viernes, 7 de diciembre de 2018

           San Agustín (De Trinitate, 15,28,51)

«Señor, Dios mío, mi única esperanza,
haz que, cansado, nunca deje de buscarte,
sino que busque tu rostro siempre con ardor.
Dame la fuerza de buscar, tú que te has dejado encontrar,
y me has dado la esperanza de encontrarte siempre nuevo.
Ante Ti están mi fuerza y mi debilidad: conserva aquélla, ésta sánala.
Ante Ti están mi ciencia y mi ignorancia;
allí donde me has abierto, acógeme al cruzar el umbral;
allí donde me has cerrado, ábreme cuando llamo.
Haz que me acuerde de Ti, que te entienda, que te ame. Amén».

Un Toque del Cielo

               Tim Reynolds

Había sido un día desalentador. Los médicos nos habían dado la peor de las noticias. A nuestra hija, que acababa de pasar su primera intervención quirúrgica para extirpar un tumor en el cerebro y estaba siendo sometida a radioterapia, ahora se le daba oficialmente un dos por ciento de probabilidad de sobrevivir ya que este tipo de cáncer no tenía cura.
Mi esposa y yo decidimos llevar a nuestra hija a comer antes de seguir con nuestras conversaciones por la tarde. Fuimos a un restaurante local donde nos sentamos en silencio esperando a la camarera. Nuestra hija Molly no podía entender tal tristeza o silencio así que jugaba alegremente con papel y rotuladores mientras permanecíamos sentados mirando al suelo.
Observé a una pareja muy anciana sentada a poca distancia; ellos también estaban en silencio sin hablar una palabra. No pude menos que preguntarme qué problemas tendrían en sus vidas y si jamás habrían tenido que afrontar una noticia tan terrible sobre uno de sus hijos.
Pedimos nuestra comida y, todavía sentados en silencio, comimos lo que pudimos. En algún momento quedé intrigado por la anciana pareja y les observé más detenidamente. Pensé que no se habían hablado el uno al otro todavía y me pregunté si sería la paz que disfrutaban o la comida, o tal vez ambas. Sin embargo, perdí interés y me puse nuevamente a comer.
Molly todavía hablaba consigo misma y disfrutaba su comida y su madre y yo escuchábamos e intentábamos disfrutar de su presencia, pero no lo conseguíamos. De repente vi esta mano aparecer de la nada. Era enorme y podía verse que padecía artritis. Los nudillos estaban hinchados y los dedos torcidos y descolocados. No pude quitar mis ojos de esa mano. La mano se desplazó y aterrizó sobre la manita de mi hija de seis años y, al hacerlo, miré hacia arriba; era la anciana que había estado sentada con el anciano comiendo su menú en silencio.
La miré a sus ojos y ella habló, pero no a mí. Miró a mi hija y simplemente susurró:
- “Si pudiera hacer más por ti lo haría”. 
Y entonces sonrió y se alejó para encontrarse con su esposo que se dirigía hacia la puerta.
- “Hey, mirad, un dólar”. 
Molly habló emocionada al descubrir que la anciana había colocado un arrugado billete de un dólar en su mano. Miré y vi el billete de un dólar y rápidamente me di cuenta de que lo había dejado la anciana. Levanté la mirada para agradecérselo pero ya se había ido. Quedé anonadado, sin estar seguro de qué había pasado y entonces miré a mi esposa. Casi al unísono, nos sonreímos. La tristeza del día había desaparecido por la mano artítrica y toque generoso de una anciana.
El dólar, aunque emocionante para Molly, no fue lo que nos hizo sonreír o comenzar a sentirnos mejor; fue la dádiva de una anciana que sintió nuestro dolor y sufrimiento. La mano artítrica simbolizó un toque de amor y nos hizo darnos cuenta de que no teníamos que pelear esta batalla solos; que a otros les importaba y querían ayudar. Nos sentimos animados y pronto nuestro día se llenó de más pensamientos felices al dedicar el resto de nuestra comida a planear el día siguiente en casa con actividades divertidas para todos.
Nunca olvidaré esa artítrica mano que nos enseñó tal importante lección. Uno no tiene que ir por la vida afrontando dificultades solo; el mundo está lleno de gente compasiva y comprensiva. Aun aquellos que sufren sus propias aflicciones tienen mucho que dar.
La mano que tocó la de Molly aquel día todavía la cubre. Y aunque Molly ya no está con nosotros, puedo verla ahora de la mano con aquella anciana, ambas manos perfectas y ambos rostros llenos de sonrisas… Y aunque el Cielo tiene a estos dos perfectos ángeles ahora, las lecciones que ambas nos enseñaron permanecerán para siempre en mi corazón.

