viernes, 12 de marzo de 2021

Aleja de nosotros todo mal, Señor

Tú apartabas los demonios de la gente,
y les hacías recuperar la salud.
Aléjanos de los demonios, que hoy nos quitan la vida:
del trabajo que nos esclaviza y estresa,
del consumo desaforado que aumenta diferencias,
del ocio compulsivo que nos roba el sosiego,
de las conversaciones vacías que nos dejan solos,
de las familias rotas, sin tiempo para encontrarse
de las autosuficiencias que nos alejan del otro,
de las quejas eternas, con las que robamos energía alrededor,
de los sueldos injustos con que se explota a muchos,
de las drogas en las que creemos encontrarte y nos pudren,
de los niños sin padres, por culpa de la televisión,
de los jóvenes sin modelos, por adultos mediocres.
Aleja década uno de nosotros todo aquello que nos separa
de la vida en abundancia que Tú nos prometes, Señor.

Todo acto genera consecuencias

Ese año las lluvias habían sido particularmente intensas en toda la región. Una gran corriente del río se llevó la choza de un campesino, pero cuando cesaron, habían dejado en la tierra una valiosa joya. El buen hombre vendió la alhaja y con la suma que le entregaron reconstruyó su choza y el resto se lo regaló a un niño huérfano y desvalido del pueblo.
La riada había arrasado también otro poblado y un campesino, para salvar la vida, tuvo que encaramarse a un tronco de árbol que flotaba sobre las turbulentas aguas. Otro hombre, despavorido, le pidió socorro, pero el campesino se lo negó, diciéndose a sí mismo: “Si se sube éste al tronco, a lo mejor se vuelca y me ahogo”.
Los años pasaron y estalló la guerra en ese reino. Ambos campesinos fueron alistados. El campesino bondadoso fue herido de gravedad y conducido al hospital. El médico que le atendió con gran cariño y eficacia era aquel muchachito huérfano al que él había ayudado. Lo reconoció y puso toda su ciencia y amor al servicio del malherido. Logró salvarlo y se hicieron grandes amigos de por vida.
El campesino egoísta tuvo por capitán de la tropa al hombre a quien no había auxiliado. Le envió a primera línea de combate y días después halló la muerte en las trincheras.
Las consecuencias siguen, antes o después, a los actos. La generosidad engendra generosidad y el egoísmo, egoísmo. Debemos cultivar los cuatro bálsamos de la mente: amor, compasión, alegría por la dicha de los otros y equidad.

jueves, 11 de marzo de 2021

Dios de amor y de vida

Tú, Dios de amor y vida, no dejas de llamamos,
a cualquier hora y en cualquier lugar, a una vida plena y feliz.
Tú, Dios de bondad y misericordia, no abandonas a tus hijos e hijas
aunque hayamos quebrantado tu alianza,
y nos ofreces siempre tu perdón y abrazo de Padre.
Tú, Dios fiel y lleno de ternura,
te haces presente en medio de tu pueblo
para devolverle la alegría, curarle la tristeza,
y abrirle un horizonte de esperanza.
Tú, Dios Padre bueno, nos das este tiempo
para que nos convirtamos y, creyendo en tu Hijo Jesús,
podamos conocer, gustar y vivir el Evangelio como buena noticia,
ya, en esta tierra, mientras caminamos hacia tu Reino.
Nosotros, ahora, llenos de alegría, te alabamos con nuestras torpes palabras.
Pero Tú bien sabes que ellas contienen lo mejor que hay en nosotros.
¡Gloria y alabanza a Ti que nos despiertas y recreas cada día!

El árbol de manzanas

Hace muchos años existió un árbol de manzanas donde un pequeño niño solía jugar. Él le tenía un gran amor, pues podía treparlo, le daba sombra y alimento. Pero con el paso del tiempo, el pequeño creció y nunca volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día, el muchacho regresó y escuchó que el árbol le dijo:
– Estoy muy triste, juega conmigo.
Pero el muchacho le respondió: – Ya no soy el mismo niño que solía jugar en el árbol. Ahora quiero juguetes y necesito dinero para comprarlos.
– Lo siento -dijo el árbol-. No tengo dinero, pero puedes tomar mis manzanas y venderlas. De esta manera tendrás dinero para tus juguetes.
El muchacho se sintió muy feliz y procedió a cortar las manzanas, las vendió y obtuvo el dinero. Entonces, el árbol fue feliz de nuevo. Pero el muchacho no volvió después de la venta de las frutas, por lo que el árbol volvió a estar triste. Tiempo después, el muchacho -ahora todo un hombre- regresó y el árbol se alegró de verlo. Le dijo:
- ¿Vienes a jugar conmigo?
- No tengo tiempo para jugar -le contestó -Debo trabajar para mi familia, pues necesito una casa para mi esposa e hijos. ¿Podrías ayudarme?
El árbol respondió: - No tengo una casa para ti, pero puedes cortar mis ramas y construir una con mi madera.
El hombre cortó todas las ramas del árbol y, a pesar del sacrificio, esto hizo feliz al árbol. Sin embargo, después de haber construido su casa, el hombre no volvió y el árbol volvió a sentirse triste y solitario.
Un cálido día de verano, después de mucho tiempo, el hombre regresó y el árbol preguntó con alegría:
- ¿Jugarás conmigo?
- No. Estoy triste pues me estoy volviendo viejo. Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Podrías darme uno?
El árbol contestó: - No tengo un bote, pero puedes usar mi tronco para que construyas uno y así puedas navegar y ser feliz.
El hombre cortó el tronco y construyó su bote donde navegó por un largo tiempo. Después de muchos años, finalmente regresó con el árbol, pero este, preocupado, le dijo:
- Lo siento, ya no tengo nada que darte. No puedo darte sombra, manzanas, ni madera.
El hombre respondió: - Yo no tengo dientes para morder ni fuerza para escalar. También estoy viejo.
- Realmente no puedo darte nada -dijo el árbol con tristeza en sus palabras-. Lo único que me queda son mis raíces.
- Yo no necesito mucho en este momento, solo un lugar para descansar -contestó el hombre-. Las viejas raíces de un árbol son el mejor lugar para recostarse después de tantos años.
El hombre se sentó junto a las raíces del árbol, y el árbol volvió a ser feliz.

Moraleja: Esta podría ser la historia de todos nosotros. El árbol son nuestros padres. Cuando somos jóvenes, amamos a papá y mamá, y jugamos con ellos. Cuando crecemos, solemos olvidarlos y solo regresamos a ellos cuando necesitamos algo o tenemos problemas. Pero no importa lo que nos agobie, ellos siempre están ahí para darnos todo lo que puedan y hacernos felices. 
Quizás hayas pensado que el muchacho de la historia fue cruel contra el árbol, pero así somos muchos de nosotros. Valoremos a nuestros padres mientras los tenemos a nuestro lado, y si ya no están en este mundo, haz que la calidez de su amor viva siempre en tu corazón.

domingo, 7 de marzo de 2021

Enfadado, en el Templo, pusiste tus límites

                          Mari Patxi Ayerra

Y hoy quiero que me los pongas a mí,
que me marques a fuego en el alma:
qué es aquello que no puedo permitirme,
que me aleja de Ti y de la vida digna,
que me impide ser persona
y, sobre todo, vivir en el amor.
No me dejes nunca vivir sin tu amistad, Señor,
ni me permitas instalarme en la rutina,
ni abandonar el rato de oración diaria,
ni pensar en mí más que en los otros,
ni criticar y hacer correr malas noticias,
ni comprar barato explotando a otros.
No me dejes nunca, Señor, ser mediocre,
ni vivir sin proyecto personal,
ni permitir la injusticia alrededor,
ni aprovecharme de nada ni de nadie,
ni ser negativo en las conversaciones,
ni manipulador en mis acciones.
No me dejes nunca, acomodarme, Señor,
ni vivir indiferente a la vida de la gente,
ni creerme superior a los demás,
ni dejar de intentar un mejor reparto,
ni ocuparme solo de mi familia,
ni dejar de ofrecerme, como tú, a todos.
No permitas, Señor, que te utilice,
ni me crea de los buenos, y creyentes,
ni me duerma nunca en los laureles,
ni descanse hasta que el mundo esté mejor,
ni deje de construir una Iglesia nueva.
Purifícame, Señor, aquí me tienes...

¡Suelta el vaso!

Durante una sesión grupal, un psicólogo tomo un vaso de agua y lo mostró a los demás. Mientras todos esperaban la típica reflexión de ‘¿este vaso está medio lleno o medio vacío?’, el psicólogo les preguntó:
- ¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas variaron entre los 200 y 250 gramos. Pero el psicólogo respondió:
- El peso total no es lo importante. Más bien, depende de cuánto tiempo lo sostenga. Si lo sostengo un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo durante un día entero, mi brazo se entumecerá y se paralizará del dolor. El peso del vaso no cambia, siempre es el mismo. Pero cuanto más tiempo lo sostengo en mi mano, este se vuelve más pesado y difícil de soportar.
Y continuó:
– Las preocupaciones, los rencores, los resentimientos y los sentimientos de venganza son como el vaso de agua. Si piensas en ellos por un rato, no pasará nada. Si piensas en ellos todos los días, te comienzan a lastimar. Pero si piensas en ellos toda la semana, o incluso durante meses o años, acabarás sintiéndote paralizado e incapaz de hacer algo.

Moraleja: ¡No olvides soltar el vaso! No permitas que el peso de las emociones negativas haga que tu vida se vuelva más difícil. Este peso solo te estará frenando de continuar con tu camino y ser feliz.