jueves, 3 de diciembre de 2020

Quiero estar en vela, Señor

Preparado para que, cuando Tú llames, yo te abra.
Despierto para que, cuando Tú te acerques, te deje entrar.
Alegre para que, cuando Tú te presentes, veas mi alegría.
Quiero estar en vela, Señor.
Que, el tiempo en el que vivo, no me impida ver el futuro.
Que, mis sueños humanos, no eclipsen los divinos.
Que, las cosas efímeras, no se antepongan sobre las definitivas.
Quiero estar en vela, Señor. Y que, cuando nazcas, yo pueda velarte.
Para que, cuando vengas, salga a recibirte.
Y que, cuando llores, yo te pueda arrullar.
Quiero estar en vela, Señor. Para que, la violencia, de lugar a la paz.
Para que los enemigos se den la mano.
Para que la oscuridad sea vencida por la luz.
Para que el cielo se abra sobre la tierra.
Quiero estar en vela, Señor.
Porque el mundo necesita ánimo y levantar su cabeza.
Porque el mundo, sin Ti, está cada vez más frío.
Porque el mundo, sin Ti, es un caos sin esperanza.
Porque el mundo, sin Ti, vive y camina desorientado.
Quiero estar en vela, Señor.
Prepara mi vida personal: que sea la tierra donde crezcas.
Trabaja mi corazón: que sea la cuna donde nazcas.
Ilumina mis caminos: para que pueda ir por ellos y encontrarte.
Dame fuerza: para que pueda ofrecer al mundo lo que tú me das.
Quiero estar en vela, Señor.
Porque, tu Nacimiento, será la mejor noticia de la Noche Santa,
que se hará madrugada de amor inmenso en Belén.
¡VEN, SEÑOR!

San Francisco Javier en Goa

A la civilización hindú y musulmana se unió la portuguesa. Llegaron funcionarios portugueses, mercaderes, soldados y aventureros. La mezcla con aquel mundo pagano, la escasez de sacerdotes, etc. relajaron la fe y costumbres de los portugueses. Solteros casi todos (no iban mujeres portuguesas) vivían públicamente amancebados... Goa era una Babilonia... Javier visitó enseguida al venerable obispo D. Juan de Alburquerque. Le mostró las bulas del Papa, en que le nombraba su Delegado, con enormes poderes. Pero le dijo que sólo los usaría con su permiso. El obispo se admiró de su humildad y le abrazó. Los dos se hicieron muy amigos, Era el mes más caluroso. Javier empezó su apostolado. Vivía en el hospital, atendiendo y confesando a los enfermos. Dormía sobre una estera junto al más grave. "Eran tantos -escribe, él mismo- los que venían a confesarse que si estuviera en diez partes partido en todas ellas tuviera que confesar".
Por las tardes iba a la cárcel. Los domingos atendía a los leprosos.
Por las calles tocaba una campanilla, gritando:
-"Cristianos, amigos de Jesucristo, por amor de Dios, enviad a vuestros hijos y esclavos a la doctrina".
En una ermita cerca del hospital reunía a los niños. Les enseñaba las oraciones, el Credo y los Mandamientos. Pronto acudieron más de trescientos. En vista del éxito, el obispo mandó que en todas las iglesias se hiciera lo mismo.
Las catequesis de Javier eran modelo. Las dramatizaba, las intercalaba de oraciones y cánticos. Le ayudaban catequistas indígenas.
Cinco meses estuvo Javier en Goa. En tan poco tiempo la cambió. Se abrieron escuelas y catequesis. Se instauró la práctica de los sacramentos. En las calles, en los campos, y el mar se cantaban el Padre nuestro, el Ave María y los Mandamientos. 

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Si estoy sentado, levántame, Señor

Si dudo de tus promesas; levanta mi fe, Señor.
Si aumentan mis pesares; levanta mi ánimo, Señor.
Si me acosan mil dificultades; levanta mi fortaleza, Señor.
Si mi interior se acobarda; levanta mi espíritu, Señor.
Si me ciegan los ídolos; levanta mi vista hacia Ti, Señor.
Si me enloquece la apariencia; levanta mi corazón a Ti, Señor.
Si mi cabeza se inclina; levántala para poder verte.
Si me encuentro esclavo; levanta mis cadenas para caminar.
Si me encierro en mí mismo; levanta mi alma hacia Ti, Señor.
Si me conformo con lo que veo; levanta mi afán de buscarte.
Si sufro por la ansiedad; levanta en mí la conformidad.
Si prefiero la comodidad; levántame y ponme en pie, Señor.
Si duermo y no te espero; levántame y despiértame, Señor.
Si me despisto y no te busco; levántame y condúceme, Señor.
Si me equivoco de dirección; levántame y reoriéntame, Señor.
Si prefiero otros señores; levántame y hazme ver tu grandeza.
Si no tengo miedo a nada; levántame y dame tu santo temor.
Si me creo único e invencible; levántame y dame humildad.
Si pasa el tiempo y desespero; levántame y ven a mi encuentro en Navidad. Amén.

¿Por qué el perro mueve la cola delante de su amo?

