sábado, 14 de junio de 2025

«¿Me quieres?»

        José María Rodríguez Olaizola

Sabes que te quiero, por mal que lo muestre.
Quizás sea el mío un afecto a medias, roto e inseguro.
Todavía ignoro que el amor no escatima
y la entrega no admite medianías.
Pero tú, Señor, lo sabes,
sabes que te quiero con todas mis luchas.
Prometo y olvido, ofrezco y esquivo, te alejo y te sigo.
No puedo jactarme de pasión por ti,
yo que te he negado de tantas maneras.
No presumiré de ser tu discípulo,
cuando aún me resisto a cargar tu cruz.
Y, con todo, amigo, esta pobre llama
que a veces avivas, me abrasa en la entraña,
más que cualquier fuego de un mundo sin ti.
Sabes que te quiero. Soy yo, quien, quizás,
aún no he comprendido que tu amor lo es todo,
que amarte y seguirte es mi único modo de ser y vivir.

Cenando con otra mujer

Hace un tiempo, después de doce años de matrimonio, mi esposa me dijo algo que no me esperaba:
— Quiero que invites a otra mujer a cenar… y al cine.
Me quedé en shock. Pero ella enseguida aclaró:
— Te amo, pero sé que hay otra mujer que también te quiere muchísimo… y que merece pasar una tarde contigo.
Se refería a mi mamá. Llevaba ya diecinueve años viuda. Y entre el trabajo, la casa y nuestros tres hijos, casi no encontraba tiempo para verla.
Esa misma noche le hablé por teléfono:
— Mamá, pensé que tal vez te gustaría salir conmigo a cenar… y a ver una película.
— ¿Pasó algo? ¿Estáis bien?, me preguntó de inmediato, con ese tono preocupado. Mi mamá es de esas que cuando suena el teléfono tarde… espera malas noticias.
— Todo bien, mamá. Solo quiero pasar un rato contigo.
Se quedó callada. Luego dijo con voz bajita:
— Hace mucho que soñaba con eso...
El viernes salí del trabajo y pasé por ella. Cuando llegué, ya me estaba esperando en la puerta de su casa. Tenía un abrigo sobre los hombros, su cabello recogido con cuidado y vestía ese vestido que guardaba desde su aniversario de bodas con mi papá.
— Les conté a mis amigas que iría a cenar con mi hijo. ¡Estaban impresionadas!, dijo sonriendo mientras se subía al coche.
Cenamos en un restaurante acogedor. Caminaba tomada de mi brazo como si fuera la primera dama. Yo le leía el menú, porque sus ojos ya no alcanzaban a ver las letras pequeñas. Ella solo sonreía con nostalgia.
— Antes yo te leía los menús cuando eras chiquito, me dijo con ternura.
— Hora de devolver con cariño todo lo que me diste, le respondí.
La cena fue tranquila, llena de esas pláticas sencillas que calientan el alma. Hablamos de todo: de la vida, de recuerdos, de tonterías y de cosas profundas. Estuvimos tan metidos en la conversación… que llegamos tarde al cine. Al llevarla de vuelta a casa, me dijo:
— La próxima vez yo te invito. Y yo pago, ¿eh?
— Trato hecho, le sonreí.
— ¿Cómo te fue?, me preguntó mi esposa al volver.
— Mejor de lo que imaginé, le contesté.
Unos días después… mi mamá falleció. De manera repentina. Ya no tuve oportunidad de hacer nada más por ella.
Días después, recibí un sobre. Dentro había una copia del recibo del restaurante… y una nota escrita con su letra: “Pagué por adelantado nuestra segunda cena. No sabía si iba a poder volver a salir contigo, pero por si acaso… pagué para dos: para ti y tu esposa. No sé cómo explicarte lo que significó esa noche para mí. Hijo, te amo con todo mi corazón.”

REFLEXIÓN: Cuida a tus padres. Son los que te aman de verdad, que se alegran con tus logros y sufren en silencio cuando algo te duele. No los recuerdes solo en su cumpleaños o en Navidad. Porque algún día… puede ser demasiado tarde.

domingo, 8 de junio de 2025

Himno de Pentecostés

¡El mundo brilla de alegría!
¡Se renueva la faz de la tierra!
¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!
Ésta es la hora
en que rompe el Espíritu
el techo de la tierra,
y una lengua de fuego innumerable
purifica, renueva, enciende, alegra
las entrañas del mundo.
Ésta es la fuerza
que pone en pie a la Iglesia
en medio de las plazas
y levanta testigos en el pueblo,
para hablar con palabras como espadas
delante de los jueces.
Llama profunda,
que escrutas e iluminas
el corazón del hombre:
restablece la fe con tu noticia,
y el amor ponga en vela la esperanza
hasta que el Señor vuelva.

El girasol

        Cuento alemán

Dos gallinitas paseaban por el corral. Encontraron dos semillas.
-iCo - co - co!, dijo Cresta Dorada, ya he comido y no quiero más.
-iCo - co - co!, dijo Cresta Roja, yo tampoco quiero, vamos a esconderlas.
Cresta Dorada escondió su semilla en una cajita vacía. Cresta Roja hizo un hoyito al lado de la tapia y puso allí la semilla. Apenas tapó el hoyito con tierra, empezó a llover.
-¡Co - co - co!, rió Cresta Dorada, se mojará tu semilla. ¡Mira cómo la has escondido! Da risa.
Cresta Roja quiso responder, pero prefirió callar.
Pasó el verano, llegó el otoño, crecieron las gallinitas, se convirtieron en hermosos gallos.
- ¡Co - co - co!,gritó Cresta Dorada, comeré mi semillita que guardé en la cajita. Lástima que es solo una, no me llenará.
También iré a comer, sonrió Cresta Roja, y se acercó a la tapia donde había enterrado la semillita.
Allí había crecido un gran girasol y en lugar de una, tenía muchas semillitas.
- iVenid!, gritó Cresta Roja.
Invitó a gallinas, pollitos, patitos... convidó a todos a semillas, hubo para todos y hasta sobraron.