viernes, 30 de agosto de 2019

Descansar en Dios

                San Agustín. Confesiones 1, 5, 6

Dios mío, ¿quién me hará descansar en ti?
¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo 
embriagues
para que me olvide de mis maldades y me abrace a ti, mi único bien?
¿Qué eres tú para mí? Y ¿Qué soy yo para ti?
¿Por qué me mandas que te ame y te enfadas 
conmigo
 y me amenazas con la mayor de las miserias si no lo hago? 
¿No es acaso, miseria suficiente la de no amarte?
Señor y Dios mío, dime por tus misericordias qué eres tú para mí. 
Di a mi alma: yo soy tu salvación.
Díselo en forma tal que llegue a entenderlo.
Los oídos de mi corazón están ante ti. Señor,
ábrelos tú, y dile a mi alma: 'yo soy tu salvación'.
Que yo corra tras esa voz y te dé alcance a ti.
No te escondas de mí. Muera yo para que no muera y pueda ver tu rostro.
Angosta es la casa de mi alma para darte cabida.
Ensánchamela tú. En ruinas la tengo. Repáramela tú.
Cosas hay en ella que ofenden a tus ojos. Lo sé y lo confieso.
Creo y por eso hablo. Tú lo sabes, Señor.
No entro en juicio contigo, porque si tú miras las iniquidades,
¿Quién podrá subsistir?
Permíteme con todo a mí, polvo y ceniza, hablar en presencia de tu misericordia. 
Sé que, al hacerlo, no hablo a hombres que puedan reírse de mi.
Aunque quizá mis palabras te causan risa a ti, 
al menos cuando te vuelvas a mi sé que de mi tendrás misericordia.

Cuento chino sobre la luz


Song, filosofo de China, contó a sus discípulos la siguiente historia:
Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada.  Pasó algún tiempo, y uno de ellos logró encender una pequeña vela. Pero la luz que daba era tan escasa que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendieran su propia vela y así compartiendo la llama con todos la caverna se iluminó.
Uno de los discípulos preguntó a Hu-Song:
- ¿Qué nos enseña este relato, maestro?
Y Hu-Song contestó:
Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario la hace crecer.
El compartir nos enriquece en lugar de hacernos mas pobres. Los momentos más felices son aquellos que hemos podido compartir: Que Dios nos dé siempre la luz para iluminar a todos los que pasen por nuestro lado. La verdadera amistad es flor que se siembra con honestidad, se riega con afecto y crece a la luz de la comprensión. 
De igual modo si iluminas tu corazón con amor, puede que ilumines a otro corazón, así se pueden llegar iluminar a miles de corazones con amor

jueves, 29 de agosto de 2019

Estas dentro de mi, Señor

                    san Agustín

Señor, estabas dentro de mi, pero yo de mi mismo estaba fuera.
Y por fuera te buscaba… Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Me mantenían alejado aquellas cosas que, si en ti no fuesen, no existirían.
Pero me llamaste, gritaste, derrumbaste mi sordera.
Brillaste, resplandeciste, ahuyentaste mi ceguera.
Derramaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti.
Gusté, tuve hambre y sed.
Me tocaste y ardo en deseos de tu paz.
Que yo te conozca, Dios mío, de modo que te ame y no te pierda.
Que me conozca a mi mismo, de tal manera que me desapegue de mis intereses
y no me busque vanamente en cosa alguna.
Que yo te ame, Dios mío, riqueza de mi alma, de modo que esté siempre contigo.
Que muera a mi mismo y renazca en ti.
Que sólo tú seas mi verdadera vida y mi salud perfecta para siempre. Amén

Es suficiente "Gracias, Señor"