Un día se presentó Dios en medio de los animales de la selva llevando en sus manos una tinaja de barro. Caminando con cautela llegó a una gruta y depositó el recipiente en el hueco de una roca. Luego, dirigiéndose a los animales que le habían seguido alegres y curiosos les dijo:
- En esta tinaja hay escondido un gran tesoro. Os lo confío para que lo cuidéis celosamente. A su tiempo volveré yo mismo en persona para mostraros lo que hay dentro.
Durante los primeros días todos los animales querían montar guardia junto a la tinaja, pero cuando vieron que Dios tardaba en regresar, se cansaron y empezaron a inventar pretextos para marcharse.
- Por la noche tengo que ir a buscar comida y durante el día tengo que descansar –dijo la hiena- por eso no puedo quedarme aquí mirando una tinaja.
- ¿Y soy yo acaso un escorpión para pasarme todo el día en una caverna oscura? –añadió la mona. Todos saben que vivo siempre entre los árboles al aire libre.
- Siento tener que marcharme –dijo el leopardo-, pero he prometido ir a cazar con un pariente mío que vive más allá de la laguna.
Y así, uno tras otro, todos los animales se escabulleron. Sólo el perro permanecía allí tendido todo el día delante de la gruta con el hocico encima de las patas, los ojos entornados, pero siempre vigilante.
Pasaron muchos meses. El perro, flaco y hambriento, seguía delante de la gruta. Cuando Dios, andando con paso ligero, se le acercó y le preguntó:
- ¿Dónde está la tinaja?
- Aquí está. Donde tú la pusiste.
- ¿Y los otros animales dónde están?
- Vieron que tardabas en venir y se marcharon.
Dios golpeó tres veces su bastón contra la roca. A esta señal, todos los animales, como por milagro, se encontraron reunidos a sus pies. Entonces Dios les dijo:
- Sólo el perro ha sido fiel a mi mandato. Ha permanecido largos meses delante de esta gruta esperando mi regreso, en tanto que vosotros os fuisteis a divertiros por la selva…
Luego, acercándose a la tinaja la tocó con la mano y se hizo mil pedazos, dejando ver un precioso niño sonriente.
- Este es el tesoro, –dijo Dios satisfecho- Se llamará hombre y será vuestro rey. Os hará trabajar la tierra y, cuando tenga hambre, podrá incluso someteros. En cambio, el perro será su único amigo e irá con él dondequiera que vaya.
Para recordar los largos meses de guardia delante de la gruta, el hombre le construirá una caseta de madera y le dará a comer su propia comida.
Los animales, avergonzados, bajaron la cabeza y comenzaron a marcharse. El perro, emocionado, empezó a mover la cola… Y desde ese día, siempre que encuentra a su amo mueva la cola y ladra, para expresar su agradecimiento y prometer fidelidad.
Un momento de heroísmo todos podemos tener, pero es realmente virtuoso ser constante y fiel. 

martes, 1 de diciembre de 2020

Esperaré

                     Benjamín G. Buelta, sj

Esperaré a que crezca el árbol y me dé sombra.
Pero abonaré la espera con mis hojas secas.
Esperaré a que brote el manantial y me dé agua.
Pero despejaré mi cauce de memorias enlodadas.
Esperaré a que apunte la aurora y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche de postraciones y sudarios.
Esperaré a que llegue lo que no sé y me sorprenda
Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.
Y al abonar el árbol, despejar el cauce,
sacudir la noche y vaciar la casa,
la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza.

El canto del jilguero

                        Leyenda guaraní

Un indio oyó en la selva el canto de un jilguero. Nunca había oído una melodía igual. Quedó enamorado de su belleza y salió en la búsqueda del pájaro cantor. Encontró a un gorrión. Le preguntó:
- ¿Eres tú el que canta tan bien?
El gorrión contestó: - Claro que sí”.
- A ver, que te oiga yo.
El gorrión cantó, y el indio se marchó. No era ése el canto que había oído.
El indio siguió buscando. Preguntó a una perdiz, a un loro, a un águila, a un pavo real. Todos le dijeron que sí, que eran ellos, pero no era su voz lo que él había oído. Y siguió buscando. En sus oídos resonaba aquel canto único, distinto, ensoñador, que no podía confundirse con ningún otro.
Siguió buscando, y un día a lo lejos volvió a escuchar la melodía que había escuchado una vez y que desde entonces llevaba en el alma. Se paró silencioso. Sintió la dirección y midió la distancia con sus sentidos alerta. Se acercó sigiloso como un indio sabe andar en la selva sin que sus pies se enteren. Y allí lo vio. No necesitó preguntarle. Lo supo desde la primera nota, su oído se llenó con la melodía, sació su mirada con la silueta del pájaro cantor, y volvió feliz a su aldea. Ya sabía cuál era el pájaro de sus sueños.


La voz del Espíritu es inconfundible en el alma. Nos quedó grabada desde que nuestro cuerpo fue cuerpo y nuestra alma fue alma. Y vamos por el mundo preguntando ignorantes: “¿Eres tú?”. Mientras preguntamos no sabemos. Cuando se oye, ya no se pregunta. Dios se revela por sí mismo, y sabemos que está ahí con fe inconfundible. Que no se nos borre nunca el canto del jilguero.