce.
Te regalo la música para que como ella alegra, tu también logres dar gozo a los demás.
Te regalo mis lágrimas para que laves con ellas tus pecados.
Te regalo la luz de mi mirada para que guíe tus pasos.
Te regalo mi misericordia para que con ella juzgues a tus hermanos.
Te regalo mi alegría para que con ella contagies al mundo.
Te regalo mi ternura para que con ella sirvas a los pequeños y a los necesitados.
Te regalo mis manos para que con ellas construyas mi Reino.
Te regalo mi amistad para que en ella te apoyes.
Te regalo mi paz para que la contagies a todos los que crucen en tu camino.
Como la estrella iluminó el camino de los Magos, recibe la luz de mi amor para que la irradies a los demás.
Te regalo mi pesebre para que en él repose tu corazón.
Te regalo el perdón para que como un bálsamo sane el rencor y cada ofensa que guardes en tu corazón
y así, en paz contigo mismo, me ofrezcas lo mejor de ti.
Te regalo mi amor para que sea la prenda de tu felicidad.
Te regalo el sol para que así como él alumbra al mundo, alumbres tú la vida de tu familia y tus amigos.
Te regalo mis pies para que te guíen por el camino de la verdad.
Te regalo mi amor para que sea la prenda de tu felicidad.
Te regalo mi boca para que con ella denuncies la injusticia.
Te regalo mis llagas para que te conforten en tu dolor y crezca en ti la esperanza.

Cuento de Navidad: "UNA ESTRELLA"


                              Ramona Yanes, diciembre 2010 

Jazmín, era una niña feliz. Tenía unos padres piadosos y cada Navidad, ponían el Belén. Pero unas Navidades, su padre enfermó, y Jazmín no sabía cómo hacer para que su madre no sufriera viendo a su querido esposo postrado en la cama. Así que le dijo a su madre:
- Mamá, si papá se encuentra malito estas Navidades ¿pondremos el Belén?
Su madre la miró con cariño y respondió:
Hija, ¡claro que lo pondremos, papá, se alegrará de que así lo hagamos! Debes saber, que el Niño Jesús, nos consolará. Y espero y deseo que papá se ponga bien para este día.
Jazmín, fue colocando cada figurita en su lugar, lo venía haciendo desde que tenía seis años, naturalmente con la ayuda de sus padres. Ahora contaba diez. Jazmín dijo:
- ¿Ponemos la estrella dorada?, la trajo el otro día un señor cuando tú no estabas; y me dijo que esta estrella nos alumbraría a todos.
Su madre se quedó algo pensativa:
- Jazmín, ¿qué señor dices que te dio la estrella?
No sé quién era, mamá, sólo me la puso en las manos y me dijo que nos alumbraría a los tres. Yo le dije que mi papá se encontraba enfermo. Me miró con una sonrisa y se fue. Vamos a ponerla encima del Belén.
Terminaron de poner la estrella, brillaba más que el oro, más que ninguna luz. Y se fueron a ver a su papa y marido.
- Papá -dijo Jazmín-, tienes que levantarte y ver el Belén, ya verás que estrella más bonita hemos puesto.
Su padre, dando un profundo suspiro, sonrió y dijo:
- Jazmín, esposa mía, creo que este año también cenaremos en Nochebuena todos juntos. Porque así lo quiere el Niño Jesús.
Y así fue como celebraron la Navidad los tres. Intuyeron que la estrella les había traído la salud y la alegría de nuevo a su hogar.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Sin avisar

Sin avisar, se presentó el ángel de Dios a María.
Sin avisar, se le pidió una respuesta.
Sin avisar, sin dar demasiadas explicaciones.
Sin avisar, sin aclarar mucho las cosas,
sin avisar, sin tiempo para pensarlo todo muy bien.
¡Hágase!
Y algo se hace. Y algo se comienza.
¡Hágase!
… aunque no lo entiendo muy bien
… aunque no me lo puedo explicar.
… aunque no tenga fuerzas.
… aunque no me sienta preparado...
Hoy te digo Señor: hágase!
Que se haga como Vos quieras.
Que se haga a tu manera.
Hágase, sí, Señor, pero ten en cuenta mi condición.
¡Hágase!
Yo no lo dudo. Yo no sé cómo. ¡Pero confío!

