viernes, 20 de marzo de 2020

Oración por el fin de la pandemia

                      Julián Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela

Santo Apóstol Santiago,
a quien Cristo, “Camino, Verdad y Vida”, mostró su predilección.
Tú presenciaste junto a Pedro y Juan
los grandes acontecimientos de su vida,
y fuiste testigo de la curación de tantos enfermos, que Él realizó.
En ti encontró la disponibilidad para “beber su cáliz”,
siendo tú el primer mártir de los Apóstoles.
Como Patrono de España pedimos tu auxilio
para los afectados por el coronavirus,
fortaleza y sabiduría para el personal sanitario,
luz y acierto para quienes toman las decisiones
y cercanía generosa para quienes están ofreciendo su colaboración.
Ponemos toda esta situación bajo la mano maternal
de Nuestra Señora de la Salud.
Y tú, como amigo del Señor, acompaña a los fallecidos hasta el Pórtico de la Gloria
e intercede por ellos ante Él para que nos veamos liberados de esta pandemia.
Amén

Historia de un árbol


Nuestro árbol se distinguía a lo lejos.  Era enorme, robusto, anciano y con una gran copa que proyectaba su sombra jaspeada sobre la hierba del jardín. Era un ombú, que durante años, fue creciendo a lo alto y a lo ancho, hasta conquistar una pradera cercada por una muralla de piedra.
Cuando trepábamos por él, yo pensaba que era como el lomo de un inmenso elefante africano o como una ballena del reino vegetal. 
Si el árbol hubiera podido hablar, nos habría contado las historias de los niños de otros tiempos: a qué habían jugado por sus ramas, quiénes habían escalado su colina de corteza para sentarse a descansar antes de seguir subiendo, quiénes habían resbalado por su musgo o quiénes habían tropezado en sus raíces. 
Niños felices que se habían escondido bajo sus hojas. Niños valientes que habían subido hasta lo más alto, donde habían contemplado el valle a vista de pájaro y se habían sentido como reyes.
Una tarde hubo una gran tormenta. Fue de un momento para otro. El cielo se puso muy negro y pareció que se iba a romper.  Después, empezó a llover con fuerza. Detrás del cristal, vimos los relámpagos y oímos los truenos. A la mañana siguiente, corrimos a jugar a nuestro árbol: un rayo había partido la rama larga, horizontal al suelo, donde solíamos columpiarnos. Había dejado un profundo boquete en el tronco.
Nos sentimos tristes. Por suerte, el resto del ombú estaba intacto. Abrazamos a nuestro árbol y poco a poco, recuperamos los juegos.
Cuando llegó la primavera, el agujero hecho por el rayo se llenó de ramitas jóvenes.

miércoles, 18 de marzo de 2020

¡Yo me quedo en casa, Señor!

Y caigo en la cuenta de que, también esto, me lo enseñaste Tú
viviendo, obediente al Padre, durante treinta años en la casa de Nazaret.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y en la carpintería de José, tu custodio y el mío, aprendo a trabajar, a obedecer,
para lijar las asperezas de mi vida y preparar una obra de arte para Ti.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y sé que no estoy solo porque María, como cada madre, está ahí detrás
haciendo las tareas de casa y preparando la comida para nosotros, todos familia de Dios.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y responsablemente lo hago por mi bien, por la salud de mi ciudad, de mis seres queridos,
y por el bien del que Tú has puesto a mi lado pidiéndome que vele por él en el jardín de la vida.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y, en el silencio de Nazaret, trato de orar, de leer, de estudiar, de meditar,
y ser útil con pequeños trabajos para hacer más bella y acogedora nuestra casa.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y por la mañana Te doy gracias por el nuevo día que me concedes,
tratando de no estropearlo, de acogerlo con asombro como un regalo y una sorpresa tuyas.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y a mediodía recibiré de nuevo el saludo del Ángel, me haré siervo por amor,
en comunión Contigo que te hiciste carne para habitar en medio de nosotros;
y, cansado por el viaje, te encontraré sediento junto al pozo de Jacob,
y ávido de amor sobre la Cruz.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y si al atardecer me atenaza un poco de melancolía, te invocaré como los discípulos de Emaús:
Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y en la noche, en comunión orante con tantos enfermos y personas solas,
esperaré la aurora para volver a cantar tu misericordia
y decir a todos que, en las tempestades, Tú eres mi refugio.
¡YO ME QUEDO EN CASA, SEÑOR!
Y no me siento solo y abandonado, porque Tú me dijiste:
Yo estoy con vosotros todos los días. Sobre todo en estos días de desamparo, Señor,
en los que, alcanzaré a todos con las únicas alas de la plegaria. Amén.

