sábado, 7 de abril de 2018

María de Nazaret

        Pedro Casaldáliga 

María de Nazaret,
cantadora del Magníficat,
servidora de Isabel:
¡quédate también con nosotros,
que está por llegar el Reino!;
¡quédate con nosotros, María,
con la humildad de tu fe,
capaz de acoger la Gracia;
con el Verbo que iba creciendo en ti,
humano y Salvador, judío y Mesías,
Hijo de Dios e hijo tuyo,
nuestro hermano, Jesús

Los erizos. Cuento de Convivencia

Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío.
Los erizos, percibiendo esta situación, acordaron vivir juntos; así se daban abrigo y se protegían mutuamente.
Pero las espinas de cada uno herían a los vecinos más próximos, justamente a aquellos que les brindaban calor. Y por eso, se separaban unos de otros.
Pero volvieron a sentir frío y volvieron a juntarse, pero las púas les volvieron a pinchar y se separaron una vez más. Pero el frío era muy intenso y tuvieron que tomar una decisión: o desaparecían de la faz de la tierra, o aceptaban las espinas de sus vecinos.
Con sabiduría, decidieron volver a vivir juntos. Pero estando lo suficientemente cerca como para darse calor unos a otros y, a la vez, con una pequeña distancia para que las púas no les pincharan.
Aprendieron así a vivir con las pequeñas heridas que una relación muy cercana les podía ocasionar, porque lo realmente importante era el calor del otro. Y así sobrevivieron

Moraleja: La mejor relación no es aquella que une personas perfectas, es aquella donde cada uno acepta los defectos del otro y consigue perdón por los suyos propios. Donde el respeto es fundamental.

viernes, 6 de abril de 2018

Echa tus redes

           J. L. Martín Descalzo

Desde que tú te fuiste no hemos pescado nada.
Llevamos veinte siglos echando inútilmente las redes de la vida
y entre sus mallas sólo pescamos el vacío.
Vamos quemando horas y el alma sigue seca.
Nos hemos vuelto estériles
lo mismo que una tierra cubierta de cemento.
¿Estaremos ya muertos?
¿Desde hace cuántos años no nos hemos reído?
¿Quién recuerda la última vez que amamos?
Y una tarde tú vuelves y nos dices: «Echa tu red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar, abre tu alma,
saca del viejo cofre las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón, levántate y camina.»
Y lo hacemos, sólo por darte gusto. Y, de repente,
nuestras redes rebosan alegría, nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor que recogemos
que la red se nos rompe,
cargada de ciento cincuenta nuevas esperanzas.
¡Ah, tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría!

¡Burros, más que burros!

Alfonso Francia “Historias de la vida”
Dos burros estaban atados entre sí. A uno y otro lado, a cinco metros aproximadamente, su dueño había puesto dos montones de verde y rica alfalfa. Torpes, como burros que eran, acuciados por el hambre, se empeñaron en comer cada uno del montón que tenían más cerca. Tantas eran las ansias por comer, tanto el esfuerzo al tirar cada uno por su lado, tanta la obcecación y la cabezonería y tanto su egoísmo, que se agotaron sin probar bocado. A punto estuvieron, cada uno por su lado, de tocar con su hocico la hierba de enfrente pero no lo lograron. Eso aumentó más su sufrimiento, su angustia y su esfuerzo inútil.
Pasaron así una hora, hasta que, extenuados por el hambre, el trabajo y la rabia, cayeron al suelo a dos dedos (¡a dos dedos tan sólo!) de la alfalfa.
Dos vacas que pasaban por allí, en maravillosa camaradería, se pararon y, con parsimonia inteligente, liquidaron uno de los montones y, después, con idéntico entendimiento, acabaron con el segundo.