jueves, 6 de diciembre de 2018

Instrumentos de Dios

                    Cipri Díaz Marcos, sj

Haznos saber, Padre compasivo, que nuestra vida es don recibido:
gratuidad, misterio y bendición; que somos alianza de amor.
Enséñanos a ser agradecidos como Jesús,
que salía del camino y elevaba los ojos a ti.
Haznos conscientes, Padre amoroso,
de lo mucho recibido en nuestra existencia cotidiana:
de las manos que nos cuidaron,
de los hombros que soportaron nuestro peso
y nos rescataron de nuestros abismos.
Muéstranos también, Padre de huérfanos y abandonados,
el don que hemos sido para los que acuden a nosotros en busca de refugio.
Y pon en nuestros labios, Padre bueno,
palabras de consuelo y esperanza para todos los que acudan a nosotros.

La verdadera historia de San Nicolás

Desde niño, Nicolás, fue muy generoso con todos. Al morir sus padres, atendiendo a los enfermos en una epidemia, él quedó heredero de una inmensa fortuna. Entonces repartió sus riquezas entre los pobres y se fue a un monasterio donde fue ordenado sacerdote. Después de visitar Tierra Santa llegó a la ciudad de Mira (Turquía) siendo elegido obispo. Sus reliquias se veneran en Bari (Italia) a donde fueron trasladadas después de que Turquía fuera conquistada por los musulmanes. Su devoción se propagó mucho en Alemania y en alemán se llama “San Nikolaus”.
Se cuenta que en la Diócesis de Mira había un vecino en extrema pobreza, hasta el punto que no podía darlas en matrimonio porque no tenía qué dar como dote. Por eso decidió dedicar a sus tres hijas vírgenes a la prostitución para que todos ellos puedan subsistir. San Nicolás, buscando evitar que esto sucediera y en la oscuridad de la noche, arrojó por la chimenea de la casa una bolsa con monedas de oro. Con el dinero el hombre pudo pagar “la dote” y casó la hija mayor. Quiso el Santo hacer lo mismo en bien de las otras dos, pero en la segunda ocasión, después de tirar la bolsa sobre la pared del patio de la casa, San Nicolás se enredó con la ropa que estaba tendida para secar. El padre descubrió a su bienhechor y le agradeció su caridad.
Se narra también que tres niños fueron asesinados en una posada, donde el posadero los descuartizó y metió en un barril de sal, y por la oración de San Nicolás los infantes volvieron a la vida. Por ello es patrono de los niños y se le suele representar con tres pequeños a su costado.
Es muy conocida la leyenda de que él salvó a unos marineros que, en medio de una tempestad, imploraron ayuda a Dios por intercesión del Obispo Nicolás. En ese momento se apareció el Obispo sobre el barco, quien bendijo el mar, que se calmó, y luego desapareció. Por este motivo San Nicolás es considerado, también, patrono de los marineros. Fueron estos los que extendieron su devoción por toda Europa.
Su fiesta se celebra el 6 de diciembre. Por haber sido tan amigo de la niñez y tan generoso, en algunos países europeos se repartían en este día dulces y regalos a los niños, y prácticamente con esta fecha  empezaban las festividades de diciembre, relacionando así al santo con las fiestas navideñas. Durante los siglos XVII y XVIII coinciden en Estados Unidos inmigrantes de distintas culturas como ingleses, holandeses y alemanes: la tradición católica de holandeses y alemanes, que tenía devoción a San Nicolás se mezcló con la de “Father Christmas” (el padre de la Navidad) que era la figura típica de las fiestas navideñas en Inglaterra.
Como derivación del nombre del santo en alemán (San Nikolaus) lo empezaron a llamar Santa Claus, y fue popularizado en la década de 1820 -a través de un poema famosísimo en los Estados Unidos del poeta Clement Clark Moore- como un amable y regordete anciano de barba blanca, al que llama “St. Nick”, que la noche de Navidad pasaba de casa en casa repartiendo regalos y dulces a los niños en un trineo volador tirado por renos.
La historia del Santa Claus actual tiene sus raíces en este Santo, que fue muy querido por los niños y el pueblo de su época. Por eso es bueno recordar hoy, en la fiesta de san Nicolás, que la Navidad es el cumpleaños de Jesús, por quien San Nicolás dio su vida con el mejor regalo que le pudo dar, su amor a Dios en los más necesitados.

