sábado, 2 de mayo de 2020

Oración por nuestro cura

Señor Jesucristo:
en nuestra oración de hoy queremos rezar por los sacerdotes,
y de una manera especial por el nuestro.
Le queremos reconocer así un poco lo que hace por nosotros.
O mejor, te pedimos a Ti que le pagues en abundancia
su servicio a la Parroquia, y a nuestra familia de cristianos.
Dale fuerzas para que nos siga anunciando el Evangelio,
perdonándonos de tu parte, ofreciendo con la Comunidad
el sacrificio de tu Cuerpo y de tu Sangre.
Prémiale, Señor, su entrega por nosotros.
Bendícele por haber respondido a tu llamada,
cuando aún era un muchacho.
Discúlpale sus fallos, sus debilidades,
sus limitaciones, sus deficiencias de carácter.
Es un hombre, sí, pero toca cosas divinas.
Habla en tu nombre cuando consagra o cuando ofrece el perdón.
Dale ánimo, Señor. Refuerza su entrega
con una alegría y una felicidad cada vez mayores.
Ayúdale, Señor, a acompañarnos
en la búsqueda de Dios en medio de la vida,
a llenarnos de esperanza, en los momentos duros,
a consolarnos y asistirnos en la soledad,
en las enfermedades, a la hora de la muerte,
a llenar toda nuestra vida de sentido,
a descubrir un mundo nuevo a los niños y jóvenes. Amén.

La noche de José


                     José Mª Rodríguez Olaizola (Contemplaciones de papel)
Ocurrió hace unas semanas. El niño le acompaña a casa de Mateo para llevar unos tablones. Por el camino advierten los restos ennegrecidos de la casa de Tamar. Pobre muchacha. Viuda, sola, y ahora leprosa… ¿Qué va a ser de ella? Cuando hace poco más de un mes se supo en el pueblo se convirtió en una apestada. La expulsaron, y quemaron su hogar. Desde la muerte de su esposo Jesús solía hablar con ella, llevarle leña… Tal vez por eso al ver los maderos carbonizados los dos se quedan en silencio. Tras unos minutos caminando, sin decir nada, Jesús pregunta:
– «¿Es leprosa porque Dios se ha enfadado con ella?»
José no sabe bien qué contestar, pero Jesús, como siempre, contesta a sus propias preguntas:
– «No, Dios no puede ser tan cruel».
José le mira sorprendido. Entonces, dice al niño:
– «Sí, Dios es bueno».
Jesús sonríe, confirmado en sus intuiciones, y siguen en silencio. A la vuelta de casa de Mateo, Jesús vuelve a la carga:
– «Papá, ¿cómo de bueno es Dios?»
– «¿Qué quieres decir, Jesús?»
– «¿Es bueno como el rabí?» pregunta el niño.
– «Es mejor que el rabí», dice José sin saber muy bien cómo va a explicar esto. Ya puede ser Dios mejor que nuestro rabí orgulloso y exigente, que cuando le oyes hablar de los libros sagrados sales de la sinagoga con el corazón encogido, piensa para sus adentros. Pero Jesús no pide aclaraciones.
– «¿Es bueno como un pastor cuando cuida el ganado?»
José duda, pues sabe que en la escala de valoración del niño los pastores están muy altos, mucho más que en el conjunto de la sociedad judía.
– «No, Jesús, creo que Dios es mejor que un pastor».
– «¿Es Dios bueno como un padre?» pregunta Jesús.
José no duda esta vez. Sabe que él es tan pecador, y a menudo se siente tan indigno, que Dios no puede ser como él.
– «No, Jesús, Dios es mejor que un padre».
El niño calla, y luego se ríe. José le mira, preguntándose qué vendrá ahora.
– «Papá, Dios no puede ser más bueno que tú».
Lo dice sin bromear, con la seriedad que a veces asoma en sus ojos profundos, y en ellos ve el carpintero admiración, y gratitud, y confianza, y amor, y hasta se atreve a descubrir un poco de verdad. José siente un nudo en la garganta, y los ojos se le llenan de lágrimas. Camina rápido, pues no quiere que Jesús le vea así.