Un alma recién llegada al cielo se encontró con San Pedro. El santo llevó al alma a un recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes talleres llenos de ángeles. San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo:
- Esta es la sección de “entradas”. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas.
El alma miró a la sección y estaba terriblemente ocupada con muchos ángeles clasificando peticiones escritas en largas hojas de papel de personas de todo el mundo.
Siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección, y San Pedro le dijo:
- Esta es la sección de empaquetado y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son empaquetadas y enviadas a las personas que las solicitaron.
El alma vio cuán ocupada estaba. Había tantos ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empaquetadas y enviadas a la tierra.
Finalmente, en la esquina más lejana de la sala, el alma se detuvo en la última sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella ocioso haciendo muy poca cosa.
- Esta es la sección del agradecimiento, dijo San Pedro al alma.
- ¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?, preguntó el alma.
- Esto es lo peor, contestó San Pedro, después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento.
- ¿Cómo uno agradece a las bendiciones de Dios?, volvió a preguntar el alma.
- Simple, contestó San Pedro, sólo tienes que decir: ¡Gracias, Señor!

miércoles, 28 de agosto de 2019

Que me conozca a mi mismo

            San Agustín (Inspirada en el Libro X de las Confesiones)

Señor Jesús, que me conozca a mi y que te conozca a Ti,
Que no desee otra cosa sino a Ti.
Que me odie a mí y te ame a Ti.
Y que todo lo haga siempre por Ti.
Que me humille y que te exalte a Ti.
Que no piense nada más que en Ti.
Que me mortifique, para vivir en Ti.
Y que acepte todo como venido de Ti.
Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti.
Que siempre escoja seguirte a Ti.
Que huya de mí y me refugie en Ti.
Y que merezca ser protegido por Ti.
Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti.
Que sea contado entre los elegidos por Ti.
Que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en Ti.
Y que obedezca a otros por amor a Ti.
Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti.
Que quiera ser pobre por amor a Ti.
Mírame, para que sólo te ame a Ti.
Llámame, para que sólo te busque a Ti.
Y concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén.

Carta de San Agustín


Del libro ‘Agustín, el de corazón inquieto’



Querido Amigo:
Yo no fui, de joven, ni mejor, ni peor que la mayoría... Si acaso..., era más inquieto que mis amigos...
En el colegio no me contentaba con poco... quería saber qué había detrás de las cosas... qué sentido tenía esto de la vida...
Conocí lo que significaba amar y ser amado por una mujer...
En este tiempo comencé a ambicionar una posición social y económica..., llegar a tener un porvenir asegurado...
Pero lo más importante es que llegué a experimentar lo profundo que puede llegar a ser la amistad.
Con el corazón en la boca, yo pedía cada día más, más felicidad..., más placer..., más verdad..., más... más! Cuando se llega a una edad en la vida en donde uno comienza a conformarse con poquito, yo pedía más...
Y en medio de una crisis, donde no veía la dirección hacia dónde ir, descubrí que mi corazón había sido hecho para recibir al Amor que hizo el amor... y que estaría inquieto hasta descansar en Él... Sin Dios, todo se quedaba detenido en mi vida, porque con Él todo tiene sentido, la vida y la muerte, el amor y la amistad, el perdón...
Esta es mi vida, mentiría si lo contara de otro modo.
En uno de mis libros llamado Las Confesiones que está escrito de mi puño y letra, te cuento mi vida...
Claro que no voy a pedirte que tú, que eres diferente a mí, lo repitas.
Puede ser que tú seas de los que no le pide más a la vida, pero mi experiencia te puede resultar familiar: que tú también andes buscando por aquí y por allá, y te sientas hoy lleno de amor y mañana de vacío.
A ti te escribo esta sencilla carta para animarte a la búsqueda, a que no te rindas todavía… aunque todo te invite a rendirte y, si no encuentras a Dios , no importa , Él te encontrará…Él es tu profundidad.
No huyas sin más ni más, porque estás huyendo de tu centro…
En el Evangelio se presenta a Jesús, hombre como nosotros, con palabras como las tuyas, con un mensaje exigente y sobre todo como un modelo a imitar…
De mí solamente quiero decirte de despedida…que me hizo dichoso su llamada a seguirle.

