sábado, 28 de diciembre de 2024
Los Santos Inocentes
en la pobreza y humildad del portal de Belén.
Y nuestro corazón se llena de paz y alegría.
Pero hasta la ternura a veces es mal recibida.
Herodes te recibió con miedo y violencia.
Tu bondad resultó peligrosa para muchos
y acabaste colgado en el madero de la cruz.
Nos parece increíble, pero esto sigue pasando:
muchas personas que aman son incomprendidas,
porque su bondad supone una denuncia de la maldad,
porque preferimos la mediocridad a la santidad.
Señor, no dejes que otros paguen mis temores y enfados,
Perdona el mal que hacemos a muchas personas buenas.
Danos fuerza para compensar con amor nuestros errores
y para defender a los Santos Inocentes de este tiempo.
La Navidad de Alba, la Coneja Aventurera
Cuentos Infantiles
Alba era una pequeña coneja que vivía en un acogedor agujero bajo un gran roble en el bosque. Aunque su hogar era sencillo, Alba siempre tenía una gran sonrisa y un espíritu alegre. Sin embargo, había algo que la hacía diferente de las demás conejas del bosque: Alba amaba la aventura. A diferencia de sus amigos que preferían quedarse cerca de sus hogares durante el invierno, Alba sentía una curiosidad irresistible de explorar los rincones más lejanos del bosque.
Con la Navidad a la vuelta de la esquina, Alba decidió que este año iba a vivir una aventura especial. No quería quedarse en su agujero para celebrar las fiestas, sino que quería encontrar el árbol más hermoso y más alto del bosque, uno que pudiera iluminar toda la Navidad con su belleza.
Así que, una mañana fría y despejada, Alba partió en su travesía, saltando con energía y dejando un rastro de huellas en la nieve recién caída. Mientras caminaba, se encontró con varios animales del bosque que, al verla tan decidida, la animaron a seguir adelante.
— ¡Buena suerte, Alba! -gritó el zorro desde su cueva, con una sonrisa-. ¡Que encuentres el árbol más grande y brillante!
— ¡Hazlo por todos nosotros! -dijo el búho, asomándose desde su árbol, sabiendo que la pequeña coneja siempre estaba lista para una nueva aventura.
Alba siguió su camino a través del bosque, saltando por encima de ramas caídas y cruzando arroyos congelados. Después de varias horas caminando, Alba llegó a una zona del bosque que nunca había explorado antes. Allí, en lo más alto de una colina, encontró un árbol gigante de pino, tan alto que parecía tocar el cielo.
Era un árbol impresionante, con ramas largas y fuertes que se extendían hacia el cielo, cubiertas de nieve brillante. Alba se sintió maravillada ante su tamaño y belleza. Era el árbol perfecto para celebrar la Navidad, pero al acercarse, notó algo que la hizo sonreír aún más: el árbol estaba lleno de pequeños animales del bosque, todos trabajando juntos para decorarlo. Ardillas estaban colocando nueces en las ramas, pájaros colgaban cintas rojas y amarillas, y algunos conejos estaban atando campanillas en las ramas más bajas.
— ¡Hola, Alba! -saludó una de las ardillas, mientras arreglaba una guirnalda de hojas secas- ¡Hemos decidido decorar este árbol para todos los animales del bosque!
Alba se unió rápidamente a la decoración, ayudando a colgar más adornos y ramas. Cuando terminaron, el árbol brillaba con las luces de las estrellas reflejadas en la nieve y los adornos naturales que los animales habían colocado con tanto amor. Todos se reunieron alrededor del árbol, cantando villancicos y celebrando la Navidad como una gran familia.
— ¡Este es el árbol más hermoso de todos! -dijo Alba, mirando con satisfacción el árbol decorado.
Y así, Alba aprendió que la verdadera magia de la Navidad no estaba en encontrar el árbol más alto, sino en compartir momentos especiales con los demás. Al regresar a su agujero bajo el roble, Alba se sintió feliz de haber vivido una aventura, pero aún más feliz por haber sido parte de una Navidad tan especial.
viernes, 27 de diciembre de 2024
Siempre estás Tú, Señor
Florentino Ulibarri
En las plazas y en las iglesias,siempre estás tú.
En los mercados y en los claustros,
siempre estás tú.
En las ciudades y en los desiertos,
siempre estás tú.
En los valles y en las montañas,
siempre estás tú.
En las fábricas y salas de fiesta,
siempre estás tú.
En las playas y en los monasterios,
siempre estás tú.
