sábado, 21 de noviembre de 2020

En la Presentación de la Virgen

Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra,
fuiste presentada en el templo por tus padres san Joaquín y Santa Ana,
te presentamos a nuestros niños, que Dios nos ha dado;
los ha confiado a nuestro cuidado y protección,
como os confió a José y a ti al Niño Jesús.
Nuestros niños, por el Sacramento del Bautismo, se han hecho hijos de Dios,
hermanos de Cristo, miembros vivos de su Iglesia
y templos del Espíritu Santo.
Te los consagramos con todo nuestro corazón,
y los entregamos confiadamente a tu ternura y vigilancia maternal.
Que, por tu poderosa intercesión,
Dios los proteja en su alma y en su cuerpo,
y los preserve de todos los males.
Ayuda a todos los padres, a cumplir fielmente sus obligaciones con ellos,
así como el compromiso que contrajeron delante de Dios.
Que con su palabra, y especialmente con su ejemplo
les enseñen a creer y practicar las verdades de la fe,
el amor al prójimo y el cumplimiento de la ley de Dios.
Virgen María, en ti confiamos. Ayúdanos.

El árbol de los problemas

El carpintero que había contratado para que me ayudara a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro día de trabajo: su sierra eléctrica se estropeó y le hizo perder una hora de trabajo; al finalizar la jornada, su viejo camión se negó a arrancar. Me ofrecí a llevarlo a su casa. Todo el camino estuvo en silencio, con claros signos de preocupación.
Cuando llegamos, me invitó a conocer a su familia y, antes de llegar a la puerta, se detuvo frente a un pequeño árbol y tocó las ramas con las manos.
Cuando abrió la puerta, su cara se transformó y dibujó una gran sonrisa. Abrazó a sus dos hijos pequeños y le dio un beso a su esposa.
Al marcharme, me acompañó hasta el coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté por qué había tocado sus ramas.
— ¡Oh!, es mi árbol de los problemas -contestó-. Es inevitable tener problemas en el trabajo, pero esos problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que, simplemente, los cuelgo en el árbol, cada noche, cuando llego a casa. Luego, a la mañana siguiente, los recojo otra vez. Lo bueno es -dijo sonriendo- que siempre hay menos de los que colgué la noche anterior.

jueves, 19 de noviembre de 2020

Déjame ir contigo, Señor

                    Javi Montes SJ.

Señor, déjame ir contigo
sólo quiero caminar detrás, pisar donde pisas
mezclarme entre tus amigos.
Recorrer esas aldeas que habitan los olvidados
los que no recuerda nadie y ver como los recuperas.
Quiero escuchar tu palabra, simple y preñada de Dios,
que aunque a muchos incomode, a tanta gente nos sana.
Quiero sentarme a tu mesa, comer del pan compartido
que con tus manos repartes a todos los que se acercan.
Y un día tocar tu manto, como aquella pobre mujer
suave, sin que tú lo notes, arrancarte algún milagro.
Esa que todos marginan, se atreve a abrazar tus pies
y derrama su perfume, porque en ti se ve querida.
Que de tanto ir junto a ti pueda conocerte más,
tú seas mi único amor y te siga hasta morir.

Tú vales mucho

Un padre le dijo a su hija "Te graduaste con matrícula de honor, quiero regalarte este coche que compré hace muchos años. Es viejo, pero antes de dártelo quiero que vayas a un lugar de venta de coches usados y digas que se lo quieres vender a ver cuánto te ofrecen.
La hija así lo hizo y regresó a su padre y le dijo me ofrecieron 1000 € porque esta desgastado.
Su padre dijo, "Ok ahora llévalo a una casa de empeño."
La hija fue a una casa de empeño y regresó a su padre y le dijo, "La casa de empeño me ofreció 100 € porque es muy viejo.
Su padre le pidió que lo llevara a un club de coches clásicos , y cuando ella regresó le dijo, "Algunas personas en el Club ofrecieron 100,000 €, ya que es un Nissan Skyline R34, un coche icónico y buscado por muchos.
Su padre le dijo, "El lugar correcto te valora de la manera correcta.”

