viernes, 29 de septiembre de 2017

Preces de Laudes

Adoremos, hermanos, al Señor,
a quien proclaman los ángeles a una voz, y digámosle con gozo:
Bendecid al Señor, todos sus ángeles.
Tú, Señor, que has dado órdenes a tus ángeles 
para que nos guarden en nuestros caminos,
condúcenos hoy por tus sendas  
y no permitas que caigamos en el pecado. 
Haz que te busquemos a ti en todo lo que hagamos
y seamos así semejantes a los ángeles 
que están viendo siempre tu rostro.
Concédenos, Señor, la pureza del alma 
y la castidad del cuerpo,
para que seamos como tus ángeles en el cielo.
Manda, Señor, en ayuda de tu pueblo
al gran arcángel Miguel,
para que nos sintamos protegidos 
en nuestras luchas contra Satanás y sus ángeles.

Búmeran

Manuel y su mamá vivían en el bosque, en una hermosa y confortable cabaña. Cierto día, el muchacho caminaba solo por un sendero mientras, distraído, creyó escuchar la voz de un niño que hablaba a lo lejos. Entonces Manuel le gritó:
– ¡Hola! ¡Hola!.
Y la voz le respondió:
– ¡Hola! ¡Hola!.
Sin saber que se trataba del eco de su propia voz y convencido de que ese niño había querido burlarse de él, continuó diciendo toda clase de palabrotas que, por supuesto, eran respondidas, al instante, del mismo modo.
Al regresar a su casa, muy molesto, le contó a su madre todo lo sucedido en el sendero, cómo ese niño se había burlado de él y las cosas horribles que le había dicho.
La madre enseguida comprendió de qué se trataba y le aconsejó a Manuel:
- Mira, hijo, después de comer, vuelve al mismo sitio y comienza a decir toda clase de palabras bondadosas y halagadoras a ese niño del sendero y espera a ver de qué modo te responde.
Siguiendo el consejo de su madre, el niño salió hacia el lugar y realizó, paso a paso, lo que su mamá le había dicho. Al instante, una sonrisa se dibujó en su rostro porque encontró que sus palabras bondadosas eran respondidas del mismo modo.

jueves, 28 de septiembre de 2017

A Jesús de Nazaret

Jesús: Maestro entre los discípulos, amigo, entre los amigos,
Dios, entre los hombres.
Como los doce, estamos en oración puestos nuestros ojos en Ti, 
y te suplicamos que prepares nuestra tierra, 
renueves los surcos de nuestro corazón, 
dejes caer tu lluvia sobre nuestra sequía, 
apartes las piedras y las durezas pesadas del camino.
Haznos: tierra permeable, mullida y abierta a tu voluntad, 
donde pueda brotar la esperanza,
donde se pueda recoger alegría,
donde pueda detenerse el viajero, cansado de la vida,
el que busca, el que desespera…
el joven que empieza a vivir y el niño indefenso.
Te lo pedimos unidos, entre nosotras y con María.
Te lo pedimos unidos a Ti, porque sólo así podemos encontrar la vida.  

Carrera de ranas

Era una vez una carrera de ranitas… El objetivo era alcanzar lo alto de un gran arbusto. Había en el lugar una gran multitud de espectadores. Mucha gente para apoyar y gritar por ellas…
Y comenzó la competición. Como los espectadores no creían que las ranitas de verdad pudieran alcanzar lo alto de aquel arbusto, lo que más se oía decir era:
– ¡Qué pena! Esas ranitas no lo van a lograr… No van a poder…
Y las ranitas comenzaron a desistir. Pero había una que persistía y continuaba la subida en busca del logro. La multitud continuaba gritando:
– ¡Qué pena! No lo van a conseguir. Pobres, no van a poder…
Las ranitas seguían desistiendo una a una, menos aquella que continuaba tranquila cada vez más segura. Al final de la competición, todas desistieron, menos ella… La curiosidad se apoderó de todos, querían saber lo que había ocurrido.
Cuando fueron a preguntarle a la ranita cómo lo había conseguido, cómo había logrado hacer la prueba, descubrieron… ¡que la ranita era sorda!

Hay personas que son negativas y derrumban los deseos y las esperanzas de tu corazón. Recuerda que hay poder en nuestras palabras, por eso procura siempre ser positivo. Hazte el sordo cuando alguien te dice que no vas a poder ser capaz de alcanzar tu sueño. Una palabra de aliento para alguien que está pasando un mal momento puede reanimarlo y ayudarlo a seguir adelante. Una palabra destructiva puede ser lo único que se necesita para hundirlo.
Seamos cuidadosos con lo que decimos. Que tu boca siempre tenga una palabra de aliento con aquellos que se cruzan en tu camino.

martes, 26 de septiembre de 2017

Enséñame

Señor: enséñame a ver detrás de cada palabra, de cada hermano, 
alguien que se esconde, que posee la misma profundidad o mayor que la mía, 
con sus sufrimientos y sus alegrías, 
alguien que tiene vergüenza, a veces, de mostrarse tal cual es: 
que no le gusta mostrarse ante los demás por timidez 
o porque...quizá lo que mostró una vez fue lo mismo que nada.
Señor: hazme descubrir detrás de cada rostro en el fondo de cada mirada, 
un hermano, semejante a Ti y, al mismo tiempo, 
completamente distinto de todos los otros.
Quiero, Señor, tratar a cada uno a su manera, 
como Tú lo hiciste con la Samaritana, con Nicodemo, con Pedro...
como lo haces conmigo.
Quiero empezar hoy mismo a comprender a cada uno en su mundo, 
con sus ideales, con sus virtudes y debilidades, 
también, ¿por qué no?... ¡con sus “manías”!
Ilumíname para comprender a los tienen autoridad sobre mí.
Ayúdame, Señor, a ver a todos como Tú los ves, 
a valorarlos no sólo por su inteligencia, su fortuna o sus talentos, 
sino por la capacidad de amor y entrega que hay en ellos.
¡Que en el “otro” te vea a Ti, Señor!
Señor, que te vea detrás de cada rostro.

La mariposa azul

Había un viudo que vivía con sus dos hijas curiosas e inteligentes. Las niñas siempre hacían muchas preguntas. A algunas de ellas él sabía responder, a otras no. Como pretendía ofrecerles la mejor educación, envió a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina. El sabio siempre respondía a todas las preguntas sin ni siquiera dudar. Impacientes con el sabio, las niñas decidieron inventar una pregunta que él no supiera responder. Entonces, una de ellas apareció con una linda mariposa azul que usaría para engañar al sabio.
– ¿Qué vas a hacer? –preguntó la hermana.
– Voy a esconder la mariposa entre mis manos y preguntaré al sabio si está viva o muerta. Si él dijese que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la aplastaré. Y así cualquiera que sea su respuesta, ¡será una respuesta equivocada!
Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio, que estaba meditando.
- “Tengo aquí una mariposa azul. Dígame, sabio, ¿está viva o muerta?
Muy calmadamente, el sabio sonrió y respondió:
- “Depende de ti… Ella está en tus manos”.

Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. Nosotros somos los responsables por aquello que conquistamos o no conquistamos. Nuestra vida está en nuestras manos, como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Id y anunciad el Evangelio

Id y anunciad el evangelio... 
porque si gratis lo has recibido, gratis lo debes dar.
Id y anunciad el evangelio... porque sus palabras son palabras de vida.
Id y anunciad el evangelio... porque Dios te habla a través de la Palabra.
Id y anunciad el evangelio... porque nunca se debe ocultar.
Id y anunciad el evangelio... 
porque lo que es bueno para ti, con otros lo tienes que compartir.
Id y anunciad el evangelio... porque Dios te necesita.
Id y anunciad el evangelio... y yo estaré contigo hasta el final de los tiempos. 
Porque sin mí no puedes hacer nada;
porque de mí te vendrá la fuerza para anunciarlo; 
porque tú solo no eres nada, pero conmigo lo eres todo.
Confía, confía en mí... Tú eres mi mensajero... Confía, confía.