En las cumbres nevadas y en los oasis,
Siempre estás tú.
En las calles y en los corazones,
siempre estás tú...
Aunque ya no haya estrellas
y yo vaya por caminos inciertos,
tú siempre estás...
Aunque no te ofrezca nada
-ni oro, ni incienso, ni mirra-
tú siempre estás.
Aunque vuelva a mi hogar
en busca de paz y seguridad,
tú siempre estás.
𝐋𝐚 𝐍𝐚𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝 𝐝𝐞 𝐌𝐚𝐱
Clara había pasado toda su vida esperando la Navidad. Desde pequeña, adoraba esas fiestas, las luces brillando en las casas del vecindario, la nieve cayendo suavemente y el aire fresco lleno de esperanza. Pero esta Navidad, había algo que no era igual.
Su compañero de toda la vida, Max, un perrito pequeño de orejas caídas y ojos llenos de ternura, ya no estaba como siempre. Aunque Clara lo había cuidado con todo su amor, Max, que siempre había sido enérgico y juguetón, ya no podía moverse como antes. Sus pasos eran lentos y su mirada más apagada. Clara sabía que no estaba bien, pero no quería aceptar que su querido amigo se estaba despidiendo.
El 24 de diciembre, mientras la familia de Clara preparaba la cena y decoraba el árbol, Max se recostó junto a la chimenea, como siempre lo hacía. Clara lo abrazó y, con lágrimas en los ojos, le susurró:
— Te quiero mucho, Max. Siempre serás mi mejor amigo.
Esa noche, mientras la familia cantaba villancicos y compartía risas alrededor de la mesa, Max cerró los ojos por última vez. Clara, al principio, no entendió lo que había sucedido. Cuando fue a verlo, su corazón se rompió al darse cuenta de que su perrito ya no estaba con ella.
El dolor era inmenso. En medio de la Navidad, cuando todo debería estar lleno de alegría, Clara se sintió vacía. ¿Cómo podría celebrar sin Max a su lado? Pero mientras lloraba junto a él, recordó todas las maravillosas memorias que compartieron: los paseos por el parque, las tardes jugando en el jardín, las mañanas en las que permanecía a su lado de forma incondicional.
A la mañana siguiente, Clara, aunque triste, decidió hacer algo especial para honrar la memoria de Max. Salió al jardín y, con su madre, puso un pequeño árbol de Navidad en su honor. Lo adornaron con luces y una estrella brillante en la cima. Mientras lo hacían, Clara sintió como si Max estuviera allí, a su lado.
El árbol de Navidad, pequeño y sencillo, se convirtió en el recordatorio de que, aunque Max ya no estaba físicamente, su amor seguía vivo en su corazón. Esa Navidad, Clara entendió que el amor de un animal nunca se va, que siempre lleva consigo los momentos que compartimos, y que aunque su perrito ya no podía estar presente, su espíritu siempre sería parte de su vida.
jueves, 26 de diciembre de 2024
Señor, hazme profeta
Oscar Alonso
Al leer hoy tu Palabra me pregunto:
¿Qué tipo de profeta soy? ¿Qué me exige ser profeta?
Y me doy cuenta que a veces me puede la cobardía,
o la incoherencia, o mi falta de autenticidad y valentía.
Y me doy cuenta de que confías siempre en mí.
¡Mucho más de lo que a veces creo!
¡Mucho más de lo que a veces aprovecho!
¡Mucho más de lo que a veces me merezco!
Señor, hazme profeta. Hazme profecía.
Señor, que no tema tanto el rechazo
como la rutina que produce hacer lo de siempre,
lo que todos, lo que se lleva…
simplemente por evitar el conflicto y la reacción
que provoca escuchar tu Palabra
y ponerla en práctica y dar testimonio profético
de que lo de tu reino es verdad y vida verdaderas. Así sea
La navidad del olvido
Don Emilio despertó en la fría mañana de Navidad con una sensación extraña en el pecho, algo que no lograba comprender del todo. A su alrededor, el aire olía a desinfectante y a soledad. Estaba acostado en una cama pequeña, rodeada de paredes blancas que no lograban esconder la sensación de vacío que lo invadía. La habitación del asilo era modesta, pero no era eso lo que le dolía. Lo que más le pesaba era la ausencia de todo lo que alguna vez le había hecho sentir vivo: el bullicio de su hogar, el calor de sus hijos, la risa de sus nietos corriendo por el pasillo.
