sábado, 29 de junio de 2019

Himno a san Pedro y san Pablo

San Pedro y san Pablo, unidos por un martirio de amor,
en la fe comprometidos, llevadnos hasta el Señor.
El Señor te dijo: "Simón, tú eres Piedra,
sobre este cimiento fundaré mi Iglesia:
la roca perenne, la nave ligera.
No podrá el infierno jamás contra ella.
Te daré las llaves para abrir la puerta."
Vicario de Cristo, timón de la Iglesia.
Pablo, tu palabra, como una saeta,
llevó el Evangelio por toda la tierra.
Doctor de las gentes, vas sembrando Iglesias;
leemos tus cartas en las asambleas,
y siempre de Cristo nos hablas en ellas;
la cruz es tu gloria, tu vida y tu ciencia.
San Pedro y san Pablo: en la Roma eterna
quedasteis sembrados cual trigo en la tierra;
sobre los sepulcros, espigas, cosechas,
con riesgo de sangre plantasteis la Iglesia.
San Pedro y san Pablo, columnas señeras,
testigos de Cristo y de sus promesas.

La rosa blanca y la muñeca


Corrí al supermercado para comprar unos regalitos, que no había podido comprar antes. Cuando vi tanta gente, comencé a decirme a mi misma que esto iba a tardar mucho, y yo todavía tenía muchas cosas por hacer y otros lugares a donde ir.
Sin darme cuenta, fui andando hasta la sección de juguetes, y ahí comencé a mirar los precios, imaginando si los niños realmente juegan con esos juguetes tan caros.
Mientras recorría la sección de juguetes, noté que un niño de unos 5 años abrazaba una muñeca contra su pecho. Acariciaba el cabello de la muñeca y se le veía muy triste, me quedé pensando para quien sería aquella muñeca que él tanto apretaba.
El niño se dio la vuelta hacia una señora que estaba cerca de él y le dijo:
- Tata, tú estás segura que no tengo suficiente dinero como para comprar esta muñeca ?
La señora respondió:
- ¡Tú sabes que tu dinero no es suficiente, querido mío!
Y le dijo al niño que él podía quedarse mirando los juguetes mientras ella iba a ver otras cosas.
El pequeño apretaba la muñeca entre sus manos.
Me dirigí al niño y le pregunté para quién quería esa muñeca.
El me respondió:
- "Esta es la muñeca que mi hermana adoraba y que quería que se la regalaran. Ella estaba segura de que Papá le regalaría esta muñeca este año.
Yo le dije:
- No te preocupes tanto, yo estoy segura que él le regalará esa muñeca a tu hermana.
Pero él muy triste me dijo:
- No, Papá no podrá llevar la muñeca a donde ella está ahora. Yo tengo que darle esta muñeca a mi Mamá, así ella podrá entregar la muñeca a mi hermana cuando ella vaya para allá."
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras decía:
- Mi hermana tuvo que irse para siempre. Mi Papá me dijo que mi Mamá también se irá para estar junto a ella dentro de poco. Entonces yo pensé que Mamá podría llevar la muñeca con ella para entregarla a mi hermana.
Mi corazón dejó de latir. Aquel niñito se me quedó mirando y me dijo
- Yo le pedí a Papá que le diga a Mamá que no se vaya todavía. Y le pedí a él que esperara hasta que yo vuelva del supermercado.
Después me enseñó una foto muy bonita de él riendo, y me dijo:
- Yo también quiero que Mamá lleve esta foto, así ella tampoco se olvidará de mi. Yo quiero mucho a mi Mamá y me gustaría que no tuviera que irse ahora, pero mi Papá dice que ella tiene que acompañar a mi hermanita.
Ahí él se quedó mirando a la muñeca con sus ojos muy tristes y muy quieto. Yo rápidamente saqué mi cartera y tomé unos billetes y le dije al niñito:
- ¿Y si contáramos de nuevo tu dinero, sólo para tener la seguridad de que tienes suficiente dinero como para comprar la muñeca?
Coloqué mis billetes junto a su dinero, sin que él se diera cuenta, y comenzamos a contar el dinero. Después de contarlo sí alcanzaba para comprar la muñeca y hasta sobraba un poco.
Entonces el niñito dijo:
- Gracias Diosito por atender mi petición y darme suficiente dinero para comprar la muñeca. Y mirándome, me dijo: Anoche antes de ir a dormir le pedí a Dios que hiciera que yo tuviera suficiente dinero para comprar la muñeca, así mi Mamá podría llevar la muñeca. El me escuchó... es que yo también quería un poco más para comprar una rosa blanca a mi Mamá, pero no me atreví a pedir más a Dios, pero él me dio suficiente para poder comprar la muñeca y la rosa blanca. Sabe usted, a mi Mamá le encantan las rosas blancas.
Unos momentos después, la señora regresó y yo me fui sin que nadie se diera cuenta. Terminé mis compras impresionada y sin poder sacar a aquel niñito de mi pensamiento.
Entonces me acordé de una noticia en el periódico local de hace dos días, cuando mencionaban que un hombre borracho en una camioneta chocó contra otro coche en el que iban una señora joven con una niñita. La niñita falleció en el acto  y la madre estaba en estado muy grave en la UCI.
Yo pensé, ¿será esta la familia de aquel niñito?
Dos días después leí en el periódico que la joven señora había fallecido. No me pude contener y salí a comprar rosas blancas, fui al velatorio de aquella joven.... Ella estaba sujetando una linda rosa blanca en sus manos, junto con la foto del niñito y con la muñeca en su pecho.
Salí de ahí llorando, sintiendo que mi vida había cambiado para siempre.
El amor de aquel niñito por su Madre y hermana continúa grabado en mi memoria hasta hoy.
Es difícil creer e imaginar que en una fracción de segundos, un borracho había acabado con todo lo que más quería este niño.

