jueves, 9 de enero de 2025
Mi gente
Puertas que se abren, y estoy en casa.
Mi gente.
Brazos que envuelven.
Manos que acarician este rostro cansado.
Palabras que cantan, acunan y aquietan.
Miradas que esperan. Gestos de hogar.
Risas sinceras.
Amigos que secan las lágrimas con su presencia.
Calor que funde penas de hielo,
muros de ausencia, miedos de piedra.
Descanso, aún no llegada.
Tú que nos unes.
Y después, al camino de nuevo,
un recuerdo vivo, vínculos indestructibles,
más batallas, heridas nuevas.
Hay otros cansancios, y tormentas.
No hay derrota
porque hay puertas que se abren,
y estoy en casa.
El verdadero amor, una decisión
– No puedo casarme contigo, le comunicó en una carta a su novio, quedé marcada y muy fea para siempre, búscate a otra joven hermosa como tú te mereces, yo no soy digna de ti.
A los pocos días la muchacha recibió esta respuesta de su novio:
– El verdadero indigno soy yo, tengo que comunicarte que tengo una enfermedad en la vista y el médico me ha dicho que me quedaré ciego... Si aún así estás dispuesta a aceptarme, yo sigo deseando casarme contigo.
Y se casaron, y cuando lo hicieron, el novio estaba ya totalmente ciego. Vivieron 20 años de amor, felicidad y comprensión, ella fue su lazarillo, se convirtió en sus ojos, en su luz, el amor los fue guiando por ese túnel de tinieblas.
Un día ella enfermó gravemente y cuando agonizaba, se lamentaba por dejarlo solo entre esas tinieblas.
El día que ella murió, él abrió sus ojos ante el desconcierto de todos… no estaba ciego - dijo- fingí serlo para que mi mujer no se afligiera al pensar que la veía con el rostro desfigurado, ahora mi amor descansa en ella.
El verdadero amor ve más allá de la belleza física, porque el verdadero amor va con el corazón. Vivimos en un mundo de apariencias, donde se califica a las personas según su aspecto físico, pero el verdadero amor va más allá de lo exterior; la belleza se acaba, pero el amor verdadero vive para siempre.
miércoles, 8 de enero de 2025
Reyes y estrellas
no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Mirando sus luces bellas,
no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Aquí parad, que aquí está
quien luz a los cielos da:
Dios es el puerto más cierto,
si habéis hallado puerto
no busquéis estrellas ya.
No busquéis la estrella ahora:
que su luz ha oscurecido
este Sol recién nacido
en esta Virgen Aurora.
Ya no hallaréis luz en ellas,
el Niño os alumbra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Aunque eclipsarse pretende,
no reparéis en su llanto,
porque nunca llueve tanto
como cuando el sol se enciende.
Aquellas lágrimas bellas
la estrella oscurecen ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas. Amén.
El secreto de la niña en la Iglesia
Canal Asombroso
En el pequeño pueblo de San Gabriel, la iglesia era el corazón de la comunidad. Los habitantes acudían cada domingo, pero entre semana solo los bancos vacíos y el susurro del viento acompañaban al padre Mateo, un sacerdote de 58 años que llevaba más de tres décadas guiando a sus feligreses.
Un día, algo peculiar llamó su atención. Desde hacía semanas, Ana, una niña de 10 años, llegaba puntualmente a la iglesia al caer la tarde. Se sentaba en el último banco, con las manos juntas y la mirada fija en el altar. No hablaba con nadie, no encendía velas ni comulgaba. Solo permanecía allí, inmóvil, hasta que caía la noche.
El padre Mateo intentó acercarse varias veces para conversar con ella, pero Ana siempre evadía sus preguntas con respuestas cortas.
- Estoy bien, padre. Solo me gusta estar aquí.
Algo en su tono inquietó al sacerdote. ¿Qué podía buscar una niña tan pequeña sola en un lugar como la iglesia?
Una tarde, decidido a descubrir la verdad, el padre Mateo observó cómo Ana entraba y se dirigía a su banco habitual. Después de un rato, fingió salir del templo, pero en realidad se escondió tras una columna, atento a cada movimiento de la niña.
Lo que vio lo llenó de asombro. Ana se levantó lentamente y se dirigió a una pequeña puerta lateral que conducía al sótano. La puerta solía estar cerrada con llave, pero Ana sacó una pequeña llave de su bolsillo y entró. Intrigado, el sacerdote esperó un minuto antes de seguirla. Bajó las escaleras en silencio. Al llegar al sótano, una escena inesperada lo detuvo en seco: Ana estaba arrodillada frente a un rincón oscuro, hablando en voz baja. Parecía estar susurrando a alguien.
- Ana, ¿qué haces aquí?, preguntó el padre Mateo, rompiendo el silencio. La niña se sobresaltó, pero luego bajó la mirada, como si hubiera sido descubierta haciendo algo prohibido. Entre lágrimas, Ana confesó que había estado visitando el sótano porque sentía la presencia de su madre allí. María, la madre de Ana, había fallecido hace un año en un accidente de coche. Antes de morir, solía llevarla a la iglesia todos los días y le decía que, pase lo que pase, siempre podría encontrarla allí.
- Ella me prometió que nunca me dejaría sola, explicó Ana, con la voz temblorosa, y aquí es donde la siento más cerca.
El sacerdote se conmovió profundamente. Las palabras de la niña eran como un eco de fe pura, una esperanza que se aferraba a lo invisible. Sin embargo, también le preocupaba que Ana estuviera atrapada en su dolor, buscando algo que no podía recuperar. El padre Mateo tomó la mano de Ana y le habló con suavidad. Le explicó que el amor de su madre no se limitaba a un lugar físico.
- Tu mamá está contigo en cada latido de tu corazón, Ana, no necesitas venir aquí para sentirla. Ella vive en los recuerdos que guardas y en cada acto de bondad que haces en su recuerdo.
Con el tiempo, el sacerdote ayudó a Ana a enfocar su dolor de manera diferente. Le pidió que escribiera cartas a su madre, que las leyera en voz alta y luego las guardara en una caja especial. También le sugirió que hiciera cosas que a su madre le habrían gustado: ayudar a los demás, cantar en el coro de la iglesia o cuidar del pequeño jardín del templo.
Ana comenzó a sonreír nuevamente. Aunque seguía visitando la iglesia, ya no lo hacía con tristeza, sino con la alegría de sentir que estaba honrando la memoria de su madre. Un año después, Ana y el padre Mateo organizaron una Misa especial recordando a María. Fue un momento de cierre, no solo para Ana, sino para todos aquellos que habían perdido a alguien querido. El sacerdote habló sobre cómo el amor nunca muere, sino que se transforma y nos guía de formas inesperadas.
Ana, ahora con 11 años, se levantó al final de la Misa y leyó una de las cartas que había escrito a su madre. En ella, le agradecía todo lo que le había enseñado y prometía seguir adelante, llevando siempre su amor en el corazón.
El sótano de la iglesia, que alguna vez fue un refugio de tristeza, se convirtió en un espacio lleno de vida. Con la ayuda del padre Mateo, Ana lo transformó en una pequeña sala de lectura para los niños del pueblo, un lugar donde otros podrían encontrar consuelo y esperanza.
La iglesia seguía siendo el corazón de San Gabriel, pero ahora también era el hogar de un legado de amor que trascendía el tiempo. Ana aprendió que su madre nunca la había dejado realmente; estaba con ella en cada acto de fe y bondad que hacía.
lunes, 6 de enero de 2025
En la fiesta de los Reyes Magos
Hace mucho, pero que mucho tiempo, tres reyes muy poderosos y muy sabios, comenzaron a estudiar las estrellas. Estos tres reyes vivían en el lejano oriente: uno de ellos en zona europea, otro en Asia y un tercero, en el continente africano.
A estos tres reyes les llamaban magos porque sabían muchas cosas y además tenían algo en común: su pasión por la astronomía. Tanto es así, que iban apuntando en sus cuadernos, constantes anotaciones sobre la posición de las estrellas y todos los planetas.
Estos tres reyes descubrieron que en el cielo había una estrella diferente, más grande, más brillante, que se situaba sobre la pequeña localidad de Belén, en la región de Palestina. Esta estrella se iba haciendo más brillante según pasaban los fríos días de invierno.