Si a ti no te valoran no te sientas mal, solo significa que, tal vez, no estás en el lugar correcto. Los que te conocen son los que te valoran.
Nunca te quedes en un lugar donde nadie ve tu valor. Y nunca te adaptes a lo que no te hace feliz!!! 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Ilumina, Señor

             Marcos Alemán sj

Ilumina nuestras sombras para llevar tu luz.
Ilumina nuestras sonrisas para abrazar tu Vida sin fin.
Ilumina nuestras impotencias para fortalecernos en tu amor.
Ilumina nuestro andar, para crecer en la entrega.
Ilumina nuestras palabras para no tener miedo a tus silencios.
Ilumina nuestras lágrimas para seguir sembrando.
Ilumina nuestros errores para aprender de Ti.
Ilumina nuestra oración para no ser sordos a tu llamada.
Ilumina nuestro latir para no perder el ritmo del Reino.
Ilumina nuestras necesidades para animarnos a vivir más allá de ellas
Ilumina nuestro amor para que sea incondicional y hasta el extremo como el tuyo.
Ilumina nuestro soñar para despertar contigo.
Ilumina nuestra música para cantar con los demás
Ilumina nuestras heridas para regarlas desde tu manantial.
Ilumina nuestros carismas y nuestras espiritualidades, para que sean plenitud de vida.
ilumina nuestras distancias para construir nuevas cercanías.
Ilumina nuestra Eucaristía, para hacerla en memoria tuya.
Ilumina nuestra paz, que es la Tuya.

El faro

Un faro, estratégicamente colocado en lo alto de las rocas de la playa, servía de guía a los barcos para entrar en el puerto sin chocar contra las rocas.
En cierta ocasión el encargado de encenderlo cayó enfermo y un sustituto se encargó de su funcionamiento temporalmente.
Un día estalló una poderosa tormenta y la arena, las ramas y todo tipo de objetos volaban alrededor del faro llevados por el viento.
El encargado temporal del faro cogió una lona grande y tapó la linterna para protegerla contra la tormenta.
Aquella noche un barco chocó contra las rocas y se hundió.

martes, 17 de noviembre de 2020

Talentos

        José Mª Rodríguez Olaizola

Si el pintor entierra sus pinceles, y la bailarina sus zapatillas.
Si el cantor se calla, y el sabio olvida.
Si se apaga el fuego. Si muere el viento.
Si se seca el pozo. Si el novelista deja de imaginar.
y el fotógrafo cierra los ojos… ¿Quién dibujará las olas?
¿Quién trazará, con su cuerpo, siluetas imposibles?
Nadie cantará.
Se disipará la memoria, maestra de niños y roca de ancianos.
Huirá el calor de la piel, y del alma.
Se detendrá el molino.
Se extenderá la sed por el mundo.
Los pobladores de relatos eternos no llegarán a nacer.
Nadie apresará la magia fugaz de un instante.
¡No bajes los brazos! ¡No entierres el talento
en la tierra amarga de la inseguridad y el desaliento!
¿Cuándo descubrirás la grandeza que hay en tus manos,
el poder que hay en tus sueños?