viernes, 28 de junio de 2019

Danos un corazón...

Danos un corazón que salte de alegría,
que sepa compartir, que no acumule cosas,
que se llene de personas, que goce con los que gozan,
que sufra con los que sufren, que sea libre para liberar,
que su absoluto sea Dios Padre,
que considere relativo todo lo demás,
que entienda de audacia para «dar» con nuevos caminos,
que construya vida a su alrededor,
que posibilite creatividad a raudales,
que viva en actitud de discernimiento,
que tenga una profunda experiencia de Dios,
que sea experto en humanidad,
que se prolongue hacia los últimos,
que anuncie a Jesús de Nazaret,
que sea radical en la entrega, que denuncie la hipocresía,
que perdone siempre, que esté a favor de la no violencia,
que se deje inflamar por el Espíritu,
que saboree la soledad, incluso en medio de la marcha,
que tenga entrañas de misericordia,
que sea paciente, que luche contra el mal,
que viva la fiesta sana, que disfrute de la naturaleza,
que sus «pastillas» sean para curar dolencias,
que hable un lenguaje ardiente, lleno de ternura,
que mire al interior del ser humano,
que no se deje arrastrar por las apariencias,
que escuche los problemas de las personas
tenga un trato exquisito con ellas y logre curar sus heridas,
que se sienta querido en la comunidad, que sepa trabajar en grupo,
que descubra y valore el esfuerzo de los demás,
que tenga detalles pequeños para hacerse grande.

El Corazón de Cristo


             José Luis Martín Descalzo

Ésta es la historia del corazón más grande que ha latido en la tierra.
Un corazón de carne, como el nuestro, caliente.
Un corazón de hombre, diminuto y enorme, nacido de mujer, con carne y sangre humanas.
Allá en Belén, latía tan pequeñito y tierno como un recién nacido, pero algo ya tiraba de él y le abría hacia todos los hombres.
Fue desde aquel momento el más abierto corazón de este mundo, hecho para el amor y el amor sin fronteras. Pasó por los caminos gritando amor y fuego, acarició a los niños y se sintió a su lado feliz como uno de ellos. Los niños le entendieron. Corrían a su lado porque ellos son expertos en cuanto se refiere al corazón. Vivió treinta y tres años abierto por las calles, llevó sobre sus hombros las ovejas perdidas como un especialista en el arte de amar y perdonar.
Un día le llevaron ante un tribunal acusado de un horrible delito: haber amado desmesuradamente.
Aquello era excesivo, insoportable para cuantos nacieron con el corazón muerto. ¿Si un hombre puede amar de esa manera no quedaba en ridículo la gran tacañería del egoísmo humano?
Aquello no podía tolerarse: era reo de amor, reo de haber nacido con demasiado corazón.
Y hubo que matarle, no fuera contagioso.
Cuando subió a la cruz e inclinó la cabeza aún no se quedaron satisfechos: hurgaron con la lanza, investigaron qué misterio había en aquel corazón desmesurado y aún les respondió con sangre y agua, con amor y esperanza.
Le enterraron con miedo: sabían que aún después de muerto seguiría creciendo, y creciendo, y creciendo, repartiéndose a todos para ver si algún día había en el mundo corazón suficiente para todos.