A sus 85 años, la vida le había dado muchas alegrías, pero también le había arrebatado lo que más amaba. Su hijo, Miguel, y su hija, Clara, le habían prometido que lo cuidarían en su vejez, que lo acompañarían, como él hizo con ellos cuando eran pequeños. Pero la promesa se desvaneció cuando la carga de la vida se hizo demasiado pesada para ellos. Miguel y Clara, ocupados en sus cosas, en sus trabajos, en sus familias, no tenían el tiempo ni la energía para ocuparse de su padre.
El asilo estaba tan cerca de la casa de Clara que él podía verla desde su ventana, esa misma casa en la que vio crecer a sus hijos, esa casa que ahora parecía tan ajena. Cada semana, Clara y Miguel lo visitaban, pero era solo un par de horas. Una vez a la semana, no más. Sus nietos, los pequeños que tanto adoraba, nunca se acercaban. Parecía que las navidades ya no tenían el mismo brillo para ellos.
Era Nochebuena y el salón común del asilo estaba decorado con guirnaldas y luces. Los otros ancianos se encontraban sentados en sillas de ruedas, mirando la televisión sin mucho interés, algunos con una sonrisa forzada, otros simplemente ausentes. Don Emilio observaba todo eso desde su rincón. No podía evitar sentir el vacío en su corazón.
Recordó navidades pasadas, cuando su casa se llenaba de risas y conversaciones, de aromas de pavo y pan dulce, de abrazos y villancicos. Recordó cómo sus hijos se peleaban por colocar la estrella en lo alto del árbol, cómo sus nietos correteaban con entusiasmo alrededor de las luces brillantes. Todo eso parecía pertenecer a otro tiempo que ya no volvería.
— Es Navidad, papá.
La voz de Clara lo sacó de sus pensamientos, interrumpiendo su tristeza. Entró con una sonrisa triste en el rostro. Miguel la seguía detrás, con la mirada cansada, pero ambos trataban de parecer alegres.
Don Emilio intentó sonreír, pero su rostro no pudo ocultar el dolor. Los abrazó, sintiendo que la calidez de sus hijos era solo un susurro del pasado. No pudo evitar echar en falta a sus nietos. Clara había dicho que estaban ocupados con sus amigos, con las actividades de la escuela. Don Emilio lo entendía, pero eso no le quitaba el peso de la soledad que sentía.
— Papá, lo sentimos mucho. -Clara lo miró con compasión, como si él fuera un niño al que había que consolar. Pero las palabras no podían llenar el vacío en su corazón-.
— Ya no es lo mismo, ¿verdad? - susurró Don Emilio, y sus ojos se llenaron de lágrimas- ya no es lo mismo sin ellos.
Miguel se acercó y le dio una palmada en la espalda, un gesto que una vez fue lleno de amor, pero que ahora solo se sentía como una costumbre vacía.
— Sabemos que esto no es fácil, papá. Pero tienes que entender que nosotros… -Miguel dudó un instante-, nosotros también tenemos nuestras vidas.
El padre asintió, aunque su corazón se rompía un poco más con cada palabra. Sabía que sus hijos tenían responsabilidades, que sus nietos no eran culpables. Pero en ese momento, el dolor de sentirse olvidado, de ser solo una carga, lo envolvía como una manta helada.
Esa noche, después de que Clara y Miguel se fueron, Don Emilio se quedó solo en su pequeña habitación. El sonido del reloj en la pared era lo único que se escuchaba, mientras los ecos de las risas y los abrazos familiares seguían resonando en su memoria.
Miró por la ventana. La nieve comenzaba a caer suavemente sobre el mundo exterior, cubriéndolo todo con un manto blanco. En la distancia, intuía las luces de la casa de Clara parpadeando, como una estrella distante que ya no podía alcanzar.
“Quizá la Navidad ya no sea para mí”, pensó mientras cerraba los ojos y se acostaba. Pero en su corazón, aún guardaba una chispa de esperanza, una pequeña llama que no se apagaba por completo. Quizá algún día, tal vez en una Navidad futura, sus hijos y nietos recordarían lo que significaba la familia, el amor, y el verdadero espíritu de la Navidad. Quizá entonces, su soledad se disiparía, y volverían a ser los mismos de antes.
Pero por ahora, solo quedaba esperar, esperando que algún día alguien, aunque fuera una vez más, le dijera: "Te queremos, papá."