jueves, 5 de abril de 2018

Seguir caminando

            José Mª Rodríguez Olaizola, sj

Toca seguir caminando,
más allá de la sombra y la duda,
más allá de la muerte y el miedo,
bebiendo palabras prestadas,
confiando en las fuerzas ajenas
si acaso las propias se gastan.
Toca seguir caminando,
acoger al peregrino, relatar tu historia,
escuchar la suya aliviar tristezas,
compartir mesa y vida.
Toca seguir caminando
con los ojos abiertos,
para descubrir al Dios vivo
que nos sale al encuentro
hecho amigo, pan y palabra.
En marcha, pues…

El canto del jilguero

             Leyenda guaraní

Un indio oyó en la selva el canto de un jilguero. Nunca había oído una melodía igual. Quedó enamorado de su belleza y salió a la búsqueda del pájaro cantor. Encontró a un gorrión y le preguntó:
- “¿Eres tú el que canta tan bien?”
El gorrión contestó:
- Claro que sí.
- A ver, que te oiga yo.
El gorrión cantó, y el indio se marchó. No era ese el canto que había oído.
El indio siguió buscando. Preguntó a una perdiz, a un loro, a un águila, a un pavo real. Todos le dijeron que sí, que eran ellos, pero no era su voz la que él había oído.
Y siguió buscando. En sus oídos resonaba aquel canto único, distinto, ensoñador, y no podía confundirse con ningún otro. Siguió buscando, y un día, a lo lejos, volvió a escuchar la melodía que había escuchado una vez y que, desde entonces, llevaba en el alma. Se paró silencioso. Sintió la dirección y midió la distancia con sus sentidos alerta. Se acercó sigiloso como un indio sabe andar en la selva sin que sus pies se enteren. Y allí lo vio. No necesitó preguntarle. Lo supo desde la primera nota, sació su mirada con la silueta del pájaro cantor, y volvió feliz a su aldea. Ya sabía cuál era el pájaro de sus sueños.
La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que nuestro cuerpo fue cuerpo y nuestra alma fue alma. Y vamos por el mundo preguntando ignorantes: ¿Eres tú? Mientras preguntamos no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por sí mismo, y sabemos que está ahí con fe inconfundible. Que no se nos borre nunca el canto del jilguero.

miércoles, 4 de abril de 2018

Los dos de Emaús

           J. L. Martín Descalzo

Lo mismo que los dos de Emaús aquel día
también yo marcho ahora decepcionado y triste
pensando que en el mundo todo es muy fuerte y fracaso.
El dolor es más fuerte que yo, me acogota la soledad
y digo que tú, Señor, nos has abandonado.
Si leo tus palabras me resultan insípidas,
si miro a mis hermanos me parecen hostiles,
si examino el futuro sólo veo incertidumbres.
Pienso que la fe es un fracaso,
que he perdido mi tiempo siguiéndote y buscándote
y hasta me parece que triunfan y viven más alegres
los que adoran el dulce becerro del dinero y del vicio.
Me alejo de tu cruz, busco el descanso en mi casa de olvidos,
Dispuesto a alimentarse desde hoy en las viñas de la mediocridad.
No he perdido la fe, pero sí la esperanza,
sí el coraje de seguir apostando por ti.
¿Y no podrías salir hoy al camino
y pasear conmigo como aquella mañana con los dos de Emaús?
¿No podrías descubrirme el secreto de tu santa Palabra
y conseguir que vuelva a calentar mi entraña?
¿No podrías quedarte a cenar con nosotros
y hacer que descubramos tu presencia en el Pan?