jueves, 27 de junio de 2019

Quédate conmigo, Señor

Quédate conmigo
Tu hora está cerca, mi Dios
Y yo estoy aquí esperando que vengas.
Deseando invitarte a mi casa;
experimentando lo que es el amor y la entrega;
viviendo la dicha de ser hijo tuyo;
sintiendo la alegría de ser elegido.
¿Soy yo, Señor, a quien buscas?
¿Soy yo, Señor, con quien quieres estar?
¿Soy yo, Señor, en quien vas a confiar?
En confianza, mi Dios, quédate conmigo.
En conversión, mi Dios, cena a mi lado.
Que mi vida entera quiero pasar junto a ti.
Que todas las noches quiero celebrar la pascua contigo.

La Flor más grande del mundo


                      José Saramago 

Las historias para niños deben escribirse con palabras muy sencillas, porque los niños, al ser pequeños, saben pocas palabras y no las quieren muy complicadas. Me gustaría saber escribir esas historias, pero nunca he sido capaz de aprender, y eso me da mucha pena.
Porque, además de saber elegir las palabras, es necesario tener habilidad para contar de una manera muy clara y muy explicada, y una paciencia muy grande. A mí me falta por lo menos la paciencia, por lo que pido perdón.
Si yo tuviera esas cualidades, podría contar con todo detalle una historia preciosa que un día me inventé, y que, así como vais a leerla, no es más que un resumen que se dice en dos palabras…Se me tendrá que perdonar la vanidad de haber pensado que mi historia era la más bonita de todas las que se han escrito desde los tiempos de los cuentos de hadas y princesas encantadas…
¡Hace ya tanto tiempo de eso!
En el cuento que quise escribir, pero que no escribí, hay una aldea. (Ahora comienzan a aparecer algunas palabras difíciles, pero, quien no lo sepa, que consulte en un diccionario o que le pregunte al profesor.)
Que no se preocupen los que no conciben historias fuera de las ciudades, ni siquiera las infantiles: a mi niño héroe sus aventuras le esperan fuera del tranquilo lugar donde viven los padres, supongo que también una hermana, tal vez algún abuelo, y una parentela confusa de la que no hay noticia.
Nada más empezar la primera página, sale el niño por el fondo del huerto y, de árbol en árbol como un jilguero, baja hasta el río y luego sigue su curso, entretenido en aquel perezoso juego que el tiempo alto, ancho y profundo de la infancia a todos nos ha permitido…
Hasta que de pronto llegó al límite del campo que se atrevía a recorrer sólo. Desde allí en adelante comenzaba el planeta Marte, efecto literario del que el niño no tiene responsabilidad, pero que la libertad del autor considera conveniente para redondear la frase.
Desde allí en adelante, para nuestro niño, hay solo una pregunta sin literatura: “¿Voy o no voy?” Y fue.
El río se desviaba mucho, se apartaba, y del río ya estaba un poco harto porque desde que nació siempre lo estaba viendo. Decidió entonces cortar campo a través, entre extensos olivares, unas veces caminando de campanillas blancas, y otras adentrándose en bosques de altos fresnos donde había claros tranquilos sin rastro de personas o animales, y alrededor un silencio que zumbaba, y también un calor vegetal, un olor a tallo fresco sagrado.
¡Oh, que feliz iba el niño! Anduvo, anduvo, hasta que los árboles empezaron a escasear y era ya un erial, una tierra de rastrojos bajos y secos, y en medio una inhóspita colina redonda como una taza boca abajo.
Se tomó el niño el trabajo de subir la ladera, y cuando llegó a la cima, ¿Qué vio? Ni la suerte ni la muerte, ni las tablas del destino… Era sólo una flor. Pero tan decaída, tan marchita, que el niño se le acercó, como es un niño de cuento, pensó que tenía que salvar la flor.
Pero ¿dónde conseguimos agua? Allí, en lo alto, ni una gota. Abajo, sólo en el río, y ¡estaba tan lejos!…
No importa.
Baja el niño la montaña, atraviesa el mundo todo, llega al gran río Nilo, en el hueco de las manos recoge cuanta agua le cabía. Vuelve a atravesar el mundo por la pendiente se arrastra, tres gotas que llegaron, se las bebió la flor sedienta. Veinte veces de aquí allí, cien mil viajes a la Luna, la sangre en los pies descalzos, pero la flor erguida ya daba perfume al aire, y como si fuese un roble ponía sombra en el suelo.
El niño se durmió debajo de la flor. Pasaron horas, y los padres, como suele suceder en estos casos, comenzaron a sentirse muy angustiados. Salió toda la familia y los vecinos a la búsqueda del niño perdido. Y no lo encontraron.
Lo recorrieron todo, desatados en lágrimas, y era casi la puesta de sol cuando levantaron los ojos y vieron a lo lejos una flor enorme que nadie recordaba que estuviera allí.
Fueron todos corriendo, subieron la colina y se encontraron con el niño que dormía. Sobre él, la flor resguardándolo con el niño que dormía. Sobre él, resguardándolo del fresco de la tarde, se extendía un gran pétalo perfumado, con todos los colores del arco iris.
A este niño lo llevaron a casa, rodeando de todo el respeto, como obra de milagro.
Cuando luego pasaba por las calles, las personas decían que había salido de casa para hacer una cosa que era mucho mayor que su tamaño y que todos los tamaños. Y ésa es la moraleja de la historia.
Este era el cuento que yo quería contar. Me da mucha pena no saber narrar historias para niños. Pero por lo menos ya conocéis cómo sería la historia, y podréis explicarla de otra manera, como palabras más sencillas que las mías, y tal vez más adelante acabéis sabiendo escribir historias para los niños.
¿Quién me dice que un día no leeré otra vez esta historia, escrita por ti que me lees, pero mucho más bonita?…

