viernes, 3 de marzo de 2017

En Cuaresma aprovecha la oportunidad

Entrar en Cuaresma es inaugurar
un tiempo fuerte de penitencia y conversión...,
aprovecha la oportunidad.
Entrar en Cuaresma es una llamada a salir de nosotros,
de nuestras casas, de nuestros prejuicios,
de nuestros intereses, gustos y comodidades...,
sal de ti y ves hacia el otro.
Entrar en Cuaresma es afrontar la realidad personal
y dejarse juzgar por la Palabra de Dios...,
descúbrete, acéptate, conviértete.
Entrar en Cuaresma es dejar poner nuestro corazón
en la sintonía del corazón de Dios...,
practica la com-pasión que hace hermanos.
Entrar en Cuaresma es vaciar nuestras manos,
saber renunciar a nuestras seguridades,
a aquello que nos esclaviza...,
libérate para poder abrazar.
Entrar en Cuaresma
es saber caminar con otros creyentes
que buscan a Dios
siguiendo a Jesús en Espíritu y en Verdad...
¡Buen camino!

Creer en Dios



Ocurrió un domingo por la mañana en una pequeña iglesia de la frontera entre Venezuela y Colombia.
Cuando la Misa iba a comenzar sucedió algo sorprendente: Una banda de guerrilleros armados con fusiles salieron de la jungla y a patadas y portazos entraron en la iglesia. El sacerdote y los fieles estaban muertos de miedo. Los guerrilleros sacaron a rastras al sacerdote para ejecutarlo. Luego el jefe de los guerrilleros entró de nuevo en la iglesia y preguntó:
- Si alguno más cree en estas cosas de Dios, por favor dé un paso al frente.
La gente se quedó helada. Hubo un largo silencio. Finalmente, un hombre salió y de pie frente al guerrillero dijo:
- Yo creo y amo a Jesús.
Los soldados lo prendieron y lo sacaron fuera para ejecutarlo. Algunos más dieron un paso al frente y dijeron lo mismo. Estos también fueron sacados fuera. A continuación sonaron los disparos de los fusiles. Cuando ya nadie más quiso identificarse como cristianos, el jefe volvió a entrar en la iglesia y ordenó a todos que salieran fuera. Ustedes no tienen derecho a estar aquí adentro. Y los echó a todos.
Cual fue su sorpresa al ver al párroco y a los otros vivos. El párroco y los otros volvieron a entrar en la iglesia para seguir celebrando la Misa y a los otros se les avisó que no volvieran a entrar en la iglesia hasta que tuvieran el valor de confesar y defender sus creencias. Y los guerrilleros desaparecieron en la jungla.

Y tú, ¿que harías en una situación semejante?

miércoles, 1 de marzo de 2017

Salmo para Ceniza

Señor Jesús,
nosotros te aclamamos en este día y siempre
anhelando tu salvación.
Somos polvo y ceniza, somos amados por ti,
somos el gozo de vivir en ti.
Haz que nos convirtamos mirándote a ti
y amando entrañablemente a todos nuestros hermanos.
Ahora que es tiempo de salvación
transforma nuestras mentes,
llega a lo más profundo de los corazones
y hazlos buenos de verdad.
Señor Jesús,
haznos reconciliados y reconciliadores,
caminantes hacia ti,
estrechando las manos de nuestros enemigos.
Danos sed del Padre,
ese Padre que ve en lo escondido,
al que no le gustan las “máscaras”
y quiere transparencia y amor. Amén.

¿Qué hay al otro lado?



Un hombre enfermo se dirigió a su médico, mientras se preparaba para dejar el consultorio y le dijo:
- Doctor, tengo miedo de morir. Dígame, ¿Qué hay del otro lado?
Muy quedamente, el médico le contestó:
- No lo sé.
- ¿Usted no sabe? Usted, un cristiano, ¿No sabe lo que hay al otro lado?
El médico tenía su mano en el pomo de la puerta; al otro lado se oyó un ruido de caída y lloriqueo y, al abrir la puerta, un perro entró apresuradamente en el cuarto y le saltó encima con una evidente manifestación de alegría. Volviéndose al paciente, el médico dijo:
- ¿Observó a mi perro? Nunca había estado en este cuarto antes. Él no sabía lo que había aquí dentro. No sabía nada más que su amo estaba aquí y, cuando se abrió la puerta, dio un salto hacia adentro sin temor alguno. Conozco muy poco de lo que hay al otro lado de la muerte, pero sé una cosa… Sé que mi Señor está allí y eso es suficiente.

martes, 28 de febrero de 2017

Quiero ser capaz

Quiero ser capaz de dar comida a quien tiene hambre.
Quiero ser capaz de dar de beber a quien tiene sed.
Quiero poder calmar las penas de quien está intranquilo.
Quiero ofrecer reposo a quien está cansado.
Quiero abrir mis puertas y ofrecer amor a quien está solo.
Quiero ser tu hermano, Señor.
Quiero ser realmente hermano de todos.
Quiero atreverme a ir a visitar a quien está en la cárcel.
Quiero saber cuidar a quien está enfermo.
Quiero acoger a quien viene de cerca o de lejos,
sea blanco o negro, que eso nunca me importe.
Quiero estar dispuesto a tender mi mano
a todo el que la necesite.
Quiero ser tu hermano, Señor.
Quiero ser realmente hermano de todos.
Pero yo solo no puedo.
Ayúdame, Señor, dame el amor que necesito
para poder amar a los demás como tú los amas.

