viernes, 17 de marzo de 2023

Cosas nuestras

José María R. Olaizola, SJ

Tus huellas, tu horizonte
mis pasos, tu presencia
mi quietud, tu llamada
mi cuidado, tu entrega
mi canto, tu evangelio
mi orgullo, tu paciencia
mi temor, tu alianza
mi huida, tu insistencia
mi trinchera, tu cruz
mis dudas, tu certeza
mi frío, tu pasión
mi grito, tu respuesta
mis ansias, tu banquete
mi temblor, tu firmeza
mi soledad, tu gente
mi flaqueza, tu fuerza.
Tu camino, tu verdad y tu vida.
Nuestro amor,
nuestra fiesta.

Experimento social

A 50 personas que estaban asistiendo a un seminario, se les pidió que entraran en una sala llena de globos. Lo que no sabían era la sorpresa que les esperaba.
En mitad del seminario, a estas personas se les propuso realizar una actividad en grupo. Las instrucciones eran muy sencillas. Se les dio un globo a cada uno y se les pidió que escribieran su nombre en él con ayuda de un marcador. Los globos fueron recogidos e introducidos en una habitación llena de globos.
Lo único que tenían que hacer era entrar en esa sala llena de globos y cada uno tenía que recuperar su globo, a más tardar en 5 minutos. Al cabo de unos minutos, todos seguían buscando frenéticamente su nombre y no paraban de chocarse y empujarse entre ellos. Había un caos total.
Cuando se agotó el tiempo nadie había podido recuperar el globo con su nombre. La decepción de los asistentes se dejaba notar, algo había salido mal.
Luego se les indicó que tomaran un globo al azar y cuando encontraran uno con nombre, se lo dieran a la persona que lo estaba buscando. En un par de minutos todo el mundo había recuperado su globo, gracias al trabajo en equipo.
Al finalizar el ejercicio el orador indicó lo siguiente: "Lo que ha pasado aquí es exactamente lo que está pasando en nuestras vidas. Todos andan preocupados en sus propios asuntos, tratando de conseguir lo que quieren uds. mismos, sin preocuparse por la gente que tienen alrededor".

Cuando nosotros hacemos algo por los demás, de forma desinteresada, conseguimos 10 veces más resultados que si todo lo hacemos por nosotros mismos. Cuanto más das, más recibes.

martes, 14 de marzo de 2023

Himno de alabanza y súplica

Libra mis ojos de la muerte
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto…!)
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo. Amén.

Las pescadoras

Se trataba de un grupo de pescadoras. Después de concluida la faena, se pusieron en marcha hacia sus respectivas casas. El trayecto era largo y, cuando la noche comenzaba a caer, se desencadenó una violenta tormenta.
Llovía tan torrencialmente que era necesario guarecerse. Divisaron a lo lejos una casa y corrieron hacia ella. Llamaron a la puerta y les abrió una amable mujer, dueña de la casa que se dedicaba al cultivo y venta de flores. Al ver empapadas a las pescadoras, les ofreció una habitación para que pasaran allí la noche.
Era una amplia estancia donde había gran cantidad de cestas con hermosas y variadas flores, preparadas para ser vendidas al día siguiente.
Las pescadoras estaban agotadas y se pusieron a dormir. Sin embargo, no lograban conciliar el sueño y empezaron a quejarse del aroma de las flores:
-- ¡Qué peste! No hay quien soporte este olor. Así no hay quien pueda dormir.
Entonces una de ellas sugirió a sus compañeras:
-- No hay quien aguante este olor, amigas, y, si no ponemos remedio, no vamos a poder pegar un ojo. Coged las canastas de pescado y utilizadlas como almohada y así conseguiremos evitar este desagradable olor.
Las mujeres siguieron la sugerencia de su compañera. Cogieron las cestas malolientes de pescado y apoyaron las cabezas sobre ellas. Apenas había pasado un minuto y ya todas ellas dormían profundamente.

El Maestro dice: Por ignorancia y ausencia de entendimiento correcto, el ser humano se pierde en las apariencias y no percibe la realidad.

lunes, 13 de marzo de 2023

Jesús y la samaritana

Tú te metiste en la vida de una persona pidiendo ayuda,
que es la mejor manera de caminar juntos.
Señor, que sepamos pedir cuando estemos necesitados,
que sepamos dar cuando tengamos algo que el otro necesita,
que estemos atentos para adivinar su carencia.
Haznos sensibles al hermano, ayúdanos, Jesús, a compartir.
Hablaste con la Samaritana y le sorprendió tu cercanía,
porque siempre se te siente cálido y cercano.
Le hablaste de un agua que calma toda la sed.
Sabes tú, Señor, que tenemos sed de tantas cosas...
Y tú eres el agua que calma nuestra sed de poder,
de prestigio, de dinero, de tener razón...
de deseos que nos envuelven y nos chupan la vida.
Pero el vacío interior sigue ahí,
porque de lo que tenemos sed es de ti, Señor, de tu presencia,
de gozar de tu amor, de gastar la vida en tus cosas.
Señor, danos de tu agua para no tener ya más sed
y haz que la llevemos a los que no te han conocido o te han olvidado.