Un lugar en el bosque


            Jorge Bucay           “Cuentos para pensar”


Esta historia nos habla de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov.
Baal Shem Tov era muy conocido dentro de su comunidad porque todos decían que era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que Dios escuchaba sus palabras cuando él hablaba.
Se había creado una tradición en aquel pueblo: Todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaban algo que no habían podido conseguir, iban a ver al rabino.
Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez al año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único que él conocía, en medio del bosque.
Y, una vez allí, cuenta la leyenda, Baal Shem Tov encendía con ramas y hojas un fuego de una manera muy peculiar y muy hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja, como si fuera para sí mismo.
Y dicen...  que a Dios le gustaban tanto aquellas palabras que Baal Shem Tov, se fascinaba tanto con el fuego encendido de aquella manera, amaba tanto aquella reunión de gente en aquel lugar del bosque, que no podía resistirse a la petición de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que allí estaban.
Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie conocía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo.
Pero conocían el lugar del bosque y sabían cómo encender el fuego.
Una vez al año, siguiendo la tradición que Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en aquel mismo lugar del bosque, prendían el fuego de la manera que habían aprendido del viejo rabino y, como no conocían sus palabras, cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en aquel mismo lugar alrededor del fuego.
Y dicen...  que a Dios le gustaban tanto el fuego encendido, le gustaba tanto aquel lugar en el bosque y aquella gente reunida, que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igualmente concedía los deseos a todos los que allí estaban.
El tiempo ha pasado y, de generación en generación, la sabiduría se ha ido perdiendo.
Y aquí estamos nosotros. Nosotros no sabemos cuál es el lugar del bosque. No sabemos cuáles son las palabras. Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego como la hacía Baal Shem Tov
Sin embargo, hay algo que sí sabemos. Sabemos esta historia. Sabemos este cuento.
Y dicen...  que Dios admira tanto este cuento, que le gusta tanto esta historia, que basta que alguien la cuente y que alguien la escuche para que Él, complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo a todos los que están compartiendo este momento.
Así sea.

martes, 3 de abril de 2018

Hazme payaso, Señor

           Gloria Fuertes 

Anda, pasa. Pasa, anda,
no tengo más remedio que admitirte.
Tú eres el que viene cuando todos se van.
El que se queda cuando todos se marchan.
El que cuando todo se apaga, se enciende.
El que nunca falta.
Mírame aquí, sentado en una silla.
Todos se van, apenas se entretienen.
Haz que me acostumbre
a las cosas de abajo.
Dame la salvadora indiferencia,
haz un milagro más, dame la risa,
¡hazme payaso, Dios, hazme payaso!

Adorar al verdadero Dios

          Anónimo judío

El maestro preguntó al discípulo:
- ¿Por qué no adoras a los ídolos?
El discípulo respondió:
- Porque el fuego los quema.
- Entonces adora al fuego.
- En todo caso adoraría al agua, capaz de apagar al fuego.
- Adora, entonces, al agua.
- En todo caso adoraría a las nubes, capaces de crear la lluvia.
- Pues adora a las nubes.
- No, porque el viento es más fuerte que ellas.
- Entonces adora al viento que sopla.
- Si tuviera que adorar al viento, adoraría al hombre que tiene poder de soplar.
- Adora entonces al hombre.
- No, porque muere.
- Adora la muerte.
- Lo único digno de adorarse es el Dueño de la vida y de la muerte.
El maestro alabó la sabiduría del discípulo.

lunes, 2 de abril de 2018

Tú has resucitado, Señor

reflejosdeluz.net

Tú has resucitado, Señor,
ahora nos toca a nosotros seguirte,
destronar nuestros ídolos,
firmar con amor grande
la alianza contigo Señor.
Abramos de par en par las puertas a Cristo.
Salgamos de nuestra indiferencia y egoísmo,
seamos siempre bondadosos,
la paz sea nuestro saludo,
la alegría nuestra señal de identidad.
Entreguémonos como Cristo se ha entregado.
Vivamos como Tú, Señor,
como hijos muy queridos que adoran a su Padre Dios.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

