viernes, 24 de julio de 2020

Sois semillas del Reino

                   Florentino Ulibarri

Sois semillas del Reino plantadas en la historia.
Sois buenas y tiernas, llenas de vida.
Os tengo en mi mano, os acuno y quiero,
y por eso os lanzo al mundo: ¡Perdeos!
No tengáis miedo a tormentas ni sequías, a pisadas ni espinos.
Bebed de los pobres y empapaos de mi rocío.
Fecundaos, reventad, no os quedéis enterradas.
Floreced y dad fruto.
Dejaos mecer por el viento.
Que todo viajero que ande por sendas y caminos,
buscando o perdido, al veros,
sienta un vuelco y pueda amaros.
¡Sois semillas de mi Reino!
¡Somos semillas de tu Reino!

¿Quién merecía el puesto de honor?


Un hombre que pasaba frente a la casa de un amigo notó que la chimenea era recta y que una pila de leña había sido colocada cerca de la estufa.
- Es mejor que construyas otra chimenea con un codo –advirtió al dueño de casa– y retires esa leña; de otra manera puede provocarse un incendio.
Pero el dueño de casa no hizo caso del consejo. Tiempo después la casa se incendió; pero por fortuna los vecinos ayudaron a apagarla. Entonces la familia mató un buey y preparó vino para expresar su agradecimiento a los vecinos.
Aquellos que habían sufrido quemaduras fueron colocados en los puestos de honor; y el resto, de acuerdo a su mérito; pero no se mencionó al hombre que les había aconsejado construir una chimenea nueva.
- Si hubieras aceptado el consejo de aquel hombre –recordó alguien al dueño de la casa–, se habría ahorrado los gastos del buey y del vino y habría evitado el incendio. Ahora estás agasajando a tus vecinos para agradecerles lo que hicieron, pero, ¿es justo olvidar al hombre que te aconsejó reconstruir la chimenea y apartar la leña, mientras tratas a aquellos que sufrieron quemaduras como huéspedes de honor?
El anfitrión se dio cuenta de su error e invitó al hombre que le había aconsejado correctamente. 

jueves, 23 de julio de 2020

Jesús, ¿qué dices cuando callas?

Cuando callo lo que digo es “que te quiero”,
que mi amor te ama en silencio,
como en silencio muere el grano para darse por entero.
Cuando callo lo que digo es “dame tiempo”,
el tiempo necesario para poner sobre tu rostro un beso nuevo.
Cuando callo lo que digo es “que te espero”,
que siempre te he esperado, aunque tú,
no siempre aquí hayas vuelto.
Cuando callo lo que digo es “que me cuentes lo que vives y sin miedo”;
pues cuando tímido me dices:
“¿Señor, no sé en verdad cómo comienzo?”,
Yo ya he empezado a leer en tu secreto.
Cuando callo lo que digo es “te respeto”,
pues siendo el que todo lo hizo y aún más puedo,
para hacerlo ahora en ti, necesito tu “sí, quiero”.
Cuando callo lo que digo es “que de ti estoy sediento”;
de regalarte la verdad que dé tu alumbramiento.
¡Quiero llenarte de Vida, y sabes que no miento!
Cuando callo lo que digo es “¡escuchemos!”,
el soplo del Espíritu ya va a levantar vuelo
y en él se eleva tu gemido: “¡Papá, sin Ti, no puedo!”
Jesús, afíname el oído
para escuchar lo que tu amor por mí está haciendo,
de modo que no tenga que pedirte que me hables
¡cuándo tanto me dice tu silencio!

