sábado, 28 de abril de 2018

Salmo del corazón 2

Yo busco la verdad y sólo encuentro verdades.
Busco el amor, y sólo en migajas lo encuentro.
Busco la belleza y se hace noche en el camino
Busco la libertad y me siento prisionero.
Busco el bien, y el mal se me hace uña a la carne
y me duele vivir en este duelo.
No quiero más verdades, que busco la Verdad
que ilumine mi vida y le dé un Proyecto.
No quiero más amores, que el Amor que busco
es Amor de manantial con vida sin término.
No quiero más bellezas, que Belleza
es sólo aquella que no muere con el tiempo.
No quiero más libertades, que ser libres
es vivir en el interior del corazón que has hecho.
Tú, Señor del alba, mi Bien, mi creación nueva,
donde juntos soñaremos en silencio.
No quiero un corazón de piedra, duro y podrido,
que golpee a cada paso y sepa a estiércol;
un corazón de piedra que muera solo
entre las ruinas perdidas de un destierro.
No quiero un corazón de piedra que viva frío entre los hielos.
Quiero un corazón que sea humano, hecho de carne,
como el tuyo nacido de la mujer y el silencio,
que es pureza virginal y es Espíritu,
hecho hombre para perder el corazón sin dueño.
Dame un corazón, Señor Jesús, manso y humilde,
donde haya espacio para el que llegue corriendo,
que mis manos enjugarán las gotas de sudor
y refrescarán el cansancio y acompañarán el sueño.
Dame un corazón que sueñe mundos sin conquistar,
que viva la utopía del hombre nuevo.
Dame un corazón que sea feliz conmigo mismo,
que aprenda a quererse para querer sin ruegos.
Dame un corazón que sepa perdonarse siempre,
para comprender y perdonar primero.
Dame un corazón orante como el tuyo que se abra al Padre,
que es Padre nuestro.

El brahmín astuto

          “101 Cuentos Clásicos de la India”

Era en el norte de la India, allí donde las montañas son tan elevadas que parece como si quisieran acariciar las nubes con sus picos. En un pueblecillo perdido en la inmensidad del Himalaya se reunieron un asceta, un peregrino y un brahmín. Comenzaron a comentar cuánto dedicaban a Dios cada uno de ellos de aquellas limosnas que recibían de los fieles.
El asceta dijo:
- Mirad, yo lo que acostumbro a hacer es trazar un círculo en el suelo y lanzar las monedas al aire. Las que caen dentro del círculo me las quedo para mis necesidades y las que caen fuera del círculo se las ofrendo al Divino.
Entonces intervino el peregrino para explicar:
- Sí, también yo hago un círculo en el suelo y procedo de la misma manera, pero, por el contrario, me quedo para mis necesidades con las monedas que caen fuera del círculo y doy al Señor las que caen dentro del mismo.
Por último habló el brahmín para expresarse de la siguiente forma:
- También yo, queridos compañeros, dibujo un círculo en el suelo y lanzo las monedas al aire. Las que no caen, son para Dios y las que caen las guardo para mis necesidades.
*El Maestro dice: Así proceden muchas personas que se dicen religiosas. Tienen dos rostros y uno es todavía más falso que el otro.

viernes, 27 de abril de 2018

Salmo del corazón I

Quiero compartir mi corazón contigo, Señor Jesús.
Quiero hacer de mi corazón pan tierno y fresco,
hogaza de labrador compartida en la mesa de todos,
donde no hay puestos porque no hay primero.
Dejo en la mesa mi pan hecho migas,
y el mantel manchado en rojo como recuerdo.
Dejo mi silla de paja que espera
al que siempre ocupa el último lugar como puesto.
Mi corazón, Señor del alba, se hace mesa,
mantel blanco de amistad para los pueblos.
Mi corazón, Señor Jesús, se siente solo
cuando tu medida no lo llena dentro.
Mi corazón se arruga y sufre y llora
cuando el Amor no enciende mi amor en fuego.
Tú eres el mar. Yo soy la playa.
Tú eres la ola que inunda mi arena llevada al viento.
Mi corazón lo hiciste para ti, Señor del alba,
y no es feliz si tú no eres, al fin, su Centro.
Tú eres amor, por eso buscas, peregrino,
mis amores perdidos en ídolos de paja y hierro,
que se esfuman y se vengan como dioses extraños
a las manos que de la mano nos hicieron.

