sábado, 21 de julio de 2018

Santa María del silencio

Enséñame, oh Madre del Señor, a callar
si la caridad va a quedar dañada si hablo.
Enséñame a no hablar nunca mal de nadie,
a no hacer crítica destructiva o difamación del hermano…
Enséñame el silencio de la aceptación interior
sin rebelión interior y en la paz del corazón.
Enséñame a callar, a sufrir a amar,
a aceptar en el silencio que se confía en Dios...
Enséñame a orar en lo escondido, a dar limosna en lo oculto,
a vivir santamente en el decoro del silencio de corazón…
Enséñame a caminar entre silencios, aunque no a solas...
porque a Dios se va por el hermano y con el hermano...
Enséñame a hacer silencio exterior, e interior
de pensamientos inútiles, ilusiones imaginarias, deseos irrealizables,
preocupaciones y agobios excesivos...
Enséñame a cultivar el silencio, fuente de inmensas energías...
Enséñame el silencio para poder entenderme a mí...
Enséñame el silencio para escuchar y entender al hermano...
Enséñame el silencio, donde me puedo encontrar con Dios...
Enséñame oh María, los silencios fecundos,
el silencio permanente, enséñame a contemplarte. Amén

Las siete princesas encerradas

            Pedro Pablo Sacristán

Cuando la malvada Bruja de las Cumbres encerró a las siete princesas en los siete castillos de las siete montañas, custodiadas por siete halcones, siete ogros y siete dragones, nadie pensó que se las pudiera volver a ver con vida. Pero años después, el valiente Sir Pentín juntó un aguerrido grupo de nobles caballeros que cabalgaron hasta las Grandes Cumbres, vencieron a halcones, ogros y dragones, y acudieron a liberar a las princesas.
Los caballeros fueron entrando a cada uno de aquellos castillos para rescatar a las jóvenes. Eran unos lugares tan fríos y oscuros que parecían muertos, y los valientes se preguntaban qué clase de terrible maldad debía poseer el negro corazón de la bruja para haber encerrado allí a las princesas. Las jóvenes liberadas se mostraron muy agradecidas a sus salvadores, pues su vida en aquel encierro era la más vacía y aburrida que se pudiera imaginar. Y sonrientes, escuchaban las hazañas de los caballeros, enamorándose de su valentía y de su arrojo.
Pero al llegar al último de los castillos, que en nada parecía diferenciarse de los anteriores, descubrieron un interior precioso, primorosamente cuidado y adornado, lleno de luz y color. Podía incluso oírse una bella música de fondo, como si se tratara de un lugar mágico. Y cuando corrieron a rescatar a la princesa de su alcoba en la torre más alta, como habían hecho con las demás, no la encontraron allí. La buscaron por todas partes hasta que siguiendo la mágica melodía, fueron a parar a una pequeña salita. No encontraron en ella nada más mágico que una alegre princesa tocando un arpa con gran destreza.
Nada desconcertó tanto a los caballeros como la actitud entusiasmada y alegre de la joven. Era culta, ingeniosa, elegante y con un especial don para las artes, y al contrario que el resto de princesas, en quienes el efecto de su encierro era bien visible, esta última parecía haber vivido una vida mucho más activa e interesante. Pero tras mucho preguntar e indagar, los caballeros concluyeron que había estado tan encerrada y solitaria como todas las demás.
Extrañados, recorrieron el palacio buscando una explicación, hasta llegar a la biblioteca. Faltaban muchísimos libros, y sólo entonces se dieron cuenta del motivo: el castillo entero estaba lleno libros. Sobre cada mesa y cada mueble era fácil encontrar algún libro. ¡La princesa no dejaba de leer! Y así había podido aprender y vivir tantas cosas que parecía que nunca hubiera llegado a estar encerrada, viviendo su encierro entre múltiples actividades que nunca dejaron paso al aburrimiento.
El viaje de vuelta fue un viaje extraño. Salvo ésta última, las demás princesas resultaron tan sosas y aburridas, que ninguno de los caballeros pudo corresponder su amor. Al contrario, todos ellos estaban prendados del encanto de la joven Clara, quien sin dejarse llevar por el brillo de las hazañas y las armaduras, pudo elegir su amor verdadero mucho tiempo después. Pero eso, es otra historia.

viernes, 20 de julio de 2018

Tras tus pasos, Señor

Tras tus pasos, Señor, en camino a Galilea.
Para rehacer tu camino desde el comienzo.
Para aprender a tu lado,
mientras curas enfermos y atiendes a las multitudes.
Para escuchar tu llamada, la invitación a seguirte…
dejándolo todo, familia, bienes, seguridades,
para acercarnos a ti, despojados, sin ataduras,
con la ligazón sola de la pasión por el Reino.
Nos llamas, nos convocas en comunidad, en marcha.
A no quedarse esperando que pase el Señor al lado,
que el Señor ya pasó y camina delante.
Hay que correr a su encuentro,
hay que buscarlo aún donde no pensamos…
Galilea, la periferia de aquel tiempo.
¿Dónde será Galilea hoy día?
¿Dónde acudir para no fallar en el encuentro?
¿En qué lugar, junto a quiénes, vive el Resucitado?
Haciendo presente la vida del Reino.
Junto a los pobres, los enfermos, los marginados
de aquel y de nuestro tiempo.
Danos Señor el don del discernimiento para saber
por dónde y con quiénes trabajar hoy por tu Reino.

