sábado, 12 de febrero de 2022

Solo sé cómo se llama

               Gabriela Mistral

Que si nació hoy, que si nació ayer, que si nació aquí, que si nació allá.
Que si murió a los 33, que si murió a los 36,
que cuántos clavos, que cuántos panes y pescados.
Que si eran reyes, que si eran magos.
Que si tenía hermanos, que si no tenía.
Que dónde está, que cuándo vuelve.
Yo lo único que sé es que...
A mí me tomó de la mano cuando más lo necesitaba.
Me enseñó a sonreír y agradecer por las pequeñas cosas.
Me enseñó a llorar con fuerzas y dejar ir.
Me enseñó a despertarme saludando al sol y a acostarme con la cabeza tranquila. A caminar muy lento y muy descalza.
Me enseñó a abrazar a todos y a abrazarme a mí. Me enseñó mucho, me enseñó todo.
Me enseñó a quererme con ganas. A querer a quien tengo al lado y a darle la mano.
Me enseñó que siempre me está hablando en lo cotidiano, en lo sencillo, a manera de mensajes y que para escucharlo, tengo que tener abierto el corazón.
Me enseñó que un gracias o un perdón lo pueden cambiar todo.
Me enseñó que la fuerza más grande es el amor y que lo contrario al amor es el miedo.
Me enseñó cuánto me ama a través de 1.000 detalles.
Me enseñó que los milagros sí existen.
Me enseñó que si yo no perdono, soy yo quien se queda prisionera;
y que para perdonar, primero tengo que perdonarme.
Me enseñó que no siempre se recibe bien por bien pero que actúe bien a pesar de todo.
Me enseñó a confiar en mí y a levantar la voz frente a la injusticia.
Me enseñó a buscarlo dentro y no afuera.
Me deja que me aleje, sin enojarse. Que salga a conocer la vida.
A equivocarme y aprender. Y me sigue cuidando y esperando.
Hasta me dejó aprender de otros maestros sin ponerse celoso;
porque es de necios no escuchar a todo el que habla de amor.
Me enseñó que solo estoy aquí por un tiempo, y solo ocupo un lugar pequeño.
Y me pidió que sea feliz y viva en paz, que me esfuerce cada día en ser mejor
y en compartir su luz conociendo mi sombra.
Que disfrute, que ría, que valore, y que Él siempre va a estar en mí...
Que aunque dude y tenga miedo, confíe,
ya que esa es la fe, confiar en Él a pesar de mí...
Se llama Jesús…

La mejor consejera es la experiencia!

Una anciana se presentó a la caja del banco para retirar dinero en efectivo
Le entregó al cajero su tarjeta y le dijo: Quisiera retirar 100€ .
El cajero le respondió: Para retiros de menos de 1.000€, use el cajero automático.
La anciana preguntó: - ¿Por qué?
El cajero le contestó, sin mayor explicación, mientras le devolvía la tarjeta bancaria:
- Esas son las instrucciones. Hay gente detrás suyo esperando ¡Por favor, vaya al cajero automático!
La anciana permaneció en silencio unos segundos, luego devolvió la tarjeta al empleado del banco y le dijo: - Por favor, ayúdeme a retirar todo el dinero de mi cuenta…
El cajero se asombró cuando revisó el saldo de la cuenta de la anciana y le dijo:
- Tiene 1.000.000€ en su cuenta y el banco no puede entregar esa cantidad en este momento. ¿Puede volver mañana?
Sin inmutarse, la anciana le preguntó cuánto podía retirar en el acto.
El cajero le respondió: - Cualquier cantidad hasta 3.000€.
La anciana le pidió entonces: - Bueno, por favor, entrégueme 3.000€ en billetes pequeños.
El cajero regresó enfadado sacó un montón de fajos de 10, 20, y de 50€ y pasó unos minutos contando esos billetes de pequeña denominación hasta llegar a los 3.000€ solicitados. Se los entregó a la anciana y le dijo:
- ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
En silencio, la anciana guardó 100 € en su cartera y le dijo:
- Sí, quiero depositar estos 2900 € en mi cuenta.
Moraleja: "No les pongas dificultades a los viejos y los experimentados, porque han pasado la vida aprendiendo habilidades.