La casa de Dios

J. Real Navarro

Un joven se puso a buscar la casa donde vivía Dios. La buscó por todas partes, por los sitios más recónditos y apartados. Interrogaba a todos y a todo lo que se cruzaba en su camino. Cuando preguntaba a los pájaros, éstos le respondían con sus mejores cantos. Si lo hacía a las flores del campo, contestaban lanzando su fragancia a los vientos. Si les preguntaba a los animales, éstos daban brincos y saltos de alegría. Incluso llegó a preguntarle al mar, quien le respondió con una suave brisa marina. No había duda de que conocían Dios, pero no encontraba su casa para poder estar con él.
Preguntó a los hombres y mujeres que encontró por el camino y le hablaron maravillas sobre Él. Pero de su casa, nada. Hasta que preguntó a un hombre que le respondió lo siguiente:
— Si quieres encontrar su casa, vente conmigo y la descubrirás.
Aquel hombre le llevó hasta una aldea cercana, donde el hambre amenazaba a todos sus habitantes. El hombre le dijo que se desprendiera de todo lo que tuviera de comer y de valor y lo compartiera con aquellas gentes. El joven, contrariado, le dijo:
— ¿Y eso qué tiene que ver con encontrar a Dios? Si les doy todo lo que tengo me quedaré sin nada.
Y aquel hombre le respondió:
— Cuando tu corazón esté desapegado de todo, y no te importe quedarte sin nada, descubrirás dónde vive Dios.
El joven comenzó a compartir todo lo que tenía con aquellos necesitados, y mientras lo hacía, comenzó a sentirse bien, más lleno que nunca. Empezó a entender por qué brincaban los animales o las flores lanzaban al viento su aroma: todos hablaban maravillas de Dios. La casa de Dios estaba dentro de su corazón. Lo que buscaba por fuera lo tenía dentro. Ahora se había creado el espacio suficiente para que Dios pudiera vivir en su interior.

domingo, 1 de abril de 2018

Cántico Pascual

 (J. Ant. Espinosa) 

Como grano de trigo que al morir da mil frutos,
resucitó el Señor.
Como el ramo de olivo
que venció a la inclemencia, resucitó el Señor.
Como el sol que se esconde
y revive en el alba, resucitó el Señor.
Como pena que muere y se vuelve alegría,
resucitó el Señor.
El amor vence al odio y el sencillo al soberbio.
Resucitó el Señor.
La luz vence a las sombras y la paz a la guerra.
Resucitó el Señor.
Resucitó el Señor, y vive en la palabra
de aquel que lucha y muere gritando la verdad.
Resucitó el Señor y vive en el empeño
de todos los que empuñan las armas de la paz.
Resucitó el Señor y está en la fortaleza
del triste que se alegra, del pobre que da pan.
Resucitó el Señor y vive en la esperanza
del hombre que camina creyendo en los demás.
Resucitó el Señor y vive en cada paso
del hombre que se acerca sembrando libertad.
Resucitó el Señor y vive en el que muere
surcando los peligros que acechan a la paz.

Amor entre pájaros

El pájaro manso vivía en la jaula y el pájaro libre en el bosque. Mas su destino era encontrarse, y había llegado la hora.
El pájaro libre cantaba:
- “Amor, volemos al bosque”.
El pájaro preso decía bajito:
- “Ven tú aquí, vivamos los dos en la jaula”.
Decía el pájaro libre:
- “Entre rejas no pueden abrirse las alas”.
- Ay, decía el pájaro preso, ¿sabré yo posarme en el cielo?
El pájaro libre cantaba:
- “Amor mío, pía canciones del campo”.
El pájaro preso decía:
- “Quédate a mi lado, te enseñaré la canción de los sabios”.
El pájaro libre cantaba:
- “No, no, nadie puede enseñar las canciones”.
El pájaro preso decía:
- “Ay, yo no sé las canciones del campo”.
Su amor es un anhelo infinito, mas no pueden volar ala con ala. Se miran y se miran a través de los hierros de la jaula, pero es en vano su deseo. Y aletean nostálgicos y cantan: “Acércate más, acércate más”.
El pájaro libre grita:
- “¡No puedo! ¡No puedo! ¡Qué miedo me da tu jaula cerrada!”
El pájaro preso canta bajito:
- “¡Ay!, no puedo. ¡Mis alas se han muerto!