miércoles, 5 de diciembre de 2018

Adviento, Tiempo de espera cierta

Esperar bien despiertos, pero no desvelados.
Esperar caminando, pero no adelantándonos.
Esperar expuestos, pero no a cualquier viento.
Esperar sedientos, pero no yermos.
Esperar entre niebla, pero no perdidos en esta tierra.
Esperar con velas encendidas, pero no consumidos.
Esperar ofreciéndonos, pero no vendiéndonos.
Esperar preparando tu camino, pero no encorvándonos.
Esperar en silencio, pero cantando al Verbo encarnado.
Esperar acogiendo, no reteniendo.
Esperar dándonos, no reclamando.
Esperar en silencio, no alborotando.
Esperar compartiendo y disfrutando.
Esperar aunque sea de noche y no veamos signos en el horizonte.
Esperar a cualquier hora del día aunque nos quedemos solos y se rían.
Esperar en soledad... ¡y en compañía!
Esperar con mucha paz, pero pellizcados por los hermanos.
Esperar mirando a lo alto, pero con los pies asentados.
Esperar refrescándonos en tus manantiales vivos y claros.
Esperar encarnados y ya naciendo a tu Reino.
Esperar en este tiempo de crisis y recortes.
Esperar con el Evangelio en la mano.
Esperar con los que vienen y con los que se van.
Esperar disfrutando lo que se nos ha dado.
Esperar viviendo y amándonos.
Esperar como Isaías, viviendo y profetizando.
O como Jeremías, sufriendo, pero enamorados.
O como Juan Bautista, pregonando lo que nos has dado.
Esperar, para que no pases de largo.
Esperar, aunque no entendamos a tu Espíritu Santo.

La leyenda del verdadero amigo

Dice una hermosa leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron, llegando a las manos. El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:
- Hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en la cara.
Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde decidieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un estilete y escribió en una piedra:
- Hoy, mi mejor amigo me salvó la vida.
Intrigado, el amigo preguntó:
- ¿Por qué después que te pegué, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?
Sonriendo, el otro amigo respondió:
- Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; por otro lado cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón donde viento ninguno en todo el mundo podrá borrarlo.

domingo, 2 de diciembre de 2018

Pregón de Adviento

                Fl. Ulibarri

Os anuncio que comienza el Adviento.
Alzad la vista, restregaos los ojos, otead el horizonte.
Daos cuenta del momento. Aguzad el oído.
Captad los gritos y susurros, el viento, la vida...
Empezamos el Adviento,
y una vez más renace la esperanza en el horizonte.
Al fondo, clareando ya, la Navidad.
Una Navidad sosegada, íntima, pacífica,
fraternal, solidaria, encarnada,
también superficial, desgarrada, violenta...;
mas siempre esposada con la esperanza.
Es Adviento, esa niña esperanza
que todos llevamos, sin saber cómo, en las entrañas;
una llama temblorosa, imposible de apagar,
que atraviesa el espesor de los tiempos;
un camino de solidaridad bien recorrido;
la alegría contenida en cada trayecto;
unas huellas que no engañan; una gestación llena de vida;
anuncio contenido de buena nueva; una ternura que se desborda...
Estad alerta y escuchad.
Lleno de esperanza grita Isaías: «Caminemos a la luz del Señor».
Con esperanza pregona Juan Bautista: «Convertíos, porque ya llega el Reino de Dios».
Con la esperanza de todos los pobres de Israel, de todos los pobres del mundo,
susurra María su palabra de acogida: «Hágase en mí según tu palabra».
Alegraos, saltad de júbilo. Poneos vuestro mejor traje.
Perfumaos con perfumes caros. ¡Que se note!
Viene Dios. Avivad alegría, paz y esperanza.
Preparad el camino. Ya llega nuestro Salvador.
Viene Dios... y está a la puerta. ¡Despertad a la vida!

Dos actitudes


Había dos hombres en un pueblo. Uno de ellos siempre se dejaba ver en los lugares públicos y siempre estaba calumniando a sus vecinos y levantando testimonios falsos de sus paisanos del pueblo. En cuanto llegaba algo a sus oídos lo exageraba diez veces cuando salía de su boca, y nada más saber algo que dejaba mal a alguien, decía: ya lo sabía... si esto no podía salir bien... Y siempre estaba colérico, los días eran amargos para él y las noches eran tristes.
Sólo le escuchaban aquellos que en sus corazones eran iguales que él, y entre ellos se justificaban y no querían ver sus torpezas.
Y había otro hombre en el pueblo que todas las mañanas se sentaba en la plaza pública y sonreía a todos, y a todos les daba unas palabras de ánimo, y a todos sus hermanos que le pedían ayuda los socorría con el corazón sin pedir nada a cambio. Y cuando se enteraba de algún problema iba y, en silencio, pedía por el que lo tenía para que le vinieran fuerzas y los superara o encontrara una buena solución. Y su rostro se llenaba de virtud cuando estas cosas hacía.
Cuando le preguntaban de qué parte sacaba tanta felicidad, él respondía:
- Cuando levanto mi cuerpo al amanecer, no debo nada al día por venir. Cada día me trae lo que necesito y se lleva lo que no necesito. Cuando mi mente quiere volar, me monto en ella, pero nunca la dejo ir sola: éste es el secreto.