La carreta vacía

 “Un día caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva; y, después de un pequeño silencio, me preguntó”:
- Además del cantar de los pájaros, ¿escuchas algo más?
- El ruido de una carreta.
- Sí, es una carreta vacía.
- ¿Cómo sabes, papá, que es una carreta vacía, si no la vemos?
- Es muy fácil saber si una carreta está vacía por el ruido. Cuanto más vacía va, mayor es el ruido que hace.

A lo largo de la vida, pensando en la carreta vacía, he comprendido que hay muchos que van por la vida hablando demasiado, interrumpiendo la conversación de los otros, presumiendo de lo que tienen, menospreciando a la gente. Entonces, pienso en la carreta. Hay demasiada gente que está vacía por dentro y necesita hablar y estar en medio del ruido para acallar su conciencia, porque están vacíos. No tienen tiempo para pensar, ni para leer y no pueden soportar el silencio para reflexionar y hablar con Dios. Por eso, la humildad es la virtud que consiste en callar las propias virtudes y permitirles a los demás descubrirlas.

jueves, 19 de julio de 2018

Bienaventuranzas del gusto de vivir


Felices los que saben reírse de sí mismos;

porque nunca terminarán de divertirse.
Felices los que saben distinguir una montaña de una piedra;
porque evitarán muchos inconvenientes.
Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas;
porque llegarán a ser sabios.
Felices los que saben escuchar y callar;
porque aprenderán cosas nuevas.
Felices los que son suficientemente inteligentes
como para no tomarse en serio:
porque serán apreciados por quienes los rodean.
Felices los que están atentos a las necesidades de los demás
sin sentirse indispensables;
porque serán portadores de alegría.
Felices los que saben mirar con seriedad las pequeñas cosas
y con tranquilidad las cosas grandes;
porque irán lejos en la vida.
Felices los que saben apreciar una sonrisa y olvidar un desprecio;
porque su camino estará pleno de sol.
Felices los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar;
porque no se turbarán en lo imprevisible.
Felices los que saben callar y ojalá sonreír cuando se les quita la palabra,
se los contradice o cuando les pisan los pies;
porque el amor comienza a penetrar en su corazón.
Felices los que son capaces de interpretar con benevolencia
las actitudes de los demás;
porque conocen el valor de la caridad.
Felices los que saben reconocer al Señor en todo lo que encuentran;
porque habrán hallado la paz y la verdadera sabiduría.
Si tienes fe en Dios, asume el compromiso de ser cada día
más amoroso, más bueno, más humilde, más justo,
y podrás cumplir todos los compromisos adquiridos.
Él te apoyará y nunca estarás solo(a).

La tienda del cielo

Estaba haciendo las compras de Navidad, cuando vi un letrero que decía: “La tienda del cielo”… Me causó curiosidad y me acerqué. La puerta se abrió lentamente y cuando me di cuenta, ya estaba dentro. Vi muchos ángeles parados en todas partes, Uno de ellos me entregó una cesta y me dijo:
- “Toma, compra con cuidado todo lo que necesitas y lo que no puedas ahora, te lo llevarás después, eso sí, solo puedes comprar cosas para ti”.
Comencé a caminar por esa enorme y bella tienda y lo primero que compré fue PACIENCIA. EL AMOR estaba en la misma fila y más abajo en el mismo pasillo encontré la COMPRENSION… Pues las necesitamos constantemente.
Luego encontré EL TRIUNFO al lado de PERSEVERANCIA y no dude en tomar dos kilos de cada uno.
LA HUMILDAD estaba en la parte de arriba del estante y eché una caja en mi cesta, pues la podría necesitar después de utilizar EL TRIUNFO. También compré dos bolsas de FE, que venía junto con LA ORACION.
Más adelante encontré el paquete del PERDON bellamente diseñado y eché en mi cesta dos cajas, al doblar el pasillo me paré a comprar FUERZA y CORAJE, para emplearlos en la carrera de la vida.
En el mismo pasillo vi LA SERENIDAD, EL VALOR y LA SABIDURIA, los tres por el precio de uno y con estas instrucciones: Utilizar LA SERENIDAD para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, VALOR para cambiar aquellas que se pueden, LA SABIDURÍA para distinguir la diferencia.
LA PAZ y LA FELICIDAD, las daban gratis con la compra de los demás artículos.
Llegué a la caja y también me atendió un ángel y al que pregunté:
- “¿Cuánto debo?”
- “Lleva tu cesta a donde quieras que vayas”, me contestó sonriéndome.
- “Pero ¿cuánto debo?”, le contesté de nuevo
Otra vez me sonrió y me respondió:
- “No te preocupes, JESUS ya pagó por ti… hace mucho tiempo”.