Buscar a Dios

             Diálogo entre una niña y un anciano 

Día a día un anciano sentado en su mecedora prometió no levantarse de allí hasta que viera a Dios.
Una tarde vio a una niña jugando y la pelota con que jugaba llegó rodando hasta él.
Ella, al inclinarse y recogerla miró al anciano y le dijo
- Señor, todos los días lo veo sentado en su sillón y con la vista perdida ¿Qué es lo que busca?
- Niña, eres demasiado pequeña para entender –contestó el anciano.
- Tal vez -dijo ella- pero mi mama me ha dicho que si tengo algo en la cabeza debo decirlo. Ella me dice siempre: "comparte, hija, comparte para que aprendas".
- Muy bien, niña, ¿sabes? busco a Dios -dijo él-.
- ¿Cómo? Con todo respeto, señor, ¿se mece en ese sillón día tras día en busca de Dios?
- Sí, necesito creer antes de morir que Dios existe. Quiero una señal suya y no he visto ninguna.
- ¿Una señal? Por Dios, señor anciano. Dios le da una señal cuando respira, cuando huele las flores, cuando escucha el canto de los pájaros, cuando nace un bebé, cuando ríe, cuando llora... Es una señal de Dios amar, abrazar a alguien. Dios le da una señal en el viento, en el arco iris, en la lluvia.
Dios está en usted, en mi. ¿Para qué buscarlo sentado mirando a lo lejos sí está aquí cerca todo el tiempo?
- Niña -respondió el anciano- sabes mucho, pero lo que dices no me es suficiente.
La niña se le acercó, puso sus pequeñas manos en el corazón del viejo y le dijo bajito al oído:
- Señor anciano mi mamá me dice siempre que si quiero encontrar a Dios, lo busque en mi corazón y que así podré ver sus señales ¿ya busca usted en el suyo? ¡Venga!, búsquelo de otra forma. Levántese del sillón y venga a jugar conmigo.
Y aquella tarde, fue una tarde maravillosa para aquel solitario viejo. ¡Se divirtió como nunca! La niña fue para él la señal que Dios le enviaba para salir de su soledad y de su tristeza.

miércoles, 25 de abril de 2018

Un Dios pobre

             José M. R. Olaizola

Ojalá, Señor, te llegue mi voz. 
Aquí estoy. Sin grandes palabras que decir.
Sin grandes obras que ofrecer.
Sin grandes gestos que hacer.
Solo aquí. Solo. Contigo.
Recibiré aquello que quieras darme:
luz o sombra, canto o silencio, esperanza o frío.
Suerte o adversidad. Alegría o zozobra. Calma o tormenta.
Y lo recibiré sereno, con un corazón sosegado,
porque sé que tú, mi Dios, también eres un Dios pobre.
Un Dios a veces solo.
Un Dios que no exige, sino que invita.
Que no fuerza, sino que espera.
Que no obliga, sino que ama.
Y lo mismo haré en mi mundo,
con mis gentes, con mi vida:
aceptar lo que venga como un regalo.
Eliminar de mi diccionario la exigencia.
Subrayar el verbo “dar”.
Preguntar a menudo: “¿Qué necesitas?”
“¿Qué puedo hacer por ti?”,
y decir pocas veces “quiero” o “dame”.
Y así sigo, Dios: Aquí, sin más, en soledad.

Los miércoles, milagro

Una tarde, el pequeño Jacinto preguntó a su amiga Gabriela:
- ¿Por que vienes tan contenta? ¿Que hiciste o que te ha pasado en la escuela?
- Hice un milagro -respondió la niña-
- ¿Un milagro? ¿Cómo?
- Sí. Lo hice después de la catequesis.
- ¿Y cómo hiciste el milagro?
- La catequista es una señorita que esta muy enferma. No puede moverse ni caminar porque esta paralítica y no puede hacer nada ella sola. Solo habla y nos enseña el Catecismo y se ríe con nosotros.
- ¿Y que pasó?
- Hoy nos ha hablado sobre los milagros de Jesús y hubo un niño que le dijo "Yo no creo que haya milagros. Si hubiera milagros Dios te hubiera curado y podrías caminar".
- ¿Y qué dijo la catequista?
- Ella sonrió maravillosamente y dijo: "Sí, Dios también hace milagros para mí". Y los niños le dijeron: ¿Qué milagro te ha hecho? A lo que la catequista contestó: "vosotros sois mi milagro, porque después de la catequesis de los miércoles, me lleváis a pasear por el parque empujando mi silla de ruedas".
La catequista dijo también que habría muchos milagros si la gente estuviera dispuesta y quisiera hacerlos. Por eso vengo contenta. Hoy es miércoles y vengo de hacer un milagro. Y cuando yo sea grande quiero hacer un montón de milagros y no solamente los miércoles sino todos los días.

martes, 24 de abril de 2018

¡Soñar, Señor, soñar!