Estando Jesús predicando (fábula inventada)


Estando un día Jesús predicando en Galilea, se dirigió a él un alborotador, el cual le hizo dos preguntas:
- Si eres el Mesías responderme a esta pregunta... ¿Cuantas estrellas hay en el cielo?
Jesús ante esta pregunta comprometida, guardo silencio un par de minutos y le respondió...
- Si me traes las estrellas yo te las contare.
El alborotador le hizo la segunda pregunta:
- Si eres el Mesías responderme a esta pregunta... ¿Cuántos capazos hacen falta, para mover una montaña?
Jesús ante esta pregunta comprometida, guardo silencio un par de minutos y le respondió...
- Solo hace falta un capazo tan grande como la montaña.
Y Jesús siguió predicando.

domingo, 15 de marzo de 2020

Si yo cambiara...

Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros... los comprendería.
Si yo encontrara lo positivo en todos... con qué alegría me comunicaría con ellos!
Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás... los haría felices.
Si yo aceptara a todos como son... sufriría menos.
Si yo deseara siempre el bienestar de los demás... sería feliz.
Si yo criticara menos y amara más... cuántos amigos ganaría.
Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos y tratara de cambiarlos...
¡cuánto mejoraría mi hogar y mis ambientes!
Si yo cambiara el tener más por el ser más... sería mejor persona.
Si yo cambiara de ser Yo, a ser Nosotros... comenzaría la civilización del Amor.
Si yo cambiara los ídolos: poder, dinero, sexo, ambición, egoísmo y vanidad
por: Libertad, Bondad, Verdad, Justicia, Compasión, Belleza y Amor...
comenzaría a vivir la verdadera felicidad.
Si yo cambiara el querer dominar a los demás por el autodominio...
aprendería a amar en libertad.
Si yo dejara de mirar lo que hacen los demás...
tendría más tiempo para hacer más cosas.
Si yo cambiara el fijarme cuánto dan los otros para ver cuánto más puedo dar yo...
erradicaría de mí la avaricia y conocería la abundancia.
Si yo cambiara el creer que sé todo... me daría la posibilidad de aprender más.
Si yo cambiara el identificarme con mis posesiones como títulos, dinero, status, posición familiar...
me daría cuenta que lo más importante de mí es que Yo Soy un Ser de Amor.
Si yo cambiara todos mis miedos por Amor... sería definitivamente libre.
Si yo cambiara el competir con los otros por el competir conmigo mismo... sería cada vez mejor.
Si yo dejara de envidiar lo ajeno... usaría todas mis energías para lograr lo mío.
Si yo cambiara el querer colgarme de lo que hacen otros
por el desarrollar mi propia creatividad... haría cosas maravillosas.
Si yo cambiara el esperar cosas de los demás...
no esperaría nada y recibiría como regalo todo lo que me dan.
Si yo amara el mundo... lo cambiaría.
Si yo cambiara... ¡cambiaría el mundo!

El crucifijo frente al púlpito


En Ystad, Suecia, hay una iglesia que no tiene nada de particular, en su sencillez nada llama la atención, pero cuando uno se adentra en su interior, en frente del púlpito cuelga una cruz con un Cristo de tamaño natural, con pelo natural coronado con una corona de espinas. Pero este crucifijo tiene un secreto y una enseñanza poderosa.
¿Cuál es la historia de este crucifijo?
Cuenta la historia que a principios del siglo XVIII el rey de Suecia visitó la iglesia como un feligrés más un domingo, sin anunciar su visita.
Cuando el pastor vio al rey sentado entre los feligreses se alegró tanto que ignoró el sermón que tenía preparado para ese domingo y dedicó su mejor oratoria a elogiar la figura y las virtudes del rey.
Unos meses más tarde la iglesia recibió el crucifijo. Con el crucifijo había una nota manuscrita que decía: “Cuélguenlo en la iglesia, frente al púlpito, de modo que cualquier pastor que suba al púlpito lo contemple y sepa sobre qué tiene que predicar”.