martes, 17 de julio de 2018

Quiero buscarte, Señor

                 Severino Lázaro, sj

Gracias por poner luz en ese ángulo siempre oscuro
de mi mirada y de mi amor.
por la invitación, ¡siempre extraña!, a que en mi vida entren todos,
los buenos y los que todavía no saben que lo son.
Con el paso del tiempo voy aprendiendo que el verdadero amor,
a menudo, es un sendero donde el camino se corta.
Pero hoy, es por ahí, por donde quiero buscarte,
y hacerlo sin miedo a que después de intentarlo
tenga que darme la vuelta y ver que, de nuevo,
pudo en mí más el miedo al otro que la confianza en Ti.
¡Arráncame ese miedo, Señor!
Esconde mi cabeza en tu regazo
hasta aprender a amar con tus entrañas.
Clávame en esa cruz de perdón y de vida
en la que, hasta el ladrón, puede encontrar su paraíso.

Un diamante en tu bolsillo

Había un consumado ladrón de diamantes que solo quería robar las joyas más exquisitas. Este ladrón solía deambular por la zona de compraventa de diamantes con el fin de “limpiarle” el bolsillo a algún comprador incauto.
Un día vio que un comerciante de diamantes muy conocido había comprado la joya con la que él llevaba toda su vida soñando. Era el más hermoso, el más perfecto, el más puro de los diamantes.
Pleno de alegría, siguió al comprador del diamante hasta que éste tomó el tren, y se hizo con un asiento en el mismo compartimento. Pasó tres días enteros intentando meter la mano en el bolsillo del mercader. Cuando llegó al final del trayecto sin haber sido capaz de dar con la joya, se sintió muy frustrado.
Aunque era un ladrón consumado, y habiéndose empleado a fondo, no había conseguido dar con aquella pieza tan rara y preciosa.
El comerciante bajó del tren, y el ladrón le siguió. De repente, sintió que no podía soportar más tiempo aquella tensión, por lo que caminó hasta el mercader y le dijo:
- Señor, soy un famoso ladrón de diamantes. He visto que ha comprado un hermoso diamante y le he seguido en el tren. Aunque he hecho uso de todas las artes y habilidades de las que soy capaz, perfeccionadas a lo largo de muchos años, no he podido encontrar la joya. Necesito conocer su secreto. Por favor, dígame cómo lo ha escondido.
El comerciante replicó:
- Bueno, vi que me estabas observando en la zona de compraventa de diamantes y sospeché que eras un ladrón. De modo que escondí el diamante en el único lugar donde pensé que no se te ocurriría buscarlo: ¡en tu propio bolsillo!
A continuación metió la mano en el bolsillo del ladrón y extrajo el diamante.

domingo, 15 de julio de 2018

Dispón de mí, Señor

Dispón de mí, Señor, y envíame a anunciar tu Reino.
Me da pereza el compromiso y siempre encuentro excusas:
no tengo tiempo de hacer más cosas,
me da apuro que sospecharán si me ven cambiar,
me mirarán mal y quizás alguien se burlará de mí.
Aunque todo esto puede ser verdad, dispón de mí.
Pues yo no me encuentro a gusto en mi lugar,
siento como si me hubieran cortado las alas.
Quiero volver a volar, empezar una nueva vida,
cortar relaciones que ya no me motivan,
dejar compromisos que me paralizan.
Me parece que ya es suficiente
con lo que he hecho hasta ahora,
no quiero gastar aquí toda mi vida.
Pero, en el fondo del corazón siento una voz
que me invita a decir: dispón de mí, Señor,
todo el tiempo que quieras.

El maestro y los discípulos

Puccini fue un músico que compuso varias óperas famosas. En 1922 cuando está escribiendo Turandot, se le declaró un cáncer mortal.
Puccini dijo a sus discípulos:
- "Si yo no termino esta ópera, quiero que ustedes, mis discípulos, la terminen por mí".
Pocos días  después el compositor moría.
Sus discípulos se pusieron manos a la obra para concluir la ópera como había sido el deseo de Puccini y en 1926, cuatro años después de la muerte del compositor, Turandot se estrenaba en Milán.
Todo funcionó a la perfección y cuando se llegó al punto donde el maestro había terminado, el director se paró, se volvió al público y, entre sollozos, dijo:
- "Hasta aquí el trabajo del maestro".
Un gran silencio embargó el teatro. El director cogió la batuta y entre lágrimas y sonrisas exclamó:
- "Y aquí comienza el trabajo de sus discípulos".