Da tres vueltas a mi alrededor


Cuentan de un monje ilusionado por visitar el Santo Sepulcro. Cuando consiguió el dinero se puso en camino. En esto oyó que alguien le seguía:
- ¿A dónde vas, padre mío?
- Al Santo Sepulcro de Jerusalén. Ha sido la ilusión de mi vida.
- ¿Cuánto dinero tienes para eso?
- Treinta libras
Dame las treinta libras: tengo mi mujer enferma, mis hijos con hambre. Dámelas y da tres vueltas alrededor de mí, arrodíllate, póstrate ante mí y luego vuelve al monasterio.
El monje sacó las treinta libras y se las dio. Dio las tres vueltas, se arrodilló y volvió al monasterio.
Más tarde comprendió plenamente que el mendigo era el mismo Cristo.

lunes, 20 de julio de 2020

Publicano

                    José María R. Olaizola, sj

Pensaba que todo podía
que yo me bastaba, que siempre acertaba,
que en cada momento vivía a tu modo y así me salvaba.
Rezaba con gesto obediente en primera fila,
Y una retahíla de méritos huecos
era solo el eco de un yo prepotente.
Creía que solo mi forma de seguir tus pasos era la acertada.
Miraba a los otros con distancia fría
porque no cumplían tu ley y tus normas.
Me veía distinto, y te agradecía ser mejor que ellos.
Hasta que un buen día tropecé en el barro,
caí de mi altura, me sentí pequeño
descubrí que aquello que pensaba logros era calderilla.
Descubrí la celda, donde estaba aislado
de tantos hermanos por falsos galones.
Me supe encerrado en el laberinto de la altanería.
Me supe tan frágil…
y al mirar adentro tú estabas conmigo.
y al mirar afuera, comprendí a mi hermano,
Supe que sus lágrimas sus luchas, y errores
sus caídas, y anhelos, eran también míos.
Tan solo ese día mi oración cambió.
Ten compasión, Señor, que soy un pecador.

¿Porqué el amor es ciego?


Cuentan la historia que en el principio, cuando el ser humano aún no había colocado sus pies sobre la faz de la tierra, en un hermoso día de campo se encontraban todas las cualidades y los defectos que los seres humanos tenemos.
Se encontraron la lujuria, la pasión, la mentira, la locura, el amor, la ensoñación, la vida la gula y todas esas vainas que a uno se le meten.
Entonces, la locura, que por lo general ha sido loca, les dijo a los demás:
- ¡Oídme todos! ¿por qué no jugamos al escondite?
- ¿Al escondite? Preguntó la intriga toda intrigada, ¿qué es eso?
- El escondite -dijo la locura- es un juego que me he inventado para cuando aparezcan los niños.
Uno cuenta desde uno hasta un mil, y los demás se esconden en cualquier lado; entonces, uno sale a buscar y al primero que encuentre, a ese le corresponde contar nuevamente y así hasta que el juego se termine.
Entonces la ternura, que por lo general ha sido tierna, dijo:
- Bueno entonces empieza tú a contar.
Inmediatamente la locura empezó a contar: uno, dos tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez... y todos empezaron a esconderse. La pereza, que por lo general ha sido perezosa se escondió detrás de una piedrecilla cerca del lugar donde la locura estaba contando. La lujuria y la pasión se escondieron en el fondo de los volcanes. La ensoñación, detrás de la luna, la mentira en el fondo de los océanos.
Y así, cada uno se escondió en un lugar del espacio; pero quien no hallaba donde esconderse era el amor, y cuando escuchó que la locura iba por 999, se escondió detrás de una rosa.
La locura terminó de contar y salió a buscar. A la primera que encontró fue a la pereza, y después siguió buscando y siguió buscando y encontró a la lujuria y a la pasión en el fondo de los volcanes. A la mentira también la consiguió a pesar de que era una mentira. Y a todos los encontró en cualquier lugar del universo.
Pero a quien no encontraba era al amor, y muy preocupada la locura se preguntaba donde estaría, si hasta en el cielo y en el infierno lo había buscado. Recordó el rosal y fue hasta él, y, como tenía espinas, cogió un palo en forma de horqueta y removió con fuerza dentro del rosal, cuando de pronto escuchó un grito. La locura dijo:
- He encontrado el amor.
Ciertamente el amor estaba todavía en el rosal, pero con el palo en forma de horqueta la locura le había sacado los ojos al amor.
Muy triste y apenada la locura le decía al amor que la perdonara porque ella lo había hecho sin intención, que todo era un juego, y que lo único que podía hacer para remediar tan grave hecho era servirle de lazarillo.
Y desde ese día y gracias al juego del escondite, el amor es ciego y camina de la mano de la locura.