Era el mes de diciembre, y estos reyes empezaron a usar todos sus conocimientos para averiguar qué indicaba aquella fantástica estrella.
Usaron fórmulas y consultaron escritos muy antiguos. Al final, estos tres reyes llegaron a esta conclusión: la estrella indicaba el nacimiento del hijo de Dios. Así que, sin pensárselo dos veces, recogieron todo lo que necesitaban para ponerse de viaje, conocer al niño Jesús y entregarle un regalo.
Los Reyes Magos partieron de sus países prácticamente a la vez, a lomos de tres dromedarios. El rey que partía de Asia era de mediana edad, y se llamaba Gaspar; el rey que salió de la zona más fría de Europa, era más mayor, y se llamaba Melchor; y por último, el más joven de los reyes partía de un país del continente africano, y se llamaba Baltasar.
Estos tres Reyes Magos creían conocer algo que el resto de personas no sabían: ¡estaba a punto de nacer el hijo de Dios! Pero cuál fue su sorpresa al encontrarse de camino a Belén:
– ¡Vaya! ¡Si no soy el único rey que acude a conocer al niño Jesús!- dijo asombrado Melchor al encontrarse a mitad de camino con los otros reyes.
– ¡Ya somos dos los sorprendidos! -dijo Gaspar entre risas.
– ¡Digamos que tres! -añadió sonriente Baltasar.
– Bueno, puesto que los tres vamos en la misma dirección, podemos ir juntos. Yo me llamo Melchor. Ya me podéis cuidar, que veo que soy el más ‘viejecillo’ de todos, ¡jajaja! -rió Melchor, siempre con su buen humor.
– No exageres, Melchor, que yo también tengo mis años –dijo Gaspar- Aquí el más jovencito veo que es Baltasar, que además ha traído un regalo fantástico para el niño Jesús…
– Sí -respondió entonces Baltasar- Traigo mirra, un bien escaso y muy valorado en mi tierra.
– Yo le llevo algo de oro, también muy valorado en mi país- dijo entonces Melchor.
– Y de mi tierra yo traigo incienso –dijo Gaspar- Cuesta mucho encontrarlo y tiene un olor delicioso.
Y así fue cómo los tres reyes Magos comenzaron a caminar juntos hacia Belén para conocer al niño Dios.
Después de varios días de camino, los Reyes Magos se encontraron a las puertas de Belén. La estrella que seguían gracias a sus mapas del cielo y a sus instrumentos de medición, comenzó a brillar con muchísima intensidad. Todo el mundo podía ver aquella estrella con total claridad.
– ¡Ya ha nacido! ¡Ha nacido el niño Dios! –Gritó loco de alegría Melchor.
– Cierto, amigo… la estrella lo indica claramente. Aligeremos la marcha para conocerle- añadió Baltasar.
– Y demos a todos la buena noticia- dijo Gaspar al ver que cerca había un grupo de pastores.
Los reyes, al acercarse a los pastores para darles la noticia, descubrieron que ellos también lo sabían y que se dirigían hacia allí. Unos ángeles se les habían aparecido. Estaba claro: el niño Jesús acababa de nacer. Sus apuntes, sus estudios, sus datos eran correctos.
Los Reyes Magos se dirigieron hacia Belén. No les fue nada difícil dar con el lugar en donde se encontraba el niño Jesús: la estrella indicaba con claridad el camino.
Al ver al pequeño en ese humilde pesebre, arropado por paja y junto a sus padres, un buey y una mula, no pudieron contener la emoción: se arrodillaron ante él y comenzaron a adorarle.
Aquel pequeño resplandecía como una estrella, y aún así parecía tan pequeño y humilde… Los reyes Magos le entregaron sus regalos: oro, incienso y mirra, regalos de reyes para un rey.
Al fin habían podido conocer al hijo de Dios. Y estaban deseando regresar a sus países para dar la noticia a todos.
Oración a los Reyes Magos
¡Reyes Magos de Oriente, sois hombres sabios
y os habéis dejado seducir por la Estrella de Belén
para venir a nuestros hogares, os pido que en esta mañana
el mejor regalo que me dejéis en el sofá de casa
que Dios forme parte del gran tesoro que es mi familia,
que sea capaz de amarnos profundamente,
dar mi vida por ellos, ser también amigo fiel y generoso de mis amigos!
¡Os pido, Melchor, Gaspar y Baltasar que depositéis en mi
y en el corazón de todos los que amo a Jesús, el Niño Dios!
¡Que me ayudéis a fortalecer mi fe, mi esperanza, mi caridad,
vivirlo todo alegría y hacerlo todo para la mayor gloria de Dios!
¡Regaladme el don del desprendimiento y la generosidad
para salir de mi mismo y salir al mundo
para proclamar la fe como hicisteis vosotros
cuando os postrasteis ante el Niño Dios!
¡Ayudadme a no apartarme del camino que me lleva a Él,
para serle siempre fiel, para dar la vida como Él la dio,
para saber encontrar siempre el camino que lleva hacia la eternidad,
para transitar en el mundo buscando la santidad!
domingo, 5 de enero de 2025
Quiero adorarte como los Reyes Magos
quiero ir también a adorarte cada día!
¡Quiero hacerlo con las manos llenas!
¡Quiero, Señor, ofrecerte el oro de la pobreza de mi vida y de mi corazón,
el incienso oloroso de mis pequeñas y sencillas virtudes y de mi oración,
la mirra amarga de mis sacrificios
y el desprendimiento de lo terrenal para apegarme a las cosas de Dios!
¡Quiero permanecer siempre fiel a Ti, Señor!
¡Quiero honrarte siempre! ¡Quiero alabarte siempre!
¡Quiero ser tu amigo, Señor! ¡Quiero honrar a tu Santísima Madre!
¡Señor, me postro ante Ti porque no te quiero olvidar jamás,
porque quiero tenerte siempre en mi corazón,
porque quiero vivir Tu Evangelio en total plenitud,
porque te necesito para tener un corazón generoso y misericordioso,
porque no quiero olvidar nunca que eres mi Creador!
¡Te quiero, Niño Dios, que has nacido por misericordia de Dios, el Padre
que quiere tanto a su descendencia
que no puede soportar que los hombres nos perdamos para siempre!
Los Reyes Magos ¿no existen?
Estás fechas me ponen melancólico, pero muy feliz. Me encantan los últimos días de Navidad. No sabéis la emoción que me da ver a tantos reyes magos por las calles, con sus manos llenas de ilusiones, buscando entre tantas opciones la que se ajuste mejor.
Reyes magos con el trabajo a cuestas, con poco o mucho dinero en el bolsillo tratando de llegar a su destino. Con la ilusión en la cara, con alegría en su ser y la magia en sus manos.
Recuerdo hace un año, justo este día, estar en el centro (atascado de gente). Venía a mi lado una señora y un señor buscando una bicicleta.
– Cuesta 1,200 € dijo el vendedor.
– ¡Ay! esposo mío, no nos llega, dijo la señora con cara de decepción.
– No te apures, mira, nos la llevamos caminando y así no gastamos en taxi. Y mañana Dios dirá.
Se fueron con aquella bicicleta a cuestas y una cara de emoción imaginando la cara de sorpresa de aquel niño que al otro día bajo su árbol encontraría el tan anhelado regalo.
¡Los reyes magos si existen! ¡Yo los vi! Los vi hoy en un semáforo, con una pelota de colores y una muñeca en las manos. Han trabajado mucho para poder colocar algo bajo el árbol, sobre la cama o debajo de la almohada de los pequeños que con ilusión se quedan dormidos esperando su llegada.
Yo vi a los reyes magos en aquella mujer que ha sacado a sus hijos adelante solita; en aquel padre que doblo turno para completar lo que hace falta.
Y mi corazón no pudo más que agradecer todas las bendiciones de nuestra vida.
Hoy los reyes magos están emocionados, pensando en la cara de todos esos niños que despertarán llenos de ilusión para encontrar bajo su árbol un poquito de alegría.
Y no importa si es una gran bicicleta, si son 10 muñecas o tan solo una bolsita de dulces.
El regalo es lo de menos, lo importante es la ilusión.