jueves, 10 de febrero de 2022

Seguirte y amarte «hasta la médula»

Grupo Virtual de Jesús “Misericordia

¡Señor! Soy débil, cobarde, torpe…
Sin embargo, quiero caminar.
Quiero comenzar de nuevo cada día.
Tú vas delante de mí y te manifiestas
en los más necesitados y pequeños.
Tu espíritu vive en mí
y me guía hacia el prójimo más próximo.
Tú me sigues hablando a través de tus profetas
actuales y presentes en cada momento.
Abre mis oídos, mis ojos, mi conciencia y conocimiento
para entenderte y conocerte.
Deseo sentirte en la más profunda intimidad de mi ser
para aprehender tu Palabra.
Enséñame a orar y a trabajar por tu Reino en esta vida terrena.
Concédeme la Gracia de seguirte y amarte«hasta la médula» 
y serte fiel en cada instante. Amén.

Pudo más porque amó más

En la fiesta de Santa Escolástica, hermana de san Benito

De los libros de los Diálogos de san Gregorio Magno, papa (Libro 2, 33: PL 66, 194-196)
Escolástica, hermana de san Benito, consagrada a Dios desde su infancia, acostumbraba visitar a su hermano una vez al año. El Hombre de Dios acudía a ella y la recibía dentro de las posesiones del monasterio, no lejos de la puerta.
Un día vino como de costumbre, y su venerable hermano bajó hacia ella con algunos discípulos; pasaron todo el día en la alabanza de Dios y en santas conversaciones y, cuando ya empezaba a oscurecer, tomaron juntos el alimento. En medio de santas conversaciones fue transcurriendo el tiempo, hasta que se hizo muy tarde, y entonces la santa monja suplicó a su hermano:
- Te ruego que no me dejes esta noche, sino que hablemos de los gozos de la vida del cielo hasta mañana.
Él le respondió:
- ¿Qué es lo que dices, hermana? Yo no puedo en modo alguno quedarme fuera de la celda.
La santa monja, al oír la negativa de su hermano, puso sobre la mesa sus manos, con los dedos entrelazados, y escondió en ellas la cabeza, para rogar al Señor todopoderoso. Al levantar de nuevo la cabeza, se originó un temporal tan intenso de rayos, truenos y aguacero, que ni al venerable Benito ni a los hermanos que estaban con él les hubiera sido posible mover un solo pie del lugar en que se hallaban. Entonces el hombre de Dios comenzó a quejarse contrariado:
- Dios todopoderoso te perdone, hermana: ¿qué es lo que has hecho?
Ella respondió:
- Ya ves, te he suplicado a ti, y no has querido escucharme; he suplicado a mi Dios, y me ha escuchado. Ahora, pues, sal, si puedes, déjame y vuelve al monasterio.
Y Benito, que no había querido quedarse por propia voluntad, tuvo que hacerlo por fuerza. De este modo, pasaron toda la noche en vela, recreándose en santas conversaciones sobre la vida espiritual.
Y no es de extrañar que prevaleciera el deseo de aquella mujer, ya que, como dice san Juan, Dios es amor, y, por esto, pudo más porque amó más.
Tres días más tarde, el hombre de Dios, estando en su celda, elevó sus ojos al cielo y vio el alma de su hermana, libre ya de las ataduras del cuerpo, que penetraba, en forma de paloma, en las intimidades del cielo. Lleno de alegría por una gloria tan grande, dio gracias a Dios con himnos y alabanzas, y envió a sus hermanos para que trajesen su cuerpo al monasterio y lo enterraran en el mismo sepulcro que había preparado para sí mismo. De este modo, ni la misma sepultura pudo separar los cuerpos de aquellos cuya alma había estado siempre unida en Dios.

miércoles, 9 de febrero de 2022

Un corazón capaz de amor compasivo

                          Grupo Virtual de Jesús “Emaús”