jueves, 30 de abril de 2020

Muéstrame, Señor, el camino


Muéstrame, Señor,
el camino a la renuncia de aquello que te quite espacio en mi corazón.
Muéstrame, Señor,
el camino de olvidarme de mí mismo y de llenarme de Ti.
Muéstrame, Señor, el camino de lo sencillo que se llena de Ti.
Muéstrame, Señor, el camino de lo pequeño que camina por el mundo haciendo el bien.
Muéstrame, Señor, el camino de lo débil que tiene su fuerza en Ti.
Muéstrame, Señor, el camino de lo sencillo que se llena de tu sorpresa.
Muéstrame, Señor, el camino de la Vida que se recorre
siendo Tú lo más importante de nuestra vida.
Muéstrame, Señor, el camino del silencio que me llena de tu Palabra.
Muéstrame, Señor, el camino de la vida que se hace siempre contigo.
Muéstrame, Señor, el camino de la entrega en la que Tú te das como regalo.
Muéstrame, Señor, el camino de lo que no se entiende
que esconde lo feliz que es vivir contigo.
Muéstrame, Señor, Tu camino y Tu verdad como Pan de Vida
que se parte y se entrega para dar más vida.
Muéstrame, Señor, el camino de lo que sea Tu deseo.
Muéstrame, Señor, y haz en mí tu Voluntad.

El labrador y sus hijos


Un viejo labrador tenía varios hijos que estaban enemistados; para que sus hijos aprendieran una lección y volvieran a unirse empleó el siguiente medio: Llamó a todos y les ordenó traer unas cuantas varas de esparto. Las ató en un manojo y luego pidió a cada uno que tratara de romperlo diciendo:
- Dejaré toda mi fortuna a aquel que sea capaz de romper este atado.
Uno tras otro intentaron romper el mazo, sin lograrlo. Entonces el padre fue sacando una a una las varas y las fue rompiendo con gran facilidad.
- Nosotros también hubiéramos podido hacerlo así –exclamó el mayor de los hijos.
El viejo labrador explicó:
- Hijos míos, esta lección es la mejor herencia que puedo dejaros; pensad bien en ella: “Vosotros sois como estas varas si os mantenéis unidos por el amor fraterno, seréis fuertes e invencibles; pero si vivís separados, cualquier enemigo podrá venceros”.
Moraleja: La unidad y la fraternidad es lo que real y verdaderamente mantiene a una familia en solidez y así superará las barreras que se lo impidan.

miércoles, 29 de abril de 2020

Os envío a la vida

No puedo creer que aun sigáis pensando
que en este tiempo extraño nada hay nuevo que ofrecer.
Me cuesta pensar que aquellos ideales de renovar la tierra no son más que ingenuidad,
ahora solo bastaría con mirar alrededor, este tiempo es el momento oportuno para Dios,
porque a partir de ahora, todo puede empezar a cambiar,
pongo el ardor de mi Espíritu en vuestra fragilidad.
Os envío a la vida de todos los días, a la gente que está con vosotros y al lado camina.
Os envío al de cerca y también al de lejos, a cruzar los caminos del mundo
y a anunciar la presencia del Reino.
Os envío para que confortéis al que sufre y seáis levadura de gozo, amor y ternura.
Os envío como el Padre me quiso enviar
y sabéis que yo estoy con vosotros para siempre hasta el final.
Para esta misión no hacen falta héroes,
conozco los miedos que os impiden caminar
y creo en verdad que un corazón no queda insensible ante el dolor de los demás.
Ahora solo bastaría con mirar a tu interior,
nuestro tiempo es el momento oportuno para Dios
porque a partir de ahora todo puede empezar a cambiar,
pongo el ardor de mi Espíritu en vuestra fragilidad
Os envío a la vida de todos los días, a la gente que está con vosotros y camina al lado.
Os envío al de cerca y también al de lejos, a cruzar los caminos del mundo
y a anunciar la presencia del Reino.
Os envío para que confortéis al que sufre y seáis levadura de gozo, amor y ternura.
Os envío como el Padre me quiso enviar
y sabéis que yo estoy con vosotros para siempre hasta el final.
Porque a partir de ahora, porque a partir de ahora,
todo puede empezar a cambiar, porque a partir de ahora…