martes, 27 de agosto de 2019

Oración de las Madres Cristianas por la fe de los hijos

En la fiesta de Santa Mónica

• Para que, como santa Mónica, guiemos a nuestros hijos hacia ti con nuestra propia vida, más decididamente cristiana cada día: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que nos esmeremos en lograr la plena cooperación de nuestros maridos en sembrar y consolidar la fe de los hijos: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que, como santa Mónica, tratemos bien a nuestros hijos, y procedamos en todas las circunstancias con dulce serenidad, autoridad y amor: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que estemos pendientes de la evolución del carácter de nuestros hijos, y atentas a los diversos ambientes en que se desenvuelve su vida: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que de tal modo comuniquemos la fe a nuestros hijos, que ellos se preocupen de vivirla y transmitirla a los demás: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que transmitamos a nuestros hijos el conocimiento y amor a la parroquia en que vivimos, y les enseñemos a colaborar en las tareas apostólicas de las mismas: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que, si algún hijo nuestro se desvía del buen camino, los padres sepamos cercarlo de amor, oraciones y consejos, hasta conseguir su retorno a la fe y a la práctica religiosa: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!
• Para que, en el trato con otras madres, nos interesemos por sus necesidades, despertemos en ellas su responsabilidad cristiana y logremos integrarlas a la vida de la parroquia y de la Iglesia: ¡Ayúdanos, Padre y Señor nuestro!

La muñeca de sal


Quería ver el mar a toda costa. Era una muñeca de sal, pero no sabía qué era el mar.
Un día decidió partir. Era el único modo de poder satisfacer su deseo. Después de un interminable peregrinar a través de territorios áridos y desolados, llegó a la orilla del mar y descubrió una cosa inmensa, fascinadora y misteriosa al mismo tiempo. Era el alba, el sol comenzaba a iluminar el agua encendiendo tímidos reflejos, y la muñeca no llegaba a entender.
Permaneció allí firme, largo tiempo, como clavada fuertemente sobre tierra, con la boca abierta ante ella, aquella extensión seductora. Se decidió al fin y preguntó al mar:
- ¿Quién eres?
- Soy el mar.
- ¿Y qué es el mar?
- Soy yo.
- No llego a entender, pero lo desearía tanto... Explícame qué puedo hacer.
- Es muy sencillo: tócame.
Entonces la muñeca cobró ánimos. Dio un paso y avanzó hacia el agua.
Después de dudarlo mucho, tocó levemente con el pie aquella masa imponente. Obtuvo una extraña sensación. Y, no obstante, tenía la impresión de que comenzaba a comprender algo.
Cuando retiró la pierna, descubrió que los dedos del pie habían desaparecido. Quedó espantada y protestó:
- ¡Malvado! ¿Qué me has hecho? ¿Dónde han ido a parar mis dedos?
El mar replicó imperturbable:
- ¿Por qué te quejas? Simplemente has ofrecido algo para poder entender. ¿No era eso lo que pedías?
La otra insistía:
- Sí... Es cierto, no pensaba... Pero...
Reflexionó un poco. Luego avanzó decididamente dentro del agua. Esta, progresivamente, la iba envolviendo, le arrancaba algo, dolorosamente. A cada paso la muñeca perdía algún fragmento. Cuanto más avanzaba se sentía disminuida de alguna porción de sí misma, y le dominaba más la sensación de comprender mejor. Pero no conseguía aún saber del todo lo que era el mar.
Otra vez repitió la acostumbrada pregunta:
- ¿Qué es el mar?
Una última ola se tragó lo que quedaba de ella. Y precisamente en el mismo instante en que desaparecía, perdida entre las olas que la arrastraban llevándosela no se sabe dónde, la muñeca exclamó:
- ¡Soy yo!

lunes, 26 de agosto de 2019

Que siempre sea humano, Señor

            San Agustín. Sermón 120, 3

Que siempre sea humano, Señor.
Que comprenda a los hombres y sus problemas.
Hombre soy, como ellos. Hombres son, como yo.
A mí me toca hablarles. A ellos escuchar.
Yo hago llegar a sus oídos el sonido de mi voz.
Y, por mis palabras, trato de compartir con ellos
lo que yo mismo he comprendido.
Que lo haga lo mejor posible, Señor,
para que ellos lleguen también a comprenderlo en su interior.
¿Cuál sería, si no la razón de mis palabras?
Óyeme, Señor. Recréame, pues me creaste.
Hazme transparente, pues me iluminaste.
Haz que mis oyentes, iluminados por ti,
escuchen tu Palabra por medio de mí.