             León Felipe

Hazme soñar... ¡Soñar, Señor, soñar!...
¡Hace tiempo que no sueño!
Soñé que iba una vez -cuando era niño todavía,
al comienzo del mundo-
en un caballo desbocado por el viento,
soñé que cabalgaba, desbocado, en el viento...
que era yo mismo el viento...
Señor, hazme otra vez soñar que soy el viento,
el viento bajo la Luz, el viento traspasado por la Luz,
el viento deshecho por la luz,
el viento fundido por la luz,
el viento.., hecho Luz...
Señor, hazme soñar que soy la Luz...
que soy Tú mismo, parte de mí mismo...
y guárdame, guárdame dormido,
soñando, eternamente soñando
que soy un rayito de Luz de tu costado.
En silencio. Contigo, mi Dios pobre.

El origen del mal

                   León Tolstoi

En medio de un bosque vivía un ermitaño, sin temer a las fieras que allí moraban. Es más, por concesión divina o por tratarlas continuamente, el santo varón entendía el lenguaje de las fieras y hasta podía conversar con ellas.
En una ocasión en que el ermitaño descansaba debajo de un árbol, se cobijaron allí, para pasar la noche, un cuervo, un palomo, un ciervo y una serpiente. A falta de otra cosa para hacer y con el fin de pasar el rato, empezaron a discutir sobre el origen del mal.
- El mal procede del hambre -declaró el cuervo, que fue el primero en abordar el tema-.
Cuando uno come hasta hartarse, se posa en una rama, grazna todo lo que le viene en gana y las cosas se le antojan de color de rosa. Pero, amigos, si durante días no se prueba bocado, cambia la situación y ya no parece tan divertida ni tan hermosa la naturaleza. ¡Qué desasosiego! ¡Qué intranquilidad siente uno! Es imposible tener un momento de descanso. Y si vislumbro un buen pedazo de carne, me abalanzo sobre él, ciegamente. Ni palos ni piedras, ni lobos enfurecidos serían capaces de hacerme soltar la presa. ¡Cuántos perecemos como víctimas del hambre! No cabe duda de que el hambre es el origen del mal.
El palomo se creyó obligado a intervenir, apenas el cuervo hubo cerrado el pico.
- Opino que el mal no proviene del hambre, sino del amor. Si viviéramos solos, sin hembras, sobrellevaríamos las penas. Más ¡ay!, vivimos en pareja y amamos tanto a nuestra compañera que no hallamos un minuto de sosiego, siempre pensando en ella "¿Habrá comido?", nos preguntamos. "¿Tendrá bastante abrigo?" Y cuando se aleja un poco de nuestro lado, nos sentimos como perdidos y nos tortura la idea de que un gavilán la haya despedazado o de que el hombre la haya hecho prisionera. Empezamos a buscarla por doquier, con loco afán; y, a veces, corremos hacia la muerte, pereciendo entre las garras de las aves de rapiña o en las mallas de una red. Y si la compañera desaparece, uno no come ni bebe; no hace más que buscarla y llorar. ¡Cuántos mueren así entre nosotros! Ya veis que todo el mal proviene del amor, y no del hambre.
- No; el mal no viene ni del hambre ni del amor -arguyó la serpiente-. El mal viene de la ira. Si viviésemos tranquilos, si no buscásemos polémica, entonces todo iría bien. Pero, cuando algo se arregla de modo distinto a como quisiéramos, nos enfadamos y todo nos ofusca. Sólo pensamos en una cosa: descargar nuestra ira en el primero que encontramos. Entonces, como locos, lanzamos silbidos y nos retorcemos, tratando de morder a alguien. En esos momentos, no se tiene piedad de nadie; mordería uno a su propio padre; podríamos comernos a nosotros mismos; y la ira acaba por perdernos. Sin duda alguna, todo el mal viene de la ira.
El ciervo no fue de este parecer.
- No; no es de la ira ni del amor ni del hambre de donde procede el mal, sino del miedo.
Si fuera posible no sentir miedo, todo marcharía bien. Nuestras patas son ligeras para la carrera y nuestro cuerpo vigoroso. Podemos defendernos de un animal pequeño, con nuestros cuernos, y la huida nos preserva de los grandes. Pero es imposible no sentir miedo. Apenas cruje una rama en el bosque o se mueve una hoja, temblamos de terror. El corazón palpita, como si fuera a salirse del pecho, y echamos a correr. Otras veces, una liebre que pasa, un pájaro que agita las alas o una ramita que cae, nos hace creer que nos persigue una fiera; y salimos disparados, tal vez hacia el lugar del peligro. A veces, para esquivar a un perro, vamos a dar con el cazador; otras, enloquecidos de pánico, corremos sin rumbo y caemos por un precipicio, donde nos espera la muerte. Dormimos preparados para echar a correr; siempre estamos alerta, siempre llenos de terror. No hay modo de disfrutar de un poco de tranquilidad. De ahí deduzco que el origen del mal está en el miedo.
Finalmente intervino el ermitaño y dijo lo siguiente:
- No es el hambre, el amor, la ira ni el miedo, la fuente de nuestros males, sino nuestra propia naturaleza. Ella es la que engendra el hambre, el amor, la ira y el miedo.

domingo, 22 de abril de 2018

Salmo 22: El Señor es mi Pastor

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
Tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos;
me unges con perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor por años sin término.


