sábado, 19 de mayo de 2018

Consagración a la Virgen

           Juan Pablo II

¡Santa María, Madre de Dios!
Queremos consagrarnos a ti.
Porque eres Madre de Dios y Madre nuestra.
Porque tu Hijo Jesús nos confió a ti.
Porque has querido ser Madre de la Iglesia.
Nos consagramos a ti:
Los obispos, que a imitación del Buen Pastor
velan por el pueblo que les ha sido encomendado.
Los sacerdotes, que han sido ungidos por el Espíritu.
Los religiosos y religiosas, que ofrendan su vida
por el Reino de Cristo.
Los seminaristas, que han acogido la llamada del Señor.
Los esposos cristianos en la unidad e indisolubilidad de su amor con sus familias.
Los seglares comprometidos en el apostolado.
Los jóvenes que anhelan una sociedad nueva.
Los niños que merecen un mundo más pacífico y humano.
Los enfermos, los pobres, los encarcelados,
los perseguidos, los huérfanos, los desesperados,
los moribundos.

Confesándose con Dios

Cierto día, al salir de Misa un amigo dirigiéndose a otro le comentaba:
- Me alegra que por fin te hayas decidido a confesarte... y comulgar.
- ¿Confesarme yo?, decía el interpelado. No, no soy tan tonto. Los curas no son necesarios; son hombres como tú y como yo. Lo que hago es confesarme con Dios: le cuento lo que me pasa, le pido perdón y listo.
- Es asombroso -respondió su amigo- lo inteligente que eres. La verdad, es posible que tengas razón y que todos los demás seamos unos imbéciles. Lo que no me cabe en la cabeza es como un hombre de tu inteligencia se queda en la mitad.
- ¿La mitad? No te entiendo, preguntó a la vez el otro.
- Sí hombre, contestó. Tú has comulgado y te has arrodillado ante el Sagrario. Pues bien, dada tu mente inteligente y abierta lo más lógico sería que fueses al mercado comprases un poco de pan, lo consagrases tú, comulgases, y te guardases el resto en una urna, ¿no? Pero ¿quedarte a medias?...
- Yo no puedo consagrar; ese poder Dios se lo dio sólo a los sacerdotes, y... gracias amigo, me has hecho ver claro. Tengo suerte, aún hay puedo confesarme y recibir el perdón de Dios de manos de un sacerdote.

jueves, 17 de mayo de 2018

María agradecida

María,
ayúdanos a darnos cuenta 
de las maravillas que Dios va haciendo en nosotros:
la vida, la familia, la educación, los amigos...
Ayúdanos a admirarnos con sencillez de lo bueno de cada día
y a ser sencillamente agradecidos.
Que no nos pueda el orgullo de ser más que los demás,
sino que sintamos el deber de poner lo que tenemos
al servicio de los demás.
Ojalá aprendamos que ‘amor con amor se paga’,
y hagamos de nuestra vida un acto de servicio a Dios y al prójimo.
¡Santa María, mujer agradecida, ruega por nosotros!

Parábola de las orejas mágicas

Cuenta la leyenda que un hombre recibió un curioso regalo: sus orejas podían crecer o reducirse, dependiendo de aquello que quisiera escuchar. Cuando oía una música que le gustaba, sus orejas crecían y crecían captando hasta el más mínimo sonido. Si oía gritos o discusiones, sus orejas se reducían y apenas oía nada.
Al recibir este regalo le pusieron una condición: tenía que utilizar bien esta capacidad, en caso contrario la perdería.
Durante un tiempo todo fue bien. El buen hombre disfrutaba cada día con los sonidos de la naturaleza, hasta quedarse absorto. Y podía librarse de los ruidos molestos, gritos y cotilleos. Realmente era un hombre afortunado.
Pero un día oyó cómo le alababan unos vecinos y sus orejas crecieron y crecieron. Nunca había oído con tal claridad sus cualidades y le invadió la vanagloria.
A partir de ese momento intentó por todos los medios que la gente le alabara, para poder oírlo bien con sus grandes orejas.
Y fue cerrando sus oídos a todo lo que le molestaba o le sacaba de su comodidad, hasta el punto de que sus orejas se hacían muy pequeñitas cada vez que alguien le pedía ayuda.
Una mañana, al despertar, descubrió que se había quedado totalmente sordo.

miércoles, 16 de mayo de 2018

¿Dónde está Dios?