miércoles, 26 de junio de 2019

Señor, ¿cómo nos quieres tanto?

Señor, ¿cómo nos quieres tanto?
¿Cómo eres tan divinamente delicado con nosotros?
Callas y nos dejas hacer.
Nos liberas y nos dejas el campo abierto para que elijamos el camino
y para que avancemos en libertad.
Tu lenguaje no es la amenaza, sino el amor verdadera y permanente.
Siembras nuestra vida de señales 
para demostrarnos tu cercanía
 y que nos sigues amando.
Al cabo de los años has acumulado tanto amor en nuestra vida
que nos preguntamos anonadados ¿por qué?
¿Cómo te empeñas en ser tan paciente con nosotros?
¿Cómo eres así: tan manirroto, tan derrochador,
tan incomprensiblemente fiel y generoso?
Tienes las manos agujereadas y no sabes ni puedes retener nada para ti.
Lo tuyo es dar y darte siempre, del todo, con alegría cada instante.
No te importa el fuego del verano ni el hielo del invierno.
Si nos asomamos a la ventana siempre te encontramos esperando.
Abrasado de calor o cubierto de rocío, jamás has abandonado nuestra puerta
para entrar cuando nosotros abramos, cuando te invitemos.
Señor, ¿cómo nos quieres tanto?

Una pistola y dos hombres frente a Dios


Sucedió hace bastantes años en un campo de concentración en Francia. Había en él muchos refugiados españoles. Un sacerdote solía subir al estrado y explicaba a su auditorio temas de religión. Un día les habló de Dios y de su existencia. Cuando terminó el sacerdote de explicar sus ideas, preguntó al auditorio si alguno quería exponer algo.
Se oyó la voz de un refugiado gritando su disconformidad. El ateo subió al estrado y dijo al auditorio:
- “No estoy conforme con lo que ha dicho el sacerdote. Yo digo que Dios no existe. Y lo voy a probar. Aquí está mí reloj. Si Dios existe, le doy un plazo de cinco minutos para que me mate. Faltan cuatro minutos. Faltan tres minutos. Faltan dos minutos. Falta un minuto. No falta nada. El Dios de este sacerdote no existe”.
Al acabar de hablar el incrédulo, sus partidarios le vitorearon. Le pasearon en hombros por el campo de concentración. El sacerdote quedó perplejo. De repente tuvo una idea luminosa. Y dirigiéndose a la multitud de incrédulos y de creyentes les dijo.
- “Señores, no he terminado aún. Invitó al incrédulo a subir al estrado. El sacerdote pidió una pistola cargada. Un hombre le entregó el arma. Se hizo un silencio profundo. Todos estaban intrigados. Él sacerdote le dijo al incrédulo: “Ahí tiene esta pistola. No le hace falta más que darle al gatillo. Le concedo cinco minutos para que me mate. Faltan cuatro minutos. Faltan tres minutos. Faltan dos minutos. Falta un minuto. No falta nada. Luego usted no existe. ¿Qué les parece a ustedes?”
El rostro del sacerdote y el de su contrincante estaban pálidos. El incrédulo le dijo:
- “¿Cómo voy a matar yo a usted que tanto bien me ha hecho?
El sacerdote le contestó: “Dios le ha hecho a usted muchos más favores que yo y es mucho más misericordioso con los hombres que usted ha sido conmigo. Usted me ha respetado la vida cuando yo le pedía que me matara, como Dios se la ha respetado a usted cuando le retaba a que se la quitara”.
La escena fue de gran emoción. Dios recompensó el heroísmo del sacerdote que expuso su vida por El, haciendo que se convirtiera a la fe católica aquel incrédulo que unos momentos antes negaba a Dios.