El buen pastor

Érase una vez un pueblo de montaña en el que había muchos pastores. Cada pastor se había especializado en un tipo diferente de ovejas. Un pastor las tenía con lana muy larga que les llegaba hasta el suelo. Otro las tenía de lana muy corta. Un pastor tenía ovejas de lana negra, otro de una lana blanquísima. Pero entre tanto pastor había uno que destacaba entre los demás.
Era un pastor muy peculiar y su rebaño era, como él, muy peculiar. Ninguna oveja era igual que otra. Siempre le había gustado tener ovejas de raza diferentes: blancas, negras, marrones, de lana corta, de lana larga...  ninguna era igual a otra. Todas eran diferentes entre si.
En el pueblo siempre pensaron que era un pastor muy raro, incluso algunos pensaban que estaba un poco trastornado. Tener ovejas de diferentes razas, mezcladas, no era bueno para la producción de leche, ni para la crianza de corderos, ni para la obtención de lana. Daba mucho trabajo, cada una con su carácter, sus hábitos...
Pero a este pastor lo que le gustaba era tener las ovejas cuanto más variadas mejor. Era un rebaño muy especial.
Y sus ovejas eran las ovejas más satisfechas de la comarca porque su pastor era el mejor que podían tener. Siempre estaba pendiente de ellas. Siempre las llevaba a los mejores pastos con la hierba más fresca y a las aguas más puras. Incluso algunos días llevaba a su rebaño a un prado en el que podían encontrar fresas y frambuesas para comer. Dedicaba toda su vida y energía por ellas. Y las ovejas lo miraban con admiración porque sabían que no había un pastor mejor que el suyo.
Un día soleado abrió la puerta del redil para ir a comer como todos los días. Conocía a cada oveja por su nombre y según iban saliendo alegres él las iba llamando por su nombre: Felipita, Juanita, Francisquita, Pamelita...
Pasaron todo el día en un prado estupendo, con mucha sombra donde descansar, un arroyo cristalino donde beber y tierna hierba para rumiar. Al caer la tarde dijo el buen pastor:
- Es hora de volver a casa a dormir.
Todas le siguieron alegres. Al llegar al redil, como todos los días, el buen pastor fue contando las ovejas mientras las llamaba por su nombre:
Francisquita, Margarita, Rostrito... ¡pero  y la más pequeña!, exclamó el pastor
El buen pastor se dio cuenta que faltaba la más pequeña y sin pensarlo dos veces cogió un farol, su cayado y salió en busca de su ovejita. Mucha gente le vio salir corriendo del pueblo y muchos le decían:
- ¡Deja a esa oveja pequeña. No merece la pena. Esa oveja no sirve para nada, es muy pequeña!, le gritaban.
El no hizo caso a nadie. Sólo quería recuperar a su oveja querida.
La ovejita como era muy golosa se había quedado comiendo unas moras de un zarzal que encontró por el camino. Y por querer comer más y más moras su lana quedó enganchada en los espinos de la zarza. Una y otra vez intentaba tirar fuerte para soltarse, pero no lo conseguía. Se iba haciendo de noche y se acercaba la hora en la que el lobo salía a cazar.
Y así fue. El lobo enseguida olió en el ambiente que había una oveja que podía ser su cena. La ovejita tiraba cada vez más fuerte para liberarse de la zarza. Por fin lo consiguió y empezó a correr lo más rápido que pudo de camino a su redil. El lobo no podía dejar pasar esta oportunidad de comer una oveja tan tierna y corría detrás de ella.
Estaba a punto de alcanzarla. Estaba tan cerca que la oveja oía su jadeo. La oveja estaba a punto de desfallecer. Daba por terminados sus días felices junto a sus compañeras de rebaño y a aquel pastor incomparable.
De repente en la última curva del camino y de su, por ahora, vida, la oveja se dio de morros con el cayado de su querido pastor. El lobo que ya tenía algo de lana entre los dientes salió huyendo hacia otro lado.
El pastor la cogió en brazos acariciándola hasta que empezó a respirar con normalidad después de semejante susto. Le dio agua y poco a poco caminaron hasta el redil.
Allí sentado en un banco la cepilló y la dejó descansar.
Todo esto se supo en el pueblo y para sorpresa de todos, nuestro pastor siempre decía lo mismo, algo que poca gente entendía:
- Nunca dejaré a ninguna oveja abandonada. Pase lo que pase ellas saben que siempre estaré a su lado.