Regalos de Navidad


                                 Pedro Pablo Sacristán

La Conferencia de Regalos de Navidad de aquel año estaba llena hasta la bandera. A ella habían acudido todos los jugueteros del mundo, y muchos otros que no eran jugueteros pero que últimamente solían asistir, y los que no podían faltar nunca, los repartidores: Santa Claus y los Tres Reyes Magos. Como todos los años, las discusiones tratarían sobre qué tipo de juguetes eran más educativos o divertidos, cosa que mantenía durante horas discutiendo a unos jugueteros con otros, y sobre el tamaño de los juguetes. Sí, sí, sobre el tamaño discutían siempre, porque los Reyes Magos y Santa Claus se quejaban de que cada año hacían juguetes más grandes y les daba verdaderos problemas transportar todo aquello...
Pero algo ocurrió que hizo aquella conferencia distinta de las anteriores: se coló un niño. Nunca jamás había habido ningún niño durante aquellas reuniones, y para cuando quisieron darse cuenta, un niño estaba sentado justo al lado de los reyes magos, sin que nadie fuera capaz de decir cuánto tiempo llevaba allí, que seguro que era mucho. Y mientras Santa Claus discutía con un importante juguetero sobre el tamaño de una muñeca muy de moda, y éste le gritaba acaloradamente "¡gordinflón, si estuvieras más delgado te cabrían más cosas en el trineo!", el niño se puso en pie y dijo:
- Está bien, no discutáis. Yo entregaré todo lo que no puedan llevar ni los Reyes ni Santa Claus.
Los asistentes rieron a carcajadas durante un buen rato sin hacerle ningún caso. Mientras reían, el niño se levantó, dejó escapar una lagrimita y se fue de allí cabizbajo...
Aquella Navidad fue como casi todas, pero algo más fría. En la calle todo el mundo continuaba con sus vidas y no se oía hablar de todas las historias y cosas preciosas que ocurren en Navidad. Y cuando los niños recibieron sus regalos, apenas les hizo ilusión, y parecía que ya a nadie le importase aquella fiesta.
En la conferencia de regalos del año siguiente, todos estaban preocupados ante la creciente falta de ilusión con se afrontaba aquella Navidad. Nuevamente comenzaron las discusiones de siempre, hasta que de pronto apareció por la puerta el niño de quien tanto se habían reído el año anterior, triste y cabizbajo. Esta vez iba acompañado de su madre, una hermosa mujer. Al verla, los tres Reyes dieron un brinco: "¡María!", y corriendo fueron a abrazarla. Luego, la mujer se acercó al estrado, tomó la palabra y dijo:
- Todos los años, mi hijo celebraba su cumpleaños con una gran fiesta, la mayor del mundo, y lo llenaba todo con sus mejores regalos para grandes y pequeños. Ahora dice que no quiere celebrarlo, que a ninguno de ustedes en realidad le gusta su fiesta, que sólo quieren otras cosas... ¿se puede saber qué le han hecho?
La mayoría de los presentes empezaron a darse cuenta de la que habían liado. Entonces, un anciano juguetero, uno que nunca hablaba en aquellas reuniones, se acercó al niño, se puso de rodillas y dijo:
- Perdón, mi Dios; yo no quiero ningún otro regalo que no sean los tuyos. Aunque no lo sabía, tú siempre habías estado entregando aquello que no podían llevar ni los Reyes ni Santa Claus, ni nadie más: el amor, la paz, y la alegría. Y el año pasado los eché tanto de menos... perdóname.
Uno tras otro, todos fueron pidiendo perdón al niño, reconociendo que eran suyos los mejores regalos de la Navidad, esos que colman el corazón de las personas de buenos sentimientos, y hacen que cada Navidad el mundo sea un poquito mejor...

domingo, 23 de diciembre de 2018

Cerca está el Señor

Ya muy cercano, Emmanuel,
hoy te presiente Israel,
que en triste exilio vive ahora
y redención de ti implora.
Ven ya, del cielo resplandor,
Sabiduría del Señor,
pues con tu luz, que el mundo ansía,
nos llegará nueva alegría.
Llegando estás, Dios y Señor,
del Sinaí legislador,
que la ley santa promulgaste
y tu poder allí mostraste.
Rey de la gloria, tu poder
al enemigo ha de vencer,
y, al ayudar nuestra flaqueza,
se manifiesta tu grandeza. Amén

Las cuatro velas de Adviento


A mi madre, que no solo nos trasmitió la Esperanza, también nos llenó de alegría, de fe y de amor. ¡Felicidades, mamá, en tu 90 cumpleaños!

Por fin había llegado el último domingo de Adviento y en la casa lucían las cuatro velas de la Corona de Adviento, colocada sobre la mesa del comedor como cada año.
Ya era tarde, cerca de la media noche y en ese momento reinaba un silencio absoluto en la sala, y tal era el silencio, que se podía oír hablar, aunque muy bajito, a las velas.
La primera vela, la que más tiempo llevaba ardiendo, lanzó un profundo suspiro y con tristeza dijo
- Me llamo PAZ. Mi luz brilla, pero los hombres no viven en paz. Ellos no me quieren-
Y la vela empezó a perder poco a poco intensidad, hasta que terminó apagándose.
La segunda vela dijo entonces
- Yo soy la luz de la FE, pero veo que aquí estoy de más. Los hombres ya no creen más que en cosas materiales, banales y en los divos y diosecillos de moda del momento. Ya no tiene sentido que siga encendida.
Y poco a poco se fue apagando. La tercera vela dijo con voz mustia y apagada
- Yo soy el AMOR, y ya no tengo fuerzas para seguir luciendo. Los hombres me han echado a un lado, solo se fijan y piensan en sí mismos y no en los demás, sin darse mutuamente cariño y amor.
Y al momento también se apagó.
En ese momento entró el pequeño de la casa cantando alegre en la habitación, para ver por última vez en la noche las velas de la corona encendidas y... mirando, primero asombrado y luego entristecido, dijo con voz apesadumbrada
- Pero bueno, ¿qué os pasa velas?, vosotras tenéis que lucir y no iros apagando poco a poco una a una
Al niño se le asomaron las lágrimas en los ojos y, a punto de llorar, se oyó decir a la cuarta vela con voz tranquila, firme y segura:
- ¡No tengas miedo! Mientras yo luzca y esté encendida nada está perdido, pues podremos encender nuevamente a las otras velas, pues mi nombre es... ESPERANZA.
Entonces sonrió el niño y cogiendo una cerilla apagada que había encima de la mesa, la acercó a la vela encendida, la que se decía llamar Esperanza, la prendió y acercándola una a una a las otras tres velas, consiguió que todas volviesen a arder y lucir, quizás con más fuerza y brillo que antes.