domingo, 23 de junio de 2019

Oración ante el Santísimo

              J. Leoz

No te quedes, Señor, en la soledad de un templo vacío
baja, Señor, y comparte la existencia de aquellos que buscan,
en la vida y con su vida, una razón para nunca perderte.
No te quedes, Señor, en el silencio que algunos pretenden imponerte:
¡Habla! ¡Bendice! ¡Camina junto a nosotros!
Nunca, como hoy, el mundo vacío necesita llenarse de algo.
No permitas, Señor, que tu Cuerpo se haga invisible
después de haberte multiplicado en la gran mesa de tus invitados.
No permitas, Señor, que tu Sangre quede paralizada por la vergüenza
y la falta de valentía, de aquellos que decimos creer y seguirte.
¡Quédate, Señor, con nosotros!
Sin tu Eucaristía, el corazón se enfría
Sin tu Palabra, el pensamiento se racionaliza y endurece
Sin tu presencia, se hace menos fraterno y más egoísta el caminar de cada jornada
¡Quédate, Señor, con nosotros! Bendícenos en este día radiante y jubiloso
¡Quédate, Señor, con nosotros!
Haz que, cada plaza y cada calle, por donde Tú hoy caminas
sean una llamada a vivir el mensaje de salvación que nos traes.
Hoy, prometemos ante tu custodia, Rey de reyes:
ser tu cuerpo allá donde alguien necesite tu mano
ser tu Palabra, allá donde brote el desaliento
ser tu rostro, donde exista el absurdo y el sin sentido
Hoy, ante tu altar, Señor, déjanos convencernos que, 
con la Eucaristía,
es como más y mejor se viven los ideales de una nueva humanidad.
Haz, Señor, que nuestros corazones queden, ante la grandeza de tu presencia,
tocados por tu gracia, iluminados por tu luz,
fortalecidos por tu pan, ilusionados con tu Palabra,
y dispuestos a abrirse ante aquellos hermanos y situaciones que nos reclaman.
Haz, Señor, que nunca olvidemos, que también nosotros
estamos llamados a ser tu cuerpo y también tu sangre,
en esta realidad que nos toca vivir.
Quédate con nosotros, Señor. Amén.

Los dos panes


Erase una vez un pan tierno, crujiente, de olor agradable y apetitoso.
De pronto se encontró rodeado de un grupo de niños que tenían muchas ganas de comer.
Pero cuando el pan los vio, tuvo mucho miedo y corrió a esconderse.
Pasó el tiempo y aquel pan que no quiso dejarse comer, se puso duro.  Lo encontraron y lo tiraron a la basura.
      En cambio, había una vez un pan tierno, crujiente, de olor agradable y aspecto apetitoso.
Llegó un grupo de niños con ganas de comer. Cuando el pan sintió que el  cuchillo lo cortaba  no dijo nada, aunque pensó que se moriría. Pero al sentir las manos y la boca de los niños, se sintió alegre. De pronto,  se dio cuenta de que no había muerto. Se había transformado en niño. 
El pan que no se deja comer se endurece. Se hace un pan inútil.
Y al fin termina o en el basurero o en la barriga de algún cerdo.
En cambio, el pan que se deja comer, se deja morir, no muere realmente sino que se transforma en vida de niños, en vida de grandes y pequeños.
Lo que no se da, se muere. Lo que se da vive.
Lo que no se da, se endurece. Lo que se da sigue estando fresco.
Lo que no se da, no sirve para nada. Lo que se da se convierte en nueva vida.