         Gloria Fuertes, adaptada por Teresa García Corona

¿Dónde está Dios? ¿Se ve o no se ve?
Si te tienen que decir dónde está, se nos escapa.
De nada vale que te diga que vive en tu garganta.
Mis padres dicen que vive en nuestros pies descalzos,
Que está en nuestras peleas y nuestros abrazos,
Que está en la mesa y en el salón,
en mi cuarto y el comedor,
Está cuando sé que todos somos uno,
Por eso soy feliz cuando vamos juntos.
A veces la tele no dice nada de Dios,
No dice nada de ir de a dos.
A veces habla de cosas que no me gustan ni entiendo,
Y por eso cuando no entiendo,
La apago y prefiero jugar.
Yo me digo cada día que Dios está donde sea,
Está cuando yo estoy y cuando está cualquiera,
Está cuando le dejo entrar y cuando pongo barreras,
Está en el día y en la noche,
En el viento y la marea,
Está en mis fallos y mis reproches,
Está en mis logros y mis metas.
Está en saber que cada día dejo un pequeño grano,
En saber que Jesús está siempre al lado.

Actitudes

               Tony de Mello

Dice una antigua leyenda que, cuando Dios estaba creando el mundo, se le acercaron cuatro ángeles. Uno de ellos le preguntó:
- ¿Qué estás haciendo?
El segundo le preguntó:
- ¿Por qué lo haces?
El tercero:
- ¿Puedo ayudarte?
Y el cuarto:
- ¿Cuánto vale todo esto?
El primero era un científico, el segundo un filósofo, el tercero un altruista, el cuarto un agente inmobiliario.
Un quinto ángel se dedicaba a observar y a aplaudir con entusiasmo. Era un místico.

martes, 15 de mayo de 2018

Oración de los agricultores

Ya somos pocos, Señor. Y cada día menos.
El campo va quedándose huérfano.
Damos de comer a todos y la humanidad nos vuelve la espalda;
peor aún, nos acosa y nos persigue, haciéndonos la vida cada día más dura.
Pero, Señor, Creador del universo, yo quiero mi tierra.
En ella nací y en ella he dejado y sigo dejando mi experiencia.
En ella vivieron y murieron mis padres y abuelos.
Tú también, Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret,
tuviste mucho cariño a la naturaleza.
La tierra y los árboles, los animales y el agua, las flores
fueron buena noticia en el anuncio de tu Reino de amor y de servicio.
Entre las muchas cosas bellas que dijiste acerca de la creación,
recuerdo con satisfacción aquello que trae tu discípulo Juan:
“Yo soy la vid y vosotros los sarmiento o ramas.
Si alguien permanece en mí y yo en él, produce mucho fruto
pero sin mí nada pueden hacer.” (Juan 15, 5)
Saber todo esto me da mucha alegría.
Somos ramas del único árbol de vida que eres tú, Jesucristo.
Y en ti y por ti estamos invitados a adelantar tu Reino de hermandad
por el amor y el servicio a nuestros prójimos.
Es lo que esperas de nosotros donde quiera nos encontremos y el oficio que realicemos.
Quiero, Señor Jesús, compartir tu amor por toda la creación.
Concédeme sabiduría y capacidad para usar la tierra sin destruirla
y poder dejar a mis hijos un espacio de vida en buenas condiciones.
Ayúdame a darme cuenta de mi dignidad de ser humano
y dame valor para unirme a los agricultores
en busca de mejores condiciones para nosotros y para todos.
“Sólo así la tierra podrá cantar tus alabanzas
pues la gloria de Dios es el hombre viviente” (San Ireneo).

