domingo, 13 de febrero de 2022

Seréis felices

Gracias, Señor, hoy nos has dicho en el evangelio
que somos bienaventurados
si dejamos en nuestra vida un hueco para que crezca Dios,
si confiamos en ti y no en las riquezas,
si abrimos nuestra vida a los que nos necesitan.
En esta Jornada de Manos Unidas te damos gracias,
Padre, por la fe que nos regalas,
por el deseo que enciendes en nosotros
para acabar con las desigualdades que nos rodean,
para cambiar las injusticias de este mundo.
Queremos ponernos en camino ya y por eso te pedimos:
Fuerza para ser tus MANOS, actuando con solidaridad.
Sabiduría para ser tu BOCA, denunciando toda desigualdad.
Profundidad para ser tus OJOS,
que descubren a tu Hijo en los más desfavorecidos.
Escucha para ser tus OÍDOS, que acogen el grito de los empobrecidos.
Valentía para ser tus PIES, saliendo de nuestra zona de confort.
Y concédenos, por encima de todo, Misericordia
para ser tu CORAZÓN que ama a cada persona de manera particular.

El niño gigante

                                                    J. L. Sánchez y M. A. Pacheco

Un día llegó un niño a un pueblo que le pareció un poco especial... Toda la gente era muy pequeña. El niño tenía mucha hambre y le dieron de comer.
Como no encontró a sus padres en aquel pueblo, dio las gracias por la comida y, ya se iba a marchar para seguir buscándolos, cuando le dijeron que lo que había comido costaba mucho dinero y que tendría que pagar por ello. Pero el dinero que tenía el niño no valía para pagar en aquel pueblo. Entonces le dijeron que tendría que trabajar para poder pagar su comida.
El niño contestó que él no sabía trabajar porque era un niño. Le contestaron que era demasiado grande para ser niño y que podía trabajar mejor que nadie porque era un gigante. Así que el niño, que era muy obediente, se puso a trabajar.
Como trabajó mucho, le entró hambre y tuvo que comer otra vez. Y, como estaba muy cansado, tuvo que quedarse allí a dormir. Y al día siguiente tuvo que trabajar otra vez para poder pagar la comida y el alojamiento.
Cada día trabajaba más y más, cada día tenía más y más hambre y cada día tenía que pagar más y más por la comida y la cama. Y cada día estaba más cansado porque era un niño.
La gente del pueblo estaba encantada. Como aquel gigante hacía todo el trabajo, ellos cada día tenían menos que hacer. En cambio, los niños estaban muy preocupados: el gigante estaba cada día más delgado y más triste. Todos le llevaban sus meriendas y las sobras de comida de sus casas; pero aun así el gigante seguía pasando hambre. Y, aunque le contaron historias maravillosas, no se le pasaba la tristeza.
Así es que decidieron que, para que su amigo pudiera descansar, ellos harían el trabajo. Pero como eran niños, aquel trabajo tan duro les agotaba y además, como estaban siempre trabajando, no podían jugar, ni ir al cine, ni estudiar. Los padres veían que sus hijos estaban cansados y débiles.
Un día los padres descubrieron lo que ocurría y decidieron que había que castigar al gigante por dejar que los niños hicieran el trabajo pero, cuando vieron llegar a los padres del niño gigante, que recorrían el mundo en busca de su hijo, comprendieron que estaban equivocados. El gigante ¡era de verdad un niño!
Aquel niño se fue con sus padres y los mayores de aquel pueblo tuvieron que volver a sus tareas como antes. Ya nunca obligarían a trabajar a un niño, aunque fuera un niño gigante.