Un sabihondo en el tren


Un joven universitario se sentó en el tren frente a un señor de edad, que estaba rezando el rosario. El muchacho, con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dice:
- "Parece mentira que todavía crea usted en esas antiguallas...".
- "Así es. ¿Tú, no?", le respondió el anciano.
- "iYo! -dice el estudiante lanzando una estrepitosa carcajada-. Créame: tire ese rosario por la ventanilla y aprenda lo que dice la ciencia".
- "¿La ciencia? -pregunta el anciano con sorpresa-. Yo no lo entiendo así. ¿Tal vez tú podrías explicármelo?".
- "Deme su dirección -replica el muchacho, haciéndose el importante y en tono protector-, que le puedo mandar algunos libros que le podrán ilustrar".
El anciano saca de su cartera una tarjeta de visita y se la alarga al estudiante, que lee asombrado:
"Louis Pasteur. Instituto de Investigaciones Científicas de París".
El pobre estudiante se sonrojó y no sabía dónde meterse. Se había ofrecido a instruir en la ciencia al que, descubriendo la vacuna antirrábica, había prestado, precisamente con su ciencia, uno de los mayores servicios a la humanidad.
Pasteur, el gran sabio que tanto bien hizo a los hombres, no ocultó nunca su fe ni su devoción a la Virgen.
Y es que tenía, como sabio, una gran personalidad y se consideraba consciente y responsable de sus convicciones religiosas.
¿Te parece que la fe es algo de pasado? ¿Qué te parece que aporta la fe a las personas?

lunes, 27 de abril de 2020

Esperaré

                   Benjamín González Buelta, sj

Esperaré a que crezca el árbol y me dé sombra.
Pero abonaré la espera con mis hojas secas.
Esperaré a que brote el manantial y me dé agua.
Pero despejaré mi cauce de memorias enlodadas.
Esperaré a que apunte la aurora y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche de postraciones y sudarios.
Esperaré a que llegue lo que no sé y me sorprenda
Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.
Y al abonar el árbol, despejar el cauce,
sacudir la noche y vaciar la casa,
la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza.

Abandonar la iglesia


En una bella ciudad, había una gran parroquia llena de vitalidad.
Una mañana el sacerdote recibió una visita inesperada. Se trataba de un joven de la parroquia que venía a darle una mala noticia:
- He decidido abandonar la Iglesia, padre.
- ¿Y eso? -preguntó el cura, asombrado.
El muchacho comenzó a enumerar todas las cosas que veía mal: que si este critica, que si esa es una hipócrita, que los responsables son una panda de víboras...
- Así no se puede, padre, no aguanto más -sentenció el joven- Así que me voy.
- Antes de marcharte, ¿puedes hacer una cosa? -preguntó el sacerdote sonriente- Coge un vaso, llénalo de agua hasta arriba, da siete vueltas alrededor del templo y, después, vuelve.
El joven lo hizo. Al cabo de un buen rato, llegó de nuevo a la sacristía.
- ¿Se te ha caído el agua?
El joven sonrió ufano:
- Sabía que ibas a preguntarme eso... ¡No se me ha caído ni una gota!
- ¿Seguro?
- ¡Por supuesto! He ido con muchísimo cuidado.
- Magnífico -sonrió el sacerdote- Y, dime... ¿a quién has visto mientras caminabas?
El muchacho se quedó bloqueado.
- Eh... pues... Iba tan concentrado mirando el vaso, que no he visto nada más...
- Exacto -susurró el cura- del mismo modo, solo es cuestión de que centres tu atención, no en los fallos de los demás, sino en Jesucristo...