sábado, 28 de septiembre de 2024

Los pequeños servicios

                 Gabriela Mistral

Toda la naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que apartó la piedra del camino,
el odio entre los corazones
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y la de ser justo;
pero hay, sobre todo, la hermosa, la tan inmensa alegría de servir.
¡Qué triste sería el mundo si todo en él estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender!
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles.
¡Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios que son buenos servicios:
adornar una mesa, ordenar unos libros, peinar una niña.
Aquél es el que critica, éste es el que destruye,
tú sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios, que da el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamársele así: «El que sirve».
Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos
y nos pregunta cada día: «¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?»

El lobo hambriento y el perro gordo

                Jean de La Fontaine

Un lobo, tan hambriento que no tenía más que piel y huesos, se encontró a un perro, gordo y lustroso, que se había extraviado. De buen grado lo hubiera acometido y destrozado, pero verdad es que para eso había que emprender singular batalla, y el enemigo tenía aspecto de defenderse bien.
Por ello, el lobo se le acercó con la mayor cortesía, entabló conversación con él, y le felicitó por lo bien que se veía.
— No estás tan admirable como yo, porque no quieres, contestó el perro... Deja el bosque y a los tuyos, son unos desdichados. Sígueme y tendrás una mejor vida.
— Y ¿que tendré que hacer?, contestó el lobo.
— Casi nada, repuso el perro, acometer a los pordioseros y a los que llevan bastón o garrote; acariciar a los de la casa, y complacer al amo. Con tan poco como esto, tendrás buena comida, las sobras de todos los alimentos, huesos de pollo y pichones; y algunas caricias, además.
El lobo, al oír tal cosa, se imaginó un porvenir de gloria que le hizo llorar de gozo. Pero mientras caminaba hacia la casa del amo, advirtió que el perro tenía en el cuello una cadena.
— ¿Qué es eso?, le preguntó.
— Nada.
— ¿Cómo que nada?, Poca cosa, pero algo será.
— Es solo la señal del collar al que estoy atado.
— ¡Atado!, exclamó el lobo, pues ¿no dices que vas y vienes adonde quieres?
— No siempre, pero eso, ¿qué importa?
— Importa tanto, replicó el lobo, que renuncio a tu comida, y renunciaría a cualquier cosa por conservar el mayor de los tesoros: mi libertad.
Dijo esto y se alejó corriendo, sin mirar atrás.

jueves, 26 de septiembre de 2024

Te busco

  Gloria Díaz Lleonart

Cuando soy frágil te encuentro,
cuando soy debilidad, lágrima,
o silencio que se lleva el viento.
Cuando soy frágil te busco, te grito, te espero…
te busco y tu ternura me cubre,
te grito y tu compasión me abraza,
te espero y te haces regalo,
todo Tú, todo entero.
Cuando soy frágil te busco, te grito, te espero…
Bendita fragilidad entonces,
porque en mí no hay mayor deseo.…

L fábula de Bóreas y el Sol

Un día, Bóreas, el Dios del viento del norte, y Helios el Sol, astro rey del cielo, discutían sobre quién de los dos era más poderoso. Ambos se sentían superiores en su dominio, convencidos de que podían doblegar la voluntad de cualquier ser bajo sus influencias. Decidieron entonces poner a prueba sus poderes con un reto: el que lograra despojar a un viajero de sus vestiduras sería declarado el más fuerte.
Allá abajo, en un solitario camino, vieron a un hombre caminar con paso cansado. Estaba bien abrigado, con un grueso manto sobre los hombros y un sombrero que le protegía del clima invernal. "Yo comenzaré", dijo Bóreas, confiado en que su fuerza implacable haría ceder al viajero en poco tiempo.
Bóreas se lanzó con furia. Sus vientos huracanados soplaron violentamente, levantando las hojas secas del camino y retorciendo las ramas de los árboles cercanos. El viento gélido azotó al viajero, quien, tiritando de frío, se abrazó más fuerte a su manto y se cubrió la cabeza con el sombrero. Pero Bóreas no se dio por vencido; redobló su esfuerzo y lanzó ráfagas de viento aún más heladas y poderosas. El viajero, temblando, no solo se envolvió más en sus ropas, sino que añadió otra capa, buscando protegerse del crudo frío. Por más que lo intentó, Bóreas no logró que el hombre se despojara de sus vestiduras. Cansado y derrotado, Bóreas se retiró, admitiendo su fracaso.
El Sol, entonces, se adelantó sonriente. Con calma y sin prisa, comenzó a iluminar el camino con su luz suave y tibia. Los rayos dorados del Sol acariciaron el rostro del viajero, quien sintió un alivio inmediato. Poco a poco, el calor del astro rey se hizo más perceptible. El hombre, agradecido por el cambio de clima, se quitó el sombrero y lo guardó en su bolso.
Con paciencia, el Sol continuó intensificando su calor. Los rayos se hicieron más cálidos y agradables, hasta que el viajero, sudando bajo sus gruesos ropajes, decidió quitarse su primer manto. Pero el Sol no se detuvo allí; lentamente hizo brillar sus rayos con mayor fuerza, inundando todo el paisaje con una luz deslumbrante y cálida. Pronto, el calor se volvió sofocante, y el hombre, abrumado por la temperatura, se quitó la segunda capa de ropa. A medida que el calor se volvía casi insoportable, el viajero decidió buscar alivio en un río cercano. Se despojó completamente de sus vestiduras y, con prisa, se zambulló en las frescas aguas, buscando refugio del abrasador calor.
El Sol, victorioso, observó con una sonrisa cómo el viajero se refrescaba en el río. Bóreas, ya sin argumentos, tuvo que reconocer la victoria del Sol.

¡Moraleja! Es mucho más poderosa una suave persuasión que un acto de violencia.