Señor, purifica mi mirada para verte en los gestos de las personas
que, por su cercanía, solidaridad y humanidad con el sufrimiento humano,
no pasan de largo.
Reflejan la capacidad de amor compasivo y misericordioso
que habita en el corazón humano,
que hace posible que hoy tu Evangelio se realice en nuestro entorno:
«¿Cuándo te vimos enfermo y te asistimos?»
Hasta el más mínimo gesto de amor por los más pequeños
es a Dios a quien se lo hacemos.
Dame, Señor, la capacidad de verte y visitarte
en los enfermos y ancianos: «a mí me lo hicisteis».

Detrás de las montañas

                      Begoña Ibarrola

Si alguien hubiera visto esa mañana a Nevenka, hubiera pensado que era una niña bastante gordita, pero solo su madre y ella sabían que se había puesto encima casi toda la ropa que tenía. Su madre le dijo cuando todavía no había amanecido:
- Hija, tienes que ponerte toda la ropa que puedas porque nos vamos a ir de aquí por mucho tiempo. El viaje será largo y las noches muy frías.
- Pero mamá, protestó Nevenka, estoy muy incómoda, mientras intentaba moverse.
- Ya lo sé hija, pero solo podemos llevar una pequeña maleta. Cuando salga el sol podrás quitarte la ropa y meterla en esta bolsa ¿de acuerdo?
Muy pronto comprendió que aquella huida en plena noche era diferente a las otras, cuando se escondían en el bosque si escuchaban cerca el sonido de los fusiles o les avisaban de que los soldados se estaban acercando al pueblo.
Salieron de la casa sin hacer ruido y solamente la luna vio llorar a los padres de Nevenka que de vez en cuando miraban hacia atrás.
- ¿Dónde vamos, papa?, preguntó la niña.
- Nos dirigimos a la frontera porque al otro lado de las montañas hay un país que vive en paz.
A medida que el sol salía por el horizonte y comenzaba a calentar, Nevenka se fue quitando ropa y llenando la bolsa que llevaba en una mano, y en la otra a su muñeca Karina. ¿Cómo la iba a dejar sola?
Después de andar y andar durante muchas horas por fin vieron a lo lejos la frontera y una fila interminable de gente que habían tomado la misma decisión que ellos. Todos caminaban con caras tristes y resignadas, y los tres se pusieron en la fila.
Pero Nevenka vio a otros niños y niñas y preguntó a su madre:
- ¿Puedo ir a jugar con ellos?
- Espera un poco hija, cuando pasemos la frontera podrás jugar, mientras tanto sigue a nuestro lado y camina en silencio.
Fueron muchas horas de espera y mucho cansancio acumulado, pero antes de que llegara la noche, se encontraban caminando hacia las montañas, por lugares desconocidos que les llevarían hacía una tierra de paz, donde no volverían a escuchar cada día los sonidos de las armas y no tendrían que esconderse más en el bosque.
Llegó la noche y Nevenka volvió a ponerse toda la ropa que pudo porque hacía mucho frío, se acurrucó junto a sus padres y agotada de tanto caminar, se durmió profundamente.
- ¡Karina, ahora podré jugar contigo! -dijo Nevenka a su muñeca nada más despertarse.
- ¿Me dejas, mama?, le preguntó.
Los ojos de su madre por fin le sonrieron y corrió en busca de otros niños que, como ella, llevaban una bolsa de plástico en la mano.
Mientras los mayores caminaban en silencio, se podían escuchar las voces de los niños que cantaban:
“Pirulón, pirulero, di hay paz aquí me quedo. Pirulón, pirulí, sunque no esté en mi país.
Pirulón, pirulero, si tu vienes yo te espero, Pirulón, pirulí, ahora puedo ser feliz”
Detrás de las montañas, Nevenka y sus padres encontraron un lugar donde poder vivir lejos de los disparos y de los soldados, aunque cada día soñaban con volver a su pueblo, a su casa, a su verdadero hogar.