El hombre que quiso ayudar a Cristo

El buen campesino entró en la ermita del Santo Cristo; se arrodilló a sus pies y sus ojos se clavaron en la doliente imagen del Redentor. Una pena inmensa le penetró en el corazón.
- ¡Oh, Señor! -gimió dolorido- ¡Si yo pudiera hacer algo por Ti! ¡Si al menos durante una hora pudiera reemplazarte!
Apenas había dicho estas palabras cuando desde lo alto le llegó una voz:
- ¡Bien! Bajaré de la Cruz y ocuparás mi lugar. La Cruz es tuya. ¡Sube! Sólo te pido paciencia. No dirás una palabra; calla, y guarda silencio como el cielo estrellado calla sobre la silenciosa tierra.
El campesino veía ahora las cosas con otros ojos, como desde el interior de una máscara. Sentía perfectamente cómo sus brazos se echaban hacia atrás y los nudillos, sus nudillos, rozaban la áspera madera de la Cruz, pero no sufría...
La vida empezó a desplegarse ante él como un tapiz, donde las personas se acercaban hasta la ermita. Y sintió que su cara se transformaba más y más en la del Cristo...
De pronto oyó: - ¡Gracias, Señor, de Ti lo he recibido...!
Miró hacia abajo. Allí estaba arrodillado el granjero más rico del condado. Nunca le había visto nadie en esa posición.
- ¡No será tan malo como cree la gente! -pensó el labrador.
El granjero no era hombre religioso; al minuto se irguió, hizo una vaga genuflexión y..., en ese instante el campesino vio desde lo alto de la cruz cómo asomaba una pequeña bolsa de cuero sobado, repleta, al parecer, de monedas de oro. Al incorporarse el hombre se le cayó del bolsillo sin que él lo notase.
El crucificado abrió la boca para advertirle, pero... se mordió los labios. Recordó la recomendación del Señor y calló, calló como el cielo silencioso sobre la tierra.
Y mientras dudaba si sería éste el silencio que le había ordenado Jesús, llegó un hombre cantando y se puso ante el Crucifijo:
- Señor, estoy en un momento difícil, pero confío en Ti porque sé que tú me ayudarás...
Es cierto que ese hombre necesitaba dinero, pero su voz tenía el convencimiento de que no estaba en él la dicha, y al del Crucifijo se le enterneció el corazón. ¿Cómo podría ayudarle?
Pero... ¡no era ya necesario! La mirada del hombre tropezó con la bolsa de cuero, se inclinó la abrió y el sonido de las monedas se desparramó entre sus manos. Se fue alegre como unas pascuas, cantando a la providencia.
- ¡Ya sabía yo, Señor, que tú me ayudarías!
El crucificado quiso detenerle, decirle: ¡Ese dinero no es tuyo! ¡Yo conozco su dueño!
Pero calló, calló nervioso, pensando en ese silencio que lo igualaba al cielo estrellado y silencioso sobre la paciente tierra...
Y al poco rato apareció una joven aldeana con una brazada de flores. Con arte y gracia empezó a colocarlas. Mientras ponía unas margaritas a los pies del Crucifijo le habló así:
- ¡Soy feliz, Señor! ¡Gracias, Señor! Muy pronto será la boda, ¿sabes? Es el mejor mozo de la aldea... ¡Hazlo bueno, Señor...!
Absorta en su alegre plegaria no sintió llegar al rico granjero, sofocado y nervioso. Comenzó a revisar todos los rincones... Al ver a la joven se detuvo un momento, y dirigiéndose hacia ella la cogió por un hombro y...
- ¡Dame mi dinero! ¡Devuélveme mi dinero!
La muchacha enmudeció y su silencio exasperó más al granjero, que alzó la fusta sobre ella:
- ¡Mi dinero! ¡Mi dinero!
Echó la fusta para atrás y luego la bajó veloz sobre la asustada muchacha, pero no llegó a tocarla... La mano del Crucifijo agarró la muñeca del granjero.
- ¡Es inocente! -gritó.
El granjero sacudió violento la cabeza. Allí estaba la mano desclavada y algo que aún hablaba en el rostro del crucificado. Lanzó un grito, sin convencerse, y, salió huyendo. La muchacha corría ya desolada por los campos.
El de la cruz vio al Cristo verdadero que le miraba con tristeza y le decía serenamente:
- ¡Deja la Cruz! Te ordené que callaras.
- ¡Pero, Señor! ¿Cómo podía consentir esa injusticia?
- ¡Baja, baja! -insistió dulcemente Cristo-. No comprendes, tú no puedes entender... Era necesario que uno perdiera el dinero; que otro lo encontrase y un tercero sufriera por todo ello. ¿Quieres entender a la providencia? El primero ya no pecará con dinero mal ganado; el segundo realizará una obra buena, y la aldeana, demasiado feliz, sabría que en la tierra no hay dicha completa...
La ermita quedó como antes estaba. Tan sólo el brazo desclavado y los ojos del Crucificado indicaban un extraño misterio.