Los anteojos de Dios

                         Mamerto Menapace

El cuento trata de un difunto. Ánima bendita, camino del cielo donde esperaba encontrarse con Tata Dios para el juicio sin trampas y a verdad desnuda. Y no era para menos, porque en la conciencia a más de llevar muchas cosas negras, tenía muy pocas positivas que hacer valer. Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos del alma unos pocos recibos "Que Dios se lo pague", medio arrugados y amarillentos de tan viejos. Fuera de eso, bien poco más. Pertenecía a los ladrones de levita y galera, de quienes comentó un poeta: "No dijo malas palabras, ni realizó cosas buenas".
Parece que en el cielo las primeras se perdonan y las segundas se exigen. Todo esto ahora lo veía clarito. Pero ya era tarde. La cercanía del juicio de Tata Dios lo tenía a muy mal traer.
Se acercó despacito a la entrada principal, y se extrañó mucho al ver que allí no había que hacer cola. O bien no había demasiados clientes o quizá los trámites se realizaban sin complicaciones.
Quedó realmente desconcertado cuando se percató no sólo de que no se hacía cola sino que las puertas estaban abiertas de par en par, y además no había nadie para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó el Ave María Purísima. Pero nadie le respondió. Miró hacia adentro, y quedó maravillado de la cantidad de cosas lindas que se distinguían. Pero no vio a ninguno. Ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosidad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada. Se encontró perfectamente dentro del paraíso sin que nadie se lo impidiera.
— ¡Caramba -se dijo- parece que aquí deben ser todos gente muy honrada! ¡Mira que dejar todo abierto y sin guardia que vigile!
Poco a poco fue perdiendo el miedo, y fascinado por lo que veía se fue adentrando por los patios de la Gloria Celestial. Realmente una preciosura. Era para pasarse allí una eternidad mirando, porque a cada momento uno descubría realidades asombrosas y bellas.
De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala se fue internando en las mansiones celestiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina de Tata Dios. Por supuesto, estaba abierta también de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en la sala ocupada en su centro por el escritorio de Tata Dios. Y sobre el escritorio estaban sus anteojos. Nuestro amigo no pudo resistir la tentación -santa tentación al fin- de echar una miradita hacia la tierra con los anteojos de Tata Dios. Y fue ponérselos y caer en éxtasis. ¡Que maravilla! Se veía todo clarito y patente. Con esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Pudo mirar lo profundo de las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los economistas, las tentaciones de las gentes de Iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente a los anteojos de Dios, como afirma la Biblia.
Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de localizar a su socio de negocios para observarlo desde esta situación privilegiada. No le resultó difícil conseguirlo. Pero lo agarró en un mal momento. En ese preciso instante su colega estaba estafando a una pobre mujer viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria “per sécula seculorum”. (En el cielo todavía se entiende latín). Y al ver con meridiana claridad la cochinada que su socio estaba por realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la tierra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente este deseo de hacer justicia, que sin pensar en otra cosa, buscó a tientas debajo de la mesa el reposapies de Tata Dios, y lo lanzó a la tierra con una tremenda puntería. El banquito le pegó un formidable golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.
En ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía. Era Tata Dios que retornaba con sus angelitos, sus santas vírgenes, confesores y mártires, después de un día de picnic realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta por los poros del alma, haciendo una batahola celestial.
Nuestro amigo se sobresaltó. Como era pura alma, el alma no se le fue a los pies, sino que se trató de esconder detrás del armario de las indulgencias. Pero ustedes comprenderán que la cosa no le sirvió de nada. Porque a los ojos de Dios todo está patente. Así que fue entrar y llamarlo a su presencia. Pero Dios no estaba irritado. Gozaba de muy buen humor, como siempre. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo.

La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria, porque estando la puerta abierta nadie la había respondido y él quería pedir permiso, pero no sabía a quién.

— No, no -le dijo Tata Dios- no te pregunto eso. Todo está muy bien. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito donde apoyo los pies.
Reconfortado por la misericordiosa manera de ser de Tata Dios, el pobre tipo le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y encima los anteojos, y no había resistido la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento.
— No, no -volvió a decirle Tata Dios- Todo eso está muy bien. No hay nada que perdonar. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies?
Ahora sí el ánima bendita se encontró confiada del todo. Le contó a Tata Dios en forma apasionada que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia y que le había subido al alma un gran deseo de justicia, y sin pensar en nada había lanzado el banquito.
— ¡Ah, no! -volvió a decirle Tata Dios-. Ahí te equivocaste. No te diste cuenta de que si bien te habías puesto mis anteojos, te faltaba tener mi corazón. Imagínate que si yo cada vez que veo una injusticia en la tierra les tirara un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No m’hijo. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de salvar.
— Vuélvete ahora a la tierra. Y en penitencia, durante cinco años reza todos los días esta jaculatoria: "Jesús, manso y humilde de corazón dame un corazón semejante al tuyo".
Y el hombre se despertó todo sudoroso, observando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajaritos.
Hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia.