sábado, 2 de septiembre de 2017

Oración del deportista

Antonio Díaz Tortajada

Padre nuestro que estás en el cielo y en cada rincón de la tierra
Te reconocemos el Grande en el cielo y en la tierra
por todos los valores humanos presentes en el deporte.
Te bendecimos por todos los deportistas,
por sus familias y por quienes les apoyan.
Ayúdales a sacar el mayor bien de su talento y espíritu de equipo.
Padre nuestro que miras por igual a todos tus hijos,
que no nos aislemos en nuestro egoísmo.
Queremos realzar tu nombre viviendo deportivamente tu mensaje,
con limpieza de corazón, sed de justicia, misericordia y de paz.
Que no usemos nunca la violencia o los puños para ganar.
Venga a nosotros tu reino que se nos da en el juego
que nos permite divertirnos y crecer física y espiritualmente.
Venga a nosotros tu Reino si de verdad Dios es nuestro rey,
el de la paz y el del amor y trabajamos para que Él reine en el estadio.
Aleja de nosotros la violencia, mentira, la trampa y la traición.
Hágase tu voluntad siempre y en todas partes,
que tus deseos no sean obstaculizados por la trampa y el cartón.
Danos el pan que esté amasado con inteligencia y voluntad.
Aleja de nosotros el pan de la cizaña que siembra envidia y división.
No nos dejes caer en la tentación de almacenar lo que nos diste,
de acumular lo que otros necesitan, de mirar con recelo al de enfrente.
Ayúdanos a eliminar la intolerancia
y a construir un mundo más fraterno y solidario;
un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida
y que eduque para el esfuerzo, el respeto y la colaboración.
Que estemos dispuestos, siempre y en todo lugar, a pedir perdón
Y que nuestra mirada siempre esté en el triunfo definitivo 
donde fundamos nuestra esperanza. Amén.

El saco de pulgas

Cuenta la leyenda que el brujo Perrón y el mago Chuchín tenían una de las mejores colecciones de pulgas del mundo, las más listas, saltarinas y fuertes, utilísimas para cualquier hechizo. Llevaban siempre no menos de mil pulgas cada uno, bien guardadas en sus sacos de cristal, para que todos pudieran apreciar sus cualidades.
En cierta ocasión, el brujo y el mago coincidieron en el bosque, y entre charlas y bromas se hizo tan tarde que tuvieron que acampar allí mismo.
Mientras dormían, el mago Cuchín estornudó tan fuerte y mágicamente, que miles de ardientes chispitas escaparon de su nariz, con tal mala suerte que una de ellas llegó a incendiar las hojas sobre las que el brujo y el mago habian dejado sus pulgas. Como los hechiceros seguían dormidos y el fuego se iba extendiendo las pulgas empezaron a ponerse nerviosas. Todas eran tremendamente listas y fuertes, así que cada una encontró una forma de escapar del fuego, y saltaba con fuerza para conseguirlo. Sin embargo, como saltaban en diferentes direcciones, los sacos seguían en su sitio ye el fuego amenazaba con acabar con ellas. Entonces, una de las pulgas del mago vio a todas las pulgas saltando en su saco sin ningún control, y se dio cuenta de que nunca se salvarían asi. Y dejando de saltar, reunió a un grupo de pulgas y las convenció para saltar todas juntas.
El grupito empezó a saltar conjuntamente, y el resto de pulgas de su mismo saco no tardó en comprender que saltando juntas sería más fácil escapar del fuego, así que al poco todas las pulgas saltaban juntas en la misma dirección Las pulgas del saco del brujo, al verlo, hicieron lo mismo, y balancearon tanto los sacos de cristal que llegaron a chocar el uno contra el otro y se rompieron en mil pedazos, dejando las pulgas libres para escapar del fuego.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Procuraré Señor


Procuraré, Señor, en mis momentos de angustia y amargura, recordar tu nombre y alabarlo por ponerme a prueba.
Procuraré, Señor, a la hora de pedirte, tener más fe que el día anterior.
Procuraré, Señor, al encontrarme en crisis, pedirte de la mejor forma la luz para encontrar la solución.
Procuraré, Señor, recordar que en el desaliento, Tú eres el consuelo y el impulso para seguir viviendo en medio de injusticias, y sinsabores.
Procuraré, Señor, la relación en comunidad con mis semejantes.
Procuraré, Señor, dar amor en vez de odio, ayudar y no hundir, tender la mano y no empujar.
Procuraré, Señor, perdonar y no juzgar, la caridad y no la avaricia.
Procuraré, Señor, la amistad a la enemistad, la unión y no la desunión.
Procuraré, Señor, la paz y no la guerra.
Procuraré, Señor, en los momentos más controversiales, tener paciencia y esperanza.
Procuraré, Señor, alentar a los demás y no desalentarlos.
Procuraré, Señor, ser humilde como tu hijo y aceptar con fortaleza tu voluntad.
Perdón, Señor, por todas las faltas cometidas a mis semejantes, a la naturaleza y contra mí.
Gracias padre por la vida. Amén.

El Soldado que vuelve a casa

Esta es la historia de un soldado que por fin regresaba a casa después de haber combatido en Vietnam.
Llamó a sus padres desde San Francisco:
- Papá, soy yo por fin he vuelto, pero quiero pedirles un favor me gustaría llevar a un amigo a casa.
- Seguro. (Le respondieron). Nos encantaría conocerlo.
- Hay algo que deben saber. Él ha sido fuertemente herido en un combate, tropezó con una mina y perdió un brazo y una pierna, no tiene a donde ir, quiero que vaya a vivir con nosotros.
- Haaa, nos duele oír eso hijo, posiblemente podemos ayudarle a encontrar donde pueda vivir.
- No papá, no me has entendido, quiero que viva con nosotros.
- Hijo, no sabes lo que estas pidiendo, alguien con un problema así podría ser un terrible estorbo para nosotros, tenemos que vivir nuestras vidas no podemos permitir que algo como eso interfiera con ellas, ahora que has vuelto. Yo creo que debes venir a casa y olvidar a ese joven, ya encontrará la forma de salir adelante.
El hijo colgó el teléfono, los padres no volvieron a saber nada de él, sin embargo algunos unos días después recibieron una llamada de la policía de San Francisco.
Su hijo había muerto al caer de un edificio, la policía concluyó que se trataba de un suicidio.
Los sorprendidos y asustados padres acudieron a San Francisco y fueron conducidos al depósito para identificarlo.
Efectivamente, era su hijo, pero para su horror descubrieron algo que no sabían. Su querido hijo sólo tenía un brazo y una pierna.

miércoles, 30 de agosto de 2017

La buena gente

José María R. Olaizola sj

No te sonríen con blancura dentrífica,
o desde las páginas de una revista.
No acaparan flashes en los eventos de moda.
No reciben premios en las galas con más glamour
ni las multitudes corean sus nombres
en el concierto de los poderosos.
Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia
en el baile de la historia.
Son el hombre justo, y la viuda pobre,
el profeta valiente y la mujer perdonada.
Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra,
y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta.
Son el carpintero y la muchacha,
el alfarero y la criada,
el emigrante que no pierde la esperanza.
Son la buena gente, que en lo discreto,
transforma el duelo en danza. 

Las manos de mi abuelo

¡Nunca volveré a ver mis manos de la misma manera!

El abuelo, con noventa y tantos años, sentado débilmente en el banco del patio. No se movía, solo estaba sentado cabizbajo mirando sus manos. Cuando me senté a su lado no se dio por enterado y conforme pasaba el tiempo me pregunté si estaba bien. Finalmente, no queriendo estorbarle sino asegurarme que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía.
Levantó su cabeza, me miró y sonrió.
- “Sí, estoy bien, gracias por preguntar”, dijo en una fuerte y clara voz.
- “No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien”, le expliqué.
- “¿Te has mirado alguna vez tus manos? preguntó, quiero decir, ¿realmente mirarte las manos?”
Lentamente abrí mis manos y me quedé contemplándolas. Las volví, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las había observado mientras intentaba averiguar qué quería decirme. El abuelo sonrió y me contó esta historia:
- “Detente y piensa por un momento acerca de tus manos, que bien te han servido a través de los años. Estas manos, aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida.
Con ellas he comido y vestido mi cuerpo. Cuando era niño, mi madre me enseñó a unirlas en oración. Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas. Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas. Se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi hijo recién nacido. Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien especial.
Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y mi esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda. Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello y lavado y limpiado el resto de mi cuerpo. Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas. Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen uniendo para orar.
Estas manos son la marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que son las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a casa. Y con mis manos, Él me levantará para estar a su lado y allí utilizaré estas manos para tocar el rostro de Cristo”.
Nunca ya volví a mirar mis manos de la misma manera. Pero recuerdo que Dios alargó las Suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a casa.
Cuando mis manos están heridas o dolidas, pienso en el abuelo. Sé que él ha recibido palmaditas y abrazos de las manos de Dios. Yo también quiero tocar el rostro de Dios y sentir sus manos en el mío.

martes, 29 de agosto de 2017

HIMNO Martirio de San Juan Bautista

Ángel fiel de la verdad, precursor del que es la gracia,
mensajero de la luz, de Cristo perenne lámpara.
Con la voz, vida y acciones, profecías anunciaba,
añadiendo su martirio a las señales sagradas.
Él, al nacer, descubrió al que es del mundo esperanza,
y al propio autor del bautismo señaló sobre las aguas.
De cuya muerte inocente, que da la vida a las almas,
dio testimonio el Bautista con su sangre derramada.
Concede, Padre piadoso, seguir de Juan las pisadas,
para disfrutar con Cristo de la eterna venturanza. Amén.

La taza vacía

Cuenta una vieja leyenda que un famoso samurái fue de visita a la casa de un maestro zen. Al llegar se presentó ante él. Durante un buen rato el guerrero le contó todos los títulos y aprendizajes que había obtenido durante años de grandes sacrificios y largos estudios.
Después de tan formal presentación, le explicó que había ido a verlo para que le enseñara los secretos del conocimiento zen.
El maestro le miró y, por toda respuesta, se limitó a invitarle a sentarse y ofrecerle una taza de té.
El maestro zen comenzó a ponerle el té en la taza al samurái. Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vertió el té en la taza del guerrero, y continuó vertiendo té aún después de que la taza estuviese llena.
Consternado, el samurái advirtió al maestro que la taza ya estaba llena, y que el té se escurría por la mesa.
El maestro le respondió con tranquilidad:
- Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿Cómo podría usted aprender algo?
Ante la expresión incrédula del guerrero, el maestro enfatizó:
- A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada.
Desde ese día, el samurái se convirtió en un humilde discípulo del maestro, y con los años llegó a ser un famoso maestro zen.

domingo, 27 de agosto de 2017

Oración de las Madres Cristianas por la fe de los hijos

En la fiesta de Santa Mónica

• Para que, como santa Mónica, guiemos a nuestros hijos hacia ti con nuestra propia vida, más decididamente cristiana cada día:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que nos esmeremos en lograr la plena cooperación de nuestros maridos en sembrar y consolidar la fe de los hijos:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que, como santa Mónica, tratemos bien a nuestros hijos, y procedamos en todas las circunstancias con dulce serenidad, autoridad y amor:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que estemos pendientes de la evolución del carácter de nuestros hijos, y atentas a los diversos ambientes en que se desenvuelve su vida:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que de tal modo comuniquemos la fe a nuestros hijos, que ellos se preocupen de vivirla y transmitirla a los demás:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que transmitamos a nuestros hijos el conocimiento y amor a la parroquia en que vivimos, y les enseñemos a colaborar en las tareas apostólicas de las mismas:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que, si algún hijo nuestro se desvía del buen camino, los padres sepamos cercarlo de amor, oraciones y consejos, hasta conseguir su retorno a la fe y a la práctica religiosa:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que, en el trato con otras madres, nos interesemos por sus necesidades, despertemos en ellas su responsabilidad cristiana y logremos integrarlas a la vida de la parroquia y de la Iglesia:
¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!

Un agujero en la lancha

Un hombre fue llamado a la playa para pintar una lancha. Trajo con él pintura, pinceles y brochas, y comenzó a pintar la lancha de un color rojo brillante, pues así le pidieron que lo hiciera.
Mientras pintaba, se dio cuenta que la pintura estaba pasando por el fondo de la lancha. Descubrió un agujero, y decidió repararlo. Cuando terminó la pintura, recibió su dinero y se fue.
Al día siguiente, el propietario de la lancha buscó al pintor y le regaló un buen cheque.
El pintor quedó sorprendido:
– El señor ya me pagó por haber pintado la lancha. 
– Mi querido amigo, déjeme explicarle. Déjeme contarle lo que sucedió. Cuando le pedí que pintara la lancha, olvidé hablarle del agujero. Cuando la lancha se secó, mis hijos subieron y salieron de pesca. Yo no estaba en casa en aquel momento. Cuando volví y me di cuenta que habían salido con la lancha, me desesperé, pues recordé que la lancha tenía un agujero.
Imagine mi alivio y alegría cuando los vi volviendo sanos y salvos. Entonces, cuidadosamente examiné el barco y constaté que usted lo había reparado.
¿Se da ahora cuenta de lo que hizo? ¡Salvó la vida de mis hijos! Usted lo hizo porque fue más allá de lo que se le pidió. Hizo más de lo que tenía que hacer.
– Muchas Gracias, contestó el pintor, hice lo que tenía que hacer.
– No tengo dinero suficiente para pagarle por su buena acción…
Moraleja:
Medite sobre eso. No te limites a hacer solamente lo que esperan de ti. No importa para quien, cuándo y de qué manera. Da siempre lo mejor de ti.