Las manos de tu padre

Un joven fue a solicitar un puesto importante en una empresa grande. Pasó la entrevista inicial e iba a conocer al director para la entrevista final. El director vio su curriculum, era excelente. Y le preguntó:
- ¿Has recibido alguna beca en la escuela?
El joven respondió “no”. 
- ¿Fue tu padre quien pagó tus estudios? 
-“Si.” -respondió. 
- ¿Dónde trabaja tu padre? 
- Mi padre hace trabajos de herrería.
El director pidió al joven que le mostrara sus manos. El joven mostró un par de manos suaves y perfectas. 
- ¿Alguna vez has ayudado a tu padre en su trabajo?
- Nunca, mis padres siempre quisieron que estudiara y leyera más libros. Además, él puede hacer esas tareas mejor que yo. 
El director dijo: 
- Tengo una petición: cuando vayas a casa hoy, ve y lava las manos de tu padre, y luego ven a verme mañana por la mañana.
El joven sintió que su oportunidad de conseguir el trabajo era alta. Cuando regresó a su casa le pidió a su padre que le permitiera lavar sus manos. Su padre se extrañó, feliz, pero confuso, mostró sus manos a su hijo. El joven lavó las manos poco a poco. Era la primera vez que se daba cuenta de que las manos de su padre estaban arrugadas y tenían tantas cicatrices. Algunos hematomas eran tan dolorosos que su piel se estremeció cuando él la tocó.
Esta fue la primera vez que el joven se dio cuenta de lo que significaban este par de manos que trabajaban todos los días para poder pagar su estudio. Los moratones en las manos eran el precio que tuvo que pagar por su educación, sus actividades de la escuela y su futuro. Después de limpiar las manos de su padre, el joven se puso en silencio a ordenar y limpiar el taller. Esa noche, padre e hijo hablaron durante un largo tiempo.
A la mañana siguiente, el joven fue a la oficina del director. El director se dio cuenta de las lágrimas en los ojos del joven cuando le preguntó: 
- ¿Puedes decirme qué has hecho y aprendido ayer en tu casa?
El joven respondió: 
- Lavé las manos de mi padre y también terminé de limpiar y ordenar su taller. Ahora sé lo que es apreciar, reconocer. Sin mis padres, yo no sería quien soy hoy. Al ayudar a mi padre ahora me doy cuenta de lo difícil y duro que es conseguir hacer algo por mi cuenta. He llegado a apreciar la importancia y el valor de ayudar a la familia.
El director dijo:
- Esto es lo que yo busco en mi gente. Quiero contratar a una persona que pueda apreciar la ayuda de los demás, una persona que conoce los sufrimientos de los demás para hacer las cosas, y una persona que no ponga el dinero como su única meta en la vida. Estás contratado.

domingo, 24 de septiembre de 2017

Sales a buscarnos, Señor

Florentino Ulibarri

Saliste, Señor, en la madrugada de la historia
a buscar obreros para tu viña.
Y dejaste la plaza vacía –sin paro–,
ofreciendo a todos trabajo y vida
–salario, dignidad y justicia–.
Saliste a media mañana, saliste a mediodía,
y a primera hora de la tarde
volviste a recorrerla entera.
Saliste, por fin, cuando el sol declinaba,
y a los que nadie había contratado
te los llevaste a tu viña,
porque se te revolvieron las entrañas
viendo tanto trabajo en tu hacienda,
viendo a tantos parados que querían trabajo
-salario, dignidad, justicia-
y estaban condenados todo el día a no hacer nada.
Al anochecer cumpliste tu palabra.
A todos diste salario digno y justo,
según el corazón y las necesidades te dictaban.
Quienes menos se lo esperaban
fueron los primeros en ver sus manos llenas;
y, aunque algunos murmuraron,
no cambiaste tu política evangélica.
Señor, sé, como siempre, justo y generoso,
compasivo y rico en misericordia,
enemigo de prejuicios y clases,
y espléndido en tus dones.
Gracias por darme trabajo y vida,
dignidad y justicia a tu manera..., no a la mía.

San Pedro y Dimas, el buen ladrón

Cuentan que San Pedro y Dimas, el buen ladrón, -ambos murieron crucificados- fueron al cielo y los dos vivían en la misma calle, situación que molestaba mucho a San Pedro.
Un día que Dios pasaba por allí, San Pedro se atrevió a increpar a Dios.
- “Sabes que Dimas y yo vivimos en la misma calle, en casas parecidas, y tienes que saber que yo dejé todo para seguirte: barca, redes, esposa e hijos y morí crucificado en Roma. Este Dimas no fue cristiano ni diez minutos. No entiendo por qué lo tratas como a mí”, le espetó San Pedro.
Dios le contestó: 
- “Pedro, olvídame. Tu barca se caía a pedazos, tus redes estaban llenas de agujeros, tu mujer era un fastidio y la querías muy lejos, tus hijos eran unos rebeldes que te daban muchos quebraderos de cabeza… No me cuentes esas historias, “yo más santo y cumplidor que…” porque te conozco muy bien.

Sí, Pedro, el de la primera hora, y Dimas, el de la última hora, sin merecerlo, ambos recibieron la misma paga, el don de la salvación. Seguro que Dimas lo ha entendido, ¿lo habrá entendido también San Pedro? ¿Cuántos «san Pedros» sigue habiendo hoy en la vida cristiana?