sábado, 26 de enero de 2019

Dios creador del universo (Oración Ecuménica)

 La siguiente oración compuesta por religiosos cristianos, judíos y musulmanes se utilizó en muchos lugares en cultos interreligiosos en la época de la Guerra del Golfo en 1991:

Dios eterno, Creador del universo, no hay otro Dios más que tú.
Grandes y maravillosas son tus palabras, admirables son tus caminos.
Te damos gracias por la gran variedad esplendorosa de tu creación.
Te damos gracias por las muchas formas
en que afirmamos tu presencia y designio, y la libertad de hacerlo así.
Perdona nuestros ataques a tu creación.
Perdona nuestra violencia contra nuestro prójimo.
Estamos sobrecogidos y agradecidos 
por tu amor persistente a todos y cada uno de tus hijos:
cristianos, judíos, musulmanes, así como a los de otras religiones.
Concede a todos y a nuestros dirigentes los atributos de los fuertes:
respeto mutuo en palabras y hechos, moderación en el ejercicio del poder,
y la voluntad de paz con justicia para todos.
Dios eterno, Creador del universo, no hay otro Dios más que tú. Amén.

Atender al visitante inoportuno


                           Leo J. Trese, “Vasija de barro”

Era un hombre pequeño, de cara redonda y trabajaba como representante comercial del ramo de los extintores. Yo no necesitaba ninguno y estaba a punto de salir para jugar un partido de golf. Le dije caballerosamente que no necesitaba nada, pero él insistía en entrar: “será cosa de un minuto...”
- ¿No le he dicho que no me interesa? No necesito nada, es inútil que perdamos el tiempo, váyase.
Se volvió, dio un portazo y vi que bajaba las escaleras.
Entonces fue cuando vi el remiendo en la espalda de su abrigo, sus suelas comidas y que necesitaba un buen corte de pelo. Me impresionó el pequeño remiendo: éste, y la gracia de Dios. Renuncié a la cita de golf (me pareció que iba a llover), lo llamé y traté de mostrarme como un caballero, dándole mis excusas. Vio lo que teníamos en casa y comprendió que estábamos bien abastecidos. Luego, mientras tomamos café, charlamos un rato. Me dijo que vivía en un estado próximo, con su mujer y cuatro hijos. Que su mujer era católica y que él estaba aprendiendo el catecismo para ser bautizado pronto. (¡Qué vergüenza sentí!). Tímidamente le puse un rosario en sus manos.
Desde entonces soporto mucho mejor a los representantes. Cada vez que mi natural impaciencia se agitaba no tengo nada más que invocar aquel remiendo.

viernes, 25 de enero de 2019

Conversión de san Pablo

Te doy gracias, Señor, porque cuentas conmigo,
a pesar de mi pequeñez y mi pecado.
 Cuentas conmigo y me llamas, como llamaste a Pablo,
un fariseo inteligente, fanático, intransigente,
que quería acabar con los que no pensaban como él.
Gracias a tu cercanía, Pablo se cayó del caballo de sus prejuicios
y descubrió que donde abundó el pecado, sobreabundó tu amor;
que tu grandeza se muestra en nuestra debilidad;
que nos podemos fiar de Ti completamente;
que Tú lo habías elegido para anunciar el Evangelio.
También a mí me has cambiado, Señor. Gracias.
Que sepa acercarme cada día a Ti,
para que puedas acabar la obra que has comenzado en mí
y yo sepa contagiar mejor la luz, la alegría y la esperanza de nacen de la fe.

El duende y la flor


En el país de los cuentos había una vez un pequeño Duende. Un duende muy travieso que siempre andaba riendo y saltando de un lado para otro... Vivía en una casita toda rodeada de montañas. 
A su lado, un pequeño río discurría plácidamente por la falda de la ladera describiendo un paisaje difícil de imaginar...
Lo que más gustaba al duendecillo era ver como cada mañana, con los primeros rayos de sol, todas las flores de su jardín iban abriendo una por una sus hojas...
Uno de aquellos días, como muchos otros, salió a pasear a la montaña. Y caminando entre las rocas encontró una flor: era una flor preciosa, nunca había visto otra de igual belleza. Le había cautivado tanto que pasó toda la tarde mirándola. Era maravilloso verla cuando se contorneaba cada vez que el viento acariciaba sus hojas.
Al siguiente día y al siguiente, y al otro, volvió para estar a su lado y mirarla.
Un día como tantos otros, nuestro duendecillo vio como de una de sus hojas caía una pequeña lágrima. No entendía cómo la flor más maravillosa del mundo podía estar triste. Se acercó a ella y le preguntó:
- "¿Por qué lloras?".
- "Me siento triste aquí entre las rocas, sin nadie que me mire salvo tú, contestó la flor. Me gustaría vivir en un jardín como el tuyo y ser una más de entre las flores. Además, te concederé el deseo que más quieras si me llevas allí".
Fue entonces, cuando el pequeño duende la tomó entre sus manos y con todo el cariño del mundo la plantó en el lugar más bonito de su jardín.
Una vez cumplido el deseo, la flor le dijo al duendecillo:
- "Y bien, ahora que me has llenado de felicidad al traerme aquí, ¿qué es lo que más deseas en este mundo?"
Y el duendecillo entonces, la miró fijamente y contestó:
- "Quiero ser flor como tú para sentirme por siempre a tu lado".

martes, 22 de enero de 2019

Señor, Tú amas la justicia (Oración Ecuménica)

Señor, tú amas la justicia y estableces la paz en la tierra.
Traemos ante ti la desunión del mundo de hoy; la violencia absurda,
y las numerosas guerras que quebrantan el espíritu de los pueblos del mundo;
la codicia humana y la injusticia, que alimentan el odio y las contiendas.
Envía tu espíritu y renueva la faz de la tierra;
enséñanos a ser compasivos con toda la familia humana;
refuerza la voluntad de todos aquellos que luchan por la justicia y la paz,
y danos la paz que el mundo no nos puede dar.

El ratón de campo y el ratón de ciudad


Érase una vez un ratón que vivía en una humilde madriguera en el campo. Allí, no le hacía falta nada. Tenía una cama de hojas, un cómodo sillón, y flores por todos los lados.
Cuando sentía hambre, el ratón buscaba frutas silvestres, frutos secos y setas, para comer. Además, el ratón tenía una salud de hierro. Por las mañanas, paseaba y corría entre los árboles, y por las tardes, se tumbaba a la sombra de algún árbol, para descansar, o simplemente respirar aire puro. Llevaba una vida muy tranquila y feliz.
Un día, su primo ratón que vivía en la ciudad, vino a visitarle. El ratón de campo le invitó a comer sopa de hierbas. Pero al ratón de la ciudad, acostumbrado a comer comidas más refinadas, no le gustó.
Y además, no se habituaba a la vida de campo. Decía que la vida en el campo era demasiado aburrida y que la vida en la ciudad era más emocionante.
Acabó invitando a su primo a viajar con él a la ciudad para comprobar que allí se vive mejor. El ratón de campo no tenía muchas ganas de ir, pero acabó cediendo ante la insistencia del otro ratón.
Nada más llegar a la ciudad, el ratón de campo pudo sentir que su tranquilidad se acababa. El ajetreo de la gran ciudad le asustaba. Había peligros por todas partes.
Había ruidos de coches, humos, mucho polvo, y un ir y venir intenso de las personas. La madriguera de su primo era muy distinta de la suya, y estaba en el sótano de un gran hotel.
Era muy elegante: había camas con colchones de lana, sillones, finas alfombras, y las paredes eran revestidas. Los armarios rebosaban de quesos, y otros ricos manjares.
En el techo colgaba un oloroso jamón. Cuando los dos ratones se disponían a darse un buen banquete, vieron a un gato que se asomaba husmeando a la puerta de la madriguera.
Los ratones huyeron disparados por un agujerillo. Mientras huía, el ratón de campo pensaba en el campo cuando, de repente, oyó gritos de una mujer que, con una escoba en la mano, intentaba darle en la cabeza con el palo, para matarle.
El ratón, más que asustado y hambriento, volvió a la madriguera, dijo adiós a su primo y decidió volver al campo lo antes que pudo. Los dos se abrazaron y el ratón de campo emprendió el camino de vuelta.
Desde lejos el aroma de queso recién hecho, hizo que se le saltaran las lágrimas, pero eran lágrimas de alegría porque poco faltaba para llegar a su casita. De vuelta a su casa el ratón de campo pensó que jamás cambiaría su paz por un montón de cosas materiales.