Apagar el odio, encender el amor



Un soldado norteamericano había tenido una hija con una vietnamita durante la guerra de Vietnam. Ahora, en Norteamérica, vivía con su esposa y un hijo único, pero se escribía con su hija, hasta que, al cumplir ésta doce años, la recibió en su casa.
Los vecinos del barrio, algunas amistades e incluso su mismo hijo adoptaron desde el primer momento una actitud de desprecio hacia el padre y hacia la hija; especialmente una viuda que vivía al lado, a cuyo esposo habían matado los vietnamitas en la guerra.
La cosa se fue agravando hasta ocasionar la huida de la niña, despreciada en Vietnam por ser hija de un norteamericano y odiada en Norteamérica por ser hija de una vietnamita. Y todos los esfuerzos del buen padre de hacerse comprender por su hijo, vecinos y amistades, resultaron inútiles.
En casa trabajaba de pintor un hombre de noble corazón. Un día habló a solas con la viuda en presencia del hermano de la niña vietnamita y dijo:
- Yo conocí a su marido: era un buen hombre.
- ¿Dónde lo conoció? -preguntó la viuda.
- En la guerra de Vietnam. Yo estuve allí -respondió el pintor.
- ¿Y sabe cómo murió? -volvió a preguntar la viuda.
-Sí -contestó el pintor-. Él amaba profundamente a los niños vietnamitas víctimas de la guerra; los visitaba, los protegía, les procuraba alimentos y medicinas; vivía pensando en ellos. Y un día, al dirigirse a ellos con una carga de alimentos, estalló una bomba y murió. ¡Él fue un héroe!
Momentos después la viuda y el muchacho suplicaban perdón al dolorido padre y juntos buscaron a la niña, que había escapado, para reconciliarse con ella. Pronto el barrio entero había cambiado de actitud. Este pintor supo apagar el odio y encender el amor.

domingo, 26 de febrero de 2017

No os angustiéis

No te creemos, Jesús, por eso estamos siempre preocupados,
buscando seguridades, programando el futuro,
planificando la vida para que nada se escape a nuestro control
y la angustia no nos deja dormir
y nos lleva corriendo a todos los sitios.
No te creemos, Jesús, por eso pasamos más tiempo preocupados que ocupados,
dando vueltas a cómo hacer las cosas mejor, a lo que ocurrirá mañana,
a lo que podría pasar, si las cosas se tuercen,
a los miedos que nos envuelven y no nos dejan descansar.
No te creemos, Jesús, por eso estamos atesorando, acumulando, asegurando…
y nuestro cuerpo no tiene tiempo para gozar
porque hemos de frenar su deterioro…
No te creemos, Jesús,
no nos cabe en la cabeza que cada cabello lo tengas contado;
que conozcas nuestra palabra antes de que esté en nuestra boca,
que nos tengas envueltos por delante y por detrás
y lleves nuestro nombre tatuado en tu mano…
No te creemos, Jesús,
y vivimos como huérfanos, teniendo un Padre que nos quiere.
Nos sentimos solos, aunque somos personas habitadas,
aunque tú estás en el hondón de nuestras almas, en lo secreto.
No te creemos, Jesús,
y por eso no nos bastan las preocupaciones de hoy,
nos inventamos las de mañana, las de pasado…
No te incluimos en nuestra agenda,
en nuestras esperas ni en nuestras luchas.
No te creemos, Jesús, si lo hiciéramos, viviríamos tranquilos,
dormiríamos bien, pondríamos nuestra vida en tus manos
y gozaríamos intensamente el aquí y el ahora,
que es el único momento que nos pertenece,
ya que cada día trae su propio afán.

El hombre del farol



Érase una vez un hombre cuyo oficio consistía en avisar con un farol al maquinista del tren de los peligros de la vía. Una noche el hombre salió con su farol para indicarle al maquinista que el puente situado a un kilómetro de distancia se había hundido, pero algo extraño sucedió y el tren cayó al vacío.
El hombre fue llevado ante el juez para interrogarle sobre las circunstancias del accidente.
El juez le preguntó:
- ¿Era usted el encargado de avisar al tren la noche del accidente?
- Sí, señor.
- ¿Llevaba usted el farol?
- Sí, señor.
- ¿Mostró usted el farol al maquinista?
- Sí, señor.
El hombre fue absuelto, pero cuando iba a casa, aliviado, le dijo a su amigo: menos mal que el juez no me ha preguntado si el farol estaba encendido.