La mancha de tinta…


Una vez un maestro estaba dando clase a sus alumnos. Aquella mañana quería ofrecerles una lección distinta a las que vienen en los libros. Después de pensar un poco ideó la siguiente enseñanza: Hizo una mancha de tinta china en un folio blanco de papel. Reclamó la atención de los alumnos y alumnas y les preguntó:
– ¿Qué ven aquí?
– Una mancha negra, respondieron a coro.
– Se han fijado todos en la mancha negra que es pequeña -replicó el maestro- y nadie ha visto el gran folio blanco que es mucho mayor…

domingo, 25 de agosto de 2019

Tú, Señor, no te andas con mediocridades

Tú, Señor, nos llamas a seguirte personalmente, no te vale una respuesta mediocre...
Tú quieres un sí valiente, que abarque toda nuestra existencia.
Tú no te conformas con que nos llamemos cristianos.
Tú no quieres que llenemos nuestra vida de ritos.
Tú nos llamas a vivir el amor como tú, a plantearnos la existencia como una entrega,
una ofrenda, una fiesta, una familia y una comunión continua.
Tú quieres que seamos gente abierta, que no está anclada en viejas normas
sino que va dando respuestas a lo que necesita el ser humano en el momento.
Tú eres Señor de todos los tiempos. conoces a la mujer que sufre en este siglo,
al consumo que nos arrastra con su engaño, al ocio fácil que nos divierte y vacía el alma,
a nuestra sociedad del bienestar que llena la cuneta de hermanos pobres,
a nuestros proyectos de trabajo que ocupan nuestra vida, dejándonos vacíos,
posponiendo la vida familiar y la propia.
Tú conoces todas nuestras realidades y nuestras profundidades y sentimientos,
mucho mejor aún que nosotros mismos, por eso ofreces como respuesta tu Evangelio,
esa forma de vivir que libera, transforma y crea familia y reino, solidaridad y fraternidad.
Por eso no podemos vivir en la mediocridad que inventa nuevos caminos de libertad,
que hace otra oferta de felicidad que nada tiene que ver con el puesto de trabajo
sino con lo que uno se da a los hermanos y cómo vive en el amor y en la justicia.

La cebolla de la salvación


Érase una vez una mujer muy, muy huraña y egoísta. El día en que murió nadie recordaba ningún gesto de caridad que hubiera hecho a lo largo de su vida.
Así pues el demonio la llevó al infierno. Su ángel de la guarda empezó a repasar su vida para ver si encontraba una buena acción para presentársela a Dios. Finalmente encontró una. Una vez arrancó una cebolla de su huerto y se la dio a un mendigo.
Dios le dijo al ángel de la guarda: "Toma una cebolla, enséñasela y que se agarre a ella, si la puedes subir hasta el paraíso que entre, pero si la cebolla se rompe se quedará en el infierno".
El ángel de la guarda corrió hacia ella y le dijo: Ven, agárrate y yo te salvaré.
Con mucho cuidado empezó a subir y ya estaba casi afuera cuando otros pecadores que la vieron ya casi salvada se agarraron a ella para salir también ellos.
Pero como era tan egoísta empezó a darles golpes y les dijo: "Me están sacando a mi, no a vosotros; es mi cebolla, no la vuestra. Soltadme". Al decir esto se soltó de la cebolla y cayó de nuevo al infierno y allí sigue hasta hoy.
Su ángel de la guarda sigue llorando porque no pudo salvarla.