Las semillas

Pedro Pablo Sacristán

Hubo una vez cuatro semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un pequeño claro del bosque. Allí quedaron ocultas en el suelo, esperando la mejor ocasión para desarrollarse y convertirse en un precioso árbol.
Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a germinar, descubrieron que no sería tarea fácil. Precisamente en aquel pequeño claro vivía un grupo de monos, y los más pequeños se divertían arrojando plátanos a cualquier planta que vieran crecer. De esa forma se divertían, aprendían a lanzar plátanos, y mantenían el claro libre de vegetación.
Aquella primera semilla se llevó un platanazo de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando contó a las demás amigas su desgracia, todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería esperar sin crecer a que aquel grupo de monos cambiara su residencia.
Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su platanazo, que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas su unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero aquella semillita estaba completamente decidida a convertirse en un árbol, y una y otra vez volvía a intentar crecer. Con cada nueva ocasión, los pequeños monos pudieron ajustar un poco más su puntería gracias a nuestra pequeña plantita, que volvía a quedar doblada.
Pero la semillita no se rindió. Con cada nuevo platanazo lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus compañeras le suplicaban que dejase de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días, semanas y meses, la plantita sufrió el ataque de los monos que trataban de parar su crecimiento, doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días conseguía evitar todos los plátanos, pero al día siguiente, algún otro mono acertaba, y todo volvía a empezar.
Hasta que un día no se dobló. Recibió un platanazo, y luego otro, y luego otro más, y con ninguno de ellos llegó a doblarse la joven planta. Y es que había recibido tantos golpes, y se había doblado tantas veces, que estaba llena de duros nudos y cicatrices que la hacían crecer y desarrollarse más fuertemente que el resto de semillas. Así, su fino tronco se fue haciendo más grueso y resistente, hasta superar el impacto de un plátano. Y para entonces, era ya tan fuerte, que los pequeños monos no pudieron tampoco arrancar la plantita con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo.
Y, gracias a la extraordinaria fuerza de su tronco, pudo seguir superando todas las dificultades, hasta convertirse en el más majestuoso árbol de la selva. Mientras, sus compañeras seguían ocultas en el suelo. Y seguían como siempre, esperando que aquellos traviesos monos abandonaran el lugar, sin saber que precisamente esos monos eran los únicos capaces de fortalecer sus troncos a base de platanazos, para prepararlos para todos los problemas que encontrarían durante su crecimiento.

lunes, 14 de mayo de 2018

María amable


Virgen María,

cuando lo pensamos, nos encanta la amabilidad.
Pero a la hora de la práctica
tenemos mucho peligro de ser envidiosos,
de ser quisquillosos,
de decir palabras que ofenden,
y de pensar en nosotros mismos sin mirar hacia los demás.
Madre nuestra,
danos una voluntad fuerte para dominar la lengua.
Danos un corazón grande donde quepan todos los compañeros.
Danos unos ojos listos para mirar por  aquellos que nos necesitan.
¡Madre amable, ruega por nosotros pecadores!

Al león se le mata mirando

El viejo Antonio cazó un león de montaña con su vieja escopeta. Yo me había burlado de su arma días antes:
- "De esas armas usaban cuando Hernán Cortes conquistó México", le dije.
El se defendió: "sí, pero mira ahora en manos de quien esta".
Estaba sacando los últimos tirones de carne de la piel para curtirla. Me muestra orgulloso la piel. No tiene ningún agujero.
- "En el mismo ojo", me presume. "Es la única forma de que la piel no tenga ninguna forma de maltrato", agrega.
- "¿Y que vas a hacer con la piel?", pregunté.
El viejo Antonio no me contesta, sigue limpiando la piel del león con su machete, en silencio. Me siento a su lado y, después de llenar la pipa, trato de prepararle un cigarrillo. Se lo acerco sin palabras, él lo examina y lo enciende. Nos sentamos a participar juntos de esa ceremonia de fumar. Entre calada y calada, el viejo Antonio va hilando la historia:
- "El león es fuerte porque los otros animales son débiles. El león come la carne de otros porque los otros se dejan comer. El león no mata con las garras ni con los colmillos. El león mata mirando. Primero se acerca despacio, en silencio, porque tiene almohadillas en las patas y no hace ruido. Después salta y le da un revolcón a su víctima, un manotazo que tira más que por la fuerza, por la sorpresa. Después se le queda mirando. Observa a su presa así... (el viejo Antonio arruga el entrecejo y me clava sus ojos negros). El pobre animalito que va a morir se queda quieto, mira al león que lo mira. El animalito ya no se ve él mismo, mira lo que el león mira, ve su propia imagen en la mirada del león, ve que, en el ojo del león, es pequeño y débil. El animalito ni  pensaba que es pequeño y débil. Es un animalito, ni grande ni pequeño, ni fuerte ni débil. Pero ahora ve en la mirada del león, ve el miedo. Y, viendo que lo miran, el animalito se convence, el sólo, de que es pequeño y débil. Y, en el miedo de verse mirado por el león, tiene miedo. Y entonces el animalito ya no mira nada, se le entumen los huesos. Y entonces el animalito se rinde, se deja, y el león se lo zampa sin pena. Así mata el león. Mata mirando.
Pero hay un animalito que no hace así, que cuando lo atrapa el león no le hace caso y sigue como si nada. Y si el león lo manotea, él contesta con un zarpazo de sus manitas, que son chiquitas pero duele la sangre que sacan. Y este animalito no se deja del león porque no mira que lo miran... es ciego. Topos, les dicen a esos animalitos".
Parece que el viejo Antonio acabó de hablar. Yo aventuro un "si, pero...". El viejo Antonio no me deja continuar, sigue contando la historia mientras se prepara otro cigarrillo. Lo hace lentamente, mirándome para ver si estoy poniendo atención.
- "El topo se queda ciego porque, en lugar de ver hacia fuera, se puso a mirarse el corazón, decidió mirar para adentro. Y nadie sabe porque llega a la cabeza del topo eso de mirarse para adentro. Y ahí esta el topo empeñado en mirarse el corazón y entonces no se preocupa de fuertes o débiles, de grandes o pequeños, porque el corazón no se mide como se miden las cosas y los animales. Y eso de mirarse para adentro sólo lo podían hacer los dioses y entonces los dioses castigaron al topo y ya no lo dejaron mirar pa’fuera y además lo condenaron a vivir y caminar bajo la tierra. Y por eso el topo vive debajo de la tierra porque lo castigaron los dioses. Y el topo ni pena tuvo porque siguió mirándose para adentro. Y por eso el topo no le tiene miedo al león. Y tampoco le tiene miedo al hombre que sabe mirarse al corazón.
Porque el hombre que sabe mirarse el corazón no ve la fuerza del león, ve la fuerza de su corazón y entonces mira al león y el león lo mira que lo mira al hombre y el león mira, en el mirar del hombre ve que es sólo un león y el león se mira que lo miran y tiene miedo y se escapa"
- ¿Y usted se miró el corazón para matar a este león? Interrumpo.
- ¿Yo? No hombre, -contesta el viejo Antonio- yo mire la puntería de la escopeta y el ojo del león... y ahí dispare... del corazón ni me acordé..."
Yo me rasco la cabeza como hacen aquí cuando no entienden algo. El viejo Antonio se incorpora lentamente, toma la piel y la examina con detenimiento. Después la enrolla y me la entrega
- "Toma, me dice, te la regalo para que nunca te olvides que al león y al miedo se les mata sabiendo a dónde mirar..."
El viejo Antonio da media vuelta y se mete a su cabaña.

domingo, 13 de mayo de 2018

¡Marcha, Señor, pero acompáñanos!

¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!
Que, en tu Ascensión, queremos agarrarnos nosotros
para compartir y ansiar la eternidad
Que, en tu Ascensión, nos dejas pistas y senderos
que conducen hacia esa Ciudad de Dios
Que, después de tu trabajo valiente y sincero
mereces ser coronado y festejado
en ese lugar cerca del Padre, en estancia feliz del cielo
¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!
Que, sin tu mirada, nuestras miradas caerán hacia el suelo
Que, sin tu mano, nuestros ideales se cruzarán de brazos
Que, sin tus palabras, nuestros labios se cerrarán en dique seco
Que, sin tu corazón, nuestros amores serán necios o mezquinos
¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!
No te decimos, Señor, adiós sino ¡hasta pronto!
Porque, bien sabemos, amigo y Señor,
que todo lo que dices o prometes, siempre cumples
Que, tarde o temprano, de mañana o en la oscura noche
vendrás, regresarás en definitiva vuelta hasta nosotros
para que se cumpla, de una vez para siempre,
la Salvación que todos creemos, rezamos, añoramos y esperamos.
Amén.

Mancharse de barro

Un ministro de agricultura recibió un día a un director que le presentó un informe minucioso sobre lo que consideraba que los mercados rurales necesitaban.
El ministro le miró y le dijo:
- "No voy a leer este informe hasta que no vea barro".
- ¿Qué barro?, le preguntó el director.
- "El barro en sus botas de recorrer todos esos campos", le contestó el ministro. No quiero oír nada de usted sobre los mercados rurales hasta que no pueda decirme qué clase de cerveza beben esos agricultores, qué hacen sus hijos después de la escuela y de qué hablan esas gentes cuando salen de la iglesia.
- Pero este informe está basado en una investigación muy seria.
- Barro, quiero ver barro en sus botas. A propósito, ¿tiene por casualidad un par de botas?
- No, dijo tímidamente el director.
- Salga de mi oficina y no vuelva hasta que no haga lo que le he dicho.