Y esa noche, bajo la nieve, Don Emilio se quedó dormido con esa esperanza, mientras las luces navideñas seguían brillando en la casa de sus hijos, a lo lejos.
miércoles, 25 de diciembre de 2024
Mi cuna más secreta
Pedro Miguel Lamet
Nunca estuve tan solo ni agobiado,
ni tan triste, de noche en el camino,
como en el gran dislate sin destino
de este absurdo festín que se han montado,
donde Belén de pronto es un mercado
en el que corren por el bien mezquino
de un inmediato goce repentino
por escapar del Dios que está a su lado.
Dame, Niño, el valor de una mirada
que atraviese esta nube de ruido
y penetre en la luz de esa conciencia
que me conduce a descubrir la Nada
y así hallarte, Jesús, muy escondido
en la cuna interior de tu Presencia.
La estrella perdida del árbol de Navidad
Emma, una niña curiosa y valiente, notó el vacío en el árbol y decidió investigar. “Sin la estrella, no se sentirá como Navidad”, pensó. Armándose con una linterna y una bufanda roja, salió al bosque cercano para buscar pistas.
Mientras caminaba, escuchó un suave llanto entre los árboles. Al seguir el sonido, encontró algo increíble: la estrella estaba sentada sobre un tronco caído, brillando débilmente.
— “¿Por qué estás aquí?”, preguntó Emma sorprendida.
— “No me sentía especial, dijo la estrella con tristeza. Todo el mundo solo me mira desde abajo. Nadie sabe lo difícil que es iluminar toda una Navidad.”
Emma se sentó junto a ella y sonrió.
— “Tal vez no lo dicen, pero todos en el pueblo te admiran. Eres el símbolo que une a todos en estas fechas.”
La estrella titiló, como si estuviera pensando.
— “¿De verdad crees que me necesitan?”
— “Por supuesto. Yo misma vine a buscarte porque Navidad no sería igual sin tu luz,” respondió Emma con sinceridad.
Conmovida, la estrella decidió volver. Pero había un problema: estaba demasiado débil para volar de regreso al árbol.
Emma tuvo una idea. — “Vamos, subiré contigo.”
Con cuidado, Emma tomó a la estrella y regresó al pueblo. Los vecinos, al verla llegar, se reunieron emocionados. Con la ayuda de todos, levantaron a Emma en una escalera hasta que pudo colocar la estrella en la punta del árbol.
De repente, el árbol brilló con más fuerza que nunca. La luz de la estrella iluminó no solo el pueblo, sino también los corazones de todos. Desde ese día, la estrella nunca volvió a dudar de su importancia.
Esa Navidad fue la más mágica que el pueblo había visto, y todo gracias al valor de Emma y al regreso de la estrella perdida.
domingo, 22 de diciembre de 2024
Dijiste sí (canción, ¡escúchala!)
Dijiste sí y en tu vientre latía divina la salvación
Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios
María, las tinieblas se harán mediodía
A una sola palabra que digas, en tus labios alumbra ya el sol
María, la doncella que Dios prometía
Un volcán de ternura divina, primavera de Dios Redentor
Gabriel tembló, conmovido con tanta belleza
Madre de Dios, cuélame en tu mirada de amor de la Anunciación
Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios
María, las tinieblas se harán mediodía
A una sola palabra que digas, en tus labios alumbra ya el sol
María, la doncella que Dios prometía
Un volcán de ternura divina, primavera de Dios Redentor
Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor
Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios
María, las tinieblas se harán mediodía
A una sola palabra que digas, en tus labios alumbra ya el sol
María, la doncella que Dios prometía
Un volcán de ternura divina, primavera de Dios Redentor
La pequeña vendedora de velas
Era una noche fría y oscura de Navidad en un pequeño pueblo. Una niña llamada Valeria se encontraba sentada en la calle, vendiendo velas para ayudar a su familia a pasar las fiestas.
Mientras Valeria esperaba a los compradores, un anciano se acercó a ella. El anciano parecía muy pobre y llevaba un abrigo raído. Valeria se apiadó de él y le ofreció una vela gratis.
El anciano se sorprendió por la generosidad de Valeria y le preguntó por qué lo había hecho. Valeria respondió:
Al día siguiente, Valeria se despertó y encontró un paquete en su puerta. Era un regalo del anciano, que resultó ser un rico empresario que había estado disfrazado para ver cómo la gente reaccionaba a la pobreza.
El regalo era una gran suma de dinero para ayudar a la familia de Valeria También incluía una nota que decía: "Recuerda, Valeria que la bondad y la generosidad siempre serán recompensadas".
Valeria aprendió una valiosa lección ese día: que la verdadera magia de la Navidad está en compartir el amor y la generosidad con los demás, y que siempre hay recompensas para aquellos que actúan con bondad y compasión.