lunes, 21 de enero de 2019

Quién es Dios para mi

Tú eres quien sostiene mi alegría, el que, cada mañana, enciende mi esperanza.
Quien fue grabando en mí los ideales y los alienta y los refuerza,
como un Padre que educa y anima.
Eres también, Señor, el refugio de mis miedos, y el consuelo de mis sueños rotos.
Eres comprensión, compañía en la dificultad, palabra cuando no sé qué decir.
Como posada para una sola noche, a la que siempre puedes volver a descansar.
Tú eres, ante todo, el Justo, el “de todos”. 
Quien derrocha humanidad, alegría y vida en los que casi todos menosprecian.
Quien tiene su gloria en los menores y su orgullo en los humillados.
El verdadero, el auténtico, el sincero.
Quien me saca de mis razonables que pretenden justificar mis injustificables.
Tú eres el guardián de mis días, quien espera paciente mi vuelta a casa
y, entre tanto, va tejiendo el proyecto de mi vida.
Hoy más que nunca quiero cantar que tú eres el Creador, el Artista.
Eres Tú quien acaricia con el sol los montes, quien baña de estrellas la noche,
quien modela las plantas y sostiene las aves.
Eres tú quien dibuja en todos su mejor sonrisa y hace una orquesta con las almas sencillas.
Eres quien pone el brillo en la mirada del inocente y el que esculpe el rostro arrugado de la anciana.
Eres también el que da sin medir ni lo que tienes ni lo que el otro se merece.
El que nunca guarda nada para sí volcándose en todo y en todos.
Eres también, Señor, y aunque me duela, el no escuchado.
Eres la recta intención cuestionada y dudada, objeto de desconfianza cuando no de indiferencia.
El amor no correspondido, el sabio ignorado por los que creen bastarse con ellos mismos.
Eres sólo tú, paradójicamente, quien me hace ser yo mismo.
Porque eres tú mi libertad, y mi historia y mi futuro, lo que de vivo tiene hoy mi respirar.

¿A quién pertenece el obsequio?


Cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero, conocido por su falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada y unos reflejos fuera de serie, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Conociendo la reputación del samurai, fue en su busca para derrotarlo y aumentar su fama. Todos los alumnos del samurai se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío. Juntos se dirigieron a la plaza de la ciudad donde el joven empezó a insultar al anciano maestro. Arrojó unas cuantas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo lo posible para provocarle, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró. Desilusionados por el hecho de que el maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
– ¿ Maestro cómo pudiste soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?
El maestro les preguntó:
– Si alguien llega hasta vosotros con un regalo y vosotros no lo aceptáis, ¿A quién pertenece el obsequio?
– A quien intentó entregártelo -respondió uno de los alumnos.
– Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo.

domingo, 20 de enero de 2019

Nos llamas y nos hablas


Tú nos llamas en medio de la vida, nos llamas en cada circunstancia
en la tristeza de un duelo y en la alegría de una boda.
Vivimos superficialmente y deprisa, sometidos por el egoísmo,
ese ladrón que nos roba la alegría y nos deja sin ánimo para seguir adelante.
Tú nos hablas de estar atentos a la vida,
como María estuvo atenta a la necesidad de los novios,
En la vida te haces presente, para mostrarnos el camino de la felicidad.
Tú estás en medio de la vida, como Señor de la Historia,
y vienes en cada acontecimiento.
Ayúdanos a estar despiertos para reconocerte y recibirte.
Enséñanos a orar, a presentar a Jesús nuestra plegaría,
como María, con sencillez, con confianza.
Mantén nuestro espíritu firme en Ti,
que eres nuestra Roca firme, que permaneces fiel
en medio de los avatares de la vida,
que nos salvas en toda situación que nos afecta.
Que nos encontremos contigo en toda circunstancia y en todo momento
y sepamos disfrutar de tu presencia y señalarla a cuantos no te encuentran.


                      Historias de Luz y Sabiduría

Un matrimonio bautizó a su hijo con el nombre “Increíble”, porque tenían la certeza que haría increíbles cosas a lo largo de su vida.
Lo cierto es que, lejano a aquel mandato familiar, Increíble tuvo una vida equilibrada y tranquila. Se casó y fue fiel a su esposa durante setenta años.
Los amigos le hacían todo tipo de bromas, porque su nombre no coincidía con su estilo de vida.
Justo antes de morir, Increíble le pidió a su esposa que no pusiera su nombre en la lápida, para evitar cualquier tipo de bromas.
Cuando murió, la mujer obedeció el pedido, y puso, humildemente: “Aquí yace un hombre que le fue fiel a su mujer durante setenta años”.
Cuando la gente pasaba por ese lugar del cementerio, leían